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Thursday, October 13, 2016

Una guía para principiantes sobre la economía socialista

Marian L. Tupy explica las principales razones por las cuáles la economía socialista fracasa: bloqueo del sistema de precios, incentivos perversos, entre otras.

Marian L. Tupy es analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute y editor del sitio Web www.humanprogress.org.
En estos últimos años me ha tocado hacer varias presentaciones a alumnos de colegios y universidades sobre la importancia de la libertad económica y de la amenaza persistente que representa el socialismo —como se puede observar, por ejemplo, en el reciente colapso económico de Venezuela. Un problema que he encontrado es que los jóvenes, hoy en día, no tienen una memoria personal sobre lo que fue la Guerra Fría, ni mucho menos un entendimiento de lo que fue la organización social y económica del bloque soviético, aspectos que no son priorizados o son ignorados por los programas educativos estadounidenses. Por esta razón he escrito una guía básica de la economía socialista, basada en mi propia experiencia creciendo en un país bajo un régimen comunista. Espero que este ensayo —tal vez un poco más largo— sea leído por muchos “millennials”, quienes frecuentemente son atraídos hacia ideas fracasadas de tiempos pasados.



Como un niño, creciendo en la Checoslovaquia comunista, por muchos años, pasaba caminando por un edificio en construcción que tenía como destino transformarse en un centro de salud o una clínica. La construcción de este edificio pequeño con forma de cuadrado era muy lenta y bien descuidada. Partes de la estructura se caían a pedazos incluso mientras el resto del edificio seguía construyéndose.
Recientemente volví a Eslovaquia. Un día, mientras manejaba a través de la capital, Bratislava, pude notar que un nuevo barrio se había desarrollado sobre una colina en la que dos años atrás no existía nada. Este enorme desarrollo de casas modernas y hermosas contaba con excelentes calles y un gran supermercado. Este nuevo barrio proveía hogares, privacidad y seguridad a cientos de familias.
¿Cómo puede ser posible para una empresa privada, planificar, construir y vender un vecindario completo en menos de dos años pero para un planificador central comunista imposible construir un edificio pequeño en casi una década?
Una parte importante de la respuesta yace en los “incentivos”. La empresa que construyó este vecindario en Eslovaquia no lo hizo por amor a la humanidad. Esta compañía desarrolló el proyecto, porque sus dueños (accionistas o inversores) buscaban obtener utilidades. Tal como lo expresó en 1776 Adam Smith, el padre fundador de la economía, “No es por la bondad del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés”.
En un mercado que funciona de forma normal, es raro encontrar sólo una empresa que provea un tipo de producto o servicio. Las personas que compraron casas en el barrio que mencioné anteriormente, no estaban forzadas ni obligadas a hacerlo. Podrían haber comprados otras casas hechas por otros constructores en otras partes de la ciudad y probablemente a precios distintos. La competencia, en otras palabras, fuerza a los inversores (los capitalistas) a ofrecer productos mejores a precios más competitivos —un proceso que nos beneficia a todos.
Los comunistas se oponían tanto al lucro como a la competencia. Ellos veían al lucro como innecesario e inmoral. Desde su perspectiva, los capitalistas no trabajaban en un sentido convencional. El verdadero trabajo de construir puentes y de trabajar la tierra era hecho exclusivamente por los trabajadores. Los capitalistas simplemente se metían al bolsillo los excedentes de la compañía una vez que a los trabajadores se les había pagado el salario. En otras palabras, los comunistas creían que la clase capitalista explotaba a la clase trabajadora —y eso era incompatible con su objetivo de una sociedad igualitaria y sin clases.

Pero los capitalistas no son ni inmorales ni innecesarios. Por ejemplo, los capitalistas muchas veces invierten en nuevas tecnologías. Empresas que han revolucionado nuestras vidas como Apple o Microsoft, recibieron su financiamiento inicial de inversores privados. Dado que es su propio dinero el que está en juego, los capitalistas tienden a hacer un mejor trabajo en identificar las buenas oportunidades de inversión que el que hacen los burócratas del Estado. Es por esta razón que las economías capitalistas, y no las comunistas, son líderes en innovación y progreso tecnológico.
Más aún, invirtiendo en nuevas tecnologías y creando nuevas empresas, los capitalistas son capaces de proveer a los consumidores con una variedad abrumadora de productos y servicios, de crear empleo para miles de millones de personas y de contribuir con billones de dólares (“trillions” en inglés) al ingreso fiscal. Por supuesto que toda inversión involucra un nivel de riesgo. Los capitalistas solo cosechan grandes beneficios cuando invierten sabiamente. Cuando hacen malas inversiones, los capitalistas muchas veces deben enfrentarse a la ruina financiera.
Desafortunadamente, los comunistas no compartían la visión anterior y prohibieron la inversión privada, la propiedad privada, la toma de riesgos y el lucro. Todas las empresas privadas grandes que están en manos de privados, como las fábricas de zapatos y las siderurgias fueron nacionalizadas. La gran mayoría de pequeñas y medianas empresas, como almacenes de alimentos y granjas familiares fueron también expropiadas por el Estado. Sus dueños, rara vez recibieron compensación alguna. Todos se transformaron en trabajadores y todos trabajaban para el Estado.
Para prevenir nuevas desigualdades de ingreso y que se formen nuevas clases sociales, todos fueron pagados más o menos de la misma manera. Esto resultó ser un gran problema. Como las personas no podían ganar más cuando se esforzaban más en el trabajo, no se esforzaban más. Los comunistas trataron de motivar o incentivar a la fuerza laboral a través de la propaganda. Afiches y posters de trabajadores fuertes y determinados eran instalados por todas partes dentro del Imperio Soviético. Películas sobre los abnegados trabajadores de las minas y las granjas se proyectaban para inculcar a la población el fervor socialista.

