Economía y derecho: dos lados del mismo asunto
Por Alberto Benegas Lynch (h)
Resulta sumamente curioso cuando hay
quienes se dicen liberales en cuanto a los marcos institucionales al
tiempo que se definen como estatistas en economía. Esto constituye una
flagrante contradicción. Los marcos institucionales son el continente,
mientras que la economía es parte medular del contendido.
¿Qué sentido tiene pronunciarse por la
libertad en el continente si será conculcada en el contenido? ¿Qué
sentido tiene sostener que se es libre en derecho cuando no se puede
disponer de los suyo en las acciones cotidianas? ¿Para que otra cosa es
el establecimiento de las garantías del continente si no es precisamente
para proteger el contenido?
La médula del continente reside en la
protección de la propiedad privada que comienza con el propio cuerpo,
sigue con la expresión del propio pensamiento y finaliza con el uso y la
disposición de lo adquirido legítimamente por cada cual. Declamar sobre
las libertades individuales en declaraciones altisonantes, orales y
escritas en pomposos documentos de nada valen si no se concretan en la
protección de las acciones diarias para que cada uno haga lo que le
plazca con lo suyo siempre y cuando no se lesiones iguales derechos de
otros.
Afortunadamente en muchos de los
recintos universitarios del momento en Latinoamérica se ha incorporado
la tradición anglosajona conocida como Law and Economics que si
bien tiene diversas vertientes apunta a mostrar la íntima relación
entre las dos áreas. Antes era común que se trataran como departamentos
completamente separados, ahora en cambio se comprende que es
indispensable que el abogado debe compenetrarse del proceso de mercado
para poder manifestarse con rigor sobre marcos institucionales que
comprenden de modo principal sus resoluciones y, asimismo, el economista
no puede desconocer el significado vital para su profesión del derecho
que rodea y protege la actividad económica.
Antes aquella separación tajante
perjudicaba grandemente a las dos profesiones en lugar de comprender su
estrecha vinculación que, nuevamente reiteramos, se refiere al
continente y al contenido respectivamente. Hace años cuando fui el
primer no-abogado que ganó un concurso como profesor titular en la
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos
Aires, uno de los miembros del claustro me dijo que no compartía esa
designación mía por concurso porque la economía en esa casa de estudios
la debía impartir un abogado. Frente a esa manifestación corporativa le
pregunté si en el supuesto que hubiera que dictar una cátedra de derecho
constitucional en una Facultad de Química la debía dictar un abogado o
un químico a lo que sorpresivamente me respondió que “naturalmente” lo
debía hacer un químico (!). Este es un caso de extrema insensatez pero
era habitual aquella incomunicación (y en no pocos casos lamentablemente
lo sigue siendo), pero conviene insistir en la imposibilidad de
escindir el derecho y la economía al efecto de minimizar las respectivas
incomprensiones que se traducen en daños irreparables en el nivel de
vida de la gente que sufre los embates de una economía desquiciada en
manos de legisladores que en definitiva destrozan marcos institucionales
civilizados.
En otra oportunidad nos hemos referido
al significado del derecho y ahora parcialmente lo reiteramos. Lo
primero que debe decirse es que el derecho no es un invento del gobierno
sino que es anterior y superior al monopolio de la fuerza que en esta
instancia del proceso de evolución cultural es para proteger los
derechos de los gobernados.
El derecho es consubstancial a la
naturaleza del ser humano. El hombre siempre actúa con la intención de
pasar de un estado menos satisfactorio a uno que le proporcione mayor
satisfacción. Esos estados de satisfacción son enteramente subjetivos y
dependen enteramente de la estructura axiológica de cada cual. En este
proceso el hombre busca la mayor incorporación de lo que estima son
valores (que en realidad pueden ser desvalores si en definitiva le hacen
daño). En una sociedad abierta cada uno asume la responsabilidad por lo
que hace o deja de hacer.
Hay dos planos de análisis en esto: por
un lado las apreciaciones o valorizaciones subjetivas de cada uno y, por
otro, la objetividad de las cosas en el sentido de propiedades y
relaciones que son independientemente de las opiniones de cada cual. El
derecho es simplemente la facultad de las personas para seguir el curso
que estime conveniente siempre y cuando no lesione derechos de terceros.
Del mismo modo que las flores y los minerales tienen ciertas
propiedades y características, el ser humano también las tiene.
En una sociedad abierta se da rienda
suelta a lo que cada uno considera es su camino para ejecutar sus
proyectos de vida siempre y cuando, como queda dicho, que no lesiones
derechos de terceros. Y no es que el derecho tenga un límite, la
destrucción del derecho ajeno no es un derecho.
Todo derecho implica como contrapartida
una obligación. Si una persona obtiene un ingreso de mil, la contratara
es la obligación universal de respetar ese ingreso. Pero si esa persona
demanda dos mil aun no los gane y el gobierno otorga esa facultad
quiere decir que otro estará obligado a entregar la diferencia, lo cual
lesiona su derecho, por tanto se trata de un pseudoderecho.
