J. Bradford DeLong
J. Bradford DeLong is Professor of
Economics at the University of California at Berkeley and a research
associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy
Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where
he was heavily involved in budget and trade negotiatio… read more
BERKELEY
– Son días de gran desilusión respecto del estado del mundo. Han
resurgido fuerzas siniestras de fanatismo y fe asesinos (algo que al
menos en Occidente suponíamos terminado después de 1750). Que refuerzan
otras corrientes, que se les han sumado, nacionalistas, xenófobas y
racistas, que creíamos enterradas bajo las ruinas de Berlín en 1945.
Para
colmo, el crecimiento económico desde 2008 ha sido muy decepcionante.
No hay argumentos que permitan cobijar el optimismo respecto de una
mejora en los próximos cinco años, más o menos. Y la incapacidad de las
instituciones globales para brindar un aumento permanente de la
prosperidad debilitó la confianza que en tiempos mejores ayudaría a
suprimir los violentos demonios de nuestra era.
Es
fácil ser pesimista estos días; tal vez demasiado fácil. Pero en
realidad, hay motivos para ser entusiastas y positivos a
contracorriente: si miramos el crecimiento económico global con un
horizonte no de cinco años, sino para los próximos 30 a 60 años, el
panorama se ve mucho mejor.
La
razón es sencilla: las grandes tendencias que impulsaron el crecimiento
global desde la Segunda Guerra Mundial no se han detenido. Cada vez más
personas obtienen acceso a nuevas tecnologías que aumentan su
productividad; cada vez más participan de intercambios mutuamente
ventajosos; y cada vez hay menos nacimientos, lo que mitiga el eterno
temor a la denominada bomba poblacional.
Además,
la innovación, especialmente en el hemisferio norte, no se detuvo,
aunque tal vez de la década de 1880 a esta parte se haya desacelerado. Y
aunque la guerra y el terrorismo siguen horrorizándonos, no se ve nada
de la escala de los genocidios que fueron la marca distintiva del siglo
XX.
Felizmente, es probable que estas grandes tendencias se mantengan, según datos del proyecto de investigación Penn World Table,
la mejor fuente de información resumida sobre el crecimiento económico
global. Sus datos de PIB per cápita real (ajustado por la inflación)
muestran que en 1980 el mundo estaba un 80% mejor en promedio que en
1950, y en 2010 otro 80% mejor que en 1980. Dicho de otro modo,
materialmente estamos, en promedio, tres veces mejor que en 1950.
Aunque
haber triplicado el bienestar material global suene exagerado, lo más
probable es que sea un cálculo conservador. Las mediciones del PIB real
incluyen todos los bienes y servicios producidos, pero no reflejan bien
otras formas de valor que existen pero no son medibles, por ejemplo los
inmensos beneficios que reciben los usuarios de redes sociales por
servicios que no les cuestan nada.
Más
que nunca en la historia, estamos creando mercancías que contribuyen al
bienestar social por el valor de uso en vez del valor de mercado. Hay
quienes dicen que no es nada nuevo, pero no es un argumento convincente,
dada la enorme cantidad de tiempo que pasamos interactuando con
sistemas informáticos donde el flujo monetario es, como mucho, un
minúsculo goteo vinculado a publicidad secundaria.
Los
datos de PWT también permiten una lectura por países; veamos entonces
los casos de China y la India, que comprenden el 30% de la humanidad. El
PIB real per cápita de China en 1980 era 60% inferior a la media
mundial, pero hoy está 25% por encima de ella. El de la India en 1980
estaba más de 70% debajo de la media mundial, pero desde entonces el
país redujo esa distancia a la mitad.
Es
una forma de progreso innegable; pero para no pecar de exceso de
optimismo, también hay que tener en cuenta la desigualdad global. No hay
signos de que desde 1950 el mundo haya convergido a una prosperidad
compartida. Según los datos de PWT, en 1950 dos de cada tres países
tenían un PIB real per cápita que se apartaba de la media mundial, hacia
arriba o hacia abajo, entre un 45% y un 225%. En 1980, las cotas se
ampliaron a 33% y 300%; hoy son 28% y 360%, respectivamente.
A
pesar de todo, la economía mundial hoy es un lugar más igualitario para
el individuo promedio que en 1980. Esto se debe en parte a una serie de
líderes fuertes, como los que hubo en China desde Deng Xiaoping, y en
la India desde Rajiv Gandhi. Pero ya no hay países tan grandes como
China y la India que puedan despegar y hacer grandes avances en
desarrollo, y pocos observadores creen que el presidente chino Xi
Jinping y el primer ministro indio Narendra Modi repetirán las historias
de crecimiento de sus predecesores.
En
realidad, semejantes casos de crecimiento veloz y prolongado pueden
volverse cosa del pasado, si la economía mundial se queda sin
oportunidades de acelerar la transferencia tecnológica, y cada vez más
países maduran de un estadio de economías en desarrollo con alto
crecimiento a otro más estacionario de economías desarrolladas.
Que
el motor de la innovación se desacelere es posible. Pero aun así
seguirá andando, la gente seguirá adoptando tecnologías nuevas, y la
economía mundial seguirá creciendo. De no mediar algún escenario de
pesadilla, por ejemplo una guerra nuclear por causa del terrorismo, cabe
esperar que en 2075 mis sucesores mirarán atrás y se complacerán al ver
que, una vez más, el mundo en que viven está tres veces mejor que el
nuestro.
Fuera
de eso, es más difícil hacer predicciones. Si no actuamos ahora para
frenar y revertir las tendencias térmicas globales, el cambio climático
será el fantasma que acechará al mundo después de 2080. En ese caso,
nuestros bisnietos tendrán poco que agradecernos.
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