La propaganda por sí sola no era capaz de aumentar la productividad de los trabajadores comunistas a los niveles del mundo occidental. Para incentivar a la fuerza de trabajo, los regímenes comunistas hicieron uso del terror. Los trabajadores que eran sorprendidos vagando en el trabajo muchas veces eran denunciados por sabotaje y eran fusilados. Comúnmente eran enviados a los Gulag —un sistema de campos de trabajo forzado. Algunas veces, las autoridades arrestaban y castigaban a personas inocentes a propósito. El terror arbitrario, los comunistas creían, harían que los trabajadores sean más productivos.
Al final, decenas de millones de personas en la Unión Soviética, China, Camboya y otros países comunistas fueron enviados a campos de concentración. Las condiciones de vida y de trabajo en estos campos de concentración eran inhumanas y millones de personas perdieron su vida en ellos. Mi tío abuelo, quien fue acusado y condenado por ser partidario de la oposición democrática y clandestina en la Checoslovaquia comunista, fue enviado a trabajar en las minas de uranio para proveer al programa soviético de armas nucleares. Trabajando sin protección alguna contra la radiación, murió de cáncer.
Para fines de los ochenta, los regímenes comunistas habían perdido gran parte de su fervor revolucionario. El terror y el miedo venían en declive y la productividad se desplomaba aún más. Así fue que hacia finales de los ochenta, un trabajador industrial promedio de Europa Occidental era casi ocho veces más productivo que su par polaco. En otras palabras, con el mismo tiempo y con los mismos recursos que un trabajador polaco producía $1 en valor de productos, su contraparte de Europa Occidental era capaz de producir $8 en valor de productos.
Conforme reemplazaron el fin de lucro con la propaganda y el terror, también reemplazaron la competencia con la producción monopolística. Bajo el capitalismo, las empresas compiten para atraer clientes bajando los precios y mejorando la calidad. Así es como un joven hoy puede elegir entre jeans hechos por Diesel, Guess, Calvin Klein, Levi´s, entre muchos otros.
Los comunistas pensaban que dicha competencia era tanto innecesaria como irracional. En su lugar, los países comunistas solían tener un productor monopólico de autos, zapatos, lavadoras, etc. Pero los problemas surgieron rápidamente. Dado que en los países comunistas los productores no tenían que competir contra alguien, no tenían ningún incentivo para mejorar sus productos. Compare, por ejemplo, el BMW 850 que se fabricaba en Alemania Occidental en 1989 con el Trabant que era fabricado en Alemania Oriental en el mismo año.




Los fabricantes comunistas eran protegidos de competir localmente debido a que tenían un monopolio. También eran protegidos de la competencia extranjera mediante prohibitivamente altos aranceles e incluso la prohibición total de importaciones. Dicho de otra forma, los fabricantes tenían una base “cautiva” de consumidores. El fabricante de los autos Trabant no tenía que preocuparse de perder clientes, dado que los clientes no tenían a quién más comprarle automóviles.
Además, los trabajadores de la planta de autos Trabant recibían una remuneración fija e invariable, sin importar la cantidad de autos que produjeran. Como resultado, producían menos autos de los que se necesitaban. Las personas en Alemania Oriental debían esperar años, incluso décadas, antes de poder comprar un automóvil. De hecho, la escasez de la gran mayoría de productos de consumo, desde productos importantes como automóviles hasta los mundanos como el azúcar, era ubícua. Hacer fila se volvió parte del diario vivir.
En el capitalismo, la escasez se regula a través de los movimientos de los precios. Algunos precios, como por ejemplo el de las monedas que se transan globalmente, cambian virtualmente cada segundo. Otros precios cambian más lentamente. Si existe escasez de frutillas, por ejemplo, su precio aumentará. Como resultado, menos personas podrán comprar frutillas. De esta manera, las personas que valoran más las frutillas y están dispuestas a pagar el precio más alto siempre podrán obtenerlas.
El movimiento de los precios comunica información muy importante a los capitalistas. Los capitalistas invierten su dinero en aquellas oportunidades de negocios que son más rentables. Si el precio de algo está subiendo, quiere decir que no se está produciendo de eso lo suficiente. Los inversionistas se precipitan invirtiendo capital nuevo, esperando obtener ganancias. La producción aumenta. Así la economía en general tiende a un “equilibrio” o a un punto en el que el capital es distribuido en forma bastante aproximada a donde éste se necesita.