Desafortunadamente en la actualidad
vivimos rodeados del otorgamiento de pseudoderechos: derecho a la
educación no en el sentido de que cada uno puede educarse sino en el
sentido que otros vecinos están obligados a financiar los estudios de
terceros, y así en idéntico contexto el derecho a la vivienda, a
hidratos de carbono o vitaminas, a un salario adecuado etc.
No hay posibilidad de contar con una
sana economía si no existen normas que garanticen el respeto recíproco.
Un ejemplo entre tantos: cuando las instituciones permiten que el
aparato estatal estafe a la gente vía la manipulación monetaria, se
distorsionan los precios relativos que a su turno engaña a los
operadores económicos en su asignación de factores de producción y el
consumo de capital correspondiente contrae salarios e ingresos en
términos reales. Siempre que se habla de derecho se habla de justicia que significa “dar a cada uno lo suyo” lo cual remite a la propiedad privada que, a su vez, es el eje central del proceso de mercado como veremos más abajo.
Hay cinco canales que son los más
frecuentes para demoler el derecho. Telegráficamente considerados, se
trata de las teorías del “abuso del derecho”, “la lesión”, “la
imprevisión”, “el enriquecimiento sin causa” y “la penetración” sobre
las que han advertido todos los grandes tratados de derecho civil y
estaban proscriptas en las normas escritas y no escritas de toda
sociedad abierta en la que naturalmente se respeta el haz de contratos
diarios e inseparables de la propiedad que se suscriben en las acciones
cotidianas del hombre (de compra-venta, de enseñanza, de locación, de
transporte, de mutuo, de mandato, de gestión de negocios, de fianza, de
donación, societarios, aleatorios, de adhesión y así sucesivamente).
En el caso argentino, aquellas figuras fueron incorporadas al Código Civil en el gobierno de facto del
general Onganía y sus defectos pueden subsumirse en la primera de
ellas. La llamada “teoría del abuso del derecho” ha sido catalogada por
autores como Planiol y Ripert como una logomaquía puesto que un mismo
acto no puede ser simultáneamente conforme y contrario al derecho. Una
nota del codificador argentino al Código Civil de 1869 apunta la
irrevocabilidad del contrato al sostener que “dejaríamos de ser
responsables de nuestras acciones si la ley nos permitiera enmendar
todos nuestros errores y todas nuestras imprudencias”.
Por su parte, la confiscación del poder
judicial de las facultades del legislativo (el peligro del “gobierno de
los jueces”) constituye un abuso que vulnera la división de poderes. En
definitiva, ha escrito Bibiloni que “No hay sociedad posible si no hay
el respeto a la palabra empeñada” que constituye el eje central de una
sociedad abierta, lo cual implica el asumir todas las consecuencias de
lo pactado.
Desafortunadamente en la mayor parte de
las facultades de derecho, el positivismo jurídico ha hecho estragos y
se ha perdido la noción de mojones o puntos de referencia de justicia
extramuros de la legislación positiva, situación que conduce
indefectiblemente al ensanchamiento de un Leviatán completamente
desbocado, en desmedro de los derechos de las personas.
Por último, el centro de la actividad
económica radica en el mercado que como bien se ha dicho no es un lugar
sino un proceso del cual participan todos. Los economistas hemos
incurrido en el error de sobresimplificar el concepto al hacerlo
aparecer como un antroporfismo: “el mercado dice”, “el mercado prefiere”
etc. como si se tratara de un fulano en lugar de puntualizar que se
trata de un proceso en el que millones y millones de personas que
interactúan entre si todos los días y en todos los lugares (y donde las
autoridades no las dejan operar buscan refugio en el mercado negro). En
este sentido, el mercado somos todos.
La institución clave del mercado es la
propiedad privada por la que se asignan los siempre escasos recursos de
acuerdo a las votaciones diarias de la gente al poner de manifiesto sus
preferencias y rechazos. No son posiciones irrevocables, se acrecienta o
se disminuye la propiedad de cada cual en la medida en que se sepa
satisfacer las necesidades del prójimo. El único modo de enriquecerse en
una sociedad abierta es sirviendo al prójimo y el peor enemigo del
mercado es el llamado empresario que se alía con el poder político para
usufructuar de privilegios que siempre perjudican gravemente a la gente.
La redistribución de ingresos que
realizan gobiernos a través de legislaciones que destruyen los antes
mencionados pilares del derecho, inexorablemente consumen capital que, a
su vez, disminuyen salarios e ingresos en términos reales puesto que el
único factor que permite su elevación son las tasas de capitalización.
La redistribución a través de los aparatos estatales necesariamente
opera a contramano de la distribución original y voluntaria que llevó a
cabo la gente en los supermercados y afines.
Al efecto de ilustrar lo puntualizado en
esta nota periodística y hablando de antropomorfismos, menciono al
pasar que un abogado y destacado representante de uno de los partidos
que integran la alianza gobernante hoy en Argentina ha dicho
textualmente en público y sin ruborizarse que “el Estado es la
inteligencia de la sociedad” (será por eso que estamos como estamos los
argentinos).
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