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Tuesday, August 16, 2016

El Presidente Clinton y el modelo chileno de pensiones

José Piñera relata cómo el Presidente Clinton estuvo muy cerca de emprender una reforma de la seguridad social en EE.UU., inspirado en el sistema de capitalización individual de Chile.
José Piñera fue el ministro del Trabajo y Previsión Social de Chile responsable de la reforma radical del sistema de pensiones en 1980 (www.josepinera.org) y es académico distinguido del Instituto Cato.
Medianoche en la Casa del Bien y del Mal
“Son las 0.30 o la 1.00 de la noche y Bill Clinton me pregunta a mí y a Dottie: “¿Qué sabes sobre el sistema chileno de pensiones?”, cuenta Richard Lamm, quien fuera gobernador de Colorado por tres períodos. Era marzo de 1995 y Lamm y su esposa estaban pasando el fin de semana en el dormitorio Lincoln de la Casa Blanca.
Leí sobre esta sorprendente conversación de medianoche en un artículo en la revista Newsweek firmado por Jonathan Alter (mayo 13, 1996), mientras esperaba en el aeropuerto internacional de Dulles por un vuelo hacia Europa. El artículo también decía que temprano, la mañana siguiente, antes de que saliera a correr, el Presidente Bill Clinton se las arregló para que un informe especial sobre esta reforma chilena, producido por su equipo, fuera deslizado debajo de la puerta de Lamm.
Esa noticia atrajo mi interés. Tan pronto como regresé a Estados Unidos, fui a visitar a Richard Lamm.



Quería conocer las circunstancias exactas en las que el presidente de la primera potencia mundial involucró a un colega ex gobernador en un intercambio sobre el sistema que yo había implementado 15 años antes. Con Lamm compartimos un café en la terraza de su casa, en Denver. No sólo fue el anfitrión más amable para este curioso chileno, sino también demostró estar profundamente motivado por el tema del envejecimiento y el futuro de Estados Unidos. Tuvimos entonces una intensa conversación. Al final, me atreví a pedirle una copia del informe que Clinton le había entregado. Estuvo de acuerdo en dármelo con la condición de que no lo hiciera público mientras Clinton fuera presidente. También me dio una copia de una nota autografiada en un papel oficial de la Casa Blanca, fechada el 21 de marzo, 1995, que acompañaba el informe deslizado debajo de su puerta. Decía:
“Dick, perdón, no te pude ver en la mañana. Fue grandioso tenerte a ti y a Dottie. Aquí está el material sobre Chile que te mencioné. Lo mejor, Bill”.
Tres meses antes de ese intercambio entre Clinton y Lamm sobre el sistema chileno de pensiones, tuve una conversada comida en Santiago con el periodista Joe Klein, de la revista Newsweek. Unas pocas semanas después, escribió un fascinante artículo titulado: “¿Si Chile puede hacerlo… no podría (Norte) América privatizar su sistema de seguridad social? Concluía manifestando que “el sistema chileno de pensiones… es tal vez la primera política social significativa que emana del hemisferio sur” (diciembre 12, 1994).
Tengo razones para pensar que probablemente este artículo atrajo la atención de Clinton y, dada su pasión por las políticas públicas, se convirtió en casi experto en el sistema de capitalización de Chile. Clinton conocía a Klein, quien cubrió la carrera presidencial de 1992 y en forma anónima escribió el bestseller Primary Colors, un levemente velado registro de la campaña de Clinton.
“La madre de todas las reformas”
Mientras estudiaba para un máster y un doctorado en Economía en la Universidad de Harvard, me enamoré del experimento único de Estados Unidos sobre libertad y gobierno limitado. En 1835, Alexis de Tocqueville escribió el primer volumen de Democracy in America, con la esperanza de que muchos de los saludables aspectos de la sociedad norteamericana pudieran ser exportados a su nativa Francia. Yo soñaba con exportarlos a mi querido Chile.
Una vez concluido mi doctorado en 1974 y, mientras disfrutaba en plenitud mi posición como “teaching fellow” en Harvard y profesor en la Universidad de Boston, tomé la más difícil decisión de mi vida: regresar para contribuir con mi país a recuperar su economía y su democracia destruidas, siguiendo el ejemplo de los principios e instituciones creados en Estados Unidos por los llamados “Padres Fundadores”. Al poco tiempo asumí como ministro del Trabajo y Previsión Social y en 1980 creamos un sistema de capitalización con cuentas personales de ahorro para la vejez.
El historiador Niall Ferguson escribió en su bestseller mundial The Ascent of Money que esta reforma estructural fue “el más profundo desafío al Estado de Bienestar en una generación. Thatcher y Reagan vinieron después. El desafío al Estado de Bienestar comenzó en Chile”.
