Alberto
Mansueti
De la Edad Media se tiene una imagen equivocada.
Contra lo que se cree, muchas libertades, y principalmente económicas,
florecieron en los mil años desde la caída del Imperio romano occidental en el
siglo V, porque el poder estuvo fragmentado y disperso. Los reyes no fueron absolutos;
su poder estaba contenido por la visión cristiana de “potestades” en
competencia: nobles y señores feudales, Obispos, Emperadores y Papas, órdenes
religiosas, gremios de artesanos y comerciantes, banqueros, centros educativos,
etc.
A partir del siglo XVI surgen los Estados
nacionales: los reyes van concentrando y centralizando el poder en las Cortes. Y
aparece el “mercantilismo”: el control de la economía por los Gobiernos, con
“protección” de las industrias nacionales mediante monopolios, aranceles y
prohibiciones contra las importaciones, y con manipulación del dinero y oferta
monetaria. Muchas ideas mercantilistas están vivas y se practican hoy en día, por
ej. en países socialistas.
El mercantilismo comenzó a ser cuestionado por
John Locke, y después por los “fisiócratas”; pero la crítica decisiva fue la de
Adam Smith en “La riqueza de las naciones”, del año 1776. Presbiteriano, Smith
creyó en un Dios Soberano, que gobierna su Creación con su “mano invisible”, la
de la divina Providencia. Y que las leyes económicas, por ej. las leyes de la
oferta y la demanda en los mercados, son leyes naturales, tanto como las
físicas, descritas por Isaac Newton, todas decretadas por Dios, y parte de su
“revelación general”. Por eso dedica todo el libro a explicar ciertas leyes
naturales de la economía, y los beneficios de tomarlas en cuenta.
El XIX fue el siglo del liberalismo económico, con
enormes ventajas para todo el mundo; aunque no para los privilegiados del
mercantilismo, que salieron perdiendo. Pero encontraron fuertes apoyos en los
socialistas y comunistas, partidarios de un estatismo mayor, totalitario. Karl Marx
y Federico Engels etiquetaron como “capitalismo” tanto al mercantilismo como al
libre mercado, y embistieron contra “las derechas” en general, sin distinguir
entre lo que en el Centro de Liberalismo Clásico llamamos “derecha mala”, la
del mercantilismo, y derecha buena, la del capitalismo liberal.
Desde la Primera Internacional, la de 1864 en Londres,
Marx y Engels se aliaron con los anarquistas, declarando todos que el Estado desaparecería,
juntamente con el capitalismo, el matrimonio y familia “burguesas”, y la
religión. Diferían sólo sobre si tales instituciones se habrían de extinguir en
forma lenta y de “muerte natural”, como sostenía el anarquismo, o serían liquidadas
por una “dictadura del proletariado de tipo transitorio”. Los marxistas también
arremetieron contra el “socialismo utópico”, en nombre de un “socialismo
científico”, basado en los materialismos, dialéctico e histórico, tratados por Engels
respectivamente en el “Anti-Dühring” de 1878, y en “El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado” de 1884.
Lo sorprendente de esta vieja literatura es que
sus ideas se discuten aún hoy día; lo cual demuestra gravísimo estancamiento y
aún retroceso intelectual. Por ej: en esa época los términos “socialismo” y
“comunismo” causaban cierta confusión en las izquierdas, así que ya en 1848 Engels
había escrito con Marx el “Manifiesto Comunista”, mostrando que eran
equivalentes, y con un “Programa Mínimo” de 10 puntos en los que todos concordaban,
no importa si se llamaran socialistas o comunistas: (1) "Reforma
agraria", (2) impuesto progresivo a los ingresos, (3) fuerte impuesto a
las herencias, (4) estatización de las grandes empresas y compañías
extranjeras, (5) banco central con monopolio de la emisión de dinero, (6)
transportes del Estado, (7) empresas de propiedad estatal, e industrias y
comercios bajo control del Gobierno, (8) leyes obreras y sindicales, (9)
impuesto a las ganancias extraordinarias, (10) educación pública socializada.
