Andrés Velasco
Andrés Velasco, a former presidential
candidate and finance minister of Chile, is Professor of Professional
Practice in International Development at Columbia University's School of
International and Public Affairs. He has taught at Harvard University
and New York University, and is the author of num… read more
SANTIAGO
– Los sistemas previsionales de prestaciones definidas están bajo
presión. Los cambios demográficos entrañan problemas para los llamados
sistemas de reparto, en los cuales las cotizaciones que hacen los
trabajadores actuales financian las pensiones. Y las tasas de interés
extremadamente bajas crean problemas para los sistemas de
capitalización, en los cuales el rendimiento de las inversiones previas
paga las jubilaciones. Hace poco, el Financial Timesse refirió a este asunto como "una crisis social y política que va en desarrollo".
Con
frecuencia se alaba a los sistemas de cotizaciones definidas y
capitalización plena por ser la alternativa más factible. A este
respecto, se supone que el modelo es Chile, donde desde 1981 se requiere
que los ciudadanos ahorren para su jubilación en cuentas individuales,
administradas por compañías privadas. Sin embargo, últimamente, miles de
chilenos se han lanzado a las calles para protestar contra las
pensiones bajas. (El promedio que paga el sistema privado es de
alrededor de US$300 al mes, monto inferior al salario mínimo en Chile).
El
gobierno chileno, sintiendo la presión, se ha comprometido a realizar
cambios en un sistema que ha sido imitado por países como Perú, Colombia
y México, y que en algún momento George W. Bush describió como un "gran ejemplo" para la reforma del sistema de Seguridad Social de Estados Unidos. ¿Qué está sucediendo?
La
culpa reside, parcialmente, en el mercado laboral. El chileno es más
formal que el de sus vecinos, pero muchas personas –especialmente las
mujeres y los jóvenes– o no tienen empleo o bien trabajan sin contrato.
La alta rotación laboral hace que sea difícil cotizar de manera regular.
Y también ha resultado difícil hacer cumplir las reglas que exigen que
los trabajadores independientes coticen en sus cuentas individuales.
A
ello hay que agregar que la tasa de ahorro exigida por ley es solo el
10% de la remuneración mensual, y que la edad de jubilación es de 65
años para los hombres y 60 para las mujeres –todas cifras mucho más
bajas que el promedio de los países de la OCDE. El resultado es que los
chilenos ahorramos muy poco para nuestra jubilación, por lo cual no
puede sorprender que las pensiones sean bajas.
Pero
la historia no acaba aquí. Algunos de los mismos problemas que aquejan a
los sistemas de prestaciones definidas también afectan a los sistemas
de cotizaciones definidas en cuentas privadas, como el chileno.
Consideremos los cambios en la esperanza de vida. Una mujer que hoy
jubila a los 60 años puede llegar a los 90. Es decir, un fondo acumulado
en 15 años de cotizaciones (el promedio para la mujer en Chile) debe
financiar pensiones por unos 30 años. Esta combinación podría producir
pensiones decentes solamente si el rendimiento financiero de los ahorros
fuera astronómico, y no lo es.
Por
el contrario, a partir de la crisis financiera mundial de 2008-2009,
las tasas de interés han estado colapsando a través del mundo, y Chile
no es una excepción. Esto repercute en todos los sistemas previsionales
de capitalización, ya sean de prestaciones definidas o de cotizaciones
definidas.
Un
rendimiento financiero menor conlleva o pensiones más bajas o déficits
más altos. El shock y sus consecuencias son de envergadura. En el caso
de un trabajador que a la hora de jubilar utiliza su fondo para adquirir
una renta vitalicia, una caída del 4% al 2% en la tasa de interés a
largo plazo significa un recorte en su pensión de casi 20%.