En algún momento durante el siglo XX, la cultura de la responsabilidad individual que hizo a Estados Unidos una nación grande y libre fue diluida por la creación de un Estado Benefactor, con aspectos que imitaban el crecientemente fallido Estado de Bienestar europeo. Lo que Estados Unidos necesitaba, a mi juicio, era un regreso a lo esencial de la Revolución Americana, a los principios fundantes del gobierno limitado y la responsabilidad personal.
En cierta forma, los principios que Estados Unidos ayudó a exportar exitosamente a Chile a través de un grupo de economistas liberales necesitaban ser reafirmados en el propio Estados Unidos, a través de una reforma estructural profunda, coherente con esos principios. Como el sistema chileno de pensiones está basado en principios universales, los pilares de esta reforma pueden exportarse al mundo.
Una vez que culminó exitosamente la transición a la democracia que habíamos diseñado en la Constitución de 1980, y una vez que hice todo lo posible para asegurar la estabilidad del modelo económico y las modernizaciones sociales, incluyendo mi propia campaña presidencial “educativa” de 1993, decidí dedicar mi vida a compartir el modelo chileno por el mundo.
A comienzos de 1995, cuando el Presidente Clinton estaba teniendo conversaciones de medianoche sobre el modelo chileno, recibí una extraordinaria invitación que me ayudaría mucho en mi lucha en Estados Unidos. Ed Crane, cofundador y presidente del Cato Institute, el think tank libertario más influyente del mundo, me honró nombrándome “distinguished senior fellow” y copresidente de su Social Security Choice Project. Acepté de inmediato con tanto entusiasmo como alegría.
El Instituto Cato había publicado estudios sobre seguridad social y cuentas individuales desde 1979, basado en los trabajos de James Buchanan que también era “distinguished senior fellow” del instituto junto con Friedrich Hayek, ambos premios Nobel de Economía. En los años siguientes, viajé intensamente por todo Estados Unidos compartiendo la experiencia chilena en conferencias, encuentros, reuniones públicas, audiencias en el Congreso y entrevistas en los medios de comunicación. Me impresionó la receptividad y apertura mental del público, pero lo que Milton Friedman llamó “la tiranía del statu quo” hacía difícil para los líderes políticos adoptar esa solución para el creciente problema de la seguridad social.
En enero de 1996, Mack McLarty, el enviado especial para las Américas del Presidente Clinton y su ex jefe de gabinete, viajó a Chile y quiso conocer de primera mano sobre el éxito del primer sistema integral de cuentas personales de ahorro para la vejez. Nos reunimos durante largas horas y me preguntó tanto sobre los principios como sobre los detalles del sistema. Unas pocas semanas después, recibí una carta de él con un entusiasta mensaje:
“José, sin ninguna duda, la reforma al sistema de pensiones de Chile ha sido un factor que ha contribuido en forma clave —algunos lo llaman la madre de todas las reformas— al actual éxito económico de Chile. La reforma al sistema de seguridad social que tú desarrollaste y por el cual luchaste ha dejado a tu país con una base estable para el futuro. Aunque las experiencias chilenas y norteamericanas son diferentes en varios sentidos clave, creo que podemos aprender mucho de la audaz iniciativa de tu país, que es ampliamente envidiada a lo largo del hemisferio”.
Una carta al presidente de Estados Unidos
En su mensaje sobre el Estado de la Unión, en enero de 1998, el Presidente Clinton advirtió al país sobre la próxima crisis de la seguridad social y llamó a un debate abierto sobre la necesidad de reformas: “Sostendremos en diciembre una cumbre en la Casa Blanca sobre seguridad social. Y a un año desde ahora, convocaré a los líderes del Congreso a trabajar en una histórica legislación bipartidista para lograr un hito para nuestra generación, un sólido sistema de seguridad social para el siglo XXI”.
Al escuchar el discurso en mi oficina del Instituto Cato en Washington comprendí que había llegado el momento. Recordé el Carpe Diem de Virgilio. Tenía que llegar hasta el mismo Presidente. Conociendo la reputación de Clinton como un voraz lector, resolví escribirle una carta abierta al Presidente en un diario importante, donde él seguramente le prestaría atención.
Ese abril, en una conferencia en Tokio organizada por el Instituto Cato y la poderosa Keidanren, la asociación de empresarios de Japón, le comenté mi idea de una carta abierta a un colega conferencista, George Melloan, del Wall Street Journal. Me dijo que era muy inusual para el Wall Street Journal publicar una nota como esa, pero después de leer un borrador aceptó entusiasmado. Melloan me pidió enviarla por fax a la columnista del Wall Street Journal, Mary O’Grady, en Nueva York. Desde el Hotel Imperial, con mi colega Bob Borens, del Cato, pasamos toda la noche intercambiando faxes entre Tokio y downtown Nueva York, donde están las oficinas del Wall Street Journal, revisando cada coma de mi carta hasta que todos estuvimos plenamente satisfechos.
