Por Alberto Benegas Lynch (h)
Personalmente no me gusta la expresión
“héroe” porque está manchada de patrioterismo y atribuida generalmente a
personas que en realidad han puesto palos en la rueda en las vidas de
su prójimo. Por otra parte, Juan Bautista Alberdi escribió en su
autobiografía que “la patria es una palabra de guerra, no de libertad”
puesto que hay otras formas de expresarse menos pastosas para referirse
al terruño de los padres.
El manoseo creciente de las palabras héroe y patria
ha hecho que se desfiguren y trastoquen. La primera, según el
diccionario es la “persona que ha realizado una hazaña admirable para
la que se requiere mucho valor”.
Me inspiró esta nota una parte de uno de los libros de John Stossel (No, They Can´t)
que alude a los héroes preocupado porque la mayor parte de la gente
los relaciona con políticos y militares pero aclara que esos en general
han manipulado vidas y haciendas ajenas, por lo que para él los
verdaderos héroes son pioneros y empresarios creativos y los
intelectuales de la libertad que han contribuido enormemente a mejorar
la vida de todos.
Señalo que esto que apunta Stossel tiene
una larga tradición que descubrí comienza de manera sistemática con el
decimonónico Herber Spencer en su libro titulado El exceso de legislación.
En esta obra Spencer despotrica muy fundadamente contra los aparatos
estatales que destrozan autonomías individuales y subraya la arrogancia
de gobernantes a pesar de que “todos los días registra la crónica algún
fracaso, todos los días reaparece la idea de que no hace falta más que
una ley del Parlamento y una tropa de empleados para llevar a cabo un
fin cualquiera apetecido”, y agrega “siempre he estado predicando el
desengaño: no pongaís vuestra confianza en la legislación”.
En esta dirección, Spencer subraya que
“la iniciativa privada ha hecho mucho, y lo ha hecho bien. La iniciativa
privada ha roturado, desecado y fertilizado el país y edificado
ciudades, ha excavado minas, tendido vías de comunicación, abierto
canales y establecido ferrocarriles; ha inventado y llevado a perfección
arados, telares, máquinas de vapor, prensas de imprimir e innumerables
máquinas; ha construido nuestros buques, nuestras vastas manufacturas,
nuestros muelles; ha establecido bancos, sociedades de seguros y
periódicos; ha cubierto el mar con líneas de vapores y la tierra de
telégrafos eléctricos. La iniciativa privada es la que ha traído a la
altura en que al presente se encuentran la agricultura, la industria y
el comercio y las está desenvolviendo con creciente rapidez”.
Para no decir nada de la medicina que ha
estirado la expectativa de vida de modo notable y tantos
descubrimientos e iniciativas resultado de tecnologías que en la época
de Spencer sonarían a magia imposible. En este contexto, la mayor parte
de las veces los aparatos estatales teóricamente encargados de velar
por la justicia y la seguridad se convierten en un implacable Leviatán
que todo lo destruye a su paso.
La antedicha tradición spencerina fue retomada por Alberdi, quien en el tomo octavo de sus Obras completas concluye
que “si recordamos, dice Herbert Spencer, que toda la historia está
llena de los hechos y gestos de los reyes, en tanto que los fenómenos de
la organización industrial, visibles ellos son, no han logrado sino
recientemente atraer un poco de atención; si recordamos que todas las
miradas y pensamientos se dirigen a las acciones de los que gobiernan,
que nadie hasta estos últimos tiempos tenía ojos ni pensamientos para
los fenómenos vitales de cooperación espontánea a los cuales deben las
naciones su vida, su crecimiento y progreso”.
Los usos reiterados del héroe y la
patria afloran en obras que encierran el germen de la destrucción de las
libertades individuales como el “superhombre” y “la voluntad de poder”
de Nietzsche o “el héroe” de Thomas Carlyle. Este último, en su célebre
conferencia en Londres del 22 de mayo de 1840 estimó que “puede
reconocerse como el más importante entre los Grandes Hombres aquél a
cuya voluntad o voluntades deben someterse los demás [...] es resumen de
todas las figuras del Heroísmo [...] toda dignidad terrena y
espiritual que se supone reside para mandar sobre nosotros, enseñarnos
continua y prácticamente, indicarnos que tenemos que hacer día tras día,
hora tras hora”.
