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Saturday, July 16, 2016

Bailando en la tumba del keynesianismo


El colapso de la Unión Soviética en diciembre de 1991 fue la mejor noticia de mi vida. El monstruo murió. No fue solo el hecho de que la USSR cayera. La mitología entera de la violencia revolucionaria como método de regeneración total, promovida desde la Revolución Francesa, cayó con ella. Como escribí en mi libro de 1968, el marxismo era una religión de la revolución. Y el marxismo murió institucionalmente en el último mes de 1991.
Aun así no podemos demostrar conclusivamente que fuera occidente quien derrotara a la Unión Soviética. Lo que derrotó a la Unión Soviética fue la planificación económica socialista. La Unión Soviética estaba basada en el socialismo, y el cálculo económico socialista es irracional. Ludwig Von Mises en 1920 describió  el porqué en su artículo “Cálculo Económico en el Commonwealth Socialista”. Él demostró de forma teórica exactamente qué es erróneo en toda planificación socialista. Dejó claro por qué el socialismo nunca podría competir con el libre mercado. No posee mercados de bienes de capital, y por lo tanto los planificadores económicos no pueden asignar el capital de acuerdo con las necesidades más importantes y más deseadas del capital por el público.



El argumento de Mises no fue tomado seriamente por la comunidad académica. El socialismo era tan popular entre académicos en 1920 que tardó en responder a Mises más de 15 años. Cuando finalmente un economista relevante, que no era en realidad un economista relevante sino era simplemente un comunista polaco, le escribió una respuesta a Mises, consiguió un montón de publicidad. Su nombre era Oscar Lange. Era un fraude. Enseñaba en la universidad de Chicago. No tenía soporte teórico de economía. Inmediatamente después de la SGM,  regresó a Polonia, renunció a su ciudadanía estadounidense y se volvió un burócrata importante del gobierno Polaco. Fue elegido por el mismísimo Stalin para ser el primer embajador polaco a los Estados Unidos. Era un marxista. Era un comunista. Era un fraude. Pasó toda su carrera siendo un oportunista, viendo para qué lado venía la corriente. En cuanto a su crítica de Mises, Polonia nunca adoptó su supuesta respuesta  a Mises de práctica organizacional, y tampoco lo hizo ninguna otra nación del Commonwealth socialista.
Así que, la única supuesta refutación académica mayor de Mises fue hecha por un fraude que se cambió al comunismo cuando recibió una oferta mejor. Aun así fue alabado como un economista brillante porque supuestamente refutó a Mises. El mundo académico nunca admitió lo que era Lange, un comunista fraudulento. Nunca admitió que ninguna nación socialista jamás implementó su supuesta alternativa al sistema de libre mercado. El mundo académico simplemente se aferraría por más de 50 años a su alternativa completamente hipotética a la asignación de capital de libre mercado. El mundo académico no aprendería la verdad.
Finalmente, cuando se volvió claro a fines de los 80’ que la economía soviética estaba en quiebra, un profesor multimillonario socialista llamado Robert Heilbroner escribió un artículo llamado “Después del Comunismo” para el New Yorker (10 de Setiembre de 1990), una publicación no académica, en donde admitía que durante toda su carrera entera, siempre había creído que lo que le habían enseñado en el bachillerato, principalmente que Lange estaba en lo correcto y Mises equivocado.
Luego escribiría estas palabras: “Mises tenía razón”.
Heilbroner escribió el libro de texto más popular en la historia del pensamiento económico que jamás haya sido escrito, “Los Filósofos Mundialistas”. Se volvió un multimillonario de las regalías del libro. En ese libro, ni siquiera mencionó la existencia de Mises. Él también era un fraude – un fraude refinado (aunque no polaco) pero aun así un fraude. Sin embargo, era ampliamente respetado en el mundo académico. El mundo académico lo hizo rico.
La comunidad académica es intelectualmente corrupta. Va con las modas y no reacciona a la verdad. Me di cuenta de esto muy tempranamente en mi carrera, mucho antes de que tuviese un doctorado. El gremio en cada departamento universitario opera como uno, y no tiene ningún cometido a la verdad en asuntos controversiales hasta que un lado o el otro pierden poder. Cuando un lado es percibido como poderoso, como lo eran los comunistas desde 1917 hasta 1991, no hay nunca ningún desafío directo por la comunidad académica. El mundo académico discutía sobre este u otro aspecto del sistema soviético que estaba mal, generalmente relacionado a la libertad de expresión. Pero, con respecto a las operaciones básicas del sistema comunista de planificación económica, nunca hubo nada como una crítica comprensiva de ese sistema y nunca nadie dentro de la comunidad académica buscó las debilidades del comunismo en el artículo de Mises de 1920.
La Unión Soviética siempre estuvo económicamente en bancarrota. Estaba azotada por la pobreza en 1991. Era, en la magnífica frase del periodista conservador Richard Grenier, Bangladesh con misiles. Fuera de Moscú, los rusos de 1990 vivían en una pobreza comparable con la de los Estados Unidos a mediados del siglo XIX, pero con mucha menos libertad. Aun así esto nunca fue contado a alumnos durante los años que fui a la escuela, lo cual fue en los 60’. Había un par de economistas que hablaban de aquello, pero obtenían poca publicidad, no era famosos y sus libros no eran asignados a clases de estudios terciarios. El acercamiento estándar de la comunidad académica era decir que la URSS era una economía funcional: una digna competencia al capitalismo.
Paul Samuelson fue el economista académico de mayor influencia de la segunda mitad del siglo XX. Escribió el libro de texto introductorio que se ha vendido más que cualquier otro en la historia de la economía de estudios terciarios. En 1989, mientras la economía de la URSS estaba colapsando, escribió en su libro de texto que el sistema de planificación central de la Unión Soviética prueba que la planificación central puede funcionar. Mark Skousen lo destruyó en su libro “La Economía en Juicio” de 1990. David Henderson se lo recordó a lectores del Wall Street Journal en el 2009.
A Samuelson lo que se le dijera sobre comunismo le entraba por una oreja y le salía por otra. Tan temprano como los años 60’, el economista G. Warren Nutter de la universidad de Virginia había realizado estudios empíricos demostrando que el muy aclamado crecimiento económico de la Unión Soviética era un mito. En la edición de su libro de texto de 1989, Samuelson y William Nordhaus escribieron que “la economía soviética es una prueba de que, contrario a lo que muchos escépticos han creído anteriormente, una economía de comando socialista puede funcionar e incluso brillar”.
El creador de la supuesta síntesis keynesiana y primer ganador del Premio Nobel en Economía estadounidense estaba tan ciego como un murciélago al fracaso económico más importante del mundo moderno. Dos años después, la USSR estaba rota literalmente hablando, como si hubiese sido una corporación en bancarrota. Samuelson nunca lo vio venir. Las personas que están conceptualmente ciegas nunca lo hacen.

