Por: Adrián Rodríguez
La historia ha demostrado que todas las sociedades que desprecian y humillan a sus genios están condenadas a desaparecer.
Este proceso social autodestructivo y nihilista se alimenta con la
ignorancia defendida por los falsos líderes que profesan la evolución
espontánea de los acontecimientos sociales. Nos resta aún mucho por
entender de los fenómenos de la historia, pero aquí haremos un pequeño
esfuerzo por mostrar su verdadera naturaleza.
Los
puntos que pretendo plantear en este artículo serán múltiples y
ambiciosos (si bien no serán desarrollados de forma exhaustiva, ni en el
estricto orden descrito): 1. Una breve teoría para la comprensión de la historia de la humanidad; 2. El papel de los líderes y los intelectuales en la evolución de los procesos sociales; 3. Las bases de la corrupción moral de la historia y la degeneración de las civilizaciones; y 4. La apología de una nueva generación de intelectuales y líderes para nuestro tiempo.
LÍDERES E INTELECTUALES DE NUESTRO TIEMPO
La tesis del artículo estará fuertemente influenciada por la filosofía de Ayn Rand (For the New Intellectual: The Philosophy of Ayn Rand, 1961).
El hombre es un ser heroico y su propia felicidad es la meta moral más
elevada. Su actividad más propia es el logro productivo de su trabajo.
Su razón, su único medio de supervivencia. Por todo ello es imposible
entender la trascendencia del liderazgo en la historia de la humanidad
sin comprender antes el papel de los intelectuales de nuestra sociedad: no hay acción sin idea, no hay acto sin concepto, no hay conducta sin razón. Todo
estilo de vida esta fundado en un código moral, en una visión total del
mundo. Se trata de un eje de creencias interiorizadas y automatizadas,
tanto conscientes, como inconscientes. Encargados del diseño y del
fundamento de estas ideologías que dirigen los caminos del liderazgo,
están los intelectuales.
Pero, ¿qué
es un intelectual? ¿Es importante, acaso, preguntarse algo así,
estudiar la naturaleza de su tarea o dedicar a ello un artículo entero? Intentaré demostrarlo en lo que sigue.
Un intelectual es toda aquella persona que dedica su vida a la creación de conceptos
para la resolución de los problemas de su época. Es todo aquel
individuo que emplean su tiempo en el diseño y en la defensa de un
modelo sobre el mundo que será ofrecido a los demás para su validación
formal en cuanto que eficaz y necesario para la supervivencia de una
cultura. Siempre, seamos conscientes o no de todo este latente proceso, el
curso de la historia ha estado comandado por modelos teóricos o grandes
relatos que han constituido las lineas directrices del sentido y las
fronteras o límites de lo que era posible pensar o entender en ese
momento. Intelectual es, en pocas
palabras, todo aquel individuo que dedica su vida a la tarea de escribir
ideologías y dotarlas del suficiente atractivo retórico para hacerlas
merecedoras de cierto consenso social.
Si bien
los intelectuales han existido a lo largo de toda la historia de la
humanidad, la profesionalización de esta actividad es relativamente
reciente. No será, sino a partir de la Revolución Industrial
(con el nacimiento del capitalismo moderno), que la actividad de los
intelectuales podrá ser desarrollada de forma libre y a cambio de un
percibir un salario. Antes no era rentable dedicarse a la actividad
intelectual, tarea que, por tanto, quedaba reservada para los miembros
de las clases más altas y pudientes. La Razón, como facultad conceptual
del hombre, no tenía en absoluto ningún valor social: no
se demandaban pensadores ni tampoco conceptos, en grado suficiente,
como para ofrecer a un intelectual un precio por su trabajo.
Esto quiere decir una cosa, a saber, que las
ideas y los modelos del mundo sólo adquieren valor cuando la sociedad
se abre y se libera, cuando se capitaliza y se descentraliza poco a poco
de las instituciones del poder político.
Las sociedades no libres, las sociedades no liberales, necesitan para su
correcto funcionamiento de cierto pensamiento único, de una simple y
única vía de actuación que haga las veces de falsa conciencia, de
ideología vacía, para ocultar a sus ciudadanos los orígenes criminales
de los actos políticos de sus gobernantes, esto es: la violación sistemática de los derechos individuales mediante el uso abusivo de la fuerza y de los mandatos coactivos. La ideología de estado
es un modelo místico apoyado en la fe de sus creyentes. Los conceptos
que integran la tela de su tejido textual son únicos y
auto-justificados. Los ciudadanos los repiten y los autorizan sin
reflexión alguna, como por hábito o por costumbre, sin atender a su
falta de rigor lógico. Son paquetes-oferta de conceptos caducos, sumas
arbitrarias de anti-conceptos: su destino
político es circular (como lo hace el dinero: de persona a persona) como
si aún tuviera cierto valor, cuando en el fondo, careciendo de él, tan
sólo puede abolir la legitimidad lógica de la verdad objetiva.
