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Tuesday, August 2, 2016
No a la bonachona estupidez: las FARC buscan imponer el totalitarismo
Si no ocurre un acontecimiento inesperado – como la perpetración de un magnicidio o una gran masacre que modifique radicalmente el estado mental de la opinión pública – la incorporación plena de las Farc a la vida política legal se producirá en un par de años. En 2018 participarán en las elecciones legislativas en las circunscripciones especiales que les serán otorgadas y muy seguramente apoyarán algún candidato de la izquierda en las presidenciales. Nada que objetar: ese era el objetivo de los acuerdos de La Habana. Hay que saludar ese acontecimiento sin caer, no obstante, en la bonachona estupidez.
La más reciente expresión de la bonachona estupidez son las declaraciones del alcalde de Cali, el señor Maurice Armitage, invitándonos a “pedir perdón a la guerrilla por haberlos conducido a las armas”. Lo que llama la atención en el despropósito del señor Armitage no es su contenido, sino la forma un tanto ingenua de expresarlo, quizás a causa de su inexperiencia en la arena política. Porque eso es lo que sienten y piensan muchos periodistas, historiadores, escritores y políticos que durante años han abrevado a la opinión pública con la teoría de las “causas objetivas” del conflicto, fundamento último de la bonachona estupidez.
Según esa teoría las FARC, el ELN, el EPL, el M-19 y todos los guerrilleros que en la historia han sido, se fueron al monte en respuesta a una sociedad injusta, inequitativa y carente de movilidad. El hecho de que probablemente muchos guerrilleros, especialmente en la época romántica de sus inicios, creyeran genuinamente eso, no significa que en ese entonces, y menos ahora, sea verdad.
La sociedad colombiana está lejos de ser perfecta, pero en los cincuenta años de insurgencia de las FARC, su economía ha crecido por la acción de empresarios y trabajadores que han creado riqueza y bienestar para millones de personas. Cualquiera que mire con mínima objetividad los indicadores de la economía colombiana, sabrá que es así. Cualquiera que compare las condiciones económicas de sus padres y abuelos con las suyas propias, sabrá que es así. Negarlo contra toda evidencia es lo que conduce a la bonachona estupidez.
Millones de colombianos han enfrentado con trabajo y tesón las mismas o peores condiciones de injusticia, inequidad y falta de oportunidades que enfrentaron aquellos que con motivaciones supuestamente altruistas tomaron el camino de la violencia.
Millones de colombianos enfrentan condiciones adversas todos los días con su trabajo honesto sin convertirse en ladrones, salteadores, asesinos o narcotraficantes. Quienes decidieron hacerse guerrilleros o maleantes, que es casi la misma cosa, lo hicieron haciendo uso de su libertad. Si aceptamos la tesis del señor Armitage, los colombianos sin excepción nos veríamos precisados a pedirle perdón, además de a las FARC, a todo el que nos roba, nos secuestra o asesina en un delirante ejercicio colectivo de bonachona estupidez.
Los negociadores de las FARC han declarado repetidamente que los acuerdos de La Habana no significan renunciar a su ideología. Es bueno saberlo; las FARC son una organización marxista-leninista y su séptima conferencia decidió la creación del Partido Comunista Clandestino, sin que se sepa que se haya desistido de ello.
El marxismo-leninismo es la teoría de la lucha de clases como motor de la historia y de la dictadura del proletariado como instrumento inevitable para la construcción del comunismo. Y dictadura, según Lenin, “no significa otra cosa que un poder ilimitado no sujeto a ninguna clase de leyes ni absolutamente a ninguna clase de reglas y directamente apoyado en la violencia”.
La experiencia del socialismo real del siglo XX muestra elocuentemente que los marxistas-leninistas, cuando llegan al poder, aplican a rajatabla los preceptos de Lenin y establecen siempre un régimen totalitario de partido único. Olvidar esto es caer en la bonachona estupidez.
La democracia es, antes que nada, un sistema político en el cual una pluralidad de partidos compite en elecciones periódicas por alcanzar el poder. las FARC, o el movimiento o partido que las sustituya, será pues una organización política que, empleando métodos democráticos, buscará alcanzar el poder para suprimir la democracia e instaurar en su lugar la dictadura del partido comunista, vanguardia del proletariado.
Hay que asumir que ese es y será su objetivo estratégico mientras no renuncie expresamente al marxismo-leninismo y a la dictadura del proletariado. La presencia de las FARC como organización política legal plantea un problema fundamental a la democracia colombiana; cuál es el grado de tolerancia y las ventajas que se otorgaran a una organización política que busca emplear los medios de la democracia para acabar con ella.
Otorgarle a las FARC y a sus aliados garantías o ventajas excesivas en el régimen electoral y en la distribución del poder político, que eventualmente le permitan tomarse por métodos legales el poder que no alcanzaron por las armas, sería el más deplorable resultado de la bonachona estupidez.
La bonachona estupidez, enseña Popper, es la condición de muchas personas – intelectuales, periodistas, curas y políticos, en general, todos los apóstoles de la justicia social – que pueden ser buenos en lo moral pero extremadamente débiles en lo intelectual.
El socialismo es antes que nada un error intelectual que se transforma en tragedia social cuando sus partidarios llegan al poder. Y el mayor riesgo de que esto ocurra en Colombia proviene de todos los estúpidos bonachones o idiotas útiles, como los llamaba Lenin, quienes, queriendo hacerse perdonar de las FARC por las injusticias sociales de las que supuestamente todos somos responsables; con sus escritos apologéticos, sus entrevistas obsecuentes, sus púlpitos adocenados y sus alianzas electorales inicuas terminen por allanarle a las FARC y sus amigos el camino para llegar al poder. Esa sería la apoteosis de la bonachona estupidez.
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