Los ministros de Exteriores de los seis
países fundadores de la UE quieren, tras sus deliberaciones paseando
junto al berlinés lago Tegel, mostrar fortaleza. Y han exigido a Bran
Bretaña un divorcio rápido. Especialmente Francia, que apremia para que
todo el proceso sea lo más breve posible. También la Comisión de la
Unión Europea se prepara para embestir.
Dos días después de la catastrófica votación del brexit seguimos en estado de shock, y uno se pregunta a qué viene tanta prisa. De todos modos llevará al menos dos años desenmarañar las complejas relaciones de la UE con el Reino Unido. Y todavía más para definir un sistema que sustituya al actual libre comercio y mercado único. Dado que no va a depender de tres meses más o menos, mejor esperar a octubre y negociar con un gobierno capaz de hacerlo, en lugar de con un Cameron que tiene los días contados.
La canciller ha refrenado entonces las prisas del lago Tegel y puesto de manifiesto que, si bien no pueden eternizarse, unas semanas más o menos no van a cambiar nada. No se debe tratar ahora ni de desquitarse contra los británicos ni de meterles presión. Hay que dejarles claro, eso sí, que están fuera: que ni circunloquios, ni segundos referéndums, ni malabarismos políticos. Fuera es fuera.
La agitación en torno a la cita hace que sean más importantes todavía las respuestas meditadas. ¿Cómo debe desarrollarse la UE tras el fiasco del brexit? Debería flexibilizarse, han dicho Alemania y Francia, convertidos en el más importante tándem de la UE. Las diferentes expectativas y posturas en el abigarrado grupo de Estados miembro deben tenerse en cuenta y atenderse. Ese es el enfoque correcto. Integrarlas es lo que lleva intentando la UE los últimos años. No lo ha logrado, hasta el momento, principalmente por los desacuerdos entre los propios miembros. Esperemos que se dé mejor después del shock británico.
La UE debe rápidamente ofrecer resultados. Los instrumentos están en realidad todos recogidos en el Tratado de Lisboa. Por ejemplo, es posible establecer diferentes grupos de países para colaborar en determinados temas. No todos tienen que involucrarse en todo. Aunque no hay que caer en discursos populistas, de derecha o de izquierda. Por flexibilidad se pueden entender cosas muy distintas. Los países del sur pueden querer, por ejemplo, aumentar el gasto público y flexibilizar los límites de déficit fiscal para impulsar su economía, algo que no entusiasma a los países del norte en absoluto.
La primera reacción al aldabonazo británico no ha resultado muy prometedora en cuanto a lo que a unidad se refiere. En lugar de hablar con una sola voz, las tres principales instituciones de la UE se han enzarzado. Los Estados miembros se han dividido en grupos: ahora los países fundadores (Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Italia, Francia y Alemania), luego una mini-cumbre entre estos tres últimos, después los países del este… Hasta que el martes se junten todos en Bruselas en la primera reunión de los 27+1 estados miembros. ¿Qué es este lío? Tal vez no había realmente ningún plan B para una crisis así en la UE.
Donde hay voluntad... Es hora de que los Estados miembros que quedan se pongan de acuerdo y ofrezcan soluciones rápidamente. Y sin grandes cónclaves ni cambios en los tratados. Políticas concretas y negociaciones concretas, es lo que hace falta. ¿Y qué si, como preveía originariamente el Tratado de Lisboa, se reduce la Comisión Europea y, por otra parte, se exige a la administración europea y sus numerosas instituciones que demuestren su eficacia?
Sólo un pequeño ejemplo: ¿Alguna vez han oído ustedes haber del Comité Económico y Social Europeo (CESE)? ¿Nunca? No es de extrañar. No pinta nada, a pesar de producir montañas de documentos, emplear a cientos de personas y costar 130 millones de euros al año. El CESE existe desde 1957 y se ha intentado suprimir varias veces, sin éxito. Ahora debería ser diferente.
