Por Charles C. Mann
En el gran puerto tropical de la bahía
de Manila, dos grupos de hombres se acercan con cautela, las manos
listas para tomar sus armas. Comerciantes trotamundos, provienen de
puntos extremos de la faz de la tierra: España y China.
Los españoles llevan un gran cargamento
de plata extraída en América por esclavos indios y africanos; los chinos
traen una selección de fina seda y porcelana, materiales creados por
procesos avanzados desconocidos en Europa.
Es el verano de 1571 y este trueque de
seda por plata, el comienzo de un intercambio en Manila que duraría por
casi 250 años, constituye el primer rastro de lo que hoy llamamos
globalización. Fue la primera vez que Europa, Asia y América se unían en
una red económica.
La seda se convertiría en una sensación
en España, al igual que la plata en China. Pero las multitudes que
recibían a los barcos a su regreso no tenían idea de lo que realmente
transportaban. Por lo general, describimos la globalización en términos
puramente económicos, pero también es un fenómeno biológico. Los
investigadores están cada vez más convencidos de que la carga más
importante en los primeros viajes transoceánicos no fue la seda ni la
plata, sino una indisciplinada colección de plantas y animales salvajes,
muchos de los cuales llegaban como polizones accidentales. En el repaso
de la historia, es ese aspecto de la globalización el que podría tener
el mayor impacto en el destino de las naciones.
El nuevo mundo de Colón Hace unos 250
millones de años, la Tierra contenía una sola masa territorial conocida
como "Pangea". Las fuerzas geológicas rompieron esa vasta extensión,
separando para siempre a Eurasia de América.
Con el tiempo, las dos mitades de Pangea desarrollaron especies de plantas y animales completamente diferentes.
Antes de que Cristóbal Colón zarpara del
Atlántico, sólo unas cuantas audaces criaturas, en su mayoría insectos y
aves, habían cruzado los océanos para establecerse en otros lugares.
Aparte de eso, el mundo permanecía dividido en dos dominios ecológicos
distintos.
El mayor logro de Colón, en las palabras del historiador Alfred W. Crosby, fue volver a unir las fronteras de Pangea.
Después de 1492, los ecosistemas del
mundo se encontraron y se mezclaron a partir del transporte de miles de
especies que los buques europeos llevaban a sus territorios. El
"intercambio colombino", como lo llama Crosby, es lo que explica que
Italia llegara a tener tomates y que hubiera naranjas en Florida.
Un número creciente de estudiosos cree
que la transformación ecológica desencadenada por los viajes de Colón
fue uno de los eventos fundacionales del mundo moderno.
¿Por qué Europa consiguió el predominio?
¿Por qué China, en su día la sociedad más rica y avanzada del planeta,
cayó de rodillas? ¿Por qué la esclavitud se arraigó en América? ¿Por qué
fue el Reino Unido el que inició la Revolución Industrial? Todas esas
preguntas están vinculadas de manera fundamental al intercambio
colombino.
¿Por dónde empezar? Tal vez por los
gusanos. Las lombrices de tierra, para ser más precisos, eran criaturas
que no existían en América del Norte antes de 1492.
Mucho antes del inicio del comercio de
la seda y la plata a través del Pacífico, los conquistadores españoles y
portugueses navegaban por el Atlántico en busca de metales preciosos. A
la larga, exportaron enormes provisiones de oro y plata de Bolivia,
Brasil, Colombia y México, aumentando en gran escala el flujo de dinero
en Europa. Sin embargo, los barcos que regresaban a casa transportaban
algo de igual importancia: la planta amazónica del tabaco.
Estupefaciente y adictivo, el tabaco
provocó el primer frenesí global en torno a una materia prima. En 1607,
cuando Inglaterra fundó su primera colonia en Virginia, en Estados
Unidos, Londres ya tenía más de 7.000 "casas de tabaco",
establecimientos parecidos a los cafés actuales, donde el creciente
número de adictos a la nicotina podía comprar y fumar tabaco. Para
satisfacer la demanda, los barcos ingleses llegaban a los muelles de
Virginia y partían con barricas de hojas de tabaco de media tonelada
cada una. Los marineros compensaban el peso de sus embarcaciones dejando
su lastre: piedras, gravilla y tierra. Intercambiaban sus desperdicios
ingleses por el tabaco de Virginia.
Muy probablemente, entre la tierra se
encontraban las lombrices y seguramente las raíces de las plantas que
los colonizadores importaban.
Antes de que los europeos llegaran, no
había lombrices en EE.UU. ni Canadá, puesto que habían sido eliminadas
en la última Edad de Hielo.
En los bosques libres de lombrices, las
hojas se acumulan de a montones. Los árboles y arbustos necesitan de los
desperdicios para nutrirse. A su llegada, las lombrices consumen
rápidamente la hojarasca, absorbiendo los nutrientes en las
profundidades de la tierra y dejando su excremento. De repente, las
plantas ya no pueden alimentarse por sí mismas; sus finos sistemas de
raíces al nivel de la superficie están en el lugar equivocado.
Un sinfín de plantas del sotobosque se mueren y otras hierbas crecen en sus lugares.
Propagadas por campesinos, jardineros y
pescadores, las lombrices resultan obsesivas ingenieras subterráneas.
Nadie sabe qué pasará en lo que los ecologistas ven como un gigante y no
planificado experimento que lleva siglos en proceso.
Las especies siempre han estado en
movimiento, tomando ventaja de las casualidades o circunstancias
favorables. Sin embargo, el intercambio colombino, como una Internet
biológica, comunicó a todas las partes del mundo natural, una
reformulación que, para bien o para mal, siguió un ritmo asombroso.
Las consecuencias son difíciles de
predecir, como las de la propia globalización. Al mismo tiempo que las
plantaciones de caucho brasileño se apoderan de bosques tropicales en el
sudeste asiático, plantaciones de soya, una leguminosa de China, ocupan
unos 207.000 kilómetros cuadrados del sur de la Amazonía, un área casi
del tamaño de Gran Bretaña. En Brasil, eucaliptos australianos cubren
casi 400.000 kilómetros cuadrados mientras que empresarios en Australia
intentan cultivar açaí brasileño.
Este desarrollo seguro producirá resultados económicos positivos.
Pero el lado negativo del intercambio
colombino actual es igualmente crudo. Los bosques en EE.UU. son
devastados por una serie de plagas exóticas. A su vez, los bosques
llenos de árboles muertos son propensos a incendios catastróficos, un
convulsivo agente de cambio. Las nuevas especies se apresuran a
reemplazar a las que se pierden, con efectos que no pueden conocerse de
antemano. Simplemente, tendremos que esperar para ver qué tipo de
paisaje heredarán nuestros hijos.
Las noticias de hoy son dominadas por lo
que ocurre con las deudas de los países y nuevas aplicaciones de una
computadora y los conflictos en Medio Oriente. Pero dentro de varios
siglos, los historiadores podrán ver nuestra propia era de la manera en
que nosotros comenzamos a ver el ascenso del Occidente moderno: como un
capítulo más del tumulto en proceso del intercambio colombino.
Mr. Mann es autor
de "1493: Uncovering the New World Columbus Created" (algo así como
1943: Descubriendo el nuevo mundo que creó Colón).
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