Difícil resulta concebir una visión más
cavernaria, de más baja estofa, de mayor renunciamiento a la condición
humana y de mayor énfasis y vehemencia para que se aniquile y disuelva
la propia personalidad en manos de forajidos, energúmenos y megalómanos
que, azuzados por poderes omnímodos, se arrogan la facultad de manejar
vidas y haciendas ajenas, siempre en el contexto de cánticos sobre
patriotas y héroes.
Este tipo de razonamientos y propuestas
inauditas son los que dieron píe a los Hitler de nuestra época. De las
ideas de Carlyle, esto dice Ernst Cassirer, el filósofo político, autor
de numerosas obras, ex Rector de la Universidad de Hamburgo y profesor
en Oxford, Yale y Columbia: “los primeros indicios del misticismo
racial”, “una defensa abierta al militarismo prusiano” y “la
divinización de los caudillos políticos y una identificación del poder
con el derecho”. Por su parte Borges, consigna en su prólogo a la obra
que reúne seis conferencias de Thomas Carlyle sobre la heroicidad que
“los contemporáneos no lo entendieron, pero ahora cabe una sola y muy
divulgada palabra: nazismo [...él] escribió que la democracia es la
desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan [...] abominó de la
abolición de la esclavitud [...] declaró que un judío torturado era
preferible a un judío millonario”.
La manía del héroe y el líder
indefectiblemente conducen a la prepotencia, al abuso de poder y,
finalmente, al cadalso en nombre de la patria. Por eso resulta tan
pernicioso que se les enseñe a estudiantes la historia como una
narración bélica con elogios y salvas para la guerra y los guerreros,
cuando no deben memorizar los pertrechos de cada bando sin entender el
porqué de tanta trifulca. Lamentablemente, es cierto que la historia
está colmada de hechos violentos pero enseñarla como algo glorioso, un
hito y algo que debe ser venerado y objeto de admiración resulta
sumamente destructivo y una buena receta para perpetuar y acentuar el
mal.
Cada uno debe constituirse en líder de
si mismo. Los caudillos y tiranuelos que son aclamados como líderes no
hacen más que expropiar lo más preciado que posee el ser humano, cual es
el uso de su libre albedrío para la administración de su propio destino
al realizar sus potencialidades únicas e irrepetibles. Dice la primera
acepción de héroe en el Diccionario de la Real Academia
Española: “Entre los antiguos paganos, el que creía haber nacido de un
dios o una diosa y de una persona humana, por lo cual le reputaban más
que hombre y menos que dios”. Si bien es cierto que hay otras acepciones
como la que consignamos más arriba, la expresión de marras está teñida
de un pesado tufillo a guerra, sangre, batalla, violencia y ferocidad.
Pero, en todo caso, si se insiste en
recurrir a la expresión “héroe” debería aplicarse a personas
excepcionales como Ana Frank, Sophie Scholl, Sor Juana Inés de la Cruz,
Lucretia Mott, Voltairine de Cleyre, Rose Wilder Lane, Mary
Wollstonecraft, Germaine de Staël, Isabel Paterson, Hannah Arendt,
Taylor Caldwell, Mariquita Sánchez de Thompson, Victoria Ocampo, Alicia
Jurado, Anna Politkovskaya, Edith Stein, Ayn Rand o Mallory Cross
Johnson, solo para citar unos pocos nombres del mal llamado sexo débil
que han dado extraordinarios ejemplos de fortaleza y coraje moral frente
a cualquier signo de autoritarismo. Agrego el nombre de una joven que
hoy vive en la isla-cárcel cubana desde donde se debate con una
perseverancia arrolladora: Yoani Sánchez (cuando la revista Time
la incluyó entre las cien personas más influyentes y apareció bajo el
subtítulo de “héroes y pioneros”, ella escribió que prefiere “la simple
categoría de ciudadana”).
