Oleh Havrylyshyn, Xiaofan Meng y Marian L. Tupy afirman que las reformas rápidas y amplias condujeron a un mayor crecimiento y mayor libertad política que las reformas graduales.
Un argumento clave para el gradualismo era que las reformas demasiado rápidas causarían un gran dolor social. En realidad, los reformistas rápidos experimentaron recesiones más cortas y se recuperaron mucho antes que los reformadores graduales. En efecto, una medida mucho más amplia de bienestar, el Índice de Desarrollo Humano, apunta a la misma conclusión: los costos sociales de la transición en los países que reformaron rápidamente fueron más bajos.
Por otra parte, los defensores del gradualismo argumentaron que el desarrollo institucional debía preceder a la liberalización del mercado, aumentando así la eficacia de este último. En sentido estricto, es imposible refutar este argumento, ya que ningún país poscomunista siguió esa secuencia de acontecimientos. En todos los países poscomunistas, el desarrollo institucional se situó muy por detrás de las reformas económicas. Esperar al desarrollo institucional antes de implementar las reformas económicas podría haberse convertido en una receta para no hacer reforma alguna.
Sin embargo, luego de 25 años, los reformadores rápidos terminaron con mejores instituciones que los reformadores graduales. Este resultado es consistente con la hipótesis de que las élites políticas que estaban comprometidas con la liberalización económica también lo estaban con el desarrollo institucional posterior. Por el contrario, las élites políticas que propugnaban reformas graduales, lo hicieron a menudo con el fin de extraer el máximo de rentas de la economía. Una consecuencia extrema del gradualismo fue la formación de clases oligárquicas.
Cuando se trata de velocidad y profundidad de reformas, la posición relativa de los países se ha mantenido prácticamente sin cambios. La mayoría de los países que se adelantaron antes son los que todavía se encuentran muy por delante.
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