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Wednesday, October 26, 2016

Ausencia y vigencia de Alberdi

Armando Ribas dice que "La ausencia física de Alberdi no impidió que su pensamiento trascendiera las distancias. Fue así que influenciaron a los hombres de la generación del 37 que lograron el milagro de sacar a la Argentina de la Edad Media y proyectarla por las cimas de la historia".
Armando Ribas es abogado, profesor de filosofía poltica, periodista, escritor e investigador. Es autor de Cuba: Entre la independencia y la libertad, Argentina 1810-1880: Un milagro de la historia, Los condicionamientos éticos de la libertad , entre otros.
Mi amigo Jose Ignacio García Hamilton escribió una biografía de Juan Bautista Alberdi que tituló: Vida de un ausente. Voy a tomar ventaja de ese título ilustrativo de una realidad de vida, para adoptarlo a una realidad de ideas. La ausencia de Alberdi durante su vida y su aparente soledad durante su auto exilio europeo pudo ser y seguramente fue triste, desde el punto de vista humano. Pero como yo no intento una biografía vital sino política, he llegado a la siguiente conclusión: La ausencia física de Alberdi no impidió que su pensamiento trascendiera las distancias.



Fue así que influenciaron a los hombres de la generación del 37 que lograron el milagro de sacar a la Argentina de la Edad Media y proyectarla por las cimas de la historia, liberándola asimismo del supuesto Iluminismo europeo que considero que fue la fuente filosófica del totalitarismo racionalista europeo.
El progreso y adelanto relativo de un país respecto a los demás se prueba con lo que se ha denominado el voto con los pies. Eran entonces los europeos los que emigraban a la Argentina en busca de libertad de la que carecían en la Francia del Segundo Imperio y las Comunas de Paris, en la Alemania Bismarckiana, a la que el propio Hitler consideró el Segundo Reich. Y por supuesto no olvidemos a la Madre patria que logró llevar la Edad Media hasta el siglo XX.
El drama en la actualidad es la ausencia del ausente en Argentina, una ausencia que ya lleva más de setenta años. Esa ausencia se ha traducido en una Argentina decadente, empobrecida y oprimida por la mano de un nacionalismo fascistoide y de un socialismo terrorista, cuyas figuras descollantes siguen siendo por una parte Perón y Evita y por la otra la presencia post mortem del Che Guevara, propulsor del amor al odio. Pero antes de seguir hablando de Alberdi permítanme dejarlo hablar a el. Así voy a comenzar con una cita que deja a las claras la lucidez de su visión sobre la libertad. Y más aun de su percepción histórica de las facetas del totalitarismo que, surgido de Europa, pondría al mundo en el siglo XX al borde del Apocalipsis.
Las palabras que siguen fueron parte de una observación hecha a Sarmiento respecto al concepto mismo de la barbarie. Esa palabras no descalifican en modo alguno la figura ni la labor eximia de Sarmiento respecto a la educación, sino que reflejan la aguda percepción de Alberdi sobre el perjuicio histórico que habría de sobrevenir como consecuencia del racionalismo surgido de la llamada Ilustración. Así dijo: “Tenga cuidado señor Sarmiento, en vista de los ejemplos célebres que acaban de probar ante el mundo aterrorizado que se puede ser bárbaro sin dejar de ser instruido, y que hay una barbarie letrada mil veces más desastrosa para la civilización verdadera que la de todos los salvajes de la América desierta”.
En ese pensamiento Alberdi, observando los desastres de las Comunas de Paris, cuando los primeros marxistas quemaban la Ciudad Luz, preveía el futuro de los totalitarismos europeos que hicieran eclosión en el siglo XX. Era evidente para el que las comunas representaban los prolegómenos de ese proceso filosófico que derivó en lo que he denominado el oscurantismo de la razón y que produjo por tanto el terror racional, que es otra forma de fanatismo occidental.
Alberdi asimismo había percibido el peligro que engendraba la democracia de masas y así lo manifestó, como lo había hecho igualmente James Madison, comparándolo con el estado de naturaleza donde el individuo más débil se encontraba a merced del mas fuerte (SIC). Escribió así en El sistema económico y rentístico: “ No participo del fanatismo inexperimentado, cuando no hipócrita, que pide libertades políticas a manos llenas para pueblos que sólo saben emplearlas en crear sus propios tiranos”. Así predecía el advenimiento de Hitler, Mussolini y por qué no decirlo, de Perón y mas recientemente de Chávez. Eso no significa estar en contra de la democracia sino a favor de la república en la cual existe la limitación del poder político a través de la separación de los poderes del Estado y la defensa irrestricta de los derechos individuales. Particularmente el derecho de propiedad y que adelantándose a los tiempos incluyó la propiedad intelectual.