La era keynesiana está llegando a su fin

Digo esto para darte esperanza. Los keynesianos parecen dominar hoy en día. Son dominantes porque han sido traídos hacia la jerarquía del poder político. Sirven como profetas de corte al equivalente de los babilonios, justo antes de que los medo-persas tomaran la nación.
Están a cargo de las instituciones académicas más importantes. Son los consejeros principales del gobierno federal. Son la facción abrumadoramente dominante dentro de la Reserva Federal. Su única oposición institucional son los monetaristas, y los monetaristas están tan cometidos al dinero fiduciario como los keynesianos. Odian la idea de un patrón de moneda de oro. Odian la idea de dinero producido por el mercado.
No hubo ninguna furia abrumadora entre economistas empleados en la Reserva Federal cuando Ben Bernanke y el Comité Federal de Mercado Abierto (CFMA) aumentaron la base monetaria de 900 mil millones de dólares a 1.7 billones de dólares a fines del 2008, y luego la aumentaron a 2.7 billones a mediados del 2011. Esta expansión de la oferta de dinero no tenía ningún fundamento en la teoría económica de nadie en lo absoluto. Fue una decisión totalmente a propósito. Fue un intento desesperado del CFMA de intentar evitar que el sistema colapsara, o al menos ellos pensaban que estaba a punto de colapsar. La evidencia para eso es cuestionable. Pero, en cualquier caso, ellos incrementaron la base monetaria y nadie en la comunidad académica, excepto un montón de economistas austriacos, se quejó de que esto era una completa traición del sistema monetario y fuera de alineamiento con cualquier teoría económica.
Los keynesianos van a tener que enfrentar eventualmente lo que los marxistas han enfrentado desde 1991. Literalmente meses previos al colapso de la Unión Soviética, cuando miembros del Partido Comunista simplemente plegaron tienda y se robaron el dinero que estaba dentro de las arcas del Partido Comunista, todo respeto por el marxismo desapareció del mundo académico. El marxismo se convirtió en un hazmerreir. Nadie excepto profesores de inglés, un montón de sociólogos titulares de universidad viejos y un pequeño grupo de economistas en la Unión de Economistas Políticos Radicales (UEPR) todavía estaba dispuesto a admitir a fines de 1992 que eran defensores del marxismo y que habían estado a favor de la planificación económica soviética. Se volvieron en parias del día a la noche. Esto fue porque el mundo académico, tal como ahora, es devoto del poder. Si pareces tener poder, serás elogiado por el mundo académico, pero cuando pierdas poder, serás arrojado en lo que Trotsky llamó el cenicero de la historia.
Esto le va a ocurrir a los keynesianos tan seguramente como le ocurrió a los marxistas. Los keynesianos básicamente tienen un pasaje gratis, y lo han tenido durante más de 60 años. Su sistema es ilógico. Es incoherente. Los estudiantes que toman cursos de bachiller sobre economía nunca recuerdan las categóricas de verdad. Eso es porque son categorías ilógicas. Todas descansan en la idea de que el gasto gubernamental puede mejorar la economía, pero no pueden explicar cómo el gobierno puede poner el  dinero en sus manos sin reducir al mismo tiempo el gasto en el sector privado. El estado tiene que robar dinero para impulsar la economía, pero esto significa que el dinero que fue robado del sector privado es removido como fuente de crecimiento económico.
El sistema económico keynesiano no tiene sentido en absoluto. Pero, década tras década, los keynesianos y sus disparates totales se salen con la suya. Ninguno de sus discípulos jamás lo pondrán en juicio. Van felizmente por el camino de la economía mixta, como si ese camino no estuviese llevando a un día de destrucción económica. Son iguales a los economistas marxistas y a los académicos en los años 60’, 70’ y 80’. Están oblicuos al hecho de que se están encaminando al fin del acantilado con la economía occidental sobre-endeudada y sobre-manejada, porque están comprometidos en el nombre de la teoría keynesiana al sistema de reserva bancaria fraccional, el cual no puede ser sostenido ya sea de forma teórica o práctica.
