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Wednesday, June 29, 2016

Adam Smith y su política pública para la educación

Paul Mueller reseña lo que Adam Smith tenía que decir acerca de la educación básica y como esta debía ser financiada.

Paul Mueller es un profesor asistente de economía en King's College. Completó su maestría y Ph.D. en George Mason University. También tiene un título de economía y filosofía política de Hillsdale College. Ha publicado varios artículos en publicaciones académicas incluyendo al Adam Smith Review y el Review of Austrian Economics.
Adam Smith pensaba que todos deberían recibir una educación y que el financiamiento debería ser organizado para concordar con la justicia e incentivar un producto de alta calidad.
Adam Smith era un filósofo político y moral que tenía una visión de la política pública. Muchas de las opiniones de Smith todavía son relevantes hoy. Smith tenía mucho qué decir acerca de la educación. Exploraré su punto de vista sobre la educación primaria general aquí, incluyendo cómo esta debería ser financiada y a quién debería requerírsele recibirla.



La educación era importante para Smith. Se pasó toda su vida enseñando, ya sea como profesor de filosofía moral, como tutor privado, o como un influyente intelectual público. Escocia, que hace menos de 50 años era una de los países más pobres de Europa, tuvo una de las tasas más altas de alfabetización en Europa en la época de Smith. La transformación dramática del sistema educativo de Escocia se dio gracias a la influencia de John Knox y de la formación de la Iglesia Presbiteriana de Escocia.
Knox lideró la Reformación Escocesa y fundó la Iglesia de Escocia. Pasó tiempo con John Calvin en Ginebra y se convirtió en un predicador radical de la teología reformada ante la aristocracia escocesa, incluyendo a su monarca católica, la Reina María. Hubo muchos conflictos marcados entre los católicos y los nuevos reformadores —finalmente terminando con el surgimiento meteórico de la Iglesia Presbiteriana como la Iglesia oficial de Escocia (‘the Kirk’, en inglés). La teología presbiteriana enfatizaba la importancia de que cada cristiano lea y estudie la Biblia por cuenta propia. Pero para hacer eso, los escoceses tenían que aprender a leer.
La Iglesia Escocesa trabajó sin descanso con ese fin en mente —estableciendo pequeñas escuelas parroquiales en cada pueblo y aldea en las tierras bajas de Escocia. Estas escuelas eran algo modesto, usualmente con un solo maestro y respaldadas casi totalmente con pagos por parte de cada estudiante. De vez en cuando, la aldea proveía un pequeño edificio para la escuela. Smith indica que a pesar de sus medios modestos, las escuelas parroquiales de Escocia lograron llevar la tasa de alfabetización del pueblo escocés desde una de las más bajas en Europa hasta llegar a ser una de las más altas en menos de cincuenta años: “En Escocia el establecimiento de dichas escuelas parroquiales le ha enseñado a casi toda la gente ordinaria a leer, y a una gran proporción de ellos a escribir y a contar”.
Considerando ese contexto, ¿qué pensaba Smith acerca de la educación primaria? Su principal preocupación era acerca de cómo financiarla: “Las instituciones para la educación de los jóvenes pueden, de la misma forma, proporcionar un ingreso suficiente para sufragar sus gastos. Las tasas u honorarios que el estudiante paga al maestro constituyen un ingreso de este tipo”. En los 1700s los estudiantes no le pagaban a la “escuela” por su educación. En cambio, le pagaban directamente a su profesor —muy similar a lo que las personas hacen hoy con los tutores privados o lecciones particulares de música. Smith aplaude este tipo de arreglo como algo tanto justo como útil.
Incluso reconociendo que las personas más pobres “tienen poco tiempo libre para la educación”, él todavía consideró que la educación básica era importante para ellos:
“Pero aunque el pueblo llano en una sociedad civilizada no pueda tener tanta educación como la gente de rango y fortuna, las partes más fundamentales de la educación —leer, escribir y contar— pueden ser adquiridas en una etapa tan temprana de la vida que la mayoría de quienes se dedican a las ocupaciones más modestas tienen tiempo de aprenderlas antes de poder ser empleados en esas ocupaciones. Con un gasto muy pequeño el estado puede facilitar, estimular e incluso imponer sobre la gran masa del pueblo la necesidad de adquirir esos elementos esenciales de la educación”.
Aunque el trabajo académico puede que no sea útil para muchas personas, todos se pueden beneficiar de una educación básica para leer, escribir y contar. De manera que, ¿cómo pensaba Smith que el nivel básico de educación debería ser financiado?
“El estado puede facilitar esa adquisición estableciendo en todas las parroquias o distritos una pequeña escuela donde los niños puedan estudiar pagando una tasa tan moderada que incluso un trabajador común sea capaz de pagarla; el maestro sería pagado por el estado en parte pero no totalmente, porque si fuera totalmente, o incluso principalmente pagado por el estado, pronto se acostumbraría a desatender su trabajo”.
Incluso los trabajadores modestos, que generalmente eran pobres durante su época, deberían poder contribuir con una tasa a la educación de sus hijos.