Pasando entonces a la prédica demagógica de la libertad Alberdi reconoce y explica la diferencia sustancial entre la libertad interna y la libertad externa. O sea entre el respeto y la defensa de los derechos individuales y la independencia, y en ese sentido escribió: “La Patria es libre cuando no depende del extranjero, pero el individuo carece de libertad cuando depende del Estado de una manera omnímoda y absoluta”. En esta observación ya Alberdi debatía con Hegel según quien el individuo no tenía más  razón de ser que su pertenencia al Estado. Asimismo discrepaba con el concepto de soberanía tal como había sido definido por Rousseau en el Contrato social.
Vemos así que había tomado en cuenta el principio fundamental de Locke del que surge la razón de ser de la limitación del poder político y que lo expresa cuando dijo: “Los monarcas también son hombres”. La importancia de este principio la reconoce Alberdi y así siguió diciendo: “La omnipotencia del Estado o el poder omnímodo de la Patria respecto a los individuos que son sus miembros, tiene por consecuencia necesaria la omnipotencia del gobierno en que el Estado se personifica, es decir el despotismo puro y simple”.
Alberdi había tomado conciencia de que la diferencia entre la libertad interna y externa no era conocida en Europa y por tanto tampoco entre nosotros y al respecto dijo: “América del Sur se liberará el día que se libere de sus liberadores”. Y ahondando en el tema se refiere al carácter de lo que denomina la libertad latina y dijo: “¿Cuál es la índole de la libertad latina? Es la libertad de todos refundida y consolidada en una sola libertad colectiva y solidaria, de cuyo ejercicio exclusivo está encargado un libre emperador o un Zar liberador. Es la libertad del país personificada en su gobierno, y su gobierno todo entero personificado en un hombre”. Y citó sin nombrarlo a Luis XIV: El Estado soy yo.
Igualmente Alberdi había comprendido la falacia que entraña la entelequia del Estado, y consecuentemente aceptado el nominalismo de los universales (pueblo, nación, estado, humanidad). Por tanto descreía de la supuesta eticidad de aquellos que pretendían actuar por el bien público descalificando moralmente los intereses particulares como la expresión del egoísmo frente a la virtud de la solidaridad. Y al respecto dijo: “El egoísmo bien entendido de los ciudadanos sólo es un vicio para el egoísmo de los gobiernos que personifican a los Estados”. Por ello Alberdi cree en la empresa privada basada en el derecho de propiedad, y denigra la mera idea del socialismo al que califica de hipócrita y así dijo en El sistema económico y rentístico: “Pero no bastaba reconocer la propiedad como derecho inviolable. Ella puede ser respetada en principio y desconocida y atacada en lo que tiene de más precioso —en el uso y disponibilidad de sus ventajas… El socialismo hipócrita y tímido ha empleado el mismo sofisma, atacando el uso y disponibilidad de la propiedad en nombre de la organización del trabajo”. Por ello concluyó: “El ladrón privado es el más débil de los enemigos que la propiedad reconozca…Ella puede ser atacada por el Estado en nombre de la utilidad pública”. En estas palabras percibimos hoy más que nunca la problemática planteada en la Argentina por el gobierno de turno.
Sigamos el análisis de la filosofía alberdiana, cuya ignorancia a nuestro juicio ha sido determinante de la decadencia argentina. Nos referiremos entonces al problema de la seguridad y de la justicia. Y comienza diciendo Alberdi: “He vivido veinte años en el corazón del mundo civilizado, y no he visto que la civilización signifique otra cosa que la seguridad de la vida, de la persona, del honor y de los bienes”. Ya pues conocía la esencia de los derechos individuales y por ello agregaba: “Pero así como toda la civilización política de un país está representada por la seguridad de que disfrutan sus habitantes, así también toda su barbarie consiste en la inseguridad, o lo que es igual en la ausencia de la libertad de ser desagradable al que gobierna sin riesgo de perder  por eso su vida, su honor o sus bienes como culpable de traición al país”. Esta es la barbarie de la tiranía y del totalitarismo surgido del racionalismo moral.
Consecuentemente Alberdi se refiere a la importancia decisiva de la justicia, que por supuesto no la confunde con la justicia social y dijo: “La propiedad, la vida, el honor son bienes nominales donde la justicia es mala. No hay aliciente para trabajar en la adquisición de bienes que han de estar a merced de los pícaros…La ley, la Constitución, el gobierno son palabra vacías sino se reducen a hechos por la mano del juez, que en último resultado es quien lo hace ser realidad o mentira”.
Es evidente que esta situación prevista por Alberdi se vive hoy en Argentina donde la justicia depende del Ejecutivo que es lo mismo que decir que no existe. Ya se han levantado algunas voces exponiendo esta realidad oprobiosa que de hecho significa la dictadura y la falta de libertad. Es a causa de estas circunstancias que el campo se ha rebelado, poniendo de manifiesto el estado de indefensión judicial que vive la ciudadanía en general por más que pocos se hayan atrevido a cuestionarla. Las retenciones son la forma hipócrita de violar los derechos de propiedad tal como lo había dicho Alberdi y así se expresó: “Hasta aquí el mayor enemigo de la riqueza del país es la riqueza del fisco”.