El problema que vamos a tener que enfrentar en algún momento como nación y de hecho como civilización es éste: no hay ninguna teoría bien desarrollada dentro de los rincones del poder que explique a los administradores de un sistema fallido qué deberían hacer después de que el sistema colapse. Esto fue cierto con el bloque soviético en 1991. No había plan de acción, ningún programa de reforma institucional. Esto es cierto con la banca. Es cierto en la política. Es cierto en todo aspecto del estado de guerra y bienestar. Las personas en la cima van a estar presidiendo un completo desastre, y no serán capaces de admitirse a ellos mismos que su sistema es el que produjo el problema. Así que no harán ningún cambio fundamental. No van a reestructurar el sistema, descentralizando el poder y reduciendo drásticamente el gasto gubernamental. Serán forzados a descentralizar por los mercados de capital colapsados.
Cuando la Unión Soviética colapsó, los académicos en el occidente no podían explicar por qué. No podían explicar qué había forzado inherentemente al colapso total de la economía soviética, ni podían explicar porque nadie en su campo de estudio lo había visto venir. Judy Shelton lo había hecho, pero muy tarde: en 1989. Nadie más lo había predicho, porque el mundo académico no austriaco rechazaba la teoría de Mises del cálculo económico socialista. Todo en su sistema estaba en contra de reconocer la verdad en las críticas de Mises, porque él era igualmente crítico sobre la banca central, la economía keynesiana y el estado de bienestar. Ellos no podían aceptar su crítica del comunismo precisamente porque él utilizaba los mismos argumentos contra ellos.
El occidente no podía tomar ventaja del colapso de la URSS, precisamente porque se había vuelto keynesiano en vez de austriaco. El occidente estaba tan comprometido con la planificación de economía mixta keynesiana, tanto en teoría y en práctica, como los soviéticos lo habían estado con Marx. Así que hubo un gran elogio al estado de bienestar y la democracia occidental como el sistema victorioso, cuando debió haber habido elogios de la escuela austriaca de economía. No hubo ninguna comprensión de que la economía occidental de moneda falsa está yendo por el mismo camino con baches que llevó al colapso de la Unión Soviética.
No fue una victoria para el occidente, excepto en cuanto a que Reagan había expandido el gasto militar y los soviéticos intentaron de forma estúpida igualar este gasto. Eso finalmente rompió al chancho en la Unión Soviética. El país estaba tan empobrecido que no tenía el eficiente de reservas de capital para igualar a los Estado Unidos. Cuando su estado satélite en el Medio Oriente, Iraq, fue derrotado completamente en la guerra del Golfo de 1991, la confianza del ejército soviético en si mismo simplemente colapsó. Esto había seguido a la derrota psicológica devastadora de la retirada de la URSS de Afganistán en 1989. Esas dos derrotas, combinadas con la bancarrota económica doméstica del país, llevaron a la disolución de la Unión Soviética.
El valor presente de las obligaciones no financiadas del estado de bienestar estadounidense, que suman más de 200 billones de dólares a día de hoy, muestra hacia donde se encamina el gobierno keynesiano de esta nación: al default. También está atrapado en la encrucijada de Afganistán. El gobierno no se retirará de ahí en ningún momento de esta década. Esto no tendrá el mismo efecto psicológico que tuvo en la Unión Soviética, porque no somos un estado totalmente militarizado. Pero si será una derrota, y la estupidez de toda la operación será visible para todos. El único político que se beneficiará de alguna forma de esto es Ron Paul. Él fue lo suficientemente sabio para oponerse a todo el asunto en el 2001, y fue la única figura nacional que lo hizo. Hubo otros que votaron contra ella, pero nadie recibió la publicidad que él recibió. Nadie más tenía un sistema de política exterior que justificarse quedarse fuera. Su oposición no era una cuestión de pragmatismo; era filosófica.
El estado belicoso de bienestar, el keynesianismo económico, y el Consejo de Relaciones Exteriores van a sufrir derrotas mayores cuando el sistema económico finalmente caiga. El sistema caerá. No queda claro cuál será la causa, pero es obvio que el sistema bancario es frágil y la única cosa capaz de rescatarlo es el dinero fiduciario. El sistema se está chupando la productividad de la nación, porque las compras de deuda por parte de la Reserva Federal están absorbiendo la productividad y el capital fuera del sector privado y hacia esos sectores subsidiados por el gobierno federal.

