De la ilusión afortunada al desencanto crítico
Por Enrique Fernández García
Cualquier
régimen social es una elección entre varios inconvenientes, pero
existen sin embargo regímenes equilibrados que limitan los
inconvenientes.
Raymond Aron
Don Julián Marías, un filósofo a quien
no se dio en vida las distinciones que merecía, destaca el carácter
futurizo de los hombres. Estamos, pues, pensando en lo venidero,
concibiendo escenarios e incluso proezas que se sitúan fuera de nuestra
realidad. Una particularidad como ésta, imposible de hallar en otras
criaturas, sean elefantes u orangutanes, ya que no se proyectan hacia el
futuro como nosotros, puede resumirse gracias a un solo vocablo:
ilusionarse. Las personas somos, por ende, animales que nos ilusionamos,
lo cual es valioso, hasta para lograr un fin tan relevante como la
felicidad. No obstante, esa cualidad puede traer igualmente consigo
problemas individuales y colectivos.
Sucede que, más allá de las desdichas
que causan algunas ilusiones en el ámbito privado, la situación se torna
compleja cuando tienen un talante político. Nadie niega que la historia
regala ejemplos de aquello en distintas partes del mundo, no existiendo
exclusividad geográfica. Sin embargo, en el caso de Latinoamérica, cada
cierto tiempo, cuantiosos sujetos se rinden ante los encantos del
irrealismo. La desgracia es que un estado como éste resulta siempre
breve, siendo luego sustituido por una demoledora decepción. Es la caída
que se sufre cuando creemos en soluciones mágicas, relegando las
bondades del trabajo sostenido, sistemático, realista. Con seguridad,
los sueños y las esperanzas son importantes, al igual que determinadas
quimeras; empero, se debe aprender a lidiar con las asperezas e
insatisfacciones presentes.
Al leer El socialismo del siglo XXI tras el boom de los commodities,
un libro colectivo que ha sido editado por la Fundación Konrad Adenauer
y la Corporación de Estudios para el Desarrollo, he pensado en
numerosos semejantes con ilusiones bastante desproporcionadas. Hablo de
esos individuos que, debido a una retórica revolucionaria, creyeron en
gobernantes sin prudencia ni austeridad. Fueron así afectadas las
sociedades de Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela. Ese
distanciamiento de la realidad, muy útil con fines electorales, se
mantuvo vigente mientras los recursos naturales tuvieron precios
elevados, la demanda china creció y, entre otros factores, los intereses
globales fueron altos. Se les presentó la fortuna de contar con
ingresos que, mediante bonos, susidios, misiones, etcétera, hicieron
posible la multiplicación de opiniones erróneas, total o parcialmente,
en torno a nuestra actualidad. Los cegadores programas sociales parecían
no admitir ninguna crítica. Con todo, desde 2014, las ganancias
bajaron, amargando la existencia cotidiana, merced a lo cual sus
falencias se notaron.
Hoy, sin duda, encontramos personas
desilusionadas con el proyecto que les prometió un acceso rápido e
irrevocable a estadios superiores de bienestar. No hubo un manejo
razonable de los recursos, aun mereciendo éste que se lo presente como
indecente. Mas se trata de gente que tampoco siente mucho aprecio por
las alternativas políticas; en varios casos, el escepticismo es
indiscriminado. Esto produce un ambiente poco deseable para quienes
sustituyan a los partidarios del socialismo contemporáneo. Ellos deben
batallar con la merma de recursos, tras el abismal derroche, pero
también enfrentar ese formidable desencanto. Por consiguiente, al margen
del reto de tipo económico, nos queda este desafío: cambiar la
desilusión por un nuevo entusiasmo, uno moderado, cercano a la realidad
y, además, hermanado con la certeza de que toda mejora genuina exige
gran esfuerzo.
El autor es escritor, filósofo y abogado.
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