David Gordon
[Fascism: The Career of a Concept – Paul E. Gottfried – Northern Illinois University Press, 2016 – Vii + 226 páginas]
La investigación inmensamente erudita de Paul Gottfried de las interpretaciones del fascismo trae a la mente a Ludwig von Mises. Aunque Gottfried no mencione a Mises, los lectores de este excelente libro se verán sorprendidos e informados una y otra vez por el grado en que aquel defiende opiniones similares a las del gran economista austriaco. Sin embargo, no hay que sorprenderse realmente. Aunque Mies sea un liberal clásico y Gottfried un conservador, ambos se apoyan en los valores y tradiciones de la civilización europea e interpretan el fascismo desde esta perspectiva.
Gottfried ha estado muy influenciado por el historiador Ernst Nolte, que ve el fascismo como una reacción a la violencia y las perturbaciones de la Revolución Bolchevique. “Los movimientos fascistas fueron ‘imitaciones contrarrevolucionarias de la revolución izquierdista’ que se desarrollaron como reacciones ante los peligros de levantamientos izquierdistas (…) Según Nolte, que los fascistas absorbieron las tácticas perturbadoras y el ímpetu revolucionario de sus enemigos izquierdistas para derrotarlos” (pp.1, 37).
Con su perspicacia característica, Gottfried señala que el análisis fascista de Nolte deriva en parte de “Orígenes marxistas (…) Como los historiadores marxistas convencionales, pero con una mayor inventiva conceptual, Nolte trata las luchas sociales en la Europa de entreguerras como el trasfondo para la llegada al poder del fascismo (…) La guerra civil en la que chocaron comunistas y fascistas fue algo concreto de lo que era económica y socialmente la región más desarrollada del mundo. Esta perspectiva se remonta a una firme creencia marxista acerca de cuándo irrumpiría por primera vez una revolución socialista” (pp. 72-73).
Mises veía al fascismo italiano una manera similar a Nolte, aunque por supuesto no partía de supuestos marxistas. “La idea fundamental de estos movimientos (que, a partir el nombre del más grandioso y rígidamente disciplinado de entre ellos, el italiano, pueden, en general, designarse como fascistas) consiste en la propuesta de hacer uso en la lucha contra la Tercera Internacional de los mismos métodos sin escrúpulos que emplea esta última contra sus oponentes. La Tercera Internacional busca exterminar a sus adversarios y sus ideas de la misma forma que los higienistas luchan por exterminar un bacilo pestilente; no se considera en modo alguno obligada a cumplir los términos de ningún acuerdo al que pueda llegar con sus oponentes y considera cualquier delito, cualquier mentira y cualquier calumnia permisible para continuar con su lucha. Los fascistas, al menos en principio, profesan las mismas intenciones. El que aún no hayan tenido un éxito tan completo como los bolcheviques rusos de liberarse de cierta consideración por las ideas liberales y los preceptos éticos tradicionales solo puede atribuirse al hecho de que los fascistas llevan a cabo su trabajo entre naciones en las que la herencia intelectual y moral de varios miles de años de civilización no pueden ser destruidas de un solo golpe”. (Mises, Liberalismo, FEE, 1985).
En su énfasis sobre la violencia, argumenta Gottfried, los fascistas recurren mucho a Georges Sorel: “Sus ideas acerca de los ‘mitos redentores’ que empujarían a las masas hacia una violencia purificadora, pero no terminarían el ciclo de decadencia y revolución, tuvieron profundos efectos sobre la derecha revolucionaria. El pensamiento de Sorel atraía intelectuales franceses e italianos que aceptaban el fascismo como un mito redentor que justificaba las ‘revoluciones nacionales’” (p. 45).
Mises está de acuerdo: “Fue la idea del sindicalismo francés la que influyó en los movimientos más importantes del siglo XX. Lenin, Mussolini y Hitler estuvieron todos influidos por Sorel, por la idea de acción, por la idea de no hablar sino matar. La influencia de Sorel sobre Mussolini y Lenin no se ha cuestionado. Para su influencia sobre el nazismo, ver el libro de Alfred Rosenberg, The Myth of the Twentieth Century” (Mises, Marxism Unmasked, FEE, 2006).
