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Sunday, July 17, 2016

Eduardo Galeano y el arrepentimiento

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Entre algunos católicos, hay la idea de que no importa lo que hayas hecho en tu vida, lo realmente importante es lo que pienses antes de morir y te arrepientas. Quizá lo mismo deba aplicarse a Eduardo Galeano, quien lamentablemente murió hace unas horas en Montevideo.
En sus libros, y particularmente en su famoso Las venas abiertas de América Latina, Galeano inventó la historia de Latinoamérica de acuerdo a sus prejuicios e ideas pre concebidas. Así, creo nuevos mitos y subterfugios para perpetuar la eterna adolescencia e irresponsabilidad de las sociedades latinoamericanas. Y lo hizo a una escala planetaria pocas veces vista, dándose el lujo, por ejemplo, de “saltar” a los números de un best seller (su último libro para la editorial Siglo XXI, llegó a los 80.000 ejemplares).



La historia latinoamericana contada por Galeano es simple, monolítica, sectaria, sin contradicciones: Sea cual sea el capítulo de que se trate, desde la conquista de América hasta los años 70s del siglo pasado (época de su publicación), siempre es una historia de pobres (las sociedades y los países latinoamericanos) contra poderosos (EEUU, Europa y sus empresas), en donde los más desfavorecidos siempre pierden y son saqueados, mientras que los poderosos se enriquecen, lo que explicaría, según Galeano, el mayor desarrollo económico de éstos. Así, la culpa de todos nuestros problemas es, constantemente, de EEUU y Europa. Y la única forma de solucionarlos es atacar a la propiedad privada y a las empresas, expropiar, planificar, establecer estados socialistas en nuestros países, lo que crearía, supuestamente, nuevos valores colectivos, que eliminarían el egoísmo y la codicia, poniendo los fines de la sociedad por encima de los fines individuales.
La historia latinoamericana de Galeano es una caricatura, que además deja sin explicar muchísimos episodios, que ni siquiera se abordan porque contradecirían el mensaje simple, llano y dogmático que buscó transmitir: Que otros eran los malos y nosotros, los latinoamericanos, somos los buenos, quienes no hemos tenido ninguna culpa de nuestras desventuras. De allí su clamoroso éxito.
No obstante, Galeano desautorizó su obra antes de morir. Al respecto, el año pasado en la Bienal del Libro y la Lectura de Brasilia “dijo que no volvería a leer su obra más conocida, Las venas abiertas de América Latina, debido a que es ‘pesadísima’, indicando que fue escrita sin conocer debidamente sobre economía y política”. “Galeano explicó que fue el resultado de un intento de un joven de 18 años de escribir un libro sobre economía política sin conocer debidamente el tema. ‘Yo no tenía la formación necesaria. No estoy arrepentido de haberlo escrito pero fue una etapa que, para mí, está superada’”. El lanzamiento, en mayo próximo, de su obra póstuma nos dirá, quizá, cuáles fueron sus finales ideas políticas y económicas.
Pero antes de que él mismo desautorizara su obra, y que el contraste con las obras de tantos liberales hubiera demostrado su profundo error (un buen ensayo, del académico argentino Adrián Ravier, publicado por Caminos de la Libertad de México, hace un atinado contraste de las ideas y los valores liberales respecto a Las venas abiertas de América Latina), la realidad ya la había desmentido: La globalización había demostrado los peligros del aislamiento y de la falta de competencia; ejemplos como los de Corea del Sur, Singapur y muchos países más habían demostrado que el desarrollo no es un juego de suma cero y que la prosperidad es posible con cambios institucionales y culturales, mientras que países como Cuba o Venezuela daban enseñanza de que atacar a las empresas, a la propiedad privada y las libertades individuales son los caminos más directos al empobrecimiento, a la corrupción y al autoritarismo. Las anacrónicas recetas de Galeano hoy sólo son aplicadas por los países más atrasados del planeta.
Pero además, las propias elecciones vitales de Galeano habían ya desacreditado su fábula y por ello la mención inicial al arrepentimiento: En sentido contrario a toda su prédica contra el capitalismo y las empresas, Galeano en sus últimos años se atendió en los mejores y más caros hospitales privados de Uruguay y murió en uno de ellos. Tuvo con qué hacerlo, afortunadamente, a pesar de sus críticas al dinero, del que sostenía que los escritores y en general las personas debían rehuir, al haber causado las peores catástrofes, y porque el ser humano era parte de “la naturaleza”. Quizá los católicos tengan razón y sólo ante la muerte o su peligro inminente no podamos mentir.
Por lo demás, finalmente, ¿habrá mayor agravio a la obra de un escritor que se creyó “revolucionario” que el ser considerado un “escritor oficial” y que se le dispensen los privilegios del caso y los honores de tantos poderosos que, tal vez, ni siquiera han leído su obra? Sin embargo, en descargo de Galeano hay que insistir en que al final de sus días, reconoció sus errores y adjuró de su obra. Otros intelectuales con libros de similares efectos nocivos sobre tantos jóvenes latinoamericanos, en muchas ocasiones no lo han hecho nunca.
Es de lamentar la pérdida de Eduardo Galeano, como la de cualquier ser humano. Si odios tontos ni supuestas cuentas por cobrar. Máxime que la historia y la realidad han venido colocando su obra intelectual en su real nivel, contrastándola y desmitiéndola.

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