La Gran Familia Liberal
La etiqueta de “liberalismo social” que reivindica Albert Rivera se ha consolidado con el ingreso de Ciudadanos en la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE), liderada por Guy Verhofstadt (el primer ministro liberal en Bélgica desde el siglo XIX). No sólo se convierte en una de las fuerzas más importantes de la “tribu” liberal europea sino que lo ha hecho superando las maquinaciones en contra de Convergencia, el partido español catalanista que desde su nacionalismo étnico se enfrenta al patriotismo cívico de Ciudadanos. Dentro de ALDE también hay “liberal-centristas”, “social-liberales” y similares, para recoger tanto medidas pro-mercado, que se asocian mayoritariamente con el centro derecha, como a favor del federalismo europeo y la promoción y asentamiento de los derechos fundamentales, más relacionados con posicionamientos sociales del centro izquierda.
En España tendrían su principal caladero de votantes entre católicos progresistas, “neoliberales” y conservadores moderados así como socialdemócratas (no en el sentido marxistoide empleado por Pablo Iglesias, obviamente), todos ellos coincidiendo en una aproximación social a la economía de mercado, con una defensa de la libertad económica acompañada por una preocupación moral por la igualdad de oportunidades y la garantía de un mínimo de supervivencia vital.
Esta combinación de lo mejor de la tradición liberal, la defensa del mercado como garantía de las libertades económicas y como presupuesto de la libertad política, con la tradición democrática, que atribuye la categoría moral de la “dignidad” a cualquier persona por el mero hecho de serlo, en cuanto que ser racional autoconsciente, se cimentó en una reunión académica que tuvo lugar en 1938 en París, organizada por el filósofo Louis Rougier y teniendo como invitados a Lippmann, Hayek, Mises, Aron, Rüstow y Röpke… que participaron en el encuentro dominado por la sensación de que el comunismo y/o el fascismo acabarían con las democracias y las economías liberales.
El “neoliberalismo” se diferenciaba del liberalismo clásico porque abandonó una visión ingenua de la relación entre mercado y Estado por otra mucho más compleja y críticaAunque todos ellos liberales, eran conscientes de la insuficiencia del liberalismo clásico para responder al desafío de las crisis económicas del capitalismo, cuyo último cataclismo había sido la “del 29”. La propuesta que salió del Congreso fue denominada “neoliberalismo” por Rüstow, y se diferenciaba del liberalismo clásico porque abandonó una visión ingenua de la relación entre mercado y Estado por otra mucho más compleja y crítica, en el borde de la paradoja e, incluso, de la contradicción con algunos postulados previos (Michel Foucault relató dicho Congreso en su obra Nacimiento de la biopolítica).
Este “neoliberalismo”, o “liberalismo crítico” para contraponerlo al “liberalismo ingenuo” clásico, añadía a la preeminencia del mercado como núcleo y motor de la actividad económica una serie de matices en su relación política con el Estado. Si para los “liberales ingenuos” el mercado y el Estado son dos instituciones antagónicas y de suma cero, para los liberales “críticos” o “neoliberales” el mercado y el Estado se relacionaban simbióticamente, en una dependencia mutua de imbricación que hacía que fuesen, en realidad, manifestaciones de un mismo fenómeno social. De modo que la cuestión era encontrar el mejor diseño institucional que hiciera de efecto multiplicador de la potencia productiva del Estado, así como de cierto freno a sus consecuencias más destructoras a corto plazo que pudieran afectar a los seres humanos de carne y hueso.
De lo que se trataba, por tanto, era de matizar el “laissez faire” introduciendo desde el Estado mecanismos regulatorios que, sin intervenir en el mismo proceso de mercado, lo recondujesen hacia resultados socialmente óptimos sin vulnerar la libertad de elección de los actores de económicos. Como defendió Hayek en Camino de servidumbre:
“Probablemente, nada ha hecho tanto daño a la causa liberal como la rígida insistencia de algunos liberales en ciertas toscas reglas rutinarias, sobre todo en el principio del laissez-faire”
La concepción del Estado de estos “liberales críticos” es
sustancialmente diferente a la de los “liberales ingenuos” en cuanto
que, frente a la debilidad estructural y pasiva del Estado según estos
últimos, quieren un Estado fuerte aunque “sin grasa”, vinculado con
valores formales, no sustantivos, del ordenamiento social desde los que
regular el mercado para que los intereses privados que operan en él se
orienten hacia aquellos. La paradoja que proponen estos “neoliberales”
queda resumido en el título de una ponencia de Rüstow: “Economía libre,
estado fuerte”.Derrotado definitivamente el “liberalismo clásico” o “ingenuo” a partir de la crisis del 29, de donde emergió victoriosa la alternativa keynes-rooseveltiana, y posteriormente, tras la “crisis del petróleo”, la perspectiva ingenieril de Milton Friedman y sus “Chicago boys”, lo que se plantea en el siglo XXI es la lucha entre el “neoliberalismo” y el “neomarxismo”, en el que la ideología marxista -de Alain Badiou a Giorgio Agamben pasando por Gianni Vattimo o Slavoj Zizek- trata de llevar a cabo la destrucción del capitalismo no desde el comunismo, es decir, desde fuera del mismo sistema, sino desde la “socialdemocracia”, que trata de controlar el Estado liberal para transformarlo, paulatina en lugar de radicalmente, en un Estado total(itario).
La última mutación “neoliberal” ha venido de la mano del punto de vista institucional, como el de Acemoglu y Robinson, con el peso del desarrollo puesto en el modo de organizar mediante incentivos la sociedad, o de la economía conductual, que de la mano de Dan Ariely o Daniel Kahneman, han sustituido el modelo lógico a priori del homo economicus clásico por otro psicológico a posteriori.
Este “liberalismo crítico” ha “infectado” tanto al conservadurismo como a socialdemócratasEste “liberalismo crítico” ha “infectado” tanto al conservadurismo (Angela Merkel, David Cameron) como a socialdemócratas (Tony Blair, Barack Obama), cambiando el paternalismo conservador y socialista por uno de índole liberal, en el que la libertad individual se concilia con el bienestar general gracias a una mano invisible que, sin embargo, conseguimos “ver” gracias a que se ha enfundado en una guante de seda. Y en el que la libertad como valor supremo se concilia con la protección contra las crisis estructurales del sistema que tanto afectan a las necesidades básicas de gran parte de la población- Franklin D. Roosevelt estableció en la década de los 40 las 4 libertades que debían regir nuestra época: la libertad de expresión, la libertad religiosa, la libertad de vivir sin penuria y la libertad de vivir sin miedo (freedom of speech, freedom of religion, freedom from want and freedom from fear). En nuestras manos está que para cuando se llegue al 100 aniversario de su propuesta, esta se haya cumplido.
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