En otro ámbito del quehacer político conforme al proyecto de Alberdi de que gobernar es poblar, se refirió al extranjerismo o sea al odio al extranjero. Al respecto dijo en Las bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina: “La prensa, la historia preparada para el pueblo deben trabajar para destruir las preocupaciones contra el extranjerismo por ser obstáculo que lucha de frente con el progreso de este continente. La aversión al extranjero es barbarie en otras naciones; en las naciones de América del Sur es algo más, es causa de ruina y de disolución de la sociedad de tipo español”. Alberdi pues nos había advertido de lo que habría de pasar como consecuencia de la enseñanza nacionalista iniciada a principios del siglo XX, que se apoderara del pensamiento ilustrado argentino a través del nacionalismo católico —acólito indiscutible del fascismo mussoliniano y que definitivamente alcanzó el poder con el advenimiento de Perón.
Los resultados están a la vista y ya Alberdi había previsto la incongruencia del nacionalismo y sus implicaciones económicas y escribió: “Toda ley que atribuye al Estado de un modo exclusivo, privativo o prohibitivo, que todo es igual, el ejercicio de operaciones o contratos que pertenecen esencialmente a la industria comercial, es ley derogatoria de de la Constitución en la parte que esta garantiza la libertad de comercio a todos y cada uno de los habitantes de la Confederación”. Es evidente que a partir de la llegada de Perón y continuando con sus sucesores la Argentina ha violado la Constitución de 1853. Y al respecto Alberdi advertía: “La idea de una industria pública es absurda y falsa en su base económica”. Así ya en 1853 Alberdi se oponía al comunismo que habría de llegar en 1917  y preveía lo que finalmente hasta el propio Lenin llegó a comprender cuando escribió su ensayo “La nueva política económica”. Desafortunadamente en la actualidad se han olvidado estas advertencias y se ha vuelto al pensamiento de Lenin contenido en Imperialismo: Etapa superior del capitalismo, donde se oponía a la inversión extranjera por considerarla una forma de explotación de los países ricos a los pobres.
Alberdi igualmente predicó la libertad religiosa y así Argentina a partir de 1853 se convirtió en el segundo país en el mundo donde hubiera libertad de cultos. Todo parece indicar que en este aspecto Alberdi estaba influenciado por el pensamiento de Locke contenido en su “Carta sobre la tolerancia”, y así al respecto escribió: “Querer el fomento de la moral en los usos de la vida y perseguir iglesias que enseñan la doctrina de Cristo ¿Es cosa que tenga sentido?” De la misma forma también defendió la separación del Estado de la Iglesia aun cuando en la Constitución de 1853 se llegó a una transacción por la cual el Estado debía sostener el culto católico y el presidente debía ser católico.
Creemos igualmente que el pensamiento de Alberdi estaba influenciado por David Hume en su forma de denigrar a Rousseau. Por esa razón se pronunció contra el principio de que la ley era la voluntad general, y citando a Rivadavia dice: “Fatal es la ilusión en que cae un legislador cuando pretende que su talento puede modificar la naturaleza de las cosas o suplir a ella sancionando y decretando creaciones”. Es por ello que asimismo defiende la función esencial de la oposición en el gobierno como garantía de la libertad.
Por último Alberdi, al igual que James Madison, estaba en contra de la guerra y consideraba la paz como un requisito indispensable del progreso y libertad de los pueblos. Así escribió en Las bases: “Reducir en dos horas a una gran masa de hombres a su octava parte por la acción del cañón; he ahí el heroísmo antiguo y pasado. Por el contrario, multiplicar en pocos días una población pequeña, es el heroísmo del estadista moderno; es grandeza de creación en lugar de grandeza de exterminio”. Pero Alberdi adelantándose a su tiempo y en forma mucho más esclarecida que  Kant en su Paz perpetua prevé las causas determinantes de que las guerras fueran más raras. Así en El crimen de la guerra, prohibido por Perón, Alberdi escribió: “Pero indudablemente las guerras serán más raras a medida que  la responsabilidad de sus efectos se hagan sentir en todos los que las promueven y suscitan”. Indudablemente que la existencia de las armas nucleares produjo el efecto previsto por Alberdi y por ello la Guerra Fría no derivo en la tercera guerra mundial. Este hecho fue más tarde reconocido por el Papa Juan Pablo II antes de su muerte.
Por todo lo dicho anteriormente me atrevería a decir que la Argentina hoy más que nunca necesita el reencuentro con el pensamiento del gran ausente cuyas idea produjeron el milagro argentino de la Constitución de 1853