Pero él reconoce que las tasas de los estudiantes puede que no sean una compensación suficiente para el maestro. En ese caso, argumenta Smith, la brecha sería mejor cubierta por “algún ingreso local o provincial, proveniente de la renta de algún estrato propietario, o del interés derivado de alguna suma de dinero apartada y puesta bajo la administración de fideicomisarios para este propósito particular, algunas veces por el mismo soberano, y algunas veces por algún donante privado”. Él resalta muchas fuentes potenciales de financiamiento pero excluye explícitamente el financiamiento proveniente de “el ingreso [de la tributación] general de la sociedad”. Respecto de las obras públicas, Smith esgrimió varios argumentos acerca de por qué los fondos generales no deberían ser utilizados para financiar proyectos locales. Habrá menos rendición de cuentas y habrá distorsiones mediante las cuales algunas partes se beneficiarán considerablemente mientras que otras no —aún cuando todos tienen que contribuir. Requerir que paguen tasas o impuestos a quienes usan el bien provisto por el Estado, sin embargo, aporta una mejor apreciación de si el proyecto realmente vale la pena. El financiamiento de los maestros escolares no era la excepción.
Smith señala que históricamente la educación no había sido financiada mediante el ingreso fiscal. En la Grecia y Roma antiguas los filósofos y oradores aceptaban estudiantes por voluntad propia. Estos maestros tenían que atraer a estudiantes sin ayuda alguna por parte del Estado más allá de asignarles:
“un lugar especial para sus actividades....No había nada parecido a los privilegios de la graduación, y no era necesario asistir a ninguna de esas escuelas para poder practicar un oficio o una profesión. Si la opinión establecida sobre su utilidad no podía atraer alumnos hacia ellas, la ley no obligaba a nadie a que fuese ni retribuía a nadie por el hecho de ir”.
La gente elegiría su educación libremente si creían que los beneficiaría. Pero la educación no era una barrera para cualquier ocupación. Tampoco era promovida por el gobierno. Era un asunto totalmente privado.
Aunque Smith habla muy bien acerca de esta educación privada y voluntaria, él consideraba que a todos se les debería requerir tener una educación básica: “El estado puede obligar a casi todo el pueblo a conocer esos elementos fundamentales de la educación estableciendo un examen obligatorio sobre ellos” antes de que puedan iniciarse en cualquier ocupación. Smith también hizo una aseveración similar de que a la gente de “rango y fortuna medios” o más altos debería requerírseles estudiar ciencia y filosofía. Esto se haría cumplir mediante la evaluación antes de que cualquiera pudiese ingresar en una “profesión liberal” u “oficio honorable”. Pero también dijo claramente que el estado “no debería preocuparse en lo absoluto de suministrarles los profesores adecuados. Pronto hallarían mejores profesores para sí mismos que cualquiera que podría proporcionarles el estado”.
Smith también parece sugerir que es justo financiar la educación a través de la recaudación general:
“El gasto de las instituciones para la educación y la instrucción religiosa, es de igual forma, beneficioso para toda la sociedad y puede, por lo tanto, sin injusticia, ser sufragado por la contribución general de toda la sociedad. Este gasto, sin embargo, puede que tal vez con igual propiedad, e incluso con cierta ventaja, sea sufragado totalmente por quienes reciben el beneficio inmediato de dicha educación e instrucción, o por la contribución voluntaria de quiénes consideran que tienen el tiempo para la una o para la otra”.
Dado que la educación beneficia a toda la sociedad, no es injusto pagarla con la recaudación general. Entre esa afirmación acerca del financiamiento y el requisito de que las personas obtengan cierto nivel de educación, algunos podrían estar pensando “¡Llamen al departamento de educación!” Pero esa conclusión pasa por alto el punto de que el estado no debería proveer profesores. También pasa por alto las salvedades importantes que Smith hace acerca del financiamiento. Es igual de apropiado, según Smith, que estos gastos educativos sean sufragados por aquellos que se benefician directamente (es decir, los estudiantes y sus familias) o por filántropos que quieren ayudar a educar a los estudiantes. Smith incluso dice que podría haber “cierta ventaja” en tal arreglo.
Smith argumentó repetidas veces que muchos proyectos que benefician “a toda la sociedad” no necesariamente deben ser financiados por la recaudación general. Los proyectos de infraestructura son “más inmediata y directamente beneficiosos para aquellos que viajan o transportan productos de un lugar a otro, y para aquellos que consumen dichos productos”. Pero al financiarlos mediante peajes e impuestos, aquellos que se benefician “por lo tanto alivian la recaudación general de la sociedad de una carga muy considerable”. Smith quería aliviar la carga tributaria general, no aumentarla. Smith pensaba que el financiamiento local y las tasas de quienes se benefician más directamente sufragarían la “carga considerable” del gasto público en las vías. ¿No aliviaría así también los miles de millones de dólares que gasta el gobierno federal hoy en educación?

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