En
Chile, el problema de la tasa de rendimiento se complica aún más debido
a que las administradoras de los fondos cobran altas comisiones, las
que se fijan como un porcentaje de la remuneración mensual del
cotizante. Hasta que la ley obligó a las administradoras de fondos
previsionales a participar en licitaciones, no había mayor competencia
en este ámbito (las encuestas revelan que la mayor parte de los
cotizantes ignora el monto de las comisiones que paga). Hace poco, un
grupo de expertos nombrado por el gobierno llegó a la conclusión
de que las administradoras han generado elevados retornos brutos reales
en las inversiones –un promedio del 8,6% anual entre 1981 y 2013– pero
las altas comisiones han recortado los retornos netos para el cotizante
al 3% anual durante el mismo período.
Estas
altas comisiones también implican considerables ganancias para las
administradoras de los fondos. Y, lo que impulsa las protestas
callejeras es, precisamente, la disparidad entre los escuálidos montos
de las jubilaciones y las contundentes ganancias de los empresarios. Por
lo tanto, el mayor desafío que enfrenta el sistema previsional chileno
no reside tanto en problemas técnicos, como en su déficit de legitimidad
política.
Para
abordar este problema, es útil considerar a cualquier sistema
previsional como una forma de administrar riesgos, ya sean de desempleo,
enfermedad, tasas de interés volátiles, muerte súbita o una vida muy
larga. Los distintos principios que se emplean para organizar un sistema
previsional –de prestaciones definidas versus de cotizaciones
definidas, de capitalización plena versus de reparto, más todos los
grados intermedios– asignan dichos riesgos de modos diferentes entre los
trabajadores, los contribuyentes, los jubilados y el Estado.
La
lección clave que se desprende de Chile es que un sistema de
capitalización con cuentas individuales tiene algunas ventajas: puede
estimular el ahorro, proporcionar un stock amplio y creciente de fondos
invertibles (más de US$ 170 mil millones en Chile) e incentivar el
crecimiento económico. No obstante, también deja a los ciudadanos
demasiado expuestos a demasiados riesgos. Una reforma exitosa debe
mejorar el mercado laboral, diseñar mejores mecanismos para compartir
los riesgos y, al mismo tiempo, conservar los incentivos para ahorrar.
Es un tremendo desafío.
El
sistema chileno ya permite compartir ciertos riesgos entre los
trabajadores de bajos ingresos y los contribuyentes a través de una
pensión mínima no contributiva y de un conjunto de complementos a la
jubilación, implementados en la reforma del 2008 (yo participé en su
diseño siendo ministro de Hacienda). La experiencia posterior sugiere
que dichos beneficios deberían ampliarse y ponerse al alcance de un
mayor número de jubilados. Sin embargo, el gobierno chileno dispone de
escasos recursos para esto, puesto que ha comprometido la recaudación de
una cuantiosa reforma tributaria implantada hace dos años, a la mal
concebida política de entregar estudios universitarios gratis, incluso a
estudiantes de ingresos altos.
En
respuesta a las manifestaciones recientes, el gobierno ha propuesto un
plan adicional para compartir los riesgos: una parte (aún no decidida)
de un aumento de 5 puntos porcentuales en la tasa obligatoria de ahorros
previsionales, a ser pagada por los empleadores, irá a un "fondo
solidario" que podrá financiar transferencias a quienes reciben una
jubilación baja.
El
objetivo es correcto, pero, como suele suceder, la dificultad reside en
los detalles. Parece probable que, en el mediano a largo plazo, se
produzca un ajuste en las remuneraciones, de modo que la carga efectiva
de los nuevos ahorros no recaería en los empleadores, sino en los
empleados. Hay un estudio
que revela que los trabajadores consideran la mitad del ahorro
obligatorio como un impuesto a los ingresos laborales, de modo que un
aumento demasiado alto (especialmente en los fondos que no van a las
cuentas individuales de los trabajadores) podría resultar en una
disminución de la participación en la fuerza laboral, en un giro del
empleo formal al informal, o en las dos cosas. Eso es precisamente lo
que la economía chilena no necesita.
No
existen respuestas fáciles al dilema de las pensiones, sea en Chile o
en cualquier otro país. Los legisladores chilenos se verán obligados a
tomar arduas decisiones en relación a una serie de disyuntivas que son
difíciles de cuantificar. Los jubilados airados y quienes se aprontan a
jubilar, los estarán observando con atención.
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