El dictador del Orinoco y nuestro caso
Por Alberto Benegas Lynch (h)
Para cualquiera que preste algo de
atención al caso venezolano comprobará que resultan sobradas las razones
para percatarse que nada tiene que ver con la democracia.
Esto se ha acentuado desde las últimas
elecciones legislativas donde triunfó ampliamente la oposición, incluso
con margen para aplicar la cláusula revocatoria del mandato
presidencial, lo cual fue bloqueado de la forma más torpe, incluso el
Ejecutivo decidió prohibir las publicaciones de lo resuelto por la
Asamblea Legislativa.
El Poder Judicial ha sido
deliberadamente fundido con la administración gubernamental con lo que
los jueces de todas las instancias responden servilmente a las órdenes
del Ejecutivo.
La libertad de prensa es inexistente y
las pocas voces que se alzan con críticas al asfixiante aparato estatal
son reprendidas con violencia y los presos políticos se multiplican por
el solo hecho de señalar los constantes abusos y atropellos.
Esta situación dramática nada tiene que
ver con la democracia cuya columna vertebral consiste en el respeto a
las disidencias y más bien consiste en una desenfrenada cleptocracia, es
decir, el gobierno de los ladrones de libertades, propiedades y sueños
de vida.
Las hambrunas en Caracas y otros centros
urbanos y rurales son alarmantes por la falta de alimentos debido a las
disposiciones dictatoriales del elenco gobernante, así como también la
peligrosa escasez de insumos básicos para la salud como consecuencia de
idéntico fenómeno de prepotencia y destrucción de los mercados de
medicamentos.
Frente a este cuadro exasperante, se
mantiene la esperanza que la OEA recurra a sus estatutos alegando la
Carta Democrática al efecto de condenar el caso del país miembro a que
aludimos.
Si bien esto fue la intención original
del gobierno argentino, la canciller sentenció en París textualmente que
el problema de Venezuela lo tienen que resolver los venezolanos entre
sí, encontrando un mecanismo de diálogo que les permita decidir cómo van
a resolver la crisis.
Esto naturalmente decepcionó a toda la
oposición que esperaba otro trato, tal como consta en las muy diversas
manifestaciones de políticos literalmente desesperados por los manotazos
permanentes del Leviatán en el Orinoco.
Para cerrar esta nota, en conexión con
el extremo venezolano tan admirado por populistas de nuestro país,
vuelvo a insistir que en Argentina los meritorios pasos adoptados en el
campo de las relaciones exteriores y en otros serán mas que anulados si
el eje central de la política argentina se deja de lado. Este aspecto
medular que termina por definir todo lo demás estriba en la reducción
del gasto público al efecto de liberar recursos hacia los bolsillos de
la gente y terminar con los preceptos populistas que venimos arrastrando
hace largas décadas.
Aunque en nuestro caso aun no se han
resuelto los graves asuntos de la inflación y el déficit fiscal, debe
tenerse muy presente que en la historia hubieron casos de sistemas
autoritarios sin deterioro monetario ni presupuestos deficitarios. Solo
se revierte la situación de fondo cuando se desmantelan las funciones
incompatibles con un sistema republicano. En mayor o menor medida,
nuestra región está relacionada con estos problemas que deben resolverse
a la brevedad.
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