Una sociedad cerrada, nihilista y sin metas, pone barreras
infranqueables a la confrontación y a la sana rivalidad intelectual que
hace avanzar las sociedades.
El papel del intelectual sufrirá un
fuerte cambio de orientación a partir del siglo XVII. Desde ese momento,
la Razón comenzará a convertirse en un asunto práctico y los
intelectuales se verán obligados a reconocer, por primera vez en la
historia, la superioridad del ejercicio de la Razón como medio adecuado
para lograr el progreso de la civilización. No obstante, en paralelo y
hasta bien entrados los siglos siguientes, la humanidad comienza ha
asistir (por desgracia) a uno de los mayores actos de traición por
cobardía y bajeza moral jamás realizados en la historia de la humanidad,
pues mientras la sociedad capitalista avanzaba y experimentaba el mayor
progreso conocido hasta la fecha gracias a la Razón, un grupo de
mediocres intelectuales, cada vez en mayor número y con mayor influencia
desde la filosofía de Immanuel Kant, lograron desacreditar, con gran
éxito, su papel fundamental. Se trata este del peor acto de
deshonestidad intelectual que se haya podido conocer en la civilización
europea.
Los intelectuales traicionaron, de
este modo, la sociedad misma que les ofreció el gran honor de su
existencia, el gran honor de poder producir algo con valor para sus
hermanos. El insulto a este reconocimiento y el abuso de poder en la
tarea social encomendada por el mercado, ha tenido como resultado que
los líderes y héroes del presente hayan muerto o hayan desaparecido de
forma prematura.
Causa: los intelectuales han negado la razón, han negado la vida y han despreciado la naturaleza heroica del ser humano. Es decir, han olvidado una importante lección de la historia: que los verdaderos lideres no pueden existir sin ideas objetivas y racionales.
Los intelectuales del siglo pasado, cansados, agotados y fatigados por
su ardua labor, no se han detenido hasta inocular en la mente de los
hombres una terrible mentira: la incapacidad de la mente para la supervivencia.
Escindido, de este modo, el ser humano del mundo que le rodea, fue
condenado por los intelectuales a una deriva simbólica (la crisis de la
modernidad) sin valores sobre los que poder basar sus proyectos
personales; con la integridad de su amor propio dañada y herida. Este suicidio teórico de los intelectuales, en pocas palabras, ha supuesto el suicidio práctico de
los líderes del futuro. Ellos mismos (los intelectuales) se han
condenado y por eso nos han condenado a todos los demás. Ellos mismos
han abandonado la verdadera lucha racional, para abrazar una nueva forma
de misticismo. Entramos así, en la actualidad, en una nueva época
oscura para la historia: el nuevo desierto intelectual que nuestros antepasados han creado para nosotros.
EL MISTICISMO Y LAS ÉPOCAS OSCURAS DE LA HUMANIDAD
Las épocas oscuras de la humanidad son
épocas de estancamiento. Épocas de retroceso en donde los dones
ofrecidos por los genios de la humanidad son instrumentalizados contra
la sociedad misma por aquellas personas que no han comprendido el
profundo valor de su regalo.
El
curso de la historia nunca ha sido un avance continuo, sino una pugna
constante entre el progreso y el atraso, entre la razón y el misticismo,
entre el individuo y el colectivo. Ayn Rand (The Fountainhead, 1943)
de forma poética, de forma alegórica, imagina a través del famoso
discurso de su héroe liberal, Howard Roark, como el descubridor del
fuego, incomprendido por sus congéneres, debió haber sido quemado en la
misma hoguera que había preparado con amor para sus hermanos. Con esta
terrible y horrible imagen, Ayn Rand sugiere que el límite entre la
virtud y la corrupción es un terreno del sentido político que se
encuentra en constante disputa entre los genios individualistas, por un
lado, y los tiranos y místicos, por otro. Veamos brevemente algunos
hitos importantes de este antiguo conflicto entre el individuo y el
colectivo.
