Yo, El Durazno: Una Lección sobre las Ventajas Comparativas
Por Robert Higgs
Hoy como parte de mi almuerzo, disfruté
de un gran, maduro, dulce y firme durazno. “¿Y qué?", podrían estar
preguntándose. Bien, poder hacerlo es para mí algo más digno de destacar
de lo que uno podría suponer. Verán, yo vivo al final de un camino,
cerca de un remoto y aislado pueblo en el rincón más alejado del sureste
del estado mexicano de Quintana Roo; y el durazno que comí se cultiva
en California.
Adquirí esta fruta, tal como obtengo la
mayor parte de las frutas, verduras y otros alimentos frescos que
consumo, de Lucio, un hombre que se levanta cada día a las 4:00 am y se
dirige a un mercado en Bacalar, un pueblo a unas 100 millas (160
kilómetros) de mi casa.
Lucio carga su camioneta con productos frescos y
otras cosas, transporta dichos productos durante dos horas, y los
ofrece a aquellos que vivimos a lo largo de una carretera plagada de
baches en este remoto paraje. Las personas que le venden, a su vez,
adquieren sus existencias de otros vendedores, que son parte quizás de
una extensa cadena de suministro cuyos detalles desconozco. Sólo sé que
cada emprendedor que participa en este asombroso proceso realiza
inversiones considerables y afronta un riesgo sustancial con la
esperanza de complacer a aquellos que podrían comprarles. Ninguna de las
ventas está garantizada; los compradores son libres en cualquier punto
de tomarlo o dejarlo, y dejarlo implica dejar al aspirante a vendedor
cargando con todo el peso en más de un sentido.
Ahora, podrían pensar que transportar los duraznos desde California, tal vez desde la zona próxima a Fresno
en la que crecí allá por los años 50, va en contra de su comprensión de
las ventajas comparativas que adquirieron en alguna clase de economía
elemental en la universidad. Después de todo, los Estados Unidos de
América es un país económicamente avanzado, y México es uno
relativamente menos desarrollado y más abundante en mano de obra. ¿No
deberían los mexicanos exportar productos agrícolas a los EE.UU. e
importar bienes tales como maquinaria sofisticada, programas
informáticos y servicios técnicamente avanzados? Bueno, en una palabra,
no. Al menos, no exactamente.
Vean, la cosa es algo más complicada
respecto de las ventajas comparativas de lo que los profesores pueden
encuadrar en el sencillo modelo de David Ricardo de Inglaterra y
Portugal comerciando entre sí, el primero especializado en la producción
y exportación de telas, mientras que el segundo especializado en la
producción y exportación de vino. Sin embargo, la idea básica sigue
siendo sólida, por más que compliquemos el ejemplo: el país cuyos
productores tienen un costo de oportunidad real relativamente más bajo
en la producción de un determinado bien se beneficiará si lo produce, y
si los comerciantes de ese país importan los bienes respecto de los que
sus propios productores tienen un costo de oportunidad real
relativamente más alto.
En el mundo real, por supuesto, la
complejidad del comercio desafía la comprensión, ya que incontables
millones de bienes y servicios son producidos, exportados e importados
aparentemente haciendo caso omiso de algún patrón nítido. No obstante,
he aquí un patrón subyacente, y sigue siendo básicamente el mismo
descrito en su esencia por Ricardo hace doscientos años.
Debemos reconocer, sin embargo, que lo
que está siendo negociado no es simplemente una “exportación agrícola
desde México” a cambio de “bienes y servicios tecnológicamente
sofisticados procedentes de los EE.UU.”, sino un sinnúmero de bienes y
servicios puesto a disposición en momentos y lugares específicos. Así,
por ejemplo, podría darse el caso de que un tipo específico de “tomates”
fluya desde un lugar particular en México hacia un lugar en particular
en los EE.UU. en un momento y en la dirección opuesta en otro momento.
México actualmente exporta mucho petróleo, por ejemplo, pero importa
muchos productos petroleros refinados. No hay ningún misterio aquí, sólo
las glorias de los emprendedores esforzándose por obtener beneficios al
complacer a los consumidores a un mínimo costo de oportunidad real.
Manifestaciones similares podrían hacerse para cualquier número de
bienes y servicios que son comercializados por cualquier número de
socios comerciales a ambos lados de la frontera. El resultado final de
este incomprensiblemente vasto y complejo proceso es un enorme
incremento en el bienestar económico de la población mundial. De hecho,
si este proceso llegara a ser suprimido, es extremadamente dudoso que la
población actual de la Tierra pudiese sobrevivir.
No es una refutación de la economía
básica del comercio el hecho de que los gobiernos interfieran de alguna
forma en el proceso comercial en todo el mundo. Esta interferencia,
impulsada mayoritariamente por los buscadores de rentas locales que
desean evitar la competencia abierta con los vendedores extranjeros,
distorsiona y desalienta el proceso en general, pero los beneficios del
proceso comercial son tan grandes que éste continúa y mejora enormemente
el bienestar de los consumidores de todo el mundo a pesar de las
barreras e interferencias depredadoras que los gobiernos crean.
En la actualidad, mientras que Lucio me
trae duraznos y muchos otros alimentos frescos tres veces a la semana,
un joven en una motocicleta llega a mi puerta de vez en cuando desde el
pueblo cercano ofreciéndome pollo asado (deliciosamente condimentado
como a la gente de esta zona le gusta). Ignoro si un relato complejo
podría también ser narrado sobre este emprendedor local, cuya madre
cocina el pollo y prepara las presas en su propia cocina y las envía aun
calientes con su hijo a fin de tantear el mercado en busca de
consumidores dispuestos. Si en el futuro tuviese que escribir sobre el
comercio de de pesos-por-pollo, sin embargo, probablemente no hurtaré mi
título para ese artículo, como lo hice con éste, del clásico de Leonard
Read, “Yo, El Lápiz”. Después de todo, no estoy dispuesto a titular uno de mis artículos “Yo, El Pollo”.
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