Dos días después de la catastrófica votación del brexit seguimos en estado de shock, y uno se pregunta a qué viene tanta prisa. De todos modos llevará al menos dos años desenmarañar las complejas relaciones de la UE con el Reino Unido. Y todavía más para definir un sistema que sustituya al actual libre comercio y mercado único. Dado que no va a depender de tres meses más o menos, mejor esperar a octubre y negociar con un gobierno capaz de hacerlo, en lugar de con un Cameron que tiene los días contados.
¿Alguna vez han oído ustedes haber del Comité Económico y Social Europeo (CESE)? ¿Nunca? No es de extrañar. No pinta nada, a pesar de producir montañas de documentos, emplear a cientos de personas y costar 130 millones de euros al año. El CESE existe desde 1957 y se ha intentado suprimir varias veces, sin éxito. Ahora debería ser diferente.Sin los británicos, también vale. Incluso el premier Cameron estará en la cumbre del martes en Bruselas para explicar por qué se necesitan tres meses para encontrar a su sucesor en el partido conservador. Si los 27 estados miembros de la UE quieren sentar un precedente, pueden decidir en la cumbre disponer un mandato para que sea la Comisión Europea la que negocie. Para ello no es necesario disponer un procedimiento que siga el artículo 50 del Tratado de Lisboa, sino voluntad política y una posición firme.
La canciller ha refrenado entonces las prisas del lago Tegel y puesto de manifiesto que, si bien no pueden eternizarse, unas semanas más o menos no van a cambiar nada. No se debe tratar ahora ni de desquitarse contra los británicos ni de meterles presión. Hay que dejarles claro, eso sí, que están fuera: que ni circunloquios, ni segundos referéndums, ni malabarismos políticos. Fuera es fuera.
La agitación en torno a la cita hace que sean más importantes todavía las respuestas meditadas. ¿Cómo debe desarrollarse la UE tras el fiasco del brexit? Debería flexibilizarse, han dicho Alemania y Francia, convertidos en el más importante tándem de la UE. Las diferentes expectativas y posturas en el abigarrado grupo de Estados miembro deben tenerse en cuenta y atenderse. Ese es el enfoque correcto. Integrarlas es lo que lleva intentando la UE los últimos años. No lo ha logrado, hasta el momento, principalmente por los desacuerdos entre los propios miembros. Esperemos que se dé mejor después del shock británico.
La UE debe rápidamente ofrecer resultados. Los instrumentos están en realidad todos recogidos en el Tratado de Lisboa. Por ejemplo, es posible establecer diferentes grupos de países para colaborar en determinados temas. No todos tienen que involucrarse en todo. Aunque no hay que caer en discursos populistas, de derecha o de izquierda. Por flexibilidad se pueden entender cosas muy distintas. Los países del sur pueden querer, por ejemplo, aumentar el gasto público y flexibilizar los límites de déficit fiscal para impulsar su economía, algo que no entusiasma a los países del norte en absoluto.
La primera reacción al aldabonazo británico no ha resultado muy prometedora en cuanto a lo que a unidad se refiere. En lugar de hablar con una sola voz, las tres principales instituciones de la UE se han enzarzado. Los Estados miembros se han dividido en grupos: ahora los países fundadores (Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Italia, Francia y Alemania), luego una mini-cumbre entre estos tres últimos, después los países del este… Hasta que el martes se junten todos en Bruselas en la primera reunión de los 27+1 estados miembros. ¿Qué es este lío? Tal vez no había realmente ningún plan B para una crisis así en la UE.
Donde hay voluntad... Es hora de que los Estados miembros que quedan se pongan de acuerdo y ofrezcan soluciones rápidamente. Y sin grandes cónclaves ni cambios en los tratados. Políticas concretas y negociaciones concretas, es lo que hace falta. ¿Y qué si, como preveía originariamente el Tratado de Lisboa, se reduce la Comisión Europea y, por otra parte, se exige a la administración europea y sus numerosas instituciones que demuestren su eficacia?
Sólo un pequeño ejemplo: ¿Alguna vez han oído ustedes haber del Comité Económico y Social Europeo (CESE)? ¿Nunca? No es de extrañar. No pinta nada, a pesar de producir montañas de documentos, emplear a cientos de personas y costar 130 millones de euros al año. El CESE existe desde 1957 y se ha intentado suprimir varias veces, sin éxito. Ahora debería ser diferente.
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