El “Brexit”: es hora de reaccionar
Por Álvaro Vargas Llosa
Hay dos formas de encarar, desde la decepción por el resultado, la decisión del pueblo británico de abandonar la Unión Europea a la que ha pertenecido desde 1973. Una consiste en tomar este acto de rebeldía como una excentricidad
más de los ingleses (fueron ellos y los galeses, no los escoceses ni
los norirlandeses, quienes apoyaron mayoritaramente la opción de salida)
que no tendrá un correlato en el resto de la unión; la otra, la más seria, consiste en ver lo sucedido como un señal de los tiempos que corren, un guiño del “zeitgeist”. que tendrá -tiene ya- otras manifestaciones graves en el futuro.
Me refiero al populismo nacionalista.
Ese que estuvo a punto de ganar las elecciones presidenciales en
Austria, que encabeza las encuestas en Francia de cara a los comicios de
mayo, que rechaza mayoritariamente la pertenencia a la Unión Europea en
Italia según múltiples encuestas, que ya gobierna Polonia y Hungría, y
que en Holanda y Dinamarca presiona a las instituciones para forzar un
referéndum parecido al británico.
Y, sí, está también el del otro
lado del charco, el estadounidense que tiene hoy en Donald Trump a su
gonfalonero y que anida en la desazón de millones de norteamericanos,
sobre todo varones, sobre todo blancos y sobre todo de cierta edad, ante
todas estas cosas: la dislocación que ha producido la globalización;
las consecuencias depresivas de la crisis de 2008; el vendaval
disruptivo de las nuevas tecnologías y la realidad de ciudadanos
trashumantes que cruzan fronteras geográficas y mentales más rápido de
lo que el nacionalismo desconfiado del “otro” entiende.
Si el “Brexit” sólo fuera el “Brexit” y
no un síntoma de la enfermedad populista, no habría razón para alarmarse
mucho. Inglaterra, luego Reino Unido, llevaba 1.000 años de historia y
tradición exitosas antes de pertenecer a la Unión Europea, y no hay duda
de que, una vez que llegue a un acuerdo con el bloque de los 27 países
que quedan (proceso que puede tardar dos años según el Tratado que los
rige), las cosas, desde el punto de vista económico, adoptarán una
cierta normalidad. Lo más probable es que los británicos hagan con
Europa un acuerdo parecido al que tiene Noruega (acceso al mercado único
a cambio de permitir la libre circulación de personas con ciertas
limitaciones) o, en el peor de los casos, un acuerdo comercial amplio
con restricciones migratorias. Eso, de por sí, no arruinará a los
británicos ni a los europeos, sólo limitará parcialmente sus
posibilidades a largo plazo. No, lo grave es otra cosa: todo lo que está
detrás del “Brexit” y disimula su feo rostro, ese cúmulo de pasiones
que tienen una expresión poderosa en casi toda Europa y que pueden
acabar destruyendo la unión.
Las fuerzas centrífugas que el “Brexit”
alimentará están por todas partes. Vaya ironía, están también al
interior de Reino Unido, donde escoceses y norirlandes, que votaron
mayoritariamente a favor de quedarse en la UE, ya anuncian que puganarán
por desprenderse de Londres. Los escoceses pedirán un nuevo referéndum sobre la independencia que esta vez ganarán sin problemas
(el gran argumento contra ellos en el anterior fue que si se iban ya no
pertencerían a la UE) y los norirlandeses pedirán el suyo para la
reunificación con Irlanda. Ante esas pulsiones separatistas, no es
difícil predecir el ímpetu que mostrarán los separatismos de media
Europa.
Se empieza a culpar a unos y otros por
la derrota de la opción europeísta (y a David Cameron por haberse
comprometido a un referendo en plena campaña para su reelección sin
medir las consecuencias). Pero lo que aquí verdaderamente
importa es corregir, en el menor tiempo posible, el grave defecto que ha
llevado a esta situación: la ausencia de un relato europeo. Al menos, de un relato comparable en potencia seductora al que tiene el populismo nacionalista.
Es cierto que Bruselas es una burocracia
supranacional antipática y entrometida, y que las 80.000 páginas de
documentos que norman los intercambios entre unos y otros son un
laberinto de Creta. Pero esto no es algo que el votante común siente en
lo personal como una afrenta, es lo que dicen los políticos que tratan
de armar un argumento para justificar su populismo nacionalista. Lo que realmente ha movido a los votantes es el miedo, la incertidumbre, la desconfianza.
Y a ellos les han dado un relato poderoso: el de la recuperación de la
soberanía. En cambio, no ha habido un verdadero relato europeísta
liberal a favor de la integración, apenas advertencias truculentas sobre
el riesgo de dejar la UE.
Quizá el “Brexit” suministre
ahora , sin quererlo, a los europeístas el relato que les faltaba y se
produzca una reacción que ponga coto a una tendencia que podría llevar a
que se desmadeje medio siglo de integración. Porque ahora el
peligro del populismo nacionalista está muy cerca y Europa ya ha
demostrado que es capaz de hacerle frente y derrotarlo. Es hora de
reaccionar y hacerlo otra vez.
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