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Wednesday, November 2, 2016

Fe en la ignorancia

Alfredo Bullard sostiene que la ciencia no solo nos ayuda a comprender el mundo y reducir lo incierto de este, sino que también nos ayuda a mejorar nuestras vidas.

Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.
¿Sabe lo que es la ‘al-Hayar-ul-Aswad’? Es una piedra negra, ubicada en La Meca que, de acuerdo con las creencias musulmanas, un creyente debe visitar al menos una vez en su vida, dar vueltas a su alrededor, postrarse ante ella y, de ser posible, besarla.
¿Por qué rendir culto a una piedra negra? Según la tradición, esta piedra se encuentra en un lugar legendario: el paraíso (el mismo que aparece en la biblia judeocristiana), pues Adam (Adán) y Hawa (Eva) la vieron caer del cielo.



Esta piedra fue descubierta en 1772. ¿Cómo se sabe que es la que vieron Adam y Hawa? Pues simplemente porque no hay otra piedra negra en la zona. Pero por supuesto hay piedras negras en otros lugares.
Los musulmanes han desarrollado una creencia que mueve millones de personas al lugar todos los años. Por sus creencias no es posible tomar muestras para explicar su origen. Pero seguramente usted ya dedujo que se trata de un meteorito. Efectivamente, esa es la explicación que, según los científicos, parece ser la verdadera. Y como hoy sabemos que los meteoritos pueden caer en cualquier lugar, la piedra que vieron caer del cielo Adam y Hawa puede estar en cualquier sitio. Por ello el paraíso, si existió, no necesariamente está donde se encuentra la ‘al-Hayar-ul-Aswad’.
Las creencias religiosas, como los mitos o la brujería, se basan en la incertidumbre sobre las explicaciones causales de ciertos hechos. Los incas creían que el sol y la luna eran dioses porque no tenían una explicación científica de su origen y naturaleza. Crearon leyendas e historias que explican cosas que hoy nos parecen tan sencillas de entender, como un solsticio o un eclipse.
Como bien explica el premio Nobel de Economía Douglass North, buena parte de las creencias religiosas, mágicas o sobrenaturales, incluso la brujería, se originan en lo que no sabemos explicar.
Tendemos a llenar los vacíos generados por la incertidumbre de conocimiento con ideas o principios inexplicables científicamente. Como indica North, durante toda la historia de la humanidad ha existido un área residual de conocimiento que carecía de una explicación racional.
Sin embargo, el conocimiento científico avanza y con ello se reduce ese espacio residual de incertidumbre.
Con ello, adorar al sol o creer en la ‘al-Hayar-ul-Aswad’ se vuelve absurdo. Pero la religión se resistirá a aceptar que debe cambiar lo que siempre se ha creído. Muchos dogmas e ideas se siguen defendiendo pese a que la ciencia ha desmentido su fundamento.
El cristianismo, y el catolicismo en particular, no están a salvo de ese fenómeno. Se juzgaron las ideas de Galileo, Kepler o incluso las del mismo Descartes. La teoría evolutiva de Darwin fue severamente cuestionada. Y la lista es muy larga.
Todos los días enfrentamos reglas o principios que se basan en cómo la religión llenó el vacío que dejaba la ignorancia humana ante la incertidumbre. Y la religión tercamente se resiste a aceptar un cambio obvio e incluso pretende responder científicamente.
Recientemente la Iglesia Católica ha pretendido establecer reglas sobre la cremación, a pesar de toda la evidencia científica y económica sobre su conveniencia. La acepta (sugiriendo que es mejor el entierro convencional) pero pretende que las cenizas solo puedan ser depositadas en “lugares sagrados” que, como la ubicación del paraíso para los musulmanes, solo se basan en un acto de fe en lo que la propia Iglesia define. La cremación es conveniente por razones de higiene, ambientales y de necesidad de uso de espacio físico, en especial en las ciudades.
Y en la misma línea se encuentra la oposición a los anticonceptivos, la reproducción humana asistida o los avances de la genética.
Hace solo unos días el congresista y pastor Julio Rosas organizó una cantinflesca conferencia para pretender sostener, con supuestas bases científicas, que la homosexualidad no es natural, sino una desviación psicológica, contradiciendo evidencia científica contraria y bastante más seria.
Y es que la ciencia no solo nos ayuda a entender el mundo y reducir la incertidumbre. Nos ayuda a mejorar nuestra vida y el bienestar de la gente. Todo ello a pesar de la defensa de creencias religiosas que son fruto finalmente de la ignorancia.
Como dice el biólogo evolucionista Richard Dawkins, “lo que me preocupa de la religión es que les enseña a las personas a estar satisfechas con no comprender”.

Fe en la ignorancia

Alfredo Bullard sostiene que la ciencia no solo nos ayuda a comprender el mundo y reducir lo incierto de este, sino que también nos ayuda a mejorar nuestras vidas.

Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.
¿Sabe lo que es la ‘al-Hayar-ul-Aswad’? Es una piedra negra, ubicada en La Meca que, de acuerdo con las creencias musulmanas, un creyente debe visitar al menos una vez en su vida, dar vueltas a su alrededor, postrarse ante ella y, de ser posible, besarla.
¿Por qué rendir culto a una piedra negra? Según la tradición, esta piedra se encuentra en un lugar legendario: el paraíso (el mismo que aparece en la biblia judeocristiana), pues Adam (Adán) y Hawa (Eva) la vieron caer del cielo.


Monday, October 17, 2016

Fin del capitalismo: ¿Mentiras o ignorancia?

Por Richard W. Rahn

Libertad Digital, Madrid

Si funcionarios gubernamentales presionan a los bancos para que concedan créditos a personas que son de alto riesgo, ¿lo considera usted un fallo del capitalismo o del Gobierno? Muchos políticos y analistas de la izquierda sostienen que la crisis financiera es el resultado de la exagerada desregulación instrumentada bajo las políticas "capitalistas" del Gobierno de Ronald Reagan. Esas personas ignoran la realidad o mienten.
Comencemos con algunos hechos reales. Se sabe que la actual crisis comenzó con el colapso financiero de dos inmensas empresas financieras patrocinadas por el Gobierno: Fannie Mae y Freddie Mac. Esas empresas compraban las hipotecas a los bancos para que estos pudieran emitir más hipotecas aún más arriesgadas para incrementar así el número de gente con casa propia.



Con ese fin se le permitía a Fannie y a Freddie mantener reservas de capital más bajas en relación a los créditos concedidos y ambas utilizaban prácticas contables consideradas fraudulentas por los tribunales. Las dos también contribuían con millones de dólares a las campañas políticas de la mayoría de los miembros del Congreso.
Durante el Gobierno de Carter, la mayoría demócrata promulgó la ley de Reinversión Comunitaria que concedió a los reguladores el poder de presionar a los bancos para que extendieran créditos de mayor riesgo a gente pobre y a pequeños empresarios. Durante el Gobierno de Clinton se aumentó ese poder discrecional de los reguladores.
Por su parte, la Reserva Federal incrementó el dinero en circulación, bajando los intereses en junio de 2003 por debajo de la inflación, hasta apenas el 1%. Así se fomentaba que los bancos concedieran hipotecas a intereses muy bajos, que después traspasaban a Fannie y Freddie. Todos sabían que los intereses eventualmente aumentarían, lo cual imposibilitaría a muchos seguir pagando por sus viviendas. Pero ese sería el problema de otros o, en última instancia, de quienes pagan impuestos porque entonces sería el Gobierno quien saldría al rescate.
Los reguladores financieros deberían defender la integridad del sistema, pero los políticos de izquierda empujaron a los reguladores a obligar a los bancos a extender malos créditos. Si usted lo duda, lo invito a ver el video.
El nuevo peligro es que nuevas regulaciones debiliten aun más el libre mercado financiero, en lugar de corregir los problemas reales provocados por malas leyes. Lo que hemos sufrido no es una falla del capitalismo democrático sino la destrucción por parte del Gobierno de mecanismos del mercado que contrarrestaban los riesgos asumidos por los inversores de hipotecas. Se han hecho muchas denuncias contra ávidos especuladores, exigiendo que sean castigados con prisión, pero los excesos más dañinos han provenido de políticos, como los congresistas demócratas Barney Frank, Chris Dodd y Charles Schumer, cuyas decisiones han resultado mucho más costosas para los estadounidenses que las de ejecutivos de Wall Street.

Fin del capitalismo: ¿Mentiras o ignorancia?

Por Richard W. Rahn

Libertad Digital, Madrid

Si funcionarios gubernamentales presionan a los bancos para que concedan créditos a personas que son de alto riesgo, ¿lo considera usted un fallo del capitalismo o del Gobierno? Muchos políticos y analistas de la izquierda sostienen que la crisis financiera es el resultado de la exagerada desregulación instrumentada bajo las políticas "capitalistas" del Gobierno de Ronald Reagan. Esas personas ignoran la realidad o mienten.
Comencemos con algunos hechos reales. Se sabe que la actual crisis comenzó con el colapso financiero de dos inmensas empresas financieras patrocinadas por el Gobierno: Fannie Mae y Freddie Mac. Esas empresas compraban las hipotecas a los bancos para que estos pudieran emitir más hipotecas aún más arriesgadas para incrementar así el número de gente con casa propia.