Los precios son una fuente de información fundamental, pero, ¿de dónde vienen? En una economía capitalista o de libre mercado, nadie establece o fija los precios. Estos surgen de manera “espontánea” en el mercado. Cada vez que compro una taza de café cuando voy al trabajo, por ejemplo, estoy incrementalmente subiendo el precio del grano de café. Cada vez que dejo de comprar mi taza de café, porque voy atrasado al trabajo, le bajo el precio en una cantidad pequeñísima. Si todos dejáramos de tomar café al mismo tiempo, el precio colapsaría.
Los comunistas prohibieron el lucro, los capitalistas, la competencia, el libre comercio y mucha de la propiedad privada (si no toda)  —todo lo cual es necesario para que los precios precisos puedan surgir. Al contrario, decenas de millones de precios para productos desde tractores hasta un pedazo de pan eran fijados anualmente (o cada ciertos años) por burócratas del Estado. Dado que no podían predecir con precisión cuanto pan se debía producir (la oferta) ni tampoco cuanto pan se iba a consumir (la demanda), estos burócratas casi siempre se equivocaban en fijar los precios.
La fijación de precios asociada con la baja productividad hacían que la escasez fuera peor. Si el precio de la harina se fijaba muy alto, las panaderías harían muy poco pan y así el pan desaparecería de las tiendas rápidamente. Si el precio de la harina se fijaba muy bajo, se haría demasiado pan y gran parte de este terminaría echándose a perder. Dicho de otra forma, las economías comunistas eran muy ineficientes.
Para complicar aún más las cosas, los comunistas algunas veces fijaban mal los precios a propósito. El precio de la carne, por ejemplo, se mantenía bajo año tras año solamente por consideraciones políticas. Los precios bajos creaban una ilusión de que los productos eran asequibles. En viajes al exterior, usualmente los oficiales comunistas se llenaban la boca diciendo que los trabajadores en el Imperio Soviético podían comprar más carne y otros productos alimenticios que sus contrapartes occidentales. La realidad era que las tiendas generalmente estaban vacías. Como consecuencia, el dinero tenía un uso limitado. Para poder sortear la escasez, muchas personas en países comunistas recurrieron al trueque de bienes y favores (servicios).
Bajo el comunismo, el Estado era dueño de todos los medios de producción, como las fábricas, las tiendas y las granjas. Para poder tener algo con que hacer trueque primero se debía “robar” al Estado. Un carnicero, por ejemplo, robaba carne y la cambiaba por verduras que el verdulero había también robado. El proceso era ineficiente, pero también corrompía la moral. Mentir y robar se volvieron algo normal y la confianza entre las personas se deterioró. Lejos de motivar la hermandad entre las personas, el comunismo hizo que las personas sospecharan unas de otras y fuesen más resentidas.

Desde luego que no todos fueron afectados de la misma forma por la escasez. Los oficiales del gobierno y sus familias generalmente evitaban las dificultades diarias que el resto vivía, ya que tenían acceso a tiendas, colegios y hospitales especiales. El comunismo comenzó como un movimiento que buscaba mayor igualdad. En realidad, fue un retorno al feudalismo. Como las sociedades feudales, las sociedades comunistas tenían una aristocracia compuesta por los miembros del Partido. Como las sociedades feudales, las sociedades comunistas tenían una población de sirvientes prácticamente sin derechos y con muy poca posibilidad de movilidad social. Tal como las sociedades feudales, éstas se mantenían a través de la fuerza bruta.
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Muchas veces me preguntan cómo estas sociedades lograron mantenerse por tanto tiempo si eran tan ineficientes. Parte de la respuesta se debe a la fuerza bruta con la cual los comunistas se mantenían en el poder. También se explica por el surgimiento de contrabandistas que hicieron que la economía pudiera fluir un poco mejor. Por ejemplo, cuando a una fábrica comunista de zapatos se le acababa el pegamento, el gerente de la fábrica llamaba a su “contacto clandestino” del mercado negro. Este contacto lograba contrabandear de una fábrica de pegamento o del extranjero el pegamento. El contrabando era ilegal, evidentemente, pero muchas veces era mejor (o más eficiente) que tratar con la burocracia gubernamental, lo que podría haber tomado años. Por lo tanto, la longevidad del comunismo se debió, en parte, al surgimiento de un pseudo mercado de bienes y favores (servicios).

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