En colaboración con Project Syndicate.
Hace varios años, se me ocurrió que hoy todos los politólogos están
parados sobre los hombros de gigantes como Nicolás Maquiavelo, John
Locke, Adam Smith, Alexis de Tocqueville, Max Weber y Émile Durkheim.
Algo que todos ellos tienen en común es que su principal foco era la
composición social, política y económica del mundo europeo occidental
entre 1450 y 1900. Lo que equivale a decir que ofrecen un kit de
herramientas intelectuales para analizar, digamos, el mundo occidental
de 1840, pero no necesariamente el mundo occidental de 2016.
¿Qué se enseñará en los cursos de teoría social de 2070, por
ejemplo? ¿Qué canon -ya escrito o de próxima aparición- querrían haber
utilizado quienes terminen sus carreras en los años 2070 cuando las
iniciaron a fines de los años 2010?
Después de darle vueltas a este interrogante en los últimos años,
reduje mi elección a los escritos de tres personas: Tocqueville, que
escribió en los años 1830 y 1840; John Maynard Keynes, que escribió en
los años 1920 y 1930; y Karl Polanyi, que escribió en los años 1930 y
1940.
Las preocupaciones centrales de Keynes para su época hoy suenan
sinceras. Le preocupaba la fragilidad de nuestra prosperidad colectiva y
las graves tensiones entre el nacionalismo y las actitudes cosmopolitas
desarraigadas que apuntalan una sociedad global pacífica y floreciente.
Se centraba en cómo organizar nuestras actividades y usar nuestra
prosperidad para crear un mundo apto para la buena vida. Quería exponer
la bancarrota de panaceas ideológicas en ascenso: el laissez-faire,
el orden espontáneo, la cooperación colectiva, la planificación
central. Y pensaba profundamente en los problemas tecnocráticos de la
gestión económica -y en los desastres sociales, morales y políticos que
resultarían si no se intentaba resolverlos.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los problemas que preocupaban
a Keynes pasaron a segundo plano, en tanto una prosperidad renovada en
Occidente llevó a muchos a creer que se habían solucionado de manera
permanente. Inclusive durante la estanflación (crecimiento lento y
precios en aumento) en los años 1970, se decía que el problema era una
extralimitación social-demócrata, no algún defecto fundamental en la
economía política de Occidente.
Ese argumento allanó el camino para que la primera ministra
británica Margaret Thatcher y el presidente norteamericano Ronald Reagan
redujeran el papel económico del estado y dieran rienda suelta a las
fuerzas de mercado. La corrección de Thatcher-Reagan fue un éxito
incuestionado entre las clases adineradas que prosperaron a partir de
ahí. Creó un consenso ideológico que dominaría la esfera pública de 1980
a 2010.
La prosperidad de posguerra también eclipsó los problemas centrales
que Polanyi trataba de resolver en los años 1930 y 1940. Polanyi
aceptaba que una sociedad de mercado podía en verdad generar mucha
prosperidad material, pero le preocupaba que sólo pudiera hacerlo si
convertía a las personas en marionetas y juguetes de fuerzas de mercado
irracionales. También le preocupaba que la gente no se adaptara bien a
este nuevo rol. El objetivo, para Polanyi, era alcanzar la prosperidad
que genera una economía de mercado, sin sufrir los riesgos de pobreza,
destrucción creativa y erosión comunitaria que conlleva la operación de
las fuerzas de mercado.
Polanyi esencialmente advertía que si el orden burgués moderno
fracasaba en esta tarea, los movimientos políticos autoritarios y
totalitarios resultarían beneficiados. Durante el período de posguerra,
el argumento de tiempos de vacas gordas según el cual la prosperidad
impulsada por el mercado justifica cualquier sufrimiento social
colateral fue dado como un hecho. También llegó a definir la opinión
consensuada entre la clase adinerada y sus partidarios ideológicos.
Esto nos lleva a Tocqueville, que escribió hace casi dos siglos,
pero cuyas preocupaciones centrales nunca desaparecieron. Tocqueville se
centraba en las consecuencias de la destrucción de la casta como un
principio de orden social y político. Todas las grandes castas -desde
los nobles de la espada y los nobles de la toga supuestamente fráncicos
hasta los comerciantes protoburgueses y los villanos galo-romanos-
conferían a sus miembros pequeñas libertades y una dosis de autonomía
personal a cambio de obligaciones para con el estado. (Y, por supuesto,
cuanto más baja la condición social, mayores las obligaciones).
Tocqueville veía que este mundo ordenado de manera estricta estaba
siendo reemplazado por la democracia y una igualdad social formal, en la
que todos serían igualmente libres, pero también estarían a merced de
la sociedad por igual. En este nuevo contexto, ningún privilegio o
libertad servía de protección si uno no encontraba una contraparte en el
mercado o se enfrentaba a la tiranía de la mayoría, o simplemente
buscaba alguna suerte de dirección en su intento por decidir quién se
suponía que era.
En el mundo de Tocqueville, la destrucción de la casta era sólo
parcial. El escribía para hombres blancos que conocían su nacionalidad,
que sabían lo que significaba pertenecer a una casta y que conocían los
privilegios de esa pertenencia.
En nuestro tiempo, la destrucción de la casta y el privilegio de
las castas están dando otro paso hacia adelante. El período del dominio
político de los machos blancos en las democracias occidentales está
llegando a su fin. Y lo hace en un momento en el que el populismo
económico está sustituyendo a la gestión tecnocrática, y en el que
muchas veces los machos blancos se vuelcan al nativismo en respuesta a
la destrucción de sus empleos y estilos de vida a manos de las fuerzas
impersonales de la globalización.
Como podemos ver siglo tras siglo, el antiguo orden no se rendirá
sin presentar pelea. Ningún antiguo orden lo hace. Pero el privilegio de
casta de los machos blancos está predestinado al fracaso. El desafío al
que nos enfrentamos ahora es cómo materializar mejor las nuevas
oportunidades a nuestro alcance para el mejoramiento humano, en
beneficio de todos. No se me ocurren muchas guías más útiles para ese
desafío que Keynes, Polanyi y Tocqueville.
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