El Perú a salvo
Por Mario Vargas Llosa
El País, Madrid
La ajustada victoria de Pedro Pablo
Kuczynski en las elecciones presidenciales del 5 de junio ha salvado al
Perú de una catástrofe: el retorno al poder de la mafia fujimorista que,
en los años de la dictadura de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos,
robó, torturó y asesinó con una ferocidad sin precedentes y,
probablemente, la instalación del primer narcoEstado en América Latina.
La victoria de Keiko Fujimori parecía
irremediable hace unas pocas semanas, cuando se descubrió que el
secretario general y millonario financista de su campaña y su partido,
Fuerza Popular, Joaquín Ramírez, estaba siendo investigado por la DEA
por lavado de activos; se recordó entonces que la policía había
descubierto un alijo de unos cien kilos de cocaína en un depósito de una
empresa de Kenji, hermano de Keiko y con pretensiones a sucederla.
El
fujimorismo, asustado, intentó una operación sucia; el dirigente de
Fuerza Popular y candidato a una vicepresidencia, José Chlimper, filtró a
un canal de televisión cercano al fujimorismo una grabación manipulada
para desinflar el escándalo; el ser descubierto, lo multiplicó. Muchos
presuntos votantes de Keiko, que ingenuamente se habían tragado su
propaganda de que sacando el Ejército a las calles a combatir a los
delincuentes y restableciendo la pena de muerte habría seguridad en el
Perú, cambiaron su voto.
Pero, el hecho decisivo, para rectificar
la tendencia y asegurarle a Kuczynski la victoria, fue la decisión de
Verónika Mendoza, la líder de la coalición de izquierda del Frente
Amplio, de anunciar que votaría por aquél y de pedir a sus partidarios
que la imitaran. Hay que decirlo de manera inequívoca: la izquierda,
actuando de esta manera responsable —algo con escasos precedentes en la
historia reciente del Perú—, salvó la democracia y ha asegurado la
continuación de una política que, desde la caída de la dictadura en el
año 2000, ha traído al país un notable progreso económico y el
fortalecimiento gradual de las instituciones y costumbres democráticas.
El nuevo Gobierno no va a tener la vida
fácil con un Parlamento en el que el fujimorismo controla la mayoría de
los escaños; pero Kuczynski es un hombre flexible y un buen negociador,
capaz de encontrar aliados entre los adversarios para las buenas leyes y
reformas de que consta su programa de gobierno. Hay que señalar, por
otra parte, que, al igual que Mauricio Macri en Argentina, cuenta con un
equipo de colaboradores de primer nivel, en el que figuran técnicos y
profesionales destacados que hasta ahora se habían resistido a hacer
política y que lo han hecho sólo para impedir que el Perú se hundiera
una vez más en el despotismo político y la ruina económica. De otro
lado, es seguro que su prestigio internacional en el mundo financiero
seguirá atrayendo las inversiones que, desde hace dieciséis años, han
venido apuntalando la economía peruana, la que, recordemos, es una de
las que ha crecido más rápido en toda la región.
¿Qué ocurrirá ahora con el fujimorismo?
¿Seguirá subsistiendo como siniestro emblema de la tradición incivil de
las dictaduras terroristas y cleptómanas que ensombrece el pasado
peruano? Mi esperanza es que esta nueva derrota inicie el mismo proceso
de descomposición en el que fueron desapareciendo todas las coletas
políticas que han dejado las dictaduras: el sanchecerrismo, el odriísmo,
el velasquismo. Todas ellas fueron artificiales supervivencias de los
regímenes autoritarios, que poco a poco, se extinguieron sin pena ni
gloria. El fujimorismo ha tenido una vida más larga sólo porque contaba
con los recursos gigantescos que obtuvo del saqueo vertiginoso de los
fondos públicos, de los que Fujimori y Montesinos disponían a su antojo.
Ellos le permitieron, en esta campaña, empapelar con propaganda el Perú
de arriba abajo, y repartir baratijas y hasta dinero en las regiones
más empobrecidas. Pero no se trata de un partido que tenga ideas, ni
programas, sólo unas credenciales golpistas y delictuosas, es decir, la
negación misma del Perú digno, justo, próspero y moderno que, en estas
elecciones, se ha impuesto poco menos que de milagro a un retroceso a la
barbarie.
La victoria de Pedro Pablo Kuczynski
trasciende las fronteras peruanas; se inscribe también en el contexto
latinoamericano como un nuevo paso contra el populismo y de regeneración
de la democracia, del que son jalones el voto boliviano en contra de
los intentos reeleccionistas de Evo Morales, la derrota del peronismo en
Argentina, la destitución de Dilma Rousseff y el desplome del mito de
Lula en Brasil, la aplastante victoria de la oposición a Maduro en las
elecciones parlamentarias en Venezuela y el ejemplo de un régimen como
el de Uruguay, donde una izquierda de origen muy radical en el poder no
sólo garantiza el funcionamiento de la democracia sino practica una
política económica moderna, de economía de mercado, que no es
incompatible con un avanzado empeño social. Quizás cabría señalar
también el caso mexicano, donde las recientes elecciones parciales han
desmentido las predicciones de que el líder populista Andrés Manuel
López Obrador y su partido serían poco menos que plebiscitados; en
verdad el ganador de los comicios ha sido el Partido Acción Nacional,
con lo que el futuro democrático de México no parece amenazado.
¿Es ingenuo ver en todos estos hechos
recientes una tendencia que parece extenderse por América Latina a favor
de la legalidad, la libertad, la coexistencia pacífica y un rechazo de
la demagogia, el populismo irresponsable y las utopías colectivistas y
estatistas? Como la historia no está escrita, siempre puede haber marcha
atrás. Pero creo que, haciendo las sumas y las restas, hay razones para
ser optimistas en América Latina. Estamos lejos del ideal, por
supuesto; pero estamos muchísimo mejor que hace veinte años, cuando la
democracia parecía encogerse por todas partes y el llamado “socialismo
del siglo XXI” del comandante Chávez seducía a tantos incautos. ¿Qué
queda de él, ahora? Una Venezuela en ruinas, donde la mayoría de la
gente se muere de hambre, de falta de medicinas, de inseguridad
callejera, y donde una pequeña pandilla encaramada en el poder da golpes
de ciego a diestra y siniestra, cada vez más aislada, ante un pueblo
que ha despertado de la seducción populista y revolucionaria y sólo
aspira ahora a recobrar la libertad y la legalidad. Acabo de pasar unas
semanas en la República Dominicana, Chile, Argentina y Brasil y vengo a
Europa mucho más animado. Los problemas latinoamericanos siguen siendo
enormes, pero los progresos son también inmensos. En todos esos países
la democracia funciona y las crisis que padecen no la ponen en peligro;
por el contrario, y pienso sobre todo en Brasil, creo que tienden a
regenerarla, a limpiarla de la corrupción, a permitirle que funcione de
verdad. En ese sentido, la victoria de Pedro Pablo Kuczynski en el Perú
es otro pasito que da América Latina en la buena dirección.
No comments:
Post a Comment