Acerca de la “kakistocracia”
Por Jorge Luis García Venturini
- La Prensa
En un artículo anterior procuramos
reivindicar el término y el concepto de aristocracia, tan menospreciado
en nuestra época. Allí dimos las razones históricas y conceptuales para
mostrar que la democracia –para ser auténtica y no mera palabra hueca o
simple mecanismo electoral que diera el triunfo a la mitad más uno-
lejos de oponerse a aristocracia debía completarse e impregnar de su
espíritu; es decir, lejos de abjurar del gobierno de los mejores
(aristocracia) debía aspirar a ello, a riesgo de dejar de ser
democracia.
También advertimos que parecería existir
una tendencia general (en todos los órdenes y no sólo en cuestión de
gobiernos) de buscar o de conformarse con los peores. Y de aquí,
decíamos también, resulta que a veces acceden al poder un conjunto de
individuos que por sus turbios antecedentes, por su frágil moral, por su
ausente capacidad y otros rasgos afines conforman “el gobierno de los
peores”, y entonces se nos ocurrió proponer para denominarlo el término
kakistocracia.
Con posterioridad y no sin satisfacción
hemos visto que el término halló eco en distinguidos colaboradores de
esta página y en otras publicaciones y medios. Es que las palabras nacen
y se imponen cuando hay cosas que designar. Si el término en cuestión
tuvo eco, fue simplemente porque hacía falta!. Y precisamente por todo
esto deseamos hacer algunas reflexiones más al respecto.
Se nos ha dicho y hemos leído que
kakistocracia es sinónimo, o sería lo mismo, que chantocracia, vocablo
formado no sin cierta arbitrariedad, con una expresión del lunfardo
porteño (chanta) y una desinencia griega (kratía). Sin restarle toda
validez a este término, debemos señalar que no hay tal sinonimia, al
menos en la intención que quisimos darle a “kakistocracia”. El chanta es
esencialmente un embaucador, un embustero, un trepador, alguien que
habla mucho sin decir nada; en rigor, un macaneador, según el
diccionario designa “al que no hace lo que dice” y “al que hace mal
alguna cosa”. El chanta, en el lunfardismo porteño, designa, pues, un
personaje nada recomendable, pero no demasiado perjudicial (a no ser por
su capacidad de confundir las cosas) y, en definitiva, diríamos, casi
inocente.
En cambio, kakistos, en griego es el
superlativo de kakos. Kakos significa “malo”, y también, “sórdido”,
“sucio”, “vil”, “incapaz”, “innoble”, “perverso”, “nocivo”, “funesto”, y
otras cosas semejantes.
Luego si kakos es lo malo, kakistos,
superlativo, es lo más malo; es decir, lo peor. Plural de kakistos es
kakistoi; es decir, los peores. De ahí que se nos ocurriera
kakistocracia: gobierno de los peores.
Nos parece que surgen claras las
diferencias entre el “chanta” y el kakistos. Hay varios matices, pero
sobre todo hay un aspecto moral; el “chanta” puede ser –y frecuentemente
lo es- inocente; el kakistos, en el sentido empleado es absolutamente
responsable y culpable. Además, es el peor.
El significado profundo y real de
kakistocracia sólo se capta en contraposición con aristocracia. Además
–que designaba al “gobierno de los mejores” como aristocracia, e incluso
circula otro de más reciente gestación- mediocracia : ¿porqué no acuñar
un vocablo que designara no ya a los mediocres, sino decididamente a
los peores?. ¿O es que los peores no tienen acceso a los gobiernos?.
Ignoramos que haya alguna ley –escrita al menos- que lo impida. Y si esa
ley existe, de hecho ha sido violada.
Cuando un grupo o un pueblo cede en su
afán de promover a los mejores, entra indefectiblemente en un tobogán y
pasando por los mediocres termina en los peores. No estamos aquí
cuestionando formas de gobierno o modos de elegir gobernantes. Este es
otro tema que quizá abordemos en una próxima oportunidad. Se trata
fundamentalmente de un espíritu, de una inspiración, de una exigencia
profunda de la conciencia individual y de la conciencia colectiva. Se
trata de tender hacia abajo –mera gravitación- o de tender hacia arriba
–afán de perfección-. Se trata de exigir y de exigirse menos o de exigir
y de exigirse más. Se trata, en fin, de ser rebaño o de sentirse y
actuar como persona humana. Porque la kakistocracia no sólo es un
atentado contra la ética –ya de suyo infinitamente grave- sino también
contra la estética, una falta de buen gusto.
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