El día en que en las plazas aparezcan
las efigies de estas personalidades, podremos conjeturar que el mundo va
en buena dirección...ya que como tituló uno de sus libros Jerzy
Kosinski: No Third Path. En esta misma línea de mantener la brújula firme y los principios en alto, Albert Camus escribe en la introducción de El hombre rebelde:
“No siendo nada verdadero ni falso, bueno ni malo, la regla consistirá
en mostrarse mas eficaz, es decir, el mas fuerte. Entonces el mundo no
se dividirá ya en justos e injustos, sino en amos y esclavos”.
Las inmundicias de los Stalin, Pol Pot,
Mao, Hitler y Mussolini de este planeta son consecuencia de las
alabanzas al “hombre fuerte” en el poder, el carismático, para los que
se tejen todo tipo de cánticos que rebalsan en referencias a lo heroico y
grandioso a cuales les siguen personajes detestables tales como los
Perón, Trujillo, Stroessner, Pérez Jiménez, Somoza y Rojas Pinilla que,
si los dejan, se ponen a la altura o incluso superan en saña a sus
maestros. En esta instancia del proceso de evolución cultural, solo hay
la opción entre la democracia y la dictadura, no importa de que signo
sea y, éstas, están siempre paridas de libros, artículos y conferencias
que ensalzan al héroe como el mandamás de las multitudes.
Transcribo una anécdota horripilante de Paul Johnson en Commentary
de abril de 1984 en la que relata uno de los casos en que se trata como
héroe a un canalla: “en las Naciones Unidas en ocasión de la visita
oficial de Idi Amin, presidente de Uganda, el primero de octubre de
1975. Para esa fecha ya era un notorio asesino serial de una crueldad
indescriptible; no solo había liquidado personalmente algunas de sus
víctimas sino que las desmembraba y preservaba partes de las anatomías
para consumo futuro: el primer caníbal con refrigerador [...] A pesar de
ello fue electo presidente de la Organización para la Unidad Africana
y, en esa capacidad, fue invitado a dirigirse a la Asamblea General de
las Naciones Unidas. Su discurso fue una denuncia a lo que denominó “la
conspiración zionista-nortemericana” contra el mundo “y demandó no solo
la expulsión de Israel de las Naciones Unidas sino su extinción [...] La
Asamblea le brindó una ovación de pie cuando llegó, lo aplaudieron
periódicamente en el transcurso de su discurso y, nuevamente, se
pusieron de píe cuando dejó el recinto. Al día siguiente el Secretario
General de la Asamblea [Kurt Waldheim] le ofreció una comida en su
honor”.
Como he escrito antes, resulta que en
medio de los debates para limitar y, si fuera posible, eliminar las
acciones extremas que ocurren en lo que de por sí ya es la maldición de
una guerra como los denominados “daños colaterales”, aparece la
justificación de la tortura por parte de gobiernos considerados
baluartes del mundo libre, ya sea estableciendo zonas fuera de sus
territorios para tales propósitos o expresamente delegando la tortura en
terceros países, con lo que se retrocede al salvajismo mas brutal.
También en la actualidad se recurre a
las figuras de “testigo material” y de “enemigo combatiente” para obviar
las disposiciones de las Convenciones de Ginebra. Según el juez
estadounidense Andrew Napolitano el primer caso se traduce en una vil
táctica gubernamental para encarcelar a personas a quienes no se les ha
probado nada pero que son detenidas según el criterio de algún
funcionario del poder ejecutivo y, en el segundo caso, nos explica que
al efecto de despojar a personas de sus derechos constitucionales se
recurre a un subterfugio también ilegal que elude de manera burda las
expresas resoluciones de las antes mencionadas convenciones que se
aplican tanto para los prisioneros de ejércitos regulares como a
combatientes que no pertenecen a una nación.
Termino con un pensamiento referido al
proceso electoral para elegir gobiernos que si se toma con cuidado y
responsabilidad, entre otras muchas cosas, puede modificarse la noción
errada del héroe. Y no es con cuidado y responsabilidad que se encara la
elección si de entrada afloran tremendas confusiones en el uso del
lenguaje. La semana pasada Luis Alberto Lacalle -el ex presidente de
Uruguay- muy atinadamente me dijo que resultaba un disparate aludir al
recinto donde se vota como “cuarto oscuro” puesto que naturalmente en
esas condiciones no se puede ver nada, por lo que es un pésimo comienzo
para elegir bien, se trata del cuarto secreto como dicen los uruguayos.
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