Ausencia y vigencia de Alberdi

Armando Ribas dice que "La ausencia física de Alberdi no impidió que su pensamiento trascendiera las distancias. Fue así que influenciaron a los hombres de la generación del 37 que lograron el milagro de sacar a la Argentina de la Edad Media y proyectarla por las cimas de la historia".
Armando Ribas es abogado, profesor de filosofía poltica, periodista, escritor e investigador. Es autor de Cuba: Entre la independencia y la libertad, Argentina 1810-1880: Un milagro de la historia, Los condicionamientos éticos de la libertad , entre otros.
Mi amigo Jose Ignacio García Hamilton escribió una biografía de Juan Bautista Alberdi que tituló: Vida de un ausente. Voy a tomar ventaja de ese título ilustrativo de una realidad de vida, para adoptarlo a una realidad de ideas. La ausencia de Alberdi durante su vida y su aparente soledad durante su auto exilio europeo pudo ser y seguramente fue triste, desde el punto de vista humano. Pero como yo no intento una biografía vital sino política, he llegado a la siguiente conclusión: La ausencia física de Alberdi no impidió que su pensamiento trascendiera las distancias.


Sunday, October 23, 2016

Alberdi y el libre comercio




Por Gabriel Boragina 
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Juan Bautista Alberdi, a quien no creemos equivocarnos si lo designamos como el primer gran constitucionalista argentino, fue -sin lugar a dudas- un gran paladín de la libertad, y tuvo un papel transcendental en la época de la formación de la República Argentina. Inspirador de la Constitución de esa nación, fue precisamente sumamente claro en describir el espíritu que animaba a esa constitución que se basó en sus formidables ideas, verdaderamente revolucionarias para su tiempo. Una de sus preocupaciones residió en explicar cómo esa misma constitución contenía un programa completo de libertad económica, que incluía –como no podía ser de otro modo- la libertad de comerciar. He aquí algunos de sus párrafos en tal sentido:  



"Los art. 9, 10, 11 y 12, según los cuales no hay más aduanas que las nacionales, quedando libre de todo derecho el tránsito y circulación interna terrestre y marítima, hacen inconstitucional en lo futuro toda contribución provincial, en que con el nombre de arbitrio o cualquier disfraz municipal se pretenda restablecer las aduanas interiores abolidas para fomentar la población de las provincias por el comercio libre. En Francia se restauraron con el nombre de octroi (derecho municipal) las aduanas interiores, abolidas por la revolución de 1789. Es menester no imitar esa aberración, que ha costado caro a la riqueza industrial de la Francia."[1]