En el caso de la historia de Europa,
la primera gran época de esplendor de la humanidad puede ser localizada
hacia el año 8.000 a. C. con el surgimiento de las ricas sociedades de
productores. El descubrimiento de la ganadería y de la agricultura, que
posibilitaron el acceso del hombre al mundo civilizado, constituyeron
los pilares básicos que permitieron independizar al hombre de las
penosas condiciones de la vida nómada.
En paralelo a esta vanguardia de la humanidad, se alineaban aquellos
seres mediocres que eran incapaces de emular o de apreciar el valor de
esta nueva innovación. El advenimiento de la sociedad libre tendría que
esperar unos años más. Bajo pretextos inmorales y con el apoyo
intelectual de sacerdotes y místicos, los grandes líderes de los grupos
tribales, de los reinos emergentes y de los futuros imperios que
llegaron a poblar la tierra, lograron apropiarse de las ideas de la
domesticación y del dominio de la naturaleza para ponerlas bajo su
exclusivo dominio: se aseguraron el poder político domesticando ellos mismos a sus propios animales de carga, los esclavos.
Los
privilegios inmerecidos de estos tiranos (privilegios obtenidos
mediante la guerra, el saqueo y la violencia) les creó la necesidad de
poner bajo su control permanente a ciertos hombres para asegurar, de
este modo, la nueva jerarquía impuesta por la fuerza. Así comenzaron a
consolidarse y trasmitirse, de generación en generación, los fundamentos
morales e intelectuales de las primeras sociedades de castas que
concedían a ciertos individuos más derechos que a los demás. Los
productores, fuerza viva de las sociedades de su tiempo, fueron
traicionados por sus propios hermanos: se les negó su derecho a disfrutar del fruto legítimo de su mente creadora. Este virus intelectual acabará proliferando de una región a otra y llegará a su mayor auge al final de la Edad Antigua, cuando de lugar, de forma patente e inevitable, a la caída del Imperio Romano en
el año 476. La destrucción sistemática del libre mercado, el profundo
odio a las instituciones del comercio, las políticas de ingeniería
social basadas en la estructura socialista panis et circenses,
así como las políticas inflacionarias de gobiernos corruptos y
despilfarradores, acabarán siendo las señas de identidad de todas las
formas futuras de ideología anti-capitalista. Así es como se inicia una
de las épocas más oscuras de la historia, que duró hasta bien entrado el
año 1453.
La Edad Media fue una época dominada por la religión y el misticismo cristiano: religión que fue secuestrada por las instituciones del poder para someter las conciencias y las sujetividades de las personas.
La sociedad no tardó en enfermar de muerte y sentir desprecio por los
valores genuinos de la tierra. La actividad de los intelectuales se
redujo de forma drástica. Apenas ciertas tareas subsidiarias de
re-afirmación y fundamentación filosófica de la teología. Sólo con el
riesgo y coraje de algunas figuras inconformistas de la época (de nuevo,
los grandes genios de su tiempo, hombres que dieron su vida por su
visión) se pudo contener, de forma sustancial, el estado de decadencia
en el que se había sumido a la civilización desde los tiempos de las
primeras civilizaciones.
El renacimiento del hombre
(siglos XV y XVI) tuvo lugar con el nacimiento de las ciencias (desde
las aportaciones de Galileo hasta la mecánica clásica de Newton) y la
recuperación del espíritu griego (sobre todo de los restos más
subversivos y liberales de su cultura: Aristóteles). El culmen de esta
época se saldó con el progreso hacia las sociedades republicanas, los
estados mínimos y la proliferación y renacimiento de los mercados
libres, que lograron atar el poder absoluto de los monarcas con los
lazos naturales del derecho. No obstante y en paralelo, sobre todo desde
la filosofía de Inmanuel Kant (1781-1804) como ya hemos comentado más
arriba, se comenzó a separar la razón de la realidad, produciendo en el
hombre capitalista un profundo auto-extrañamiento tanto de su propia
libertad, como de sus logros, así como sobre la contribución real de la
razón al progreso de la civilización.
La
terrible verdad de todo esto es que el nuevo movimiento
anti-capitalista nació en el seno mismo del capitalismo, comandado por
los propios empresarios. Fueron los mediocres, los parásitos
intelectuales, los imitadores, los incapaces de innovar y crear algo
nuevo, los principales responsables de este crimen histórico. El mercado
libre fue atacado, desde el interior, por esta pandilla de criminales
hasta acabar degenerando en los modelos mixtos y corporativistas que
condenaron las libertades de los individuos para satisfacer los
intereses de las nuevas castas políticas emergentes. El sentido tribal de la historia vuelve a imponerse sobre la inteligencia, de nuevo, pero con nuevas máscaras.