Friday, July 29, 2016

Ignorancia e irracionalidad

Javier Aparicio 
 
Esta semana se confirmó oficialmente la candidatura presidencial de Donald Trump. El ascenso de Trump en las encuestas, primero, y en las elecciones primarias del Partido Republicano, después, ha puesto de relieve qué tan lejos puede llegar —inclusive en una democracia consolidada— un candidato carismático con una campaña populista, demagoga, xenófoba y falaz.
En columnas anteriores he discutido la viabilidad de su candidatura presidencial (19-sep-15), y si su eventual triunfo implicaría una “falla democrática” (27-feb-16). En esta ocasión quiero concentrarme en otro tema traído a cuentas cada vez que un proceso democrático parece llevar a un resultado “indeseable”:  la posible ignorancia o irracionalidad del electorado.



Una caricatura simple del juego democrático implica aplaudir la “sabiduría de las masas” cuando gana una candidatura que nos gusta y, en caso contrario, lamentar su ignorancia o irracionalidad. La realidad, por supuesto, es más compleja. Veamos por qué.
¿Por qué tantas personas saben o se interesan poco en asuntos político-electorales? Si lo duda, tan sólo analice la oferta de cualquier expendio de periódicos o revistas, la radio o televisión abiertas: se discute más de espectáculos o deportes que de política.
Si las personas son más o menos racionales, contrastarán los costos y beneficios de invertir tiempo, dinero y esfuerzo en adquirir información política. Los costos son tangibles porque nuestro tiempo es valioso. ¿Pero qué hay de los beneficios?  ¿De verdad necesitamos consumir noticias políticas todos los días de un sexenio para, digamos, “informar nuestro voto” una vez cada tres años? ¿Vale la pena hacerlo cuando, en caso de votar, éste tiene un impacto infinitesimal en el resultado? Habiendo tantísimos usos alternativos de nuestro tiempo y dinero, escasos por definición, quizás lo racional sea, justamente, ignorar los endiablados detalles de la política. Ésta es la teoría de la ignorancia racional.
Por fortuna, dicen algunos estudiosos de la política, la ignorancia de unas y otras personas tiende a cancelarse mutuamente a la hora de acudir a las urnas: mientras las y los votantes ignorantes de izquierda y derecha sean más o menos de la misma proporción, los resultados electorales se decidirán por una juiciosa minoría de votantes sofisticados, informados y con suerte poco influidos por los sesgos partidistas. Así, la agregación de cuantiosas preferencias de una democracia es una especie de seguro contra votantes en extremo radicales y/o ignorantes.
Pero esto no es todo.  Si las preferencias del electorado están sistemáticamente sesgadas, es posible que el principio de agregación antes delineado no surta efecto en una democracia. Bryan Caplan, profesor de la Universidad George Mason, ha estudiado este fenómeno a profundidad en su libro The myth of the rational voter. Si los votantes típicos son irracionales, nos dice Caplan, poco podemos esperar de las elecciones democráticas.
¿Cómo es posible que personas que se comportan de manera racional al comprar un coche o despensa, por ejemplo, se comporten de manera irracional a la hora de votar, quizás guiados por las vísceras antes que por sus bolsillos? Simple, insiste Caplan: nuestras decisiones privadas tienen consecuencias claras y observables en nuestro bienestar, mientras que las decisiones colectivas como votar o elegir a un presidente tienen consecuencias más bien difusas. Bajo este enfoque, puede resultar bastante racional el anular tu voto, apoyar el Brexit o votar por Trump… y al día siguiente afirmar que tú no votaste por tal o cual consecuencia específica.

Ignorancia e irracionalidad

Javier Aparicio 
 
Esta semana se confirmó oficialmente la candidatura presidencial de Donald Trump. El ascenso de Trump en las encuestas, primero, y en las elecciones primarias del Partido Republicano, después, ha puesto de relieve qué tan lejos puede llegar —inclusive en una democracia consolidada— un candidato carismático con una campaña populista, demagoga, xenófoba y falaz.
En columnas anteriores he discutido la viabilidad de su candidatura presidencial (19-sep-15), y si su eventual triunfo implicaría una “falla democrática” (27-feb-16). En esta ocasión quiero concentrarme en otro tema traído a cuentas cada vez que un proceso democrático parece llevar a un resultado “indeseable”:  la posible ignorancia o irracionalidad del electorado.


Tuesday, June 21, 2016

El odio a los ricos


El odio a los ricos parece estar detrás de las principales catástrofes políticas ocurridas en la historia. Suele ser el sentimiento más explotado por los populistas para hacerse con el poder, y con la disculpa de distribuir esa riqueza robada al resto de la comunidad, hacerse ellos ricos a su vez y llevar al pueblo a la ruina completa. El punto de partida de tal odio está en la concepción de que los ricos consiguen su riqueza quitándosela al resto de sus congéneres, y que por eso hay ricos y pobres.