Desafortunadamente, y salvo muy contados periodos posteriores al ejercicio de la novel constitución alberdiana, con el andar de los tiempos, el noble federalismo que la Carta Magna proclamaba fue paulatinamente dejado de lado y, algunas veces más, otras veces menos, pero con tendencia progresiva, el federalismo constitucional fue disipándose en el transcurrir. Formalmente, en nuestros días las aduanas interiores ya no existen. Pero –acorde lo temía nuestro prócer- fueron sigilosamente reemplazadas por medio de otras medidas que, con nombres diferentes, se alzaron como barreras muy similares a la de las aduanas de aquel entonces. Los impuestos provinciales, por ejemplo, que a veces alcanzan niveles abusivos para determinados artículos o renglones, hacen en los hechos de barreras aduaneras para el ingreso de empresas, productos o servicios. El régimen actual de coparticipación federal es muestra acabada de la más flagrante violación a la letra y al espíritu de la constitución fundadora.

"Conforme a semejantes leyes, ¿puede entenderse concedido el goce y ejercicio de las garantías de libertad, igualdad y propiedad? ¿Podría ser ejercida la libertad de comercio conforme a las leyes de Felipe II y de su padre Carlos V, los opresores del comercio libre? Nuestros legisladores deben tener presente la historia del derecho que está llamado a reformar; y todo economista argentino debe fijarse en los nombres que suscriben la sanción de la mayor parte de las leyes civiles que reglan el ejercicio de las garantías que la Constitución ha concedido a la industria. Así verán que en la obra de la organización que nos rige en plena república independiente, nueve partes tienen los reyes absolutos de España, y una la América emancipada. Esta única parte está en el derecho constitucional; las nueve realistas en el derecho orgánico. Practicar la Constitución conforme a este derecho, es realizar la república representativa conforme a la monarquía simple y despótica. He aquí lo que pasa de ordinario en nuestro régimen económico."[2]

Alberdi se lamentaba en este párrafo de las leyes que -por entonces- regían a la Confederación Argentina. Se refería al derecho español que gobernó hasta 1810. Pero que -en los hechos- perduró durante muchos años más, ya no tanto en su letra como en su espíritu, incluso en las primeras leyes patrias propiamente dichas. Desdichadamente, el llamado del insigne argentino hacia los legisladores no fue escuchado, y si bien entre estos últimos ha habido –fuerza es reconocerlo- honrosas excepciones, la tendencia mayoritaria ha sido en restringir el libre comercio mediante leyes regulatorias de corte proteccionista, lo que -en los hechos- implicaba un retorno a la legislación colonial de la cual se suponía se quería renegar a través de las luchas de la independencia. El tiempo demostró que se obtuvo una mera independencia política de la metrópoli, y hasta todavía económica de esta también, pero el elemento ausente en el tramo final fue una auténtica independencia de sistema económico, y que -en definitiva- la República terminó adoptando como propio el régimen económico mercantilista heredado de España, el que, en una general visión retrospectiva histórica, no fue abandonado jamás hasta el presente. Alberdi temía -ya en su momento- que ello fuera a suceder, como lo demuestran estas otras palabras suyas:  

"Guárdese el comercio actual de Buenos Aires de volver a merecer la descripción que hizo el doctor Moreno del comercio bonaerense de 1809. - "Un cuerpo de comercio que "siempre ha levantado el estandarte contra el bien común de los demás pueblos; que ha sido ignominiosamente convencido ante el monarca del abuso rastrero de comprar el mal nacional con cantidades de que no podía disponer". (Representación de los hacendados de las campañas del Río de la Plata, pidiendo el comercio libre con la nación inglesa en 1809)".[3]

Paradójicamente, era Buenos Aires quien se oponía al libre comercio entre Inglaterra y las Provincias Unidas del Rio de la Plata, conforme el propio Alberdi lo explica. Clara demostración todo, de cómo se combinaban de manera perfecta -tal como hoy también sucede- un exacerbado centralismo político complementado por un proteccionismos económico, que no son más que dos caras de la misma moneda, y que concurren paralelamente. Esta puja entre el centralismo porteño y el descentralismo provincial ha sido una constante desde las palabras de Alberdi hasta hoy, y continúa siendo un tema de gran actualidad pese a su antigüedad.

