Kemal Derviş
Kemal Derviş, former Minister of
Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United
Nations Development Program (UNDP), is a vice president of the Brookings
Institution.
WASHINGTON, DC – El voto por el Brexit desató un vendaval de comentarios sobre la política anti-establishment, el fracaso de los expertos, la abdicación de la izquierda, etcétera. Visto al lado de la campaña presidencial en Estados Unidos, muchos consideran el Brexit una llamada de atención.
En respuesta, el exsecretario del Tesoro de los EE. UU. y expresidente de Harvard Larry Summers propone un “nacionalismo responsable”
para contrarrestar el lenguaje a menudo chauvinista, antiinmigrante y
proteccionista del populismo de derecha. El autor promueve una respuesta
“en la que se entienda que la primera responsabilidad de los países es
buscar el bienestar económico de sus ciudadanos, pero de modo tal que su
capacidad de perjudicar los intereses de los ciudadanos de otros países
esté circunscrita”. Deberíamos evaluar los acuerdos internacionales “no
tanto por cuánto logran armonizar o cuántas barreras derriban, sino por
su capacidad de empoderar a los ciudadanos”.
Como
Summers y otros sostienen, la globalización trajo enormes beneficios a
la economía mundial en su conjunto, pero los ganadores rara vez
compensaron a los perdedores, directa o indirectamente.
Además,
últimamente los ganadores suelen ser muchos menos que los perdedores,
particularmente dentro de un área geográfica dada o en mercados donde el
ganador se queda con todo. Por último, las políticas económicas preferidas por los “ganadores” (y adoptadas bajo su influencia) distan de ser ventajosas para todos.
Todo
esto es cierto. Por desgracia, estos argumentos suelen llevar a que el
campo político de los moderados retroceda ante la presión del nativismo,
el nacionalismo agresivo y la repetición de consignas económicas
incoherentes. Los que promueven una estrecha política identitaria
coreando o tuiteando frases cortas y efectivas obligaron a los que creen
en una comunidad humana global ligada por intereses compartidos a dar
un combate de retaguardia para explicar por qué esas frases no tienen
sentido.
Pero los
autores de ese contraataque, si cabe llamarlo así, al parecer no han
podido refutar las afirmaciones tendenciosas de los populistas con
frases que sin ser tan cortas sean igual de efectivas. Es verdad que
desde el campo de los moderados se ofrecen análisis económicos
aceptables y propuestas políticas sensatas; pero el debate suele darse
en un lenguaje (y un lenguaje corporal) de tecnócratas, que incita al
bostezo, no al apoyo popular.
Hay
necesidad imperiosa de un populismo moderado, humanista, global y
“constructivo” que pueda contrarrestar a los extremistas, no con
complejos modelos matemáticos de, por ejemplo, las consecuencias del
Brexit para el nivel de empleo, sino con ideas simples y a la vez
poderosas capaces de movilizar a las multitudes. Cuando las democracias
liberales se enfrentaron a duros desafíos en el pasado supieron
encontrar esas voces. Pensemos en la retórica de Franklin Roosevelt en
los años treinta, o en la de los padres fundadores de la Comunidad
Europea.
Lo que hace “constructivo” al populismo constructivo es tomar aquello que se sabe con un grado razonable de certeza y simplificarlo.
En cambio, los populistas “destructivos” distorsionan deliberadamente
lo que se sabe y lo que no, lo inventan sin el menor escrúpulo.
Esta
clase de populismo destructivo es mucho más infrecuente en el nivel
municipal, donde el debate está centrado en hallar soluciones concretas a
los problemas reales de los ciudadanos. Esto no implica que la política
municipal sea fácil; basta ver las tensas relaciones entre la policía y
las minorías raciales en las ciudades de Estados Unidos. Pero como
Bruce Katz y Luise Noring han demostrado,
en muchas ciudades estadounidenses y de otros países, los funcionarios
electos, las organizaciones civiles y las empresas privadas saben unirse
trascendiendo divisiones partidarias para diseñar proyectos innovadores
en transporte público, vivienda o desarrollo económico y hallarles
financiación.
Donde
más se necesita un populismo constructivo es en los niveles nacional e
internacional, porque hay muchos problemas que no pueden resolverse en
el nivel municipal. Pensemos en la política exterior. Hay en muchos
países una fuerte tendencia hacia la clase de nacionalismo agresivo que
produjo tantas catástrofes en la historia, sobre todo en la primera
mitad del siglo XX.
Algunos
desestiman los peligros de este resurgimiento nacionalista, con el
argumento de que la interdependencia económica nos protegerá de nuestras
pulsiones atávicas. Pero no fue así en el pasado. No hay que olvidar
que las tres décadas desastrosas que empezaron en 1914 siguieron a un
período de veloz y profunda globalización.
Es
esencial una vez más un mensaje político que encarne el compromiso con
la vigilancia constante en favor de la paz. Pero hay que ponerlo en
práctica. En las democracias liberales, ese mensaje debe hacer hincapié
en tres componentes: fuertes capacidades de defensa e inteligencia; la
legitimidad de negociar con amigos y enemigos por igual en busca de
coincidencias; y la comprensión de que las alianzas y amistades para ser duraderas deberán basarse en el respeto compartido de los valores democráticos y los derechos humanos.
No
debe permitirse que intereses comerciales o de otro tipo a corto plazo
debiliten cuestiones de principios básicas. Entendiendo que los derechos
humanos, incluidos por ejemplo los derechos de las mujeres, son un
elemento clave de los valores democráticos, podemos negociar toda clase
de temas con aquellos que los reprimen, pero hasta que no haya avance en
relación con esos derechos, no podemos ser auténticos amigos de esos
países y al mismo tiempo decir que defendemos los valores humanos
universales. El populismo constructivo no puede ser cínico; pero debe
ser realista, y debe reconocer que el progreso puede ser gradual y tener
formas diferentes en diferentes lugares.
En
política económica hay muchos desacuerdos razonables que impiden un
consenso. Pero no hace falta hablar difícil para decir que los mercados
solamente benefician a todos si se los regula en función de los
intereses de todos; que el gasto público que crea activos productivos
puede reducir el cociente entre la deuda pública y la renta nacional; y
que el desempeño económico debe medirse por la amplitud de la
distribución de los frutos del crecimiento.
El modo de
superar la política identitaria y el populismo irresponsable no es
negociar con ellos un término medio o combatirlos con un análisis
técnico detallado. El modo de evitar el desastre es el populismo
constructivo: simple, exacto y siempre sincero.
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