Así que el fascismo respondía a una situación histórica concreta y, contrariamente a los izquierdistas influidos por el marxismo de la Escuela de Frankfurt, así como a neoconservadores como Jonah Goldberg, no puede considerarse como una categoría atemporal. “El fascismo fue un movimiento situacional más que teórico. Al contrario que los marxistas, los fascistas nunca afirmaron estar enseñando una forma científica de socialismo aunada por leyes históricas económicas” (p. 136).
Mises hace una afirmación bastante similar: “El fascismo puede triunfar hoy [1927] porque la indignación universal por las infamias cometidas por socialistas y comunistas le ha hecho conseguir las simpatías de amplios círculos. Pero cuando se haya desvanecido la impresión inmediata de los crímenes de los bolcheviques, el programa socialista ejercitará de nuevo su poder de atracción sobre las masas. Pues el fascismo no hace nada por combatirlo, excepto suprimir las ideas socialistas y perseguir a la gente que las divulga. Si quisiera combatir realmente al socialismo, tendría que oponerse a él con ideas. Sin embargo, sólo hay una idea que pueda oponerse eficazmente al socialismo, que es la del liberalismo” (Mises, Liberalismo).[1]
Si a los que Gottfried llama “fascistas genéricos” al estilo de Mussolini les faltaba un programa cohesivo, Hitler era algo diferente. Gottfried muestra una considerable simpatía por la idea del historiador Rainer Zitelmann de que Hitler buscaba activamente una modernización económica. “Zitelmann defiende convincentemente que Hitler se consideraba un revolucionario. Los nazis no estaban tratando de recuperar el pasado alemán, sino que querían forjar lo que creían que era una comunidad nacional moderna y organizada científicamente (…) Zitelmann observa que no hay razones para creer que la modernización lleve a una mayor libertad política” (pp. 163-164).
Mises también veía Hitler como alguien que aplicaba un programa económico coherente, aunque radicalmente erróneo. En Gobierno omnipotente dice: “Las ideas esenciales de la ideología nazi no difieren de las de las ideologías sociales y económicas generalmente aceptadas. La diferencia se refiere solo a la aplicación de estas ideologías a los problemas especiales de Alemania (…) [Como la izquierda británica,] los nazis también desean un control público de los negocios. También buscan la autarquía para su propia nación. Lo que caracteriza a sus políticas es que rechazan reconocer los inconvenientes que les impondría la aceptación del mismo sistema por otras naciones. No están dispuestos estar ‘aprisionados’, como dicen, dentro de un área comparativamente superpoblada en la que la productividad del trabajo sea inferior a la de otros países” (pp. 222-223).
En lugar de realizar una reseña completa de este libro tan rico, me he concentrado totalmente en una comparación de las opiniones del autor con las de Mises. Entre los muchos asuntos que merecen un estudio cuidadoso están las brillantes exposiciones del autor sobre Karl Mannheim y Giovanni Gentile. Unos pocos puntos menores: Karl Jaspers no se mantuvo en su puesto académico alemán durante la guerra; se vio obligado a jubilarse en 1937 (p. 54). Aunque Kurt Lewin fue un importante contribuidor a la política de la Gestalt, no fue el “padre” de esa escuela de pensamiento (p. 68). El autor compara a Adorno y Horkheimer, “que podían escribir con conocimiento y aprecio acerca de Goethe, Beethoven, Hegel y otros personajes ilustres alemanes” con teóricos críticos de la “segunda generación” como Habermas, “con poco interés por los logros culturales alemanes” (p. 70). Pero Habermas escribió su tesis sobre Schelling y también ha escrito sobre Kant, Fichte y Hegel. Estos puntos son, como digo, de menor importancia y uno cierra Fascism: The Career of a Concept con una gran admiración por la prodigiosa intelectualidad y conocimiento histórico de Gottfried.
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