Martin Feldstein
Martin Feldstein, Professor of
Economics at Harvard University and President Emeritus of the National
Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan’s Council
of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to
President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board, and,… read more
El Reino Unido se fue por un exceso de Unión Europea
CAMBRIDGE
– Un pensativo amigo británico me dijo unos pocos días antes del
referendo por el “Brexit” que votaría por la permanencia del Reino Unido
en la Unión Europea, porque le preocupaba la incertidumbre económica
que se produciría en caso contrario. Pero añadió que si hubiera sabido
de antemano en qué se convertiría la UE, no hubiera apoyado el ingreso
de Gran Bretaña en 1973.
Los
motivos de los votantes que eligieron salir de la UE son muy diversos,
pero una inquietud en que muchos coinciden es cómo la dirigencia europea
se extralimitó de su mandato original y creó una organización cada vez
más grande e invasiva.
El
sueño de Jean Monnet de crear un Estados Unidos de Europa no era lo que
querían los británicos cuando se unieron a la UE hace 40 años. Tampoco
buscaban que Europa hiciera de contrapeso a Estados Unidos, como quería
Konrad Adenauer, el primer canciller alemán de la posguerra. Gran
Bretaña solo quería las ventajas de una mayor integración comercial y
del mercado laboral con los países al otro lado del Canal de la Mancha.
La
UE fue en sus inicios un acuerdo entre seis países para lograr el libre
movimiento de bienes y capital, y eliminar barreras a la movilidad de
la mano de obra. Cuando los líderes de la UE quisieron reforzar la idea
de solidaridad europea con la creación de una unión monetaria, Gran
Bretaña pudo felizmente quedarse afuera y conservar la libra (y con
ella, el control de su política monetaria). Pero con esa decisión, Gran
Bretaña quedó relativamente apartada dentro de la UE.
Cuando
la UE se expandió de seis países a 28, Gran Bretaña no pudo limitar en
forma permanente la entrada a su mercado laboral de trabajadores de los
nuevos estados miembros. Eso llevó a que la cantidad de trabajadores
extranjeros en Gran Bretaña se haya duplicado desde 1993 hasta llegar a
más de seis millones (10% de la fuerza laboral), que en su mayoría ahora
proceden de países de bajos salarios que no formaban parte de la UE
original.
A
los votantes pro-Brexit les preocupa la presión resultante sobre los
salarios británicos, pero en general no rechazan el objetivo original de
incrementar los flujos comerciales y de capital, esencia de la
globalización. Algunos partidarios del Brexit pueden señalar el ejemplo
del exitoso tratado de libre comercio que firmó Estados Unidos con
Canadá y México, que no estipula la movilidad de la mano de obra.
A
diferencia de Gran Bretaña, los otros países de la UE (liderados por
Francia y Alemania) querían más que libre comercio y un mercado laboral
ampliado. Desde el primer momento, los líderes europeos estaban
resueltos a ampliar el “proyecto europeo” para lograr lo que el Tratado
de Roma denominó “una unión cada vez más estrecha”. Los partidarios del
traspaso de autoridad a las instituciones de la UE lo justificaron con
el principio de “soberanía compartida”, por el cual la soberanía
británica podía quedar supeditada a decisiones de la UE, sin que hubiera
ningún acuerdo formal con el gobierno o el pueblo del Reino Unido.
El
“pacto de estabilidad y crecimiento” de 1998 impuso un límite al
déficit anual que podían tener los países miembros y exigió que el
cociente de endeudamiento respecto del PIB se redujera a no más de 60%.
Al comenzar la crisis financiera global en 2008, la canciller alemana
Angela Merkel vio una oportunidad de fortalecer todavía más la UE
mediante la aprobación de un nuevo “pacto fiscal” que autorizaba a la
Comisión Europea a vigilar los presupuestos anuales de los países
miembros y multar a los que no cumplieran las metas presupuestarias y de
deuda (aunque no se han aplicado). Alemania también lideró el intento
de establecer una “unión bancaria” europea con un único marco normativo y
un mecanismo de resolución vinculante para las instituciones
financieras en problemas.
Aunque
ninguna de estas políticas afectó directamente al RU, todas ampliaron
el abismo intelectual y político entre Gran Bretaña y los miembros de la
UE agrupados en la eurozona, reforzando la diferencia fundamental entre
los gobiernos británicos promercado y los de muchos países de la UE,
con sus tradiciones de socialismo, planificación estatal y fuerte
regulación.
La
división de poderes entre la burocracia de la UE y los países miembros
se rige por el ambiguo principio (tomado de la doctrina social de la
Iglesia católica) de subsidiariedad, por el que las decisiones se deben
tomar en el nivel “más bajo” o menos centralizado de “autoridad
competente”. Pero en la práctica, eso no limitó a los reguladores de
Bruselas y Estrasburgo. La subsidiariedad ofrece a los gobiernos de los
países miembros de la UE mucho menos protección que la dada por la
Décima Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos (que niega al
gobierno federal todo poder que no le sea delegado por la Constitución) a
los gobiernos de los estados.
La opinión pública británica no es la única disconforme con la UE. Una encuesta reciente
realizada en países de la UE por la Fundación Pew encontró que una
mayoría de votantes en tres de los países más grandes (Gran Bretaña,
Francia y España) tienen mala imagen de la UE. En Alemania, la opinión
pública está dividida en mitades iguales. En Italia, una clara mayoría
se consideró beneficiada por la pertenencia a la UE; y sin embargo, el
populista Movimiento Cinco Estrellas, que hace poco ganó las elecciones
municipales en 19 de las 20 ciudades en las que se presentó (incluido el
70% de los votos en Roma), prometió que si este año gana la elección
parlamentaria celebrará un referendo sobre la salida de la eurozona.
Muchos funcionarios y expertos predicen que el Brexit traerá terribles consecuencias económicas, pero no es inevitable. Mucho depende ahora de los términos de la futura relación entre la UE y Gran Bretaña.
Además,
el RU ahora está en mejor posición para negociar un tratado de comercio
e inversión más favorable con Estados Unidos. La propuesta de
Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (ATCI) entre Estados
Unidos y la UE está empantanada, pero a un gobierno británico fuera de
la UE le resultará más fácil negociar con Estados Unidos, ya que los
estadounidenses tendrían que hablar con un solo país en vez de 28,
muchos de los cuales no comparten las políticas británicas promercado.
La
cuestión de la pertenencia de Gran Bretaña a la UE ya está decidida.
Ahora su futuro económico depende de lo que haga con esta nueva
independencia.
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