Después del colapso

Habrá una gran revuelta ideológica entre economistas y sociólogos sobre qué causó que el sistema cayese y qué debería reemplazarlo. En las universidades, no habrá respuesta coherente en lo absoluto. Habiendo la supresión de la verdad continuado sistemáticamente por medio siglo en las universidades, como ha sido manifestado por el elogio universal del sistema de la Reserva Federal, su reputación no se recuperará. No debería. Toda la comunidad académica ha estado a favor del estado asistencialista belicoso, así que no sobrevivirá el colapso de ese sistema. Se convertirá en un hazmerreír.
No queda claro quién saldrá victorioso en todo esto. Eso podría tomar una generación en resolverse. Habrá muchos que reivindiquen sus posiciones, todos dando sus soluciones, todos insistiendo en que vieron venir la crisis. Pero eso será difícil de probar para cualquiera excepto los austríacos.
Es esto por lo que es importante para la gente entender qué está mal con el sistema prevaleciente y decirlo públicamente.
Es esta la razón por la cual las iglesias cristianas no tendrán mucho que decir, porque las iglesias y el cristianismo en general, no han tenido nada independiente que decir sobre el desarrollo del estado belicoso del bienestar.
Los analistas con los mejores argumentos son los austríacos. En cuanto a si van a ser capaces de multiplicarse lo suficientemente rápido, o reclutar estudiantes lo suficientemente rápido, o entrenarlos lo suficientemente rápido, con algunos de ellos insertándose en posiciones de autoridad, es problemático. Pero si sabemos esto: no ha habido ninguna crítica sistemática de la teoría keynesiana y sus políticas excepto por los austríacos durante los últimos 70 años. Solo los marxistas fueron críticos de forma comparable, y su bote se hundió en 1991.
Los keynesianos se hablan los unos a los otros. No buscan convertir a nadie. No piensan que lo necesiten. Los austriacos, estando en una minoría especial, buscan persuadir a los no austriacos. Los economistas keynesianos se convierten en titulares universitarios por escribir basura, incluyendo fórmulas que empiezan sin asumir la realidad y carecen de sentido alguno. Los austriacos empiezan con la realidad: la acción humana individual. Los keynesianos, cuando escriben para un público no economista, ofrecen conclusiones, no explicaciones. Los austriacos buscan explicar su posición, ya que saben que la gente no está familiarizada con los principios fundamentales de la escuela austriaca de economía.
En un momento de quiebra, los austríacos explicarán porqué paso, y culparán a los keynesianos: “Su sistema fracasó. Han estado en control desde 1940”.
Los keynesianos culparán a los propios de no haber ido demasiado lejos: “más de lo mismo”. Ya vemos esto con “Krugman vs. Bernanke”.
¿Cual versión el publico estará dispuesto a creer en una crisis? A fines de los años 30’, encontramos una respuesta; a los keynesianos, quienes culpaban al libre mercado, no a los economistas neoclásicos. “El sistema actual está bastante bien básicamente. Solo necesitamos más tiempo”.