La carta abierta al Presidente Clinton fue publicada en la página editorial del Wall Street Journal el 10 de abril de 1998 (el texto completo está aquí).
La Cumbre de la Casa Blanca sobre Seguridad Social
Mis expectativas fueron superadas cuando a los pocos días recibí una invitación de Gene Sperling, el asesor de políticas económicas del presidente, haciéndome la extraordinaria invitación a hablar en la próxima “Cumbre de la Casa Blanca sobre Seguridad Social”. El público serían líderes de todas las áreas de la sociedad civil, expertos de think tanks y universidades, dirigentes sindicales y empresariales. Y, muy importante, una delegación de 60 senadores y miembros de la Cámara de Representantes, así como el equipo económico del gobierno.
La apuesta era alta. En una conferencia de prensa el 2 de diciembre de 1998, en la semana previa a la cumbre, Sperling declaró:
“Creo que la realidad política es que 1999, al ser un año sin elecciones y con un presidente demócrata en su segundo período, ofrece una oportunidad única para una reforma estructural, especialmente dada la sólida situación fiscal del país”.
Si bien me sentí muy honrado con esta invitación, especialmente considerando que era el único orador que no tenía un pasaporte estadounidense, estaba al mismo tiempo consciente del desafío crucial de ese discurso. En sólo unos minutos tendría que explicar el sistema chileno de pensiones, sus fundamentos y su arquitectura de transición y explicar por qué una reforma como ésta tenía relevancia para Estados Unidos.
Cuando las cámaras de televisión que transmitían la cumbre comenzaron a correr, entregué el mensaje que había querido dar por mucho tiempo.
“Cada trabajador chileno tiene una cuenta personal de ahorro para la vejez, y yo también tengo una. El trabajador coloca su aporte mensual en su cuenta y puede saber en cualquier momento cuánto dinero tiene ahorrado y cuánto ha ganado por rentabilidad de sus fondos. Al acumular ahorros durante toda su vida laboral, los trabajadores pueden así beneficiarse de una de las fuerzas más poderosas del universo: la fuerza del interés compuesto.
Le dimos a cada trabajador la posibilidad de permanecer en el antiguo sistema de reparto o trasladarse al nuevo sistema, entregándoles Bonos de Reconocimiento a los que decidieran cambiarse. Más del 90% de los trabajadores chilenos eligieron libremente el sistema de cuentas personales de ahorro, en lugar del sistema de reparto.
La reforma no la expliqué como una contribución a los equilibrios macroeconómicos, o al desarrollo del mercado de capitales, aunque sí lo fue y de manera crucial. La expliqué reiteradamente por televisión como un paso crucial hacia convertir a todos los trabajadores en propietarios, contribuyendo así a su dignidad, libertad y empoderamiento.
Creo que este sistema le haría bien a Estados Unidos y puede hacerse porque este país tiene muchas ventajas. Hace 18 años, Chile no tenía mercado de capitales y ustedes tienen el mejor mercado de capitales del mundo. Hace 18 años, la tecnología de la información estaba todavía en su infancia, mientras que hoy la revolución tecnológica permite administrar millones de cuentas a un costo insignificante …Y, además, son una nación de mente tan abierta y flexible, que incluso han invitado a un chileno a compartir este día memorable.
Por ello, tengo enormes esperanzas en este país que tanto admiro y que tanto quiero. Y me gustaría que mi hijo, que nació en Boston y tiene un pasaporte estadounidense, si decidiera trabajar en Estados Unidos, también pudiera tener una cuenta de ahorro para su vejez”.
(El texto completo de mi discurso está aquí).
Sexo y seguridad social
Así habló el Presidente Clinton en el Estado de la Unión de enero de 1999, dos meses después de la cumbre:
“Nuestra disciplina fiscal nos da una inigualable oportunidad para enfrentar un extraordinario nuevo desafío: el envejecimiento de Estados Unidos. Con el número de estadounidenses mayores que se duplicará a 2030, el baby boom se convertirá en el senior boom… La mejor forma de mantener la seguridad social como una garantía sólida no es haciendo recortes drásticos en los beneficios, ni elevando las tasas de impuestos en las nóminas de sueldos..., propongo una nueva iniciativa de pensiones para un retiro seguro en el siglo XXI. Propongo que usemos un poco más del 11% del superávit fiscal para establecer unas cuentas universales de ahorro —'USA Accounts'— para darles a todos los estadounidenses los medios para ahorrar… Los 'USA Accounts' ayudarán a todos los estadounidenses a compartir nuestras riquezas como nación y a disfrutar de una jubilación más segura”.
Las primeras salvas se habían lanzado: “Para establecer cuentas de ahorro universales —USA accounts—…”. Esta era la primera vez que un presidente de Estados Unidos proponía la creación de cuentas de ahorro individuales para la vejez.
