REFLEXIONES LIBERTARIAS
Caída de quienes quisieron ser dioses IV
Tercer experimento. La deuda
Ricardo Valenzuela
A finales de los años 70, siendo Director General de
Banco Ganadero y Agrícola en mi estado, Sonora, con frecuencia viajaba a la
ciudad de Mexico y siempre tenía la gran oportunidad de compartir con un hombre
sabio, maestro, y gran banquero, Rubén Aguilar, en aquella época Director
General de Banamex. Navegábamos la administración de López Portillo y la fiebre
del petróleo que provocaba ilusiones, endeudamiento masivo, y el presidente
arengándonos: “Debemos prepararnos para manejar la abundancia”.
En una ocasión, en la sobremesa de una comida, Rubén
muy serio me dice: “No me gusta la tendencia de un mundo que cada día se
sumerge más en un profundo mar de deuda. Creo que estamos cayendo en el abuso e
irresponsabilidad. No se está creando suficiente capital para sostener el
crecimiento explosivo de esa deuda. A veces pienso que, si se pudiera hacer un
experimento y congelar el tiempo, pasar luego a liquidar todos los activos de
los bancos, no sería suficiente para pagar sus pasivos”.
Esa conversación la teníamos, antes de la aparición
del hombre que provocara la revolución de la deuda y de los mercados
financieros, Mike Milken. Antes de la emergencia de la ingeniería financiera,
de los bonos chatarra, las compras apalancadas, la toma de empresas por asalto,
fondos de inversión a base de endeudamiento y, sobre todo, de los expansivos
gobiernos demandando crédito para soportar su gigantismo, las grandes pérdidas
generadas por sus empresas estatales, sus guerras y, en especial, su
corrupción. En los años 80 seriamos testigos de operaciones como la toma por
asalto de Nabisco, por $24 billones de dólares, totalmente financiada con
deuda.
Días después me encontraba en el lobby del hotel Hyatt
en Los Ángeles, cuando llama mi atención un numeroso grupo de hombres
elegantemente vestidos, en la antesala de uno de los salones VIP del hotel. Minutos
después me encontraba con Bob Malone, para trasladarnos a sus oficinas de la
División Internacional en el Bank Of América, de la cual era Vicepresidente. Le
señalo el grupo para preguntar ¿quiénes son? Me responde, “son banqueros de
todo el mundo esperando turno para entrevistarse con Everardo Espino, y ofrecer
financiamiento sin límites para Pemex”. Reviro, ¿Bank of América no participa?
Me responde Bob; “Nosotros no participamos porque pensamos Pemex necesita
capital, no mas endeudamiento”.
Solo tres años después, esos mismos banqueros se
amotinaban en las oficinas de Pemex de la ciudad de Mexico, tratando de
recuperar sus préstamos luego que, en Septiembre de 1982, el Secretario de
Hacienda, Silva Herzog, se presentara en Washington para declarar la bancarrota
del país. López Portillo abandonaba un México en ruinas cuya deuda, en solo 12
años, viajaba de menos de $5 Billones de dólares, a casi $100 Billones, el
gasto público lo hacía de 20% del PIB al 48%, y un peso que se había devaluado
más de 300%.
En los buenos tiempos y de negocios bien cimentados,
la deuda mantenía dos controles; los tipos de interés y la obligación de pagar.
Pero los tipos de interés son ahora manipulados por los bancos centrales, y la
renovación de los préstamos se hace automáticamente, pues los financieros
evaden enfrentar la realidad de sus horrendos portafolios. Continúan dilatando
el estallido pensando alguien llegará a salvarlos. El mundo entero se ha hecho
adicto a la deuda, y ya se ha consumido la riqueza del futuro. Pero como todas
las adicciones, sanidad implica transitar el doloroso camino de la retirada,
aunque para nuestras sociedades consentidas y egocéntricas, el dolor y el
sacrificio no son aceptables. Sin embargo, ese ajuste de cuentas llegará, y
mientras más se dilate, más potente será ese estallido.
Para lograr un panorama claro del problema mundial de
la deuda, es interesante analizar la experiencia de México posterior a la
devaluación de 1994, puesto que dibuja claramente lo que sucede cuando se
abusa. La reprivatización de los bancos se había llevado a cabo adquiridos por
los nuevos banqueros, pero no pagaban por esas adquisiciones con capital
fresco, pagaban con endeudamiento cortesía de los mismos bancos que se
compraban. En el proceso de modernización financiera, el encaje legal, a través
del cual el estado controlaba la industria, se liberaba estilo primer mundo.
Los nuevos banqueros, no precisamente procedentes del primer mundo, daban
inicio a la bacanal de crédito.
Las empresas mexicanas se convertían a la religión de
la deuda olvidándose de la formación de capital. Ante el panorama del “Mexican
Miracle”, cortesía de un presidente Salinas que estabilizaba la economía, el
peso, consolidaba y reducía la deuda, ordenaba las finanzas públicas, y abría
el país a los mercados mundiales, los bancos continuaban la fiesta ahora
emitiendo y vendiendo sus bonos en los mercados internacionales, que los
demandaban con apetito desmedido. Todo se compraba y se vendía a crédito. Pero
en Diciembre de 1994 llegaba la cita con la horrorosa cruda. El peso se
devaluaba, los bancos se empantanaban y pronto eran abandonados por los nuevos
banqueros, para regresarlos al gobierno, adornados con sus deudas.
Las empresas mexicanas en sus balances mostraban
gigantescas deudas que arropaban su raquítico capital. Los préstamos en dólares
se cuadriplicaban, sus mercados se deprimían. Sus años de crecimiento a base de
endeudarse pasaban ahora la factura, pero ellos no la pagarían. Emerge el
gobierno redentor para proteger a sus muchachitos traviesos. Nace el Fobaproa,
fideicomiso del estado, al cual se le traspasan $100 billones de dólares de la
deuda empresarial.
Resultado: Los bancos son rescatados y vendidos a
extranjeros, algunos banqueros se hacen billonarios, las empresas irresponsables,
con su borrón y cuenta nueva, se quedan sin pasivos pero con todos sus activos.
Las pérdidas a nivel nacional se estiman en $500 billones de dólares. La deuda
se barre debajo de la alfombra, y el que venga atrás que arree, pues se baja el
cero y no toca.
Historias similares se repiten por todo el mundo. Fue
el caso de la grave crisis de EU en el 2008. Desde la era de Bill Clinton,
políticamente se decidió que todo mundo debería tener su casa propia, se inicia
una presión, con aroma a coerción, sobre los bancos, para prestar incumpliendo
principios básicos de la operación de crédito, para luego vender esa deuda al
mismo gobierno y a inversionistas. Las solicitudes eran automáticamente
aprobadas, no importaba referencias, empleo, ingresos etc. Pero al vencimiento
esas hipotecas nunca se liquidarían, se iniciaba la debacle.
Estamos atestiguando un mundo en el cual el abuso de
confianza es política popular y, por ello, el sistema se ha hecho sumamente
frágil. Sin embargo, fragilidad es un concepto traicionero. Durante algún
tiempo nada parece suceder y prudencia se confunde con estupidez, pero de
repente, sin aviso alguno, emerge ese infierno vengador cobrando facturas por
nuestros actos irresponsables, y son facturas con intereses moratorios.
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