¿Es esto así? ¿Es el intercambio económico un juego de suma cero, en que uno solo pueda ganar si otro pierde? Evidentemente esto no es así en un mercado libre. La teoría económica nos dice que en las transacciones económicas voluntarias las partes involucradas esperan beneficiarse del intercambio (otra cosa es que se equivoquen, pero eso solo se puede saber después). Por tanto, tras cada transacción económica ambas partes se han enriquecido a priori: ambas valoran más aquello que reciben que lo que entregan, pues en otro caso no se habría llevado a cabo la transacción.
Con este mecanismo, es lógico que se hagan más ricos aquellos que más transacciones acertadas hacen, proceso en el cual habrán creado también mucha riqueza por los demás individuos de la sociedad que han hecho intercambios con ellos. Amancio Ortega no se ha hecho rico porque su ropa es un timo, sino porque muchísima gente valora más esa ropa que el dinero que cuesta. Cada transacción enriquece de forma similar a ambas partes, lo que pasa es que Ortega hace muchas más transacciones que cada uno de nosotros.
Así pues, en el mercado libre, el más rico es a la vez el que más riqueza ha creado para la sociedad (sea él, o los ascendientes de los que ha recibido la riqueza). Y puede ser motivo de envidia, pero no cabe racionalmente el odio. Su riqueza no me frustra, no me impide a mí ser rico de la misma u otra forma. Por el contrario, lo normal sería estarle agradecido: gracias a Steve Jobs tenemos unos aparatitos magníficos en el bolsillo y gracias a John Deere (inventor del tractor) el pan es muy barato. En muchos países y épocas, el rico del pueblo era también el personaje más notable y al que todos pedían consejo.
Por el momento hemos aplicado el método de las construcciones mentales a  lo que ocurre en ausencia de intervención. Pero obviamente en la economía en que vivimos apenas existe el mercado sin intervención; por el contrario, hay mucha regulación y muchos privilegios. En estas circunstancias, no se puede presumir que las transacciones sean voluntarias, ni tampoco que lo sean las condiciones en que se han producido.
En estas condiciones, surgen otro tipo de ricos, a partir de transacciones no libres, y en los que sí se trata de un juego de suma-cero. Aquí, la riqueza obtenida por el privilegiado es a costa de la del obligado a la transacción. En una transacción forzada solo se incrementa la riqueza de una parte, exactamente igual que ocurre en un atraco.
Es lógico que esta clase de ricos no solo despierten envidia, sino también odio. Son ricos que no generan riqueza para la sociedad, al contrario la destruyen. Son ricos que causan frustración, pues sus privilegios impiden a la gente el desarrollo personal y profesional, y la búsqueda de sus metas. Si alguien quiere proporcionar servicios de taxi en Madrid u otras ciudades, no lo podrá hacer libremente, a menos que pague por el privilegio un precio incomprensible. O lo mismo si quiere poner una farmacia, no digamos ya si quiere poner una carretera o una central eléctrica.
Entonces, tenemos dos tipos de ricos: los justos y los injustos; los primeros dignos de admiración, los segundos, de repulsa. Por desgracia, a la mayor parte de la gente todo el análisis económico previo le resulta muy lejano, cuando no completamente irrelevante. ¿Es posible distinguir a unos de otros? Para la mayor parte de los empresarios la obtención de privilegios legales no es algo moral, es simplemente las reglas del juego en que quieren participar. Seguro que Ramón Areces se ha beneficiado de las limitaciones legales para poner centros comerciales, pero seguro también que la mayor parte de la riqueza generada por El Corte Inglés no viene de dichas limitaciones.
¿De qué forma podríamos asegurarnos de que los ricos sean siempre ricos “justos”? La solución está ya anunciada en los párrafos precedentes: elimínense los privilegios legales, y tendremos ricos queridos y respetados. Mientras eso llega, lo que habrá es ricos sospechosos y criminales, indistinguibles de los ricos “justos” para la mayor parte de la gente, y caldo de cultivo para todos los populismos comunistas que en el mundo han sido.
Y, a la vista de los resultados de las últimas elecciones en España, parece que nos va llegando el turno de pagar el precio por los ricos que tenemos. Porque, no nos engañemos, nunca son los ricos injustos los que pagan su riqueza injusta. Lo pagaremos los de siempre, los individuos normales y corrientes.

El odio a los ricos


El odio a los ricos parece estar detrás de las principales catástrofes políticas ocurridas en la historia. Suele ser el sentimiento más explotado por los populistas para hacerse con el poder, y con la disculpa de distribuir esa riqueza robada al resto de la comunidad, hacerse ellos ricos a su vez y llevar al pueblo a la ruina completa. El punto de partida de tal odio está en la concepción de que los ricos consiguen su riqueza quitándosela al resto de sus congéneres, y que por eso hay ricos y pobres.