Salvo la última estas son medidas económicas,
muchas tomadas del viejo mercantilismo. Marx y Engels asumieron que había de
atacarse primero la economía capitalista, cuya base es la propiedad privada y
el manejo de las empresas y actividades productivas por los particulares. Y
dejar para el futuro las políticas contra las libertades civiles y la
democracia representativa, que Marx y luego Lenin llamaron “cretinismo
parlamentario”, y contra el matrimonio, la familia y la religión, hoy blanco de
los ataques inspirados en la Escuela de Frankfurt y en otras asociadas al
marxismo cultural.
En la Segunda Internacional, la de 1889 en París, los
anarquistas se separaron. Pero desde entonces todas las izquierdas han aplicado
estos mismos 10 puntos, con la sola diferencia en los medios: más o menos
pacíficos los fabianos y socialdemócratas, que en el Centro de Liberalismo
Clásico llamamos “la izquierda mala”; y muy violentos los comunistas, nazis y
fascistas, y ahora Socialismo del Siglo XXI, que llamamos “izquierda peor” o
pésima. (Izquierda buena no existe). Las fases sucesivas son cuatro:
Desde 1913 en EE.UU., establecieron el dinero
emitido por los Bancos Centrales. Decretaron nuevos impuestos. Y arremetieron
contra el empleo, con las leyes laborales de la OIT, desde 1919. Así nos
comenzaron a empobrecer. Consecuencias: la crisis de 1929 y la Gran Depresión.
En los ’30 y ’40 nos dijeron que como estábamos
muy pobres, el Estado nos daría gratis “salud y educación”, y se apoderaron de
la atención médica y la docencia, que usaron como medios de control y adoctrinamiento
respectivamente. Aumentaron los impuestos para cubrir el “Welfare”, mientras la
seguridad y la justicia decaían. Y como los antiliberales se llevan muy mal
entre ellos, desataron la II Guerra Mundial, tras la cual un breve interludio
“Neo liberal” no fue suficiente para revertir el rumbo que el mundo había
tomado. Las izquierdas volvieron a las andadas.
En los '70 y '80 desataron un ataque masivo contra
la producción, con "nacionalizaciones" de empresas, y expropiaciones
para la "reforma agraria". Las guerrillas secuestraron, torturaron y
asesinaron; y la propaganda arreciaba contra la representación política, en
nombre de una “democracia participativa”.
Estamos ahora en la cuarta ola: el marxismo
cultural, en pos de la desaparición de los Estados nacionales y su reemplazo
por un “Nuevo Orden Mundial”. A más de 400 años de John Locke
(1632-1704), y sus Tratados en pro de un Gobierno limitado a la defensa de la
vida, libertad y propiedad.
Los marxistas han operado en sentido inverso,
destruyendo primero la propiedad, y luego la libertad; y ahora van contra la
vida misma, con sus ataques “medio-ambientalistas” contra el desarrollo, y neo-maltusianos
contra la población, como aborto e “ideología de género”, y “deconstruyendo” el
lenguaje, e imponiendo el Posmodernismo relativista y enemigo de la razón, de
la mano con la “Nueva Era”.
Termino el artículo con la tesis política del
Centro de Liberalismo Clásico, que es esta: el mundo empezará a enderezarse
cuando las izquierdas pierdan fuerza. Pero eso va a ser cuando las derechas se enderecen.
Es decir, cuando sus dos segmentos corrijan sus respectivos errores, y:
(1) los conservadores, entre ellos muchos
cristianos, aprendan economía, y se dejen de ilusionar y engañar con ideas del
marxismo clásico, tomadas casi todas del mercantilismo, disfrazadas ahora de
“nacionalistas”. Y (2) los “libertarios” y liberales despistados aprendan
política, historia, derecho y filosofía, y se dejen de ilusionar y engañar con
ideas del marxismo cultural, tomadas algunas del materialismo y otras del anarquismo,
y disfrazadas ahora de “libertarias”.
¡Hasta la próxima!
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