Alfredo Bullard describe la paradoja del socialismo: pretende solucionar un problema mediante el mecanismo que lo crea o profundiza.
Allí acaba la coincidencia y comienza la paradoja socialista. Para los liberales es la libertad la que permite combatir la acumulación ilegitima. Esa libertad se expresa en la competencia que no es otra cosa que la desconcentración de poder. Debe liberarse la entrada de agentes al mercado y darle el poder a los consumidores de elegir. Las utilidades deben obtenerse en el mercado, de las decisiones de los consumidores, y no en los pasillos de los ministerios. Así se evita la concentración.
Y se debe reconocer a cada individuo derechos individuales que los protejan de los intentos de expropiar su libertad: la vida, la integridad, las libertades de expresión y de contratar, la propiedad, el elegir con quién casarte.
Para ello el liberal quiere un Estado limitado. Porque en la experiencia es el Estado el que más favorece la concentración de poder.
La paradoja socialista aparece cuando plantean una solución al problema que conduce exactamente a caer en el problema. Mientras los liberales plantean reducir al Estado para liberar a los individuos, los socialistas plantean reforzar al Estado para conseguir lo mismo. Pero olvidan que al hacerlo crean precisamente el mecanismo a través del cual se distribuyen los privilegios que crean la concentración ilegítima del poder y de la riqueza.
Dicha posición tiene dos serias contradicciones: primero, pretende combatir la concentración de poder concentrando el poder; segundo, pretenden liberar al individuo quitándole libertad.
Como bien dice Carlos Rodríguez Braun, a través del Estado, la riqueza no se redistribuye de ricos a pobres, sino de grupos desorganizados a grupos organizados.
Los grupos organizados (los gremios, los sindicatos, ciertas empresas, los partidarios del gobierno) desarrollan capacidad de influencia sobre las decisiones políticas y generan la capacidad de desviar los recursos existentes para su privilegio con regulaciones, impuestos, prohibiciones, corrupción, etc. Por ejemplo, al prohibir las importaciones para proteger “la industria nacional (organizada)” permite acumular riqueza que sale de los bolsillos de los consumidores que no pueden organizarse de la misma manera.
Es el legado de la paradoja socialista. Se llama mercantilismo y que, con mucha ligereza, suele confundirse con el liberalismo, a pesar de ser su antónimo. Las reacciones de muchos socialistas a mi artículo de la semana pasada (“¿Qué es un socialista?”) es un claro ejemplo. La críticas al artículo muestran la confusión socialista de no distinguir un liberal de un mercantilista y de no advertir que un mercantilista está más cerca al socialismo.
Y es que atrapados en sus prejuicios crean coloridas piñatas de liberales (a las que denominan “neoliberales”) para pegarles con palos tan vacíos como sus ideas.
¿Cómo crean sus piñatas? Toman características de diversos grupos y las mezclan para crear un falso liberal. Construyen muñecos con atributos que pertenecen a los rivales del liberalismo. El “neoliberal” es un mamarracho impostado, creado al combinar un poco de conservadurismo, otro poco de mercantilismo, mucho de utilitarismo, algo de autoritarismo (los llaman “fachos”) y una dosis de intolerancia. Luego, para posicionar su idea, acuñan frases como “no hay que confundir libertad con libertinaje”, “tiene posiciones pro empresa”, “son anticonsumidores” o “defienden la libertad para proteger el estatus de los ricos y los poderosos”.
Lo que los socialistas pierden de vista es que al crear esa piñata están mirando su imagen reflejada en un espejo de feria, lo que no les permite advertir que lo que critican es lo que ellos mismos quieren crear.
Y es que tienen (a veces) buenas intenciones. Pero las ejecutan tan mal que terminan creando el monstruo que dicen querer combatir.
Los liberales (los verdaderos) combaten el mercantilismo no solo en la intención, sino en los hechos. Creen en una libertad responsable, donde la libertad se ejerce asumiendo las consecuencias de nuestros actos y no diluyéndola en un difuso colectivo al que califican como “social”.
¿Por qué temen tanto a los liberales? Como bien decía Bernard Shaw: “La libertad supone responsabilidad. Por eso la mayor parte de los hombres le teme tanto”.
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