Pero ello no sucedería. Justo cuando Clinton estaba preparándose para este desafío se encontró inesperadamente sumido en el escándalo de Monica Lewinsky. El asunto fue, sin duda, un evento vergonzoso, pero fue el proceso de impeachment del presidente el que sepultó la posibilidad de esta reforma en ese momento.
El presidente sitiado no pudo entregar su propuesta. Como lo señaló un editorial de The New York Times el día después de su discurso, “considerando que el control republicano del Congreso y la batalla por el impeachment probablemente dejarán un gusto amargo, los planes del presidente ciertamente son más bien un punto de partida para iniciar la conversación que un proyecto para el futuro”.
Aunque Clinton fue absuelto por el Senado y esto le permitió permanecer en el poder, la dura prueba agotó tanto su capital político como su resolución para emprender grandes reformas. Clinton no impulsó ninguna gran legislación durante lo que le quedaba de su mandato. La bomba de tiempo de las pensiones no fue desactivada. Una oportunidad vital había sido desperdiciada.
En su libro de 2002 The Natural: The Misunderstood Presidency of Bill Clinton, Joe Klein, después de varias horas de conversaciones con el ex presidente, llegó a la siguiente conclusión:
“El escándalo Lewinsky tuvo un poderoso, aunque usualmente olvidado, impacto en la substancia de los últimos dos años de Clinton en el poder. Cuando le pregunté al presidente qué podría haber logrado sin el escándalo, dijo que no estaba seguro. Presionado, Clinton reconoció que pudo haber sido capaz de reformar los sistemas de pensiones y salud si a los republicanos —y a los medios— no se les hubiera suministrado una forma alternativa de diversión en 1998 y 1999. En efecto, Clinton estaba preparado, en el momento en que presentó su desafío de 'Save Social Security First', en su mensaje sobre el Estado de la Unión de 1998, a hacer algo que pocos presidentes habían hecho: terminar su segundo período con una despedida en alza por un logro significativo. Había domesticado al Congreso Republicano. Había un gran superávit presupuestario para utilizar. 'Ambos partidos estaban justo detrás de los grandes temas', dijo Bruce Reed, el asesor de asuntos domésticos de Clinton… 'Podríamos haber agregado una opción de cuentas individuales en el sistema de seguridad social'”.
Como afirmó un periodista, Clinton sacrificó “un legado duradero cuando tuvo un affaire con Lewinsky, la joven becaria de la Casa Blanca. Los demócratas liberales se oponían a estos cambios en las pensiones. Entonces, para obtener su apoyo y evitar el impeachment, Clinton pospuso el paquete de reformas”.
Tres asesores de Clinton —Douglas W. Elmendorf, Jeffrey B. Liebman y David W. Wilcox— escribirían luego un artículo confirmando que la posibilidad existió y que el impeachment la destruyó. Así lo resumió Glenn Kessler en el diario The Washington Post: “En 1998, el Presidente Clinton y sus asesores económicos pasaron 18 meses discutiendo secretamente los elementos de un plan para agregar cuentas individuales al sistema de seguridad social, pero lo abandonaron cuando fue claro que el presidente enfrentaría un juicio político, como lo confirma un artículo de tres ex funcionarios del gobierno, que será presentado hoy en una conferencia en Harvard”.
El desafío americano pendiente
Al igual que en una tragedia griega, el fracaso de Clinton para hacer una reforma a la seguridad social puede ser explicado en términos de una debilidad fatal. Bill Clinton era, sin duda, un político muy talentoso y un hombre de notable inteligencia, pero lamentablemente no era un estadista que estuviera dispuesto a sacrificar los placeres terrenales por un legado duradero. Esta gran reforma, que tanto necesita Estados Unidos, sigue pendiente.
Se comprobó en este episodio que Bill Clinton no pertenecía a la “familia del león o la tribu del águila”, según las inmortales palabras del gran Abraham Lincoln, el “leñador” de Pablo Neruda.
Es sorprendente cómo nuestras imperfecciones humanas pueden tener consecuencias involuntarias de una tremenda importancia.
Al viajar de vuelta toda la noche a mi país en esos primeros meses de 1999, supe muy bien que aunque la semilla de esta idea se había plantado en Estados Unidos, la flor no iba a brotar durante la presidencia de Clinton.
Y brotaron de mi memoria las terriblemente bellas palabras que Shakespeare le dio a Hamlet:
“Benditos aquellos
Cuyo temperamento y juicio están tan bien combinados,
Que no son una flauta entre los dedos de la fortuna,
Dispuesta a sonar según ella guste.
Dame un hombre
Que no sea esclavo de sus pasiones y lo colocaré
En el centro de mi corazón; sí, en el corazón de mi corazón”

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