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Wednesday, August 24, 2016

Un libro que no debemos olvidar

Este año se cumplen 70 años de la publicación de una de las obras más señeras del siglo XX: La sociedad abierta y sus enemigos. Su autor es el gran pensador austriaco Karl Popper (1902-1994), célebre por sus notables aportes tanto a la teoría del conocimiento científico como al pensamiento liberal. En esta ocasión quiero limitarme a rememorar algunas de las ideas centrales de La sociedad abierta y sus enemigos. Lo hago no sólo por conmemorar un aniversario sino, principalmente, porque pienso que la obra sigue teniendo una tremenda actualidad y nos brinda algunas claves decisivas para comprender nuestro mundo y sus grandes conflictos.



Karl Popper, como él mismo recuerda en el prefacio a la edición revisada, tomó la decisión definitiva de escribir La sociedad abierta y sus enemigos como respuesta a una circunstancia trágica: la entrada triunfal, en marzo de 1938, de Adolf Hitler en una Austria que lo recibió con los brazos abiertos. Pocas veces se ha visto un delirio tal por una causa tan delirante, y el hecho de ver a sus compatriotas en tal estado de alienación colectiva no podía sino consternar a ese alma tolerante y civilizada que era Popper. Ante ello se planteó la pregunta que guiará su larga investigación por los recovecos del pensamiento occidental: ¿de dónde vino y por qué surgió esa ola descomunal de totalitarismo que estaba inundando a Europa?
Su esfuerzo por dar respuesta a esta pregunta se desarrollará durante los años más inciertos de la II Guerra Mundial, y fue su singular aporte a la lucha contra el totalitarismo. Su compleja respuesta parte de una tesis fundamental: el estado natural del ser humano es el tribalismo, es decir, el colectivismo, la "sociedad cerrada", que no conoce ni reconoce al individuo ni aún menos la libertad individual. Es a ese estado natural tribal que Popper contrapone lo que él llama la "sociedad abierta", la sociedad de los individuos libres, las decisiones personales y el pensamiento crítico. Según Popper, la libertad individual –que de ninguna manera debe confundirse con la libertad colectiva o de grupo, que puede llegar a ser su contrario– es una creación muy reciente de la humanidad, una salida aún esporádica y traumática de su estado colectivista original, en el cual siempre vivió desde su abandono de la mera animalidad hasta hace, históricamente, muy poco. La primera salida del tribalismo o colectivismo se habría dado, aún con pasos muy inseguros, en la Atenas de Pericles, y su verdadera derrota hacia la libertad no habría acontecido sino hasta la formación de la Europa de la modernidad. Según Popper, nuestra civilización todavía no se ha recobrado plenamente de la conmoción causada por "la transición de la sociedad tribal o cerrada, con su sometimiento a las fuerzas mágicas, a la sociedad abierta, que pone en libertad las facultades críticas del hombre".
Es en el contexto de esta conmoción causada por la irrupción de la libertad individual donde Popper sitúa el nacimiento del totalitarismo moderno, que no sería sino una reacción de una violencia inusitada ante esa irrupción, un intento brutal de restablecer el orden tribal o colectivista que la libertad individual necesariamente amenaza. Esta es la paradoja o maldición de la libertad, ya que es su avance lo que desencadena una resaca de opresión nunca vista en la historia de la humanidad. La razón no es otra que la fuerza profundamente subversiva de la libertad. La libertad individual no es otra cosa que la libertad de cada uno de nosotros de subvertir todo lo que existe, cuestionar todo aquello en que hemos creído, dejar obsoletas tanto nuestras ideas como nuestras formas de producir y organizarnos. La libertad amenaza las comunidades existentes, las solidaridades de siempre, las certidumbres de antaño, y crea un desorden permanente, el desorden de la creatividad, del experimento, del cambio, del tratar de ser lo que queramos ser y no aquello para lo cual habríamos nacido, según la tradición y la imposición de un cierto orden social. La libertad es, con otras palabras, la salida del ser humano de lo controlable y predecible, la entrada en la era del cambio incesante; y como tal pesa, cuesta e incluso cansa.
Desde el punto de vista económico, la libertad no es otra cosa que la economía moderna de mercado regida por la libre competencia, que es el derecho de cada uno a competir con su trabajo e ingenio por la elección soberana de un consumidor. Una economía libre no acepta la coacción del productor ni del consumidor sino que se basa en el consentimiento voluntario, y es justamente por ello que nos somete a una constante presión: la de superarnos para ganarnos las voluntad de los consumidores libres y no ser desplazados del mercado. Es por ello que el capitalismo moderno tiene una capacidad tan extraordinaria de crear riqueza. Pero lo hace de una forma exigente, dura, y bajo la amenaza de hacernos perder nuestra empresa o nuestro trabajo si no estamos alertas. Es por ello que es tan difícil querer al capitalismo; es por ello que su puro nombre produce una cierta incomodidad para no decir malestar. La verdad es que, para parafrasear a Churchill, nunca tantos han debido tanto a un sistema que ha sido querido por tan pocos.
Esta maldición del capitalismo no es más que la expresión más visible de esa maldición de la libertad que se mencionó antes. De allí el surgimiento de sentimientos y fuerzas que quieren terminar con esa libertad tan subversiva y amenazante, aplastando el derecho de cada uno de nosotros a ser libres, que, como los totalitarios de izquierda y de derecha han entendido, la única forma definitiva de restablecer el orden tribal y detener el torbellino del cambio permanente.
La importancia de todo esto para entender los desafíos de la sociedad abierta en nuestros tiempos reside en que la globalización, tomada en su conjunto, no es más que una expansión sin paralelos de nuestra libertad en todo sentido. De ello proviene el crecimiento acelerado que permite la salida espectacular de grandes masas humanas de la pobreza en un tiempo tan corto. El mundo se achica y el enorme flujo comunicativo de la era de la información hace llegar las ideas e influencias más diversas prácticamente a todos los rincones del planeta. Con ello, como Marx proféticamente dijo, todo lo que era sólido se desvanece en el aire, todas las tradiciones y lealtades de todos aquellos universos cerrados o semicerrados que hasta hace no mucho formaban el mundo son sometidos a juicio, cuestionados, obligados a justificarse y, finalmente, forzados a modernizarse o a desaparecer.
Ahora bien, si Popper tiene razón en su tesis acerca de la paradoja o maldición de los avances de la libertad entonces, no debería sorprendernos la fuerte resaca colectivista o tribal con un claro sesgo totalitario que hoy vemos alzarse frente a todo este torbellino de libertad y cambio que llamamos globalización. Su forma de expresión más patente es el islamismo yihadista, con su violencia sin límites y su utopía arcaica, consistente en la instauración, a nivel global, del califato islámico, modelado a imagen y semejanza de la comunidad o umma creada por Mahoma el año 622 en la ciudad de Medina. Pero los rostros de la resaca tribal son múltiples y van desde los movimientos antiglobalización y los socialismos del siglo XXI hasta el populismo xenófobo europeo y el hinduismo militante.
Esto fue lo que no vieron muchos liberales ingenuos a propósito del derribo del Muro de Berlín y el hundimiento del imperio soviético. Creyeron que habíamos entrado en la recta final de la carrera hacia la libertad, su happy end sin más complicaciones. Hoy sabemos que las cosas no eran tan simples, y La sociedad abierta y sus enemigos nos da las claves para entender este resurgimiento del totalitarismo, justo en una época que presencia la más extraordinaria irrupción de la libertad y el progreso que haya contemplado la humanidad.

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