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Disfunción “erectoral” (DE) es un neologismo paródico que circula en los medios sociales. El Diccionario Urbano define disfunción erectoral (electile) como “incapacidad de los votantes para excitarse con cualquiera de las opciones para presidente que propone cualquiera de los partidos durante un año electoral”.En este año electoral, una mayoría de los votantes de ambos partidos sostiene criterios negativos de sus presuntos nominados. En una reciente encuesta, solamente un 32% de votantes registrados tiene criterios positivos de la señora Clinton, y para el señor Trump, los criterios favorables alcanzaron un penoso 24%.
Para incrementar su popularidad, nuestros contendientes políticos indudablemente engatusarán con políticas de “pan y circo”, donde las estrategias políticas se diseñan para apaciguar a la población con programas populistas de bienestar. En el enfoque de pan y circo, el apoyo público no se crea con políticas públicas efectivas, sino a través de distracciones y clientelismo.
El término surge con la práctica romana de ofrecer a los ciudadanos romanos trigo y espectáculos de combates de gladiadores gratuitamente, con el motivo de ganar apoyo político. Actualmente, la expresión implica también una perversa erosión de valores cívicos en la ciudadanía que contribuye a la disfunción “erectoral”.
Como estrategia política, “pan y circo” trasciende en el tiempo y espacio. En España, la frase toma la forma de “pan y toros”, en otros países “pan y fútbol”, y en Rusia “pan y espectáculo”.
En la América Latina contemporánea, la política de “pan y circo” se ha institucionalizado, alcanzado su máxima expresión en las fracasadas economías de Cuba y Venezuela. El protagonismo embustero al estilo Cuba-Venezuela es una característica distintiva del proceder latinoamericano en políticas de “pan y circo”, con énfasis en el circo. La variedad estadounidense se ha enfocado más en el pan, aunque el populismo del señor Trump, imita al circo latinoamericano.
Independientemente de que el énfasis sea en el pan o en el circo, este tipo de política resquebraja la formulación de políticas públicas efectivas, debilita a la sociedad civil, y conduce a Gobiernos incompetentes e inefectivos.
En el discurso filosófico electoral de la política norteamericana, la izquierda tiende a ver con escepticismo las soluciones de mercado para los problemas sociales. Para ello, asignar tareas humanitarias al Gobierno, digamos el cuidado de la salud, imbuye automáticamente todo el proceso con moralidad congénita y efectividad.
Esas tareas del Gobierno suponen que corregirán las ineficiencias del mercado. En el enfoque de la izquierda, la calidad del Estado debe medirse por la cantidad de gastos sociales en que incurra. Mientras más gaste el Estado en subsidios sociales, más compasivo es.
Por otra parte, los críticos interpretan la generosidad de los programas gubernamentales como políticas que socavan la responsabilidad personal. Para ello, defender los gastos sociales como la “razón de ser” fundamental del Gobierno, es una lógica perversa. Los gastos sociales dependen de las contribuciones de otros sectores de la sociedad vía impuestos y otros mecanismos. La riqueza no es creada, sino simplemente redistribuida. La función del Estado no debe ser redistribuir la riqueza legítimamente ganada por sus ciudadanos; aunque debe garantizar que sea obtenida legalmente.
El objetivo del Estado debe ser promover sistemas económicos donde la mayoría de sus ciudadanos sean capaces de aportar adecuadamente para sus propias necesidades, con lo que la mayoría de los gastos sociales resultarían innecesarios.
Con ese criterio, la calidad del Estado debe medirse en proporción inversa a los gastos sociales requeridos para asistir a la ciudadanía. Por consiguiente, mientras menos necesite gastar el Gobierno en subsidios sociales, más responsable se supone que es. Un Estado preocupado es aquel que fomenta una economía donde la mayoría de sus ciudadanos son capaces de producir adecuadamente para sus propias necesidades.
Considerando los bajos niveles de participación ciudadana en la política norteamericana, y nuestra afinidad con entretenimientos inmaduros, parecería ser que la política de “pan y circo” ha madurado muy bien desde la caída del Imperio Romano.
En este ciclo electoral, los punteros de ambos partidos sufren un déficit de popularidad, pero esperemos que nuestros candidatos presidenciales se abstengan de traernos prácticas de “pan y circo” al nivel de Corea.
Se alega que en aquel país, para incrementar su popularidad, los políticos buscan influenciar a los votantes de más edad, regalando medicamentos para la disfunción eréctil.