“Soy liberal-anarquista porque pienso que el futuro de la humanidad está en manos de la sociedad civil, no en la opresión del estado.”
RICARDDO VALENZUELA
RICARDDO VALENZUELA
Durante muchos años he dedicado un esfuerzo especial tratando de hacer conciencia en la mente de los mexicanos de la forma subliminal en que los gobiernos han convencido a generaciones enteras, que gozan de libertad, al mismo tiempo que arrastran sus pesadas cadenas. Es tan dramática esta situación que inspiró a un filósofo para afirmar; "No hay peor esclavitud que aquella en la cual la gente cree ser libre, ignorando las barras de su prisión."
En el caso de América Latina se ha llegado a situaciones extremas para que la gente despierte, a veces un poco tarde, frente a esa pesadilla. Venezuela es un país de esclavitud declarada al igual que, con tonos un poco más tenues, Bolivia, Nicaragua, Ecuador etc., y en general todo el continente incluyendo a nuestro amado México. Y como afirmara Platón, "la dictadura fluye de forma muy natural del río de la democracia, para luego arribar a la tiranía."
Somos esclavos de la tramitología, de instituciones gubernamentales ineptas y corruptas, del creciente crimen permitido por las mismas autoridades, del narcotráfico, de gobiernos rapaces expropiando los frutos de nuestro trabajo, de sistemas judiciales peores que la mafia, de gobernadores igualmente mafiosos, de sindicatos que parece han reclutado todas las huestes de Atila, de monopolios públicos y privados, de los empresarios siempre pegados a la ubre del gobierno. Somos esclavos de la descarada corrupción a todos los niveles de gobierno.
Ante tal situación, mis ideas, mi filosofía económica y política han sufrido una transformación que tardará un largo periodo y me han conducido a establecer y proclamar mi verdadera libertad, la de mi mente. Mis amigos me tachan de solitario, de chero ermitaño, otros me definen como el llanero solitario del liberalismo. Tal vez tengan algo de razón puesto que yo siempre he pensado que no es saludable adaptarse a una sociedad profundamente enferma y, sobre todo, cuando esa sociedad ignora su enfermedad.
Pero ¿por qué lo he llevado a ese nivel?
Soy liberal con tintes anarquistas, porque creo que no existe un derecho natural a gobernar, es decir, nadie legítimamente ha heredado el poder de regir sobre la vida de otros. Creo que todas las personas son iguales en lo esencial, en su dignidad y valor, lo que significa, a su vez, que, sin agredir los derechos de otros, todos tienen igual status moral. Eso hace difícil justificar el otorgar a unos cuantos —los que gobiernan el estado, los que hacen las leyes y hacen cumplir las decisiones de los gobernantes— derechos que otros no poseen.
Y soy liberal-anarquista porque creo que el estado carece de legitimidad. Algunos argumentan que los gobernantes merecen tener más derechos que aquéllos a quienes gobiernan, porque sus súbditos han consentido su autoridad. Pero esa es una falsa afirmación. Nadie ha firmado un contrato social con los responsables del estado otorgando esas facultades para oprimir la sociedad.
Soy liberal-anarquista porque creo que el estado es innecesario. Los estatistas sostienen que la única forma de lograr una sociedad pacífica y próspera, es con un estado fuerte. Yo estoy en desacuerdo tanto en fundamentos teóricos como empíricos. Creo que instituciones no estatales pueden proporcionar los servicios que el estado provee –pero de manera más eficiente, económica y flexible; y hay mucha evidencia para sostener mi afirmación. Además, estoy convencido de que si el estado tiene el poder para hacer cosas buenas, muy útiles, muy importantes, inevitablemente usará ese poder de formas autoritarias y tiránicas: usará el poder que tiene para regular la vida de las personas, sus actividades, sus propiedades –para adquirir más poder y mantenerlo.
Soy liberal-anarquista porque el estado inclina la balanza a favor de las élites privilegiadas y en contra de la gente común (contrariamente a lo que dirán los apologistas del “gobierno bueno”, pues está diseñado para hacer eso). El estado tiende a promover ineficiencias a través de subsidios, monopolios, patentes, aranceles, prohibiciones y otros mecanismos que evitan a las élites pagar los costos reales de lo que hacen, o a competir en un mercado libre y abierto. Obliga a la gente común a soportar los costos, traducidos en precios, de las decisiones de las élites y a ajustar sus preferencias y comportamientos para adaptarse a las mayorías conformistas. Creo que una sociedad sin estado fomentaría la eficiencia, la productividad, y evitaría varias formas de jerarquías y exclusiones que los estados tienden a promover y proteger. Todo aquél preocupado por el poder de los ricos y las grandes empresas, la prosperidad de la gente común y el bienestar de los pobres y vulnerables, debe dar un no rotundo al estado.