Como consecuencia de ello, las repúblicas de estados mínimos fueron,
poco a poco, degenerando en democracias populares o en estados
totalitarios (periodo de finales del siglo XIX y principios del siglo
XX). En este contexto de creciente relativismo moral e inseguridad
intelectual por la ausencia de valores, se creó y se justificó, también
jurídicamente, la Banca Central. El
inmoral sistema de reserva fraccionaria que permitía apropiarse, de
forma indebida, del capital ajeno podía ahora ejecutarse sin ser
constituir un terrible delito.
Los políticos, de este modo, tendrían su dinero (todo el que
necesitaran para sus alocados proyectos) y los bancos privados, por su
aprte, tendrían su prestamista de última instancia para hacer frente a
los impagos que su ineficiente sistema de inversión y préstamos acabaría
por generar. Fue este, como se puede intuir, uno de los privilegios más
potentes jamás concebidos en la historia y un duro golpe ontra el
capitalismo de libre mercado: es el
inicio de la sociedad endeuda, basada en el desprecio del ahorro, que
será el símbolo identitario predominante de nuestro pasado siglo.
La transición a una nueva época de decadencia intelectual, peor que la anterior, se abrió camino con la trágica serie de Guerras Mundiales
libradas en Europa (1914-1945). El centro de gravedad fue la traumática
crisis económica de 1929 provocada por los privilegios estatales
concedidos al sector bancario: la institucionalización de la reserva fraccionaria comenzaba a dejar, tras de sí, las frutas podridas de su decadencia moral.
Poco a poco, fueron aparecieron en el horizonte las profundas reformas
políticas de EEUU (keynesianismo) que acabaron por corromper la esencia
liberal y capitalista de sus orígenes (las ideas de los Padres Fundadores y los principios morales de la Declaración de Independencia,
1776). La proliferación de la moral altruista (de base cristiana, pero
renovada por el socialismo y el comunismo) así como la corrupción
intelectual del relativismo epistemológico, dieron lugar a uno de los
contextos internacionales más inciertos del momento: un terrorífico campo polarizado, donde las grandes potencias se disputaron el dominio del mundo (Guerra Fría, 1947-1989). Por otra parte, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos
(1948) se constituirán las bases de la socialdemocracia y del Estado de
Bienestar que, de forma tímida al principio, pero con paso firme al
final, acabarán dando lugar a la destrucción irreversible de la moral
capitalista, así como de otras muchas instituciones privadas que
aseguraban y protegían la independencia de los individuos frente al
poder político.
El capitalismo, apenas constituido y
ofrecido al mundo por las mentes más brillantes que han poblado la
tierra, acabó destruyéndose así mismo a manos de los más mediocres de su
tiempo, incapaces de comprender y aprovecharse de su valor objetivo.
Ahora, el capitalismo ha degenerado en un mero instrumento de dominio
(capitalismo de estado) puesto a favor de la casta política de nuestra
civilización moderna.
LOS INTELECTUALES Y LOS FALSOS LÍDERES
La razón es la única facultad del hombre para percibir la realidad.
La razón es el único medio para adquirir el conocimiento válido sobre
el funcionamiento de la realidad. No obstante, el hombre tiene que
decidir pensar, debe querer pensar y razonar. La razón no es una
facultad automática, sino que requiere decisión y esfuerzo. Los hombres,
guiados por místicos, por falsos intelectuales, se niegan a pensar.
Acaban considerando a la Razón como una facultad peligrosa e impotente,
como su enemiga. Los místicos operan a partir de los grandes relatos de
las civilizaciones: instrumentalizan las
emociones de su tiempo como fuentes de conocimiento e imponen el
subjetivismo y el relativismo moral, ofreciendo al mundo un escape
rápido de la realidad con fantasías colectivistas.
Sus ideas, nacidas del temor y de la incapacidad de afrontar una vida
plena sobre la tierra, producen los retrocesos y derrumbes de sociedades
y civilizaciones enteras que han cometido el terrible error de hacerles
caso. Cuando un genio produce una nueva innovación, en sus mentes
saltan todas las alarmas: la libertad y la superioridad intelectual de los genios les atemoriza y les hace sentirse inferiores. Por esta razón inoculan, como una enfermedad mortal, la fe en creencias ciegas e irracionales: quien apartar a los genios de su poder.
