Por Alberto Benegas Lynch (h)
A veces es de interés embarcarse en un
ejercicio contrafactual y esforzarse en una mirada a la historia y al
presente muñido de una lente que nos haga pensar que hubiera ocurrido si
las cosas hubieran sido distintas de las que fueron. En nuestro caso
sugiero una prespectiva para meditar sobre las posibles reflexiones de
un gran cientista político sobre el que se conocen sus consideraciones y
su filosofía pero extrapoladas al presente.
Esta gimnasia no es original puesto que
otros la han llevado a cabo. Tal vez el autor más destacado en la
historia contrafactual sea Niall Ferguson. En todo caso, en esta nota
periodística me refiero al gran estudioso de los Estados Unidos, el
decimonónico Alexis de Tocqueville. Como es sabido, el libro más
conocido de este pensador de fuste es La democracia en América donde describe los aspectos medulares de la vida estadounidense en su época.
Tocqueville destaca la importancia que
el pueblo de Estados Unidos le atribuye al esfuerzo y al mérito, la
sabia separación entre el poder político y la religión (la “doctrina de
la muralla” en palabras de Jefferson), el federalismo y el no ceder
poderes al gobierno central por parte de las gobernaciones locales con
la defensa de una posible secesión, las instituciones mixtas en la
constitución del gobierno y la separación de poderes, la negación de
“las mayorías omnipotentes” porque “por encima de ella en el mundo
moral, se encuentra la humanidad, la justicia y la razón” puesto que “en
cuanto a mi cuando siento que la mano del poder pesa sobre mi frente,
poco me importa saber quien me oprime, y por cierto que no me hallo más
dispuesto a poner mi frente bajo el yugo porque me lo presentan un
millón de brazos” ya que “el despotismo me parece particularmente
temible en las edades democráticas. Me figuro que yo habría amado la
libertad en todos los tiempos, pero en los que nos hallamos me inclino a
adorarla”.
Pero también advierte de los peligros
que observa en algunas tendencias en el pueblo norteamericano,
especialmente referido al igualitarismo que “conduce a la esclavitud”,
al riesgo de olvidarse de los valores de la libertad cuando se
“concentran sólo en los bienes materiales” y las incipientes
intervenciones de los aparatos estatales en los negocios privados sin
detenerse a considerar que “en los detalles es donde es más peligroso
esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la
libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas,
sin pensar que se puede asegurar la una sin poseer la otra”.
Gertrude Hilmmefarb lo cita a
Tocqueville con otras de sus preocupaciones y es el asistencialismo
estatal que denigra a las personas, las hace dependientes del poder en
el contexto electoral y demuele la cultura del trabajo, a diferencia de
la ayuda privada que hace el seguimiento de las personas, proceso ajeno a
la politización y la busca de votos (en su conferencia de 1835 en la
Academia Real de Cherbourg, en Francia). Y en El antiguo régimen y la Revolución Francesa concluye
que “el hombre que le pide a la libertad más que ella misma, ha nacido
para ser esclavo”, obra en la que también destaca que generalmente allí
donde hay un gran progreso moral y material la gente de por sentado esa
situación y no se ocupa de trabajar para sustentar las bases morales de
ese progreso (“el costo de la libertad es su eterna vigilancia”
repetían los Padres Fundadores en Estados Unidos).
Este es el pensamiento de Tocqueville
sobre el país del Norte puesto en una apretada cápsula pero ¿qué hubiera
dicho si observara lo que ocurre hoy en el otrora baluarte del mundo
libre? Estimo que se hubiera espantado junto a los Padres Fundadores al
constatar la decadencia de ese país por el cercenamiento de libertades
debido a regulaciones inauditas, por el endeudamiento público que excede
el cien por cien del producto bruto interno. Por la maraña fiscal, por
las guerras en las que se ha involucrado, por los llamados “salvatajes”
a empresas irresponsables o incompetentes o las dos cosas al mismo
tiempo. Por el centralismo, por la eliminación de la privacidad al
espiar a los ciudadanos, por un sistema de “seguridad” social quebrado,
por la intromisión gubernamental en la educación, por la sangría al
financiar a gobiernos extranjeros en base a succiones coactivas de
recursos. Y ahora debido a candidatos a la presidencia impresentables
por parte de los dos partidos tradicionales debido a razones diferentes,
aunque en su programa televisivo “Liberty Report”, el tres veces
candidato presidencial Ron Paul señala que, dejando de lado las
apariencias, los dos coinciden en muchos temas cruciales, a su juicio
muy mal tratados.
La manía de la igualdad que preocupaba
tanto a Tocqueville no permite ver que una de las cosas más atractivas
de los seres humanos es que somos diferentes, lo cual, entre otras
cosas, hace posible la división del trabajo y la consiguiente
cooperación social y, por ende, la mayor satisfacción de las necesidades
culturales y materiales. Esto último debido a que asigna los siempre
escasos recursos para que estén ubicados en las manos de quienes la
gente considera mejor para satisfacer sus demandas, sin ser posiciones
irrevocables sino cambiantes en relación a la capacidad de cada cual
para ajustarse a las preferencias de la gente. Seguramente también
Tocqueville hubiera rechazado con vehemencia a los llamados empresarios
que se alían con el poder para obtener favores y privilegios a expensas
de los ciudadanos.
Incluso Paul Johnson en A History of the American People reproduce una cita de las Obras Completas
del escritor francés quien ilustra la trascendencia de la
responsabilidad individual. Así escribió Tocqueville “Una de las
consecuencias mas felices de la ausencia de gobierno (cuando la gente
tiene la suerte de poder operar sin el, lo cual es raro) consiste en el
desarrollo de la fuerza individual que inevitablemente se sigue de ello.