"Como repetidas veces Buenos Aires había frustrado los esfuerzos de las provincias para crearse un gobierno común con sólo quedar aislada y prescindente, las provincias vieron que para crear su gobierno general, les era indispensable destituir a Buenos Aires de los medios efectivos que tenía de impedírselos por su simple prescindencia sistemática, con la cual debían contar siempre las provincias. Y como Buenos Aires retenía esos medios al favor del monopolio que hacía de la navegación y del comercio exterior, las provincias cuidaron esta vez de proclamar la libre navegación de los ríos, para atraer a sus manos, por medio del comercio libre, los recursos elementales del poder de que Buenos Aires las tenía privadas por medio del comercio esclavizado, es decir, por medio del comercio indirecto obligatorio."[4]







[1] Alberdi, Juan Bautista. Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853. .pág. 48


[2] Alberdi, J.B. ídem. Pág. 57

[3] Alberdi, J.B. ídem. Pág. 122


[4] Alberdi, J.B. ídem. Pág. 221

Alberdi y el libre comercio




Por Gabriel Boragina 
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Juan Bautista Alberdi, a quien no creemos equivocarnos si lo designamos como el primer gran constitucionalista argentino, fue -sin lugar a dudas- un gran paladín de la libertad, y tuvo un papel transcendental en la época de la formación de la República Argentina. Inspirador de la Constitución de esa nación, fue precisamente sumamente claro en describir el espíritu que animaba a esa constitución que se basó en sus formidables ideas, verdaderamente revolucionarias para su tiempo. Una de sus preocupaciones residió en explicar cómo esa misma constitución contenía un programa completo de libertad económica, que incluía –como no podía ser de otro modo- la libertad de comerciar. He aquí algunos de sus párrafos en tal sentido:  

Thursday, September 15, 2016

Alberdi y el gasto público (II)

Por Gabriel Boragina © 

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Alberdi creía que un gasto público elevado no constituía necesariamente un obstáculo a la producción, lo que comparado con otros pasajes de su obra denotan cierta ambigüedad suya en el tema. Prueba de lo anterior la encontramos, por ejemplo, en esta cita:
"Repartir bien el peso de las contribuciones no sólo es medio de aligerarse en favor de los contribuyentes, sino también de agrandar su producto en favor del Tesoro nacional. La contribución es más capaz de dañar por la desproporción y desigualdad que por la exorbitancia: tan verdadero es esto, que muchos han visto en las contribuciones elevadas un estímulo a la producción más que un ataque. Todos recuerdan lo que sucedió en Inglaterra antes de 1815: a medida que se elevó el gasto público y con él la tasa de las contribuciones, mayor fue la producción. Muchas explicaciones ha recibido ese fenómeno, y de las más sensatas resulta, que si los impuestos no fueron causa del aumento de producción, tampoco fueron un obstáculo. - ¿Por qué? Porque pesaron sobre todos los agentes y modos de producción, a la vez que a todos ellos se les aseguró campo y libertad de acción."[1]


Ferviente partidario del impuesto proporcional que recayera sobre todos y cada uno de los ciudadanos, contaba que de tal modo la producción general no se vería afectada. Su argumento parecía hallar como toda apoyatura la experiencia de "Inglaterra antes de 1815". No podemos dejar de señalar que hay una cierta contradicción con lo que el insigne argentino había expuesto unas páginas antes (pág. 105). En su tesis, siempre y cuando el impuesto sea igualitario y proporcional la producción no sólo no disminuiría sino que hasta podría crecer. Hoy, desde una visión provista por la Escuela Austriaca de Economía, podríamos disentir con su enfoque. Indudablemente es positivo y hasta necesario que los impuestos sean proporcionales e igualitarios, pero al mismo tiempo es tan trascendente como que sean los menores posibles. Porque -como el mismo Alberdi parecía pensar en la pág. 105 de su obra-, el gasto privado y público son -en realidad- uno mismo, y no dos gastos de naturaleza distinta. En sus exactas palabras: "el gasto público y el gasto privado, pues no son gastos de dos naturalezas, sino dos modos de un mismo gasto, que tiene por único sufragante al hombre en sociedad". Pero hay una diferencia sustancial entre ambos, y es que no es la misma persona la que hace uno y otro gasto, si bien los recursos que se utilizan provienen de una misma fuente. En el gasto privado "A" gasta los recursos de "A", en tanto que en el gasto público "B" gasta los recursos de "A". Y, por cierto, nada garantiza que -en el segundo supuesto- "A" estuviera de acuerdo con "B" en cuanto a dos cosas: que se utilicen sus dineros para el gasto "C, D...etc." (por caso) y en segundo lugar –suponiendo que ese consentimiento existiera- que también hubiera una segunda anuencia por la cual "A" estuviera conforme con el destino de ese gasto que "B" hace en "C".