Economistas austriacos domesticados

La batalla será luchada y ganada fuera del mundo académico. Aquí es donde los austriacos deben aprender a combatir.
Dentro del mundo académico, para poder hablar, todo profesor asistente debe atravesar las nociones de genuflexión en frente del altar keynesiano. Después, al poder hablar, la mayoría de los anti-keynesianos no pueden romper el hábito. Endulzan sus críticas del keynesianismo. Juegan el rol de oponentes leales. Esto incluye incluso a algunos austriacos – aquellos que están horrorizados por la retórica del Instituto Mises y Lew Rockwell.com. Están domesticados.
Recuerdo a un economista austriaco que me dijo que soy demasiado desdeñoso con mis oponentes, y demasiado despreciativo en mi retórica. “¡No puedes simplemente decir tales cosas!”, me dijo, sin comprender su error gramatical. Yo le respondí: “Si, puedo. Y lo hago”. Esto fue en 1992. Él no ha cambiado. Tampoco yo.
Tenemos audiencias distintas. Él enseña a 130 alumnos, tres días a la semana, ocho meses por año, en una universidad menor fundada por el gobierno sin ninguna influencia dentro del gremio de economistas. Yo tengo a 120 mil personas en mi lista de correo, 70 mil de ellas 5 días a la semana, además de lectores en Lew Rockwell.com dos días a la semana, 52 semanas al año. El debe cuidar sus palabras de manera que favorezca a aquellos cuyas opiniones cuentan en el mundo académico. Ha pasado su carrera mirando encima de su hombro a los keynesianos, quienes ejercen el poder en todos los gremios académicos de ciencias sociales, por cuyas reglas tiene que jugar como un foráneo que es apenas tolerado en el gremio de economistas. Yo he pasado la mía diciéndole a mi audiencia que el emperador no tiene atuendos y que sus sastres son mayoritariamente keynesianos, con unos pocos monetaristas pretendiendo coser las vestimentas invisibles. Yo no sigo las reglas retóricas – “gentil, sé gentil” – que los académicos keynesianos imponen a sus críticos dentro del mundo académico. “Siéntate en esa esquina y espera tu turno. Ya te tocarán tus 15 minutos. Sé educado cuando llegue tu turno”. Ése no es mi estilo.

Conclusión

Yo ofrezco esta valoración optimista: los malos van a perder. Sus políticas estatistas traerán una destrucción que no serán capaces de explicar. Sus ruegos serán rechazados. “Denos más tiempo. Solo necesitamos un poquito más de tiempo. Podemos arreglar esto si nos dejan hincar un poco más profundo en sus billeteras”.
A muy largo plazo, los buenos van a ganar, pero en el medio, va a haber mucha competencia para ver a qué grupo le toca bailar en la tumba del sistema keynesiano.
Saca del armario tus zapatos de bailar. No los dejes sin lustrar. Nuestro día está llegando.

Dos comentarios por parte del traductor: en cuanto a la parte del artículo titulada “Economistas austríacos domesticados”, además de encontrarla redundante y un poco tajante de más, no estoy de acuerdo con el hecho de ser irrespetuoso y no tener normas de debate frente a quien piense diferente. Nadie merece ser faltado al respeto, ni siquiera los keynesianos.
Segundo, aunque Ron Paul sí votó a favor de la intervención en Afganistán en el 2001, se opuso rápidamente a continuarla poco tiempo después.

Bailando en la tumba del keynesianismo


El colapso de la Unión Soviética en diciembre de 1991 fue la mejor noticia de mi vida. El monstruo murió. No fue solo el hecho de que la USSR cayera. La mitología entera de la violencia revolucionaria como método de regeneración total, promovida desde la Revolución Francesa, cayó con ella. Como escribí en mi libro de 1968, el marxismo era una religión de la revolución. Y el marxismo murió institucionalmente en el último mes de 1991.
Aun así no podemos demostrar conclusivamente que fuera occidente quien derrotara a la Unión Soviética. Lo que derrotó a la Unión Soviética fue la planificación económica socialista. La Unión Soviética estaba basada en el socialismo, y el cálculo económico socialista es irracional. Ludwig Von Mises en 1920 describió  el porqué en su artículo “Cálculo Económico en el Commonwealth Socialista”. Él demostró de forma teórica exactamente qué es erróneo en toda planificación socialista. Dejó claro por qué el socialismo nunca podría competir con el libre mercado. No posee mercados de bienes de capital, y por lo tanto los planificadores económicos no pueden asignar el capital de acuerdo con las necesidades más importantes y más deseadas del capital por el público.