Soy liberal-anarquista porque el estado tiende a ser destructivo. Emprende guerras, agresiones, saqueos, y persistentemente está involucrado en un proceso permanente para elevar el nivel de violencia e injusticia a través del mundo, y entre fronteras de los países —fronteras las cuales son, por supuesto, creaciones estatales. Creo que una sociedad sin estado mostraría mucha menos violencia a gran escala que la que vivimos hoy día. La historia de la humanidad es la historia de violentas agresiones de los estados, invasiones, persecuciones, sangre y muerte. Durante el siglo pasado, más de 150 millones de seres humanos perdieron la vida victimas del estado violento.
Soy liberal-anarquista porque el estado restringe la libertad personal –como una forma, según ellos, de mantener el orden, beneficiar a los privilegiados, preservar su propio poder, o subsidiar las preferencias moralistas de algunas personas. Es claro, existe una conexión natural entre el poder estatal y la imposición de límites a la libertad. El papel de oprimir sociedades en sus libertades personales, mutó de la iglesia al estado.
Soy liberal-anarquista porque quiero una sociedad caracterizada por la diversidad, la exploración y la experimentación, porque creo que los estados imponen conformismo y combaten esa creatividad, y porque creo que una sociedad sin estado proveería ilimitadas oportunidades a las personas de explorar diversas maneras de vidas realizadas, prósperas, y de exhibir los resultados de sus exploraciones.
La pregunta lógica sería ¿cómo se puede lograr ese mundo utópico? Mi respuesta será muy sencilla. Ya se ha iniciado el proceso en el cual la sociedad civil toma las funciones de los estados. Desde sistemas judiciales privados operando en Singapur, Qatar, pasando por los ejércitos privados que ya operan en todo el mundo, el dinero privado que representa el Bitcoin, continuando con las ciudades libres que tienen como ejemplo la de Honduras con su gobierno privado, servicios públicos privados, sistema judicial privado.
Soy liberal-anarquista porque pienso que el futuro de la humanidad está en manos de la sociedad civil, no en la opresión del estado.
En el caso de América Latina se ha llegado a situaciones extremas para que la gente despierte, a veces un poco tarde, frente a esa pesadilla. Venezuela es un país de esclavitud declarada al igual que, con tonos un poco más tenues, Bolivia, Nicaragua, Ecuador etc., y en general todo el continente incluyendo a nuestro amado México. Y como afirmara Platón, "la dictadura fluye de forma muy natural del río de la democracia, para luego arribar a la tiranía."
Somos esclavos de la tramitología, de instituciones gubernamentales ineptas y corruptas, del creciente crimen permitido por las mismas autoridades, del narcotráfico, de gobiernos rapaces expropiando los frutos de nuestro trabajo, de sistemas judiciales peores que la mafia, de gobernadores igualmente mafiosos, de sindicatos que parece han reclutado todas las huestes de Atila, de monopolios públicos y privados, de los empresarios siempre pegados a la ubre del gobierno. Somos esclavos de la descarada corrupción a todos los niveles de gobierno.
Ante tal situación, mis ideas, mi filosofía económica y política han sufrido una transformación que tardará un largo periodo y me han conducido a establecer y proclamar mi verdadera libertad, la de mi mente. Mis amigos me tachan de solitario, de chero ermitaño, otros me definen como el llanero solitario del liberalismo. Tal vez tengan algo de razón puesto que yo siempre he pensado que no es saludable adaptarse a una sociedad profundamente enferma y, sobre todo, cuando esa sociedad ignora su enfermedad.
Pero ¿por qué lo he llevado a ese nivel?
Soy liberal con tintes anarquistas, porque creo que no existe un derecho natural a gobernar, es decir, nadie legítimamente ha heredado el poder de regir sobre la vida de otros. Creo que todas las personas son iguales en lo esencial, en su dignidad y valor, lo que significa, a su vez, que, sin agredir los derechos de otros, todos tienen igual status moral. Eso hace difícil justificar el otorgar a unos cuantos —los que gobiernan el estado, los que hacen las leyes y hacen cumplir las decisiones de los gobernantes— derechos que otros no poseen.
