El presidente Miguel de la Madrid tuvo que recurrir a las figuras del partido, en 1987, para persuadir al líder obrero Fidel Velázquez, horas antes del destape, que Carlos Salinas era el mejor candidato que tenía el PRI para continuar el modelo económico que habían puesto en práctica desde 1985 –el neoliberalismo. De la Madrid no sólo necesitaba a alguien cercano –también lo era su secretario de Gobernación, Manuel Bartlett–, sino que ideológicamente estuviera comprometido con su proyecto de cambio. La designación de Ochoa se da bajo el mismo método de costo-beneficio. Lo explicó muy bien Juan Gabriel Valencia el sábado pasado en un artículo de prensa: “Con su presidencia… el PRI habrá de recuperar algo que perdió hace muchos años: su capacidad de debate público (y) la posibilidad de intentar diseños racionales de ingeniería institucional”.
Ochoa tiene, en efecto, esos atributos dialécticos y el equipaje para irrumpir con fuerza en la arena pública y defender sólidamente el proyecto peñista. Como Salinas lo estaba en 1987, está ideológicamente comprometido con el proyecto y participó directamente en la elaboración de una de las reformas –la educativa–, y en la implementación de otra –la energética–. Las dos son las piedras angulares de las reformas de Peña Nieto, quien con la designación del exdirector de la Comisión Federal de Electricidad vuelve a subrayar que ya sea porque fue convencido o porque realmente entiende lo que está haciendo, su proyecto de nación es lo mejor para el país.
Claramente a Peña Nieto le importa poco lo que esto significa para el país. Sus reformas, como lo son todas aquellas iniciativas que alteran el status quo, generaron resistencias, aunque llama la atención que la oposición sea de 360 grados, lo que no es usual. Todos los sectores políticos, productivos y sociales están en su contra, lo que le abrió flancos a su alrededor. Sus reformas han sido acompañadas por variables que no tienen que ver con el cambio, sino con la regresión.
El Estado de Derecho se encuentra en una de sus mayores debilidades de los últimos 20 años, mientras que la corrupción y la impunidad recuperaron el vigor de antaño, de acuerdo con todos los indicadores. Dentro y fuera del país, la visión que tiene Peña Nieto de él y de su gobierno no es compartida. Más del 80% de los 120 millones de mexicanos piensan lo opuesto –de ese tamaño es la desaprobación a la forma como gobierna–, y las críticas y tensiones con varios gobiernos e instituciones internacionales, enfatizan la disfuncionalidad de sus relaciones con el mundo. Peña Nieto, como se apuntó en este espacio el viernes pasado, es refractario a todo.
La designación de Ochoa fue a contracorriente de las realidades objetivas que lo rodean. El viernes pasado se refirieron aquí las pérdi-das electorales que ha sufrido el PRI en los dos últimos años, como desgaste de la figura presidencial y sus políticas. Y el fin de semana se vislumbraron las fracturas internas en el PRI, en donde sobresale una poco observada, la de Ricardo Aguilar, que en el Estado de México fue uno de los operadores políticos y electorales más cercanos al entonces gobernador Peña Nieto. “No queremos candidatos que al ser postulados, los primeros sorprendidos en conocer su supuesta militancia seamos los propios priistas”, dijo Aguilar, uno de los operadores de la maquinaria electoral mexiquense.
La crítica de Aguilar al destape de Ochoa refleja la descripción del articulista Valencia, quien apuntó sobre su llegada a la presidencia del PRI: “Es toda una reconfiguración del grupo gobernante y, cabe de-cir, del estilo de contienda y del modo decisorio hacia 2018”. Sería aventurado y muy prematuro interpretar los hechos y las palabras como la definición de la candidatura presidencial del PRI dentro del gabinete económico, pero está claro que esa decisión se hará de forma excluyente. Aguilar es reflejo del resentimiento al sectarismo de la decisión de Peña Nieto. Sin embargo, no hay nada novedoso en el manejo cupular y herméticamente cerrado con el que se ha manejado junto con su presidencia tripartita, de la que Ochoa ha sido uno de sus gladiadores.
La reconfiguración del equipo gobernante como clan, es la toma del control total de todos los órganos de control político a disposición del Ejecutivo y de la presidencia tripartita. Fuera el último contrapeso, Manlio Fabio Beltrones, todo es de ellos y para ellos. Peña Nieto irá con su grupo cerrado al 2018. Si el país grita, que vocifere en las urnas. Si no los quiso oír durante tres años y medio, menos ahora, que se ha pintado de guerra para ir por todo contra todos.
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