Por
eso, en las sociedades enfermas de muerte, en las sociedades en las que
ya no se confía en los genios, emergen los falsos líderes. Son seres
brutales, tribales y primitivos, bestias salvajes: su potencia reside en su capacidad para reunir individuos en rebaños y para dominar su destino mediante la violencia.
Irracionales y caprichosos, actúan por la necesidad del momento, sin
atender a las necesidades que impone el largo plazo. Sólo entienden la
realidad mediante la fuerza y la coacción – la razón es una facultad
inútil para ellos. Según su visión del mundo, todos los individuos se dividen en amigos o enemigos, en partidarios o detractores.
Todos los opositores son traidores, todos los críticos son
conspiradores. Su naturaleza engendra las pandillas de criminales de
todas las clases imaginables. Son pues, los dictadores, los
conquistadores militares, los políticos de cualquier clase y condición: todos estos son falsos líderes.
La historia de la humanidad, desde este enfoque, puede ser entendida como el producto
escrito por la alianza entre místicos y falsos líderes para imponer sus
respectivos órdenes hegemónicos sobre los demás y así contener el
avance natural del individualismo y de la libertad.
El místico crea para el amo de todas las épocas, las filosofías y los
valores que legitimarán su uso y ejercicio de la fuerza: crean los grandes relatos que justificarán el ejercicio de su violento gobierno.
Los intelectuales dan poder moral al líder a través de la palabra y de
la filosofía (herramienta intelectual secuestrada por el poder).
Los
intelectuales místicos temen la realidad y les avergüenza su condición
insignificante. Su vida es un conflicto perpetuo e irresoluble: los
hechos entran en contradicción con sus emociones y como siempre tienden
a decantarse por su subjetividad a costa de la realidad, fracasan. En pocas palabras: no
saben lidiar con el mundo, son incapaces, mediocres y débiles,
parásitos temerosos de vivir, individuos agotados de luchar, individuos
cansados. El misticismo es la estructura
discursiva que han inventado para escapar intelectualmente de las
nefastas consecuencias que su falsificación de los hechos acaba
generando en la sociedad. Por eso necesitan un líder que les proteja, un
líder que les ahorre la necesidad de tener que sobrevivir por sí
mismos.
Por
estas razones, un líder auténtico jamás podrá ser un político, un rey,
un sacerdote o cualquier figura paternalista imaginable. ¿Cuál es, por tanto, el verdadero líder? Sin lugar a dudas: el empresario y el gran genio creador.
No sólo son las personas que crean los valores materiales de la
humanidad (y, por tanto, que más sirven a los intereses y deseos de los
demás) sino aquellos que dan lugar a los nuevos valores intelectuales y
culturales (artísticos) de la sociedad misma. Los empresarios son los
nuevos genios, la nueva vanguardia de la civilización que anticipa las
necesidades del mañana y arriesgan su vida y su dinero por hacer
realidad su visión del mundo.
EL ADVENIMIENTO DEL NUEVO INTELECTUAL
Pero estos que están llamados a ser
los nuevos líderes del futuro carecen de intelectuales dignos en el
presente. El nuevo intelectual de nuestro tiempo debería estar
comprometido con la causa de la libertad. Amante de la verdad y con
convicciones éticas, debería ser cualquier persona que decida valerse de
los resultados de su propia mente y renunciar por completo a la fe y a
la religión. No se guiará por sus emociones, caprichos o deseos, sino
por su intelecto, pues valora más su propia vida y felicidad que el
culto moderno al cinismo, a la desesperación y a la impotencia que
produce la moderna ausencia de valores. Pocas han sido las personas con
este talante natural. Y, posiblemente, no hayan existido todavía
personas íntegras en esta tarea que se hayan tomado la molestia de
despertar del dogma colectivista.
Así son las cualidades, en resumidas cuentas, que deberían tener los nuevos intelectuales que la sociedad moderna necesita: 1. Valorar su propia vida; 2. Defender los derechos individuales; 3. Defender su propia autoestima; 4. Defender su independencia racional; 5. Defender una sociedad abierta, no coercitiva y absolutamente libre.
Para el pensamiento liberal, cada
individuo es su propio intelectual y su propio líder. Eso no resta para
consentir y aceptar la guía de aquellos que han sabido triunfar y que
han demostrado mejorar sus condiciones iniciales de vida: prosperar, en
una palabra. El pensamiento liberal defiende el derecho de los
individuos a establecer sus propios objetivos, a escoger sus valores y a
poder conseguirlos con sus propios medios: justo lo que los tiranos nos
pretenden arrebatar.
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