Y soy liberal-anarquista porque creo que el estado carece de legitimidad. Algunos argumentan que los gobernantes merecen tener más derechos que aquéllos a quienes gobiernan, porque sus súbditos han consentido su autoridad. Pero esa es una falsa afirmación. Nadie ha firmado un contrato social con los responsables del estado otorgando esas facultades para oprimir la sociedad.
Soy liberal-anarquista porque creo que el estado es innecesario. Los estatistas sostienen que la única forma de lograr una sociedad pacífica y próspera, es con un estado fuerte. Yo estoy en desacuerdo tanto en fundamentos teóricos como empíricos. Creo que instituciones no estatales pueden proporcionar los servicios que el estado provee –pero de manera más eficiente, económica y flexible; y hay mucha evidencia para sostener mi afirmación. Además, estoy convencido de que si el estado tiene el poder para hacer cosas buenas, muy útiles, muy importantes, inevitablemente usará ese poder de formas autoritarias y tiránicas: usará el poder que tiene para regular la vida de las personas, sus actividades, sus propiedades –para adquirir más poder y mantenerlo.
Soy liberal-anarquista porque el estado inclina la balanza a favor de las élites privilegiadas y en contra de la gente común (contrariamente a lo que dirán los apologistas del “gobierno bueno”, pues está diseñado para hacer eso). El estado tiende a promover ineficiencias a través de subsidios, monopolios, patentes, aranceles, prohibiciones y otros mecanismos que evitan a las élites pagar los costos reales de lo que hacen, o a competir en un mercado libre y abierto. Obliga a la gente común a soportar los costos, traducidos en precios, de las decisiones de las élites y a ajustar sus preferencias y comportamientos para adaptarse a las mayorías conformistas. Creo que una sociedad sin estado fomentaría la eficiencia, la productividad, y evitaría varias formas de jerarquías y exclusiones que los estados tienden a promover y proteger. Todo aquél preocupado por el poder de los ricos y las grandes empresas, la prosperidad de la gente común y el bienestar de los pobres y vulnerables, debe dar un no rotundo al estado.
Soy liberal-anarquista porque el estado tiende a ser destructivo. Emprende guerras, agresiones, saqueos, y persistentemente está involucrado en un proceso permanente para elevar el nivel de violencia e injusticia a través del mundo, y entre fronteras de los países —fronteras las cuales son, por supuesto, creaciones estatales. Creo que una sociedad sin estado mostraría mucha menos violencia a gran escala que la que vivimos hoy día. La historia de la humanidad es la historia de violentas agresiones de los estados, invasiones, persecuciones, sangre y muerte. Durante el siglo pasado, más de 150 millones de seres humanos perdieron la vida victimas del estado violento.
Soy liberal-anarquista porque el estado restringe la libertad personal –como una forma, según ellos, de mantener el orden, beneficiar a los privilegiados, preservar su propio poder, o subsidiar las preferencias moralistas de algunas personas. Es claro, existe una conexión natural entre el poder estatal y la imposición de límites a la libertad. El papel de oprimir sociedades en sus libertades personales, mutó de la iglesia al estado.
Soy liberal-anarquista porque quiero una sociedad caracterizada por la diversidad, la exploración y la experimentación, porque creo que los estados imponen conformismo y combaten esa creatividad, y porque creo que una sociedad sin estado proveería ilimitadas oportunidades a las personas de explorar diversas maneras de vidas realizadas, prósperas, y de exhibir los resultados de sus exploraciones.
La pregunta lógica sería ¿cómo se puede lograr ese mundo utópico? Mi respuesta será muy sencilla. Ya se ha iniciado el proceso en el cual la sociedad civil toma las funciones de los estados. Desde sistemas judiciales privados operando en Singapur, Qatar, pasando por los ejércitos privados que ya operan en todo el mundo, el dinero privado que representa el Bitcoin, continuando con las ciudades libres que tienen como ejemplo la de Honduras con su gobierno privado, servicios públicos privados, sistema judicial privado.
Soy liberal-anarquista porque pienso que el futuro de la humanidad está en manos de la sociedad civil, no en la opresión del estado.
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