Minghao Zhao
Minghao Zhao is a research fellow at
the Charhar Institute in Beijing, an adjunct fellow at the Chongyang
Institute for Financial Studies at Renmin University of China, and a
member of the China National Committee of the Council for Security
Cooperation in the Asia Pacific (CSCAP).
¿Qué rumbo tomará la relación entre Estados Unidos y China con Trump?
BEIJING
– La sorprendente victoria de Donald Trump en la elección presidencial
de los Estados Unidos derribó todas las certezas que definían no sólo la
política de aquel país sino también su imagen ante el mundo. Trump debe
encarar ahora los pormenores de la gestión de relaciones exteriores de
su país, y puede decirse que ninguna es más importante para el mundo
como la que mantiene con China. Pero también es la que quedó en terreno
más incierto, dado el tenor de la campaña de Trump.
El
presidente electo puede complicar las relaciones bilaterales, sobre
todo porque su primer año de mandato coincidirá con el 19.º Congreso
Nacional del Partido Comunista de China, que se celebrará en la segunda
mitad del año entrante. En un mundo ideal, tanto Trump como el
presidente chino Xi Jinping querrían mantener estable la relación
sinoestadounidense. Pero no será tarea fácil, no sólo por la retórica
sinófoba de Trump, sino también por los presentes desacuerdos respecto
de los reclamos territoriales chinos en el mar de China meridional y las ambiciones nucleares de Corea del Norte;
además, la relación bilateral puede verse afectada por disputas
internas en Estados Unidos respecto de temas como el comercio
internacional, el valor del dólar y el proteccionismo.
Muchos
observadores chinos prevén que Trump tendrá que lidiar con divisiones
inéditas en su país. No sólo enfrentará cuestionamientos de los (ahora
atónitos) demócratas, sino también de los republicanos que se opusieron a
su candidatura, sea abierta o encubiertamente. En estas circunstancias,
su primera prioridad tendrá que ser ordenar la situación interna. Pero
si confunde eso con la idea de “poner a los Estados Unidos primero”,
como dijo en campaña, es probable que surjan más tensiones.
Más
allá de la política interna, el orden internacional ha sufrido estos
últimos años diversas conmociones que cambian profundamente el contexto
global de la relación sinoestadounidense. Los prolongados conflictos en
Ucrania y Siria insinúan la posibilidad de una nueva guerra fría entre
Estados Unidos y Rusia, y la agitación en aquellos países (y en otras
partes) es un elemento cada vez más perturbador para las economías
nacionales y los esquemas de seguridad.
Siendo
las dos principales potencias mundiales, Estados Unidos y China deben
hallar el modo de colaborar en estas inestables condiciones. Hoy su
vacilante relación muestra a la vez cooperación y un nivel cada vez
mayor de competencia. Lógicamente, lo segundo concitó más atención
mundial que lo primero.
El
presidente Barack Obama ha reforzado la presencia militar
estadounidense en el vecindario de China, así como las alianzas de
seguridad en Asia, e intervino muy abiertamente en las disputas
territoriales en el mar de China meridional. El gobierno chino ve estas
acciones (lo mismo que el proyectado Acuerdo Transpacífico de libre comercio entre doce países) como un intento de “contener” a China.
A
la par que Estados Unidos rebalancea su estrategia geopolítica en
dirección a Asia, China reafirma su presencia global con nuevas
iniciativas de seguridad y desarrollo internacional, entre ellas el
proyecto “un cinturón, una ruta”, que vinculará la economía china con
gran parte de Eurasia. Asimismo, el Banco Asiático de Inversión en
Infraestructura, liderado por China y al que Estados Unidos considera
una herramienta para desafiar el orden internacional, sigue atrayendo
miembros potenciales tan distantes como Canadá, que solicitó unirse en
agosto.
Esta
competencia de suma cero entre Estados Unidos y China aumenta la
probabilidad de un conflicto entre ambos países; un punto crucial será
el programa norcoreano de armas nucleares. Estados Unidos ya está
tomando medidas para evitar que Corea del Norte pueda atacar su
territorio o el de Corea del Sur, sobre la base de sistemas mejorados de defensa antimisiles.
Puede ocurrir que la nueva administración Trump complemente estas
medidas con acciones militares para aumentar la presión sobre China.
Pero cualquier intento de llevar tecnología nuclear bélica a Japón o la
península coreana, algo que Trump calificó de aceptable durante la
campaña, crearía una crisis en el noreste de Asia como no se ha visto
desde la Guerra de Corea.
Otro
tema de posible conflicto entre Estados Unidos y China es Taiwán. Las
relaciones entre la isla y China continental han sido bastante pacíficas
desde la Tercera Crisis del Estrecho (1995-1996), cuando el entonces
presidente estadounidense Bill Clinton envió un grupo de portaaviones de
ataque a la zona. Pero Taiwán sigue siendo un tema muy sensible (y
emocional) para China. Si la relación con la isla se deteriorara, otro
tanto podría sucederle a la que hay entre China y Estados Unidos.
Lo
mejor para el mundo es que la relación sinoestadounidense se mantenga
encarrilada, así que los dos países deberían ser más transparentes
respecto de sus intereses nacionales. Definir claramente las posiciones
permitirá a ambos seguir una política de restricción estratégica y
evitar las pasadas tentaciones de apelar a la exhibición de fuerza.
Un
conflicto entre Estados Unidos y China podría frustrar la modernización
del país asiático y dejar al pueblo chino sin el “sueño chino” que Xi
le planteó como meta. Para Estados Unidos, una ruptura diplomática
indicaría que China es un “caso perdido”, como se pensó que era cuando
Mao Zedong derrotó al régimen nacionalista de Chiang Kai-shek
(respaldado por Estados Unidos) en 1949. En un sentido más amplio, la
hostilidad entre ambos países se sentiría en todo el mundo, y
complicaría los intentos internacionales de enfrentar desafíos globales
como el cambio climático.
Para
evitar algo así en lo inmediato, Estados Unidos y China deben analizar
la posibilidad de formar un equipo conjunto que incluya funcionarios
experimentados de alto rango y expertos destacados de ambas partes. Este
grupo podría trazar un rumbo para la relación bilateral en 2017,
identificar conflictos potenciales y recomendar soluciones antes de que
las tensiones puedan alcanzar un punto crítico. Un nuevo marco
diplomático para la relación bilateral ayudaría a ambos países a evitar
confrontaciones estratégicas.
A
futuro, Estados Unidos y China necesitan un diálogo más profundo y una
visión compartida del orden internacional, para que ningún país se vea
en la tentación de formar bloques rivales. Estados Unidos y China
también deberían trabajar juntos en pos de una “globalización 2.0”,
mediante una reforma de las instituciones y normas internacionales que
tenga en cuenta las necesidades de los países establecidos y de los
emergentes.
Si
bien el potencial de conflicto bilateral en los próximos años es alto,
también hay margen para mejorar la cooperación. De hecho, dentro de la
enorme incertidumbre creada por la victoria de Trump, hoy desde lo
estratégico tiene más sentido que nunca forjar una relación nueva, en
vista de los cambios en las circunstancias globales, la geopolítica
regional y los desafíos internos a los que se enfrentan ambos países.
Trump debe
elegir ahora entre cooperación y confrontación como marco para la
política estadounidense hacia China. La elección debería ser obvia:
colaborar para reformar el orden internacional beneficiará a ambas
partes.
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