"Más adelante, en el capítulo sobre los objetos del gasto público, estudiaremos la necesidad de dividir el presupuesto en tantos capítulos de gastos como el número de los ministerios que integran el despacho colectivo del gobierno, y de que los artículos de gastos y entradas sean discutidos y sancionados separadamente, sin que el gobierno pueda trasladar a un artículo fondos destinados a otro: cuyos requisitos son garantías prácticas de limpieza en la gestión del Tesoro nacional, y no meras y vanas formalidades".[2]

Aquí tenemos otro párrafo en el cual no parece preocuparle demasiado a Alberdi el tamaño del gasto público, dado que sigue poniendo el énfasis en dos aspectos: el equilibrio y el destino. Hoy objetaríamos, desde nuestra perspectiva actual, que el volumen del gasto público importa y mucho, si tenemos en cuenta algo que el propio Alberdi parecía aceptar páginas antes : que lo que el estado-nación gasta lo extrae de impuestos que, necesariamente, cobra al contribuyente, y que ello implica (simple operación aritmética mediante) que cada unidad monetaria que el "estado" gasta es una unidad memos que el particular tendrá disponible –pero- para diferentes propósitos : ya sea gastar, invertir, ahorrar, etc. Por lo que no resulta indiferente –repetimos- la cuantía de ese gasto "público" que, en rigor, es puro gasto estatal.

Un problema que Alberdi enfrentaba en su tiempo era el del federalismofrente al unitarismo, términos con los cuales se designaba en aquella época lo que hoy llamaríamos descentralización frente a centralización tanto del poder como de los recursos que ese poder maneja. Ello le hacía señalar con precisión que:

"Así los gastos de provincia no son del resorte del Tesoro nacional en la Confederación Argentina. Pero es preciso no confundir con los gastos de provincia propiamente dichos los gastos de carácter nacional ocasionados en provincia. En este sentido, los gastos nacionales de la Confederación, considerados dentro de sus límites excepcionales, son susceptibles de la división ordinaria en gastos generales y gastos locales de carácter federal. Los gastos del servicio de aduanas, del de correos, de la venta de las tierras públicas, los gastos del ejército, que son todos gastos nacionales, se dividirán naturalmente en tantas secciones locales como las provincias en que se ocasionen. Esa división será necesaria al buen método y claridad del cálculo de gastos y a la confección de la ley de presupuestos. Por otra parte, residiendo el gasto público al lado de la entrada fiscal en cada sección de la Confederación, y no habiendo necesidad de que el Tesoro percibido en provincia viaje a la capital para volver a la provincia en que haya de invertirse, la división de entradas y gastos en dos órdenes, uno general y otro local, servirá para distribuir los gastos locales que pertenecen a la Confederación en el orden en que están distribuidas las entradas, sin necesidad de sacar los caudales del lugar de su origen y destino en la parte que tiene de federal o nacional. Bajo el antiguo régimen español del virreinato argentino, se observaba un método semejante que se debe estudiar como antecedente nacido de la experiencia de siglos".[3]

Alberdi y el gasto público (II)

Por Gabriel Boragina © 

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Alberdi creía que un gasto público elevado no constituía necesariamente un obstáculo a la producción, lo que comparado con otros pasajes de su obra denotan cierta ambigüedad suya en el tema. Prueba de lo anterior la encontramos, por ejemplo, en esta cita:
"Repartir bien el peso de las contribuciones no sólo es medio de aligerarse en favor de los contribuyentes, sino también de agrandar su producto en favor del Tesoro nacional. La contribución es más capaz de dañar por la desproporción y desigualdad que por la exorbitancia: tan verdadero es esto, que muchos han visto en las contribuciones elevadas un estímulo a la producción más que un ataque. Todos recuerdan lo que sucedió en Inglaterra antes de 1815: a medida que se elevó el gasto público y con él la tasa de las contribuciones, mayor fue la producción. Muchas explicaciones ha recibido ese fenómeno, y de las más sensatas resulta, que si los impuestos no fueron causa del aumento de producción, tampoco fueron un obstáculo. - ¿Por qué? Porque pesaron sobre todos los agentes y modos de producción, a la vez que a todos ellos se les aseguró campo y libertad de acción."[1]