De este modo, cada hombre aprende a pensar, a actuar por si mismo. El
hombre acostumbrado a lograr su bienestar a través de sus propios
esfuerzos, se eleva ante la opinión de los demás y de la suya propia, su
alma es así mas grande y mas fuerte al mismo tiempo”.
¡Que lejos se encuentra este pensamiento
de lo que hoy ocurre en Estados Unidos donde el aparato estatal es
omnipresente! Y ¡que lejos se encuentra del reiterado pensamiento
fundacional de que “el mejor gobierno es el que menos gobierna” al
efecto de concentrarse en la protección de los derechos de todos y no
convertir año tras año el balance presidencial de la gestión ante el
Congreso en una minuta empresaria como si el Ejecutivo fuera el gerente,
en lugar de permitir que cada uno se ocupe de sus pertenencias.
¡Que lejos se encuentra Estados Unidos
del pensamiento del General Washington en el sentido de que “mi ardiente
deseo es, y siempre ha sido cumplir estrictamente con todos nuestros
compromisos en el exterior y en lo doméstico, pero mantener a los
Estados Unidos fuera de toda conexión política con otros países”! En
esta línea argumental es también de interés lo dicho por John Quincy
Adams quien escribió que “América [del Norte] no va al extranjero en
busca de monstruos para destruir. Desea la libertad y la independencia
de todos. Es el campeón solamente de las suyas […] Alistándose bajo
otras banderas podrá ser la directriz del mundo pero ya no será más la
directriz de su propio espíritu”
En otra oportunidad hemos escrito sobre
hechos sobresalientes de la pasada administración estadounidense que
abren serios interrogantes respecto del futuro de aquel país como
baluarte del mundo libre, como es el caso de la patraña que justificó la
invasión “preventiva” a Irak, conclusión ampliamente difundida con
mucha antelación en el libro Against all Enemies, de Richard A. Clarke, asesor en temas de seguridad para cuatro presidentes incluyendo el gabinete del propio George W. Bush.
James Madison escribió: “De todos los enemigos de las libertades públicas, la guerra es lo que más debe ser temido porque compromete y desarrolla el germen para todo lo demás” (“Political Observations”, abril 20, 1795). Recordemos además que EEUU intervino en Somalia para poner orden y dejó caos, en Haití para establecer la democracia y dejó tiranía, en Vietnam para liberar al país que finalmente quedó en manos comunistas.
James Madison escribió: “De todos los enemigos de las libertades públicas, la guerra es lo que más debe ser temido porque compromete y desarrolla el germen para todo lo demás” (“Political Observations”, abril 20, 1795). Recordemos además que EEUU intervino en Somalia para poner orden y dejó caos, en Haití para establecer la democracia y dejó tiranía, en Vietnam para liberar al país que finalmente quedó en manos comunistas.
Recordemos también, por otra parte, que
Ben Laden y Saddam Hussein eran lugartenientes preferidos de los Estados
Unidos, uno en Afganistán con motivo de la invasión rusa y el otro con
motivo de la guerra con Irán. Fueron entrenados y financiados con el
fruto del trabajo de estadounidenses. También recordemos que en su
discurso de despedida de la presidencia, el General Dwight Eisenhower
declaró que “nada es más peligroso para las libertades individuales que
el complejo militar-industrial”.
Todavía hay otro asunto más en este
complicado tejido de denuncias. Se trata de la cuestión religiosa . En
estas trifulcas con el terrorismo hay quienes pretenden endosar la
responsabilidad a los musulmanes (por ejemplo, el hoy candidato a la
presidencia por parte del Partido Republicano). En el mundo hay más de
1500 millones de musulmanes. Es muy injusto imputar estas tropelías a
quienes adhieren al Corán en el que, entre otras cosas, leemos que
“Quien mata, excepto para castigar el asesinato, será tratado como si
hubiera matado a la humanidad y quien salva a uno será estimado como si
salvara a la humanidad” (5:31). La misma expresión jihad que ha
sido tan tergiversada, como explica Houston Smith, significa guerra
interior contra el pecado. Ya bastante ha sufrido la humanidad por la
intolerancia religiosa. En nombre de Dios, la misericordia y la bondad
se ha quemado y mutilado. Identificar el Islam con el terrorismo es tan
impropio y desatinado como asimilar el cristianismo a la Inquisición o
la “guerra santa” aplicada en América en tiempo de la conquista. Hay,
sin duda, quienes pretenden ese tipo de identificaciones y
extrapolaciones clandestinas al efecto de enmascarar e inculcar el
crimen con fervor religioso fundamentalista, pero caer en esa trampa no
haría más que desviar la atención del ojo de la tormenta y agregar
complicaciones a un cuadro de situación ya de por sí muy sombrío.
Estados Unidos, en consonancia con las
célebres palabra de Emma Lazarus inscriptas al pie de la Estatua de la
Libertad, ha recibido con los brazos abiertos a inmigrantes de todas las
latitudes. Hace algún tiempo que se observan síntomas que tienden a
revertir aquellos valores y principios esenciales que hoy cuestionan
quienes adhieren a la siempre cavernaria xenofobia.
En resumen, con estos pocos ejemplos al
correr de la pluma pensamos que, después de todo, ha sido mejor que
Tocqueville no haya sido contemporáneo puesto que sus ilusiones se
hubieran desvanecido, aunque advirtió de algunos peligros en el
horizonte que desafortunadamente se cumplieron.
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