Ana Palacio
Ana Palacio, a former Spanish foreign
minister and former Senior Vice President of the World Bank, is a
member of the Spanish Council of State, a visiting lecturer at
Georgetown University, and a member of the World Economic Forum's Global
Agenda Council on the United States.
Qué hacer con el TTIP
MADRID
–Tres años atrás, Estados Unidos y la Unión Europea iniciaban
conversaciones con vistas a concluir la Asociación Transatlántica de
Comercio e Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés) declarando
que “un lleno de gasolina” les llegaría para alcanzar la meta. Hoy, sin
embargo, con el depósito en reserva, la creciente oposición de sus
respectivas opiniones públicas hace peligrar la consecución de este
objetivo.
Los
obstáculos surgidos en las negociaciones del TTIP no son exclusivos de
este acuerdo. Reflejan una tendencia más amplia; una deriva que nos
interpela a repensar el enfoque general de los acuerdos de libre
comercio. Es un secreto a voces que la oposición a este tipo de acuerdos
va en aumento. Así, los dos candidatos a la Casa Blanca no sólo se han
declarado contrarios a la apertura de mercados, sino que incluso peligra
el Acuerdo Transpacífico que EEUU negoció con 11 países del Pacífico. Y
entre los políticos europeos también progresan las voces contrarias al
TTIP, provocando que el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude
Juncker, se haya visto en la necesidad de plantear que los líderes de
los 28 reafirmen su compromiso en el próximo Consejo Europeo de finales
de junio.
La
percepción de que la globalización azota al ciudadano de a pie y
beneficia sólo a unos pocos crece, aún cuando el libre comercio,
encuadrado por normas y estándares internacionales, tiene un impacto
macroeconómico neto indudablemente positivo. Para garantizar el apoyo
público es preciso, así, mitigar las consecuencias negativas del
librecambio y preparar mejor a nuestras sociedades para un mundo de
inexorable interdependencia económica.
Resulta
imperativo, en este sentido, dar prioridad a las políticas que, como el
Programa de Asistencia por Ajuste Comercial en EEUU, o el Fondo Europeo
de Adaptación a la Globalización, se proyectan sobre los sectores más
afectados; pero por sí solos, estos mecanismos no son sino parches. La
situación exige medidas estructurales para hacer frente al impacto de la
libre circulación de bienes, servicios y capitales que entra en
resonancia con el actual cambio tecnológico acelerado.
La
formación requiere especial atención. Sectores enteros de la industria
se ven hoy amenazados y sus trabajadores abocados a reinventarse. Por
ello, tenemos que repensar la educación y garantizar la adquisición de
unas “meta-capacidades” que proporcionen un abanico amplio de
adaptabilidad laboral.
Ante
estas dificultades, proliferan los abogados de un TTIP menos ambicioso,
limitado a las cuestiones sobre las que ya hay acuerdo. Pero ello
supondría perder la oportunidad de un gran proyecto común en el que EEUU
y la UE, con un PIB respectivo de 17,5 y 18,5 billones de dólares, se
encontrarían en relativo pie de igualdad que reforzaría las relaciones
bilaterales.
Para
Europa, el pacto tendría un beneficio añadido, ya que daría más voz a
la UE en la elaboración de normas internacionales, asunto éste
fundamental para el futuro. Por el contrario, un acuerdo limitado mermaría, además, el peso y la influencia
de la comunidad transatlántica, y acarrearía el desplazamiento
geográfico del centro de gravedad en materia de reglamentación y
estándares.
La
conclusión de un TTIP ambicioso no será tarea fácil y exigirá
creatividad intelectual, como la que potenció el Acuerdo de París sobre
el Cambio Climático del pasado diciembre, punto de inflexión en el campo
de los tratados internacionales, al aunar en su seno normas
vinculantes, cláusulas no preceptivas y marcos generales. Inspirados en
este enfoque innovador, EEUU y la UE deben avanzar con normas
vinculantes en las áreas de convergencia y adoptar principios y marcos
más amplios para las negociaciones en curso sobre cuestiones espinosas
como sanidad o seguridad alimentaria.
La
introducción de estos planteamientos de cooperación supondría un
impacto inmediato menor, pero podría ser la clave para salvar escollos
políticos inminentes sin desistir del potencial del TTIP a largo plazo.
Además, contribuiría a reforzar el protagonismo de EEUU, con Europa a su
lado, en la elaboración de normas internacionales.
Tras
tres a��os de negociaciones, el TTIP se encuentra muy lejos de la meta
prevista –y sin el apoyo ciudadano nunca la alcanzará–. Cambiar la
opinión popular exige mucho más que discursos; requiere repensar el modo
de encauzar el comercio internacional y de plantear el progreso de
nuestra sociedad abierta. Y llevará su tiempo. EEUU y la UE harían bien
en hacer un alto en la próxima gasolinera.
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