40 años después la historia se repite: Carter 1977 – Almagro 2016
Por Hana Fischer
Panam Post
Muchos son los que hacen gárgaras con el
tema de la defensa del sistema democrático de gobierno y los derechos
humanos. Pero a la hora de la verdad, son raros los que alzan su voz y
toman medidas concretas contra las dictaduras, tanto las de “derecha”
como las de “izquierda”.
Esos prohombres son individuos que en
soledad y frecuentemente soportando la repulsa de sus pares, revelan
convicciones tan firmes, que es como si un fuego interior les diera
fuerza para resistir tanta hipocresía, cobardía, intereses ocultos y
ataques personales. Se caracterizan porque en una fase de su existencia
se agigantan de tal modo, que deja de ser relevante su conducta pasada,
los errores cometidos en otras áreas, las torpezas que seguramente
cometerán en el futuro o que vuelvan a sumergirse en la irrelevancia. La
luz que irradian en el período en que destacan, les asegura un sitial
en el corazón de todas las personas de buena voluntad, más allá de
banderías políticas.
Entre esas figuras se encuentran el ex
presidente norteamericano Jimmy Carter (1977-1981) y Luis Almagro, el
actual Secretario General de la OEA.
En la década de 1970, dictaduras
militares asolaban el continente americano. Especialmente crueles eran
las del Cono Sur: Chile (1973), Uruguay (1975) y Argentina (1976).
En esa época –al igual que hoy- la
inmensa mayoría de los gobernantes se hacían los distraídos, mirando
para otro lado. Lo cual es un modo de complicidad dado que pudiendo
hacer algo, prefieren adoptar la actitud de Poncio Pilatos.
La gente suele creer que las dictaduras
de diferente signo son enemigas acérrimas. Nada más alejado de la
verdad. A un autócrata son más las cosas que lo unen con otro, que
aquellas que lo separan. En rigor, las ideologías para esa gente son
meras excusas para alcanzar su objetivo real: concentrar en sus manos el
poder total y con él, los “premios sociales” que eso implica.
Por esa razón no es de sorprender que la
dictadura encabezada por Jorge Videla (1976-1981), tuviera como aliados
a los gobernantes de la ex URSS y a Fidel Castro. Múltiples acciones
así lo demuestran. Por ejemplo, entre 1976 y 1983 Cuba se abstuvo
reiteradamente de condenar al régimen militar argentino en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra.
En medio de ese sombrío panorama
continental, Venezuela resplandecía como una estrella en el firmamento.
Allí funcionaba una democracia genuina -donde todas las voces podían ser
escuchadas- y había prosperidad generalizada. Era la época de “ta’
barato, dame dos”, de la abundancia y la alegría despreocupada.
Asimismo, era el refugio de los perseguidos de la región, a quienes los
venezolanos acogían con generosidad y brazos abiertos. Venezuela se
convirtió en caja de resonancia internacional de las denuncias sobre las
cosas tremendas que estaban ocurriendo en el resto de Latinoamérica.
Un hito que marcó el principio del fin
de las dictaduras latinoamericanas, fue la llegada de Carter a la
presidencia. Su actitud causó sorpresa generalizada y cambió
radicalmente el panorama reinante. Rememorando lo sucedido en aquel
entonces, Daniel Gutman señala que:
“Estados Unidos fue, durante la
presidencia de Jimmy Carter, un duro adversario de la dictadura militar
argentina. Durante 1977 y 1978, Carter y su valiente secretaria de
Derechos Humanos, Patricia Derian, presionaron a la Junta Militar para
que pusiera fin al terrorismo de Estado. Ningún otro gobierno hizo algo
parecido, a pesar de que la comunidad internacional estaba informada de
la magnitud de los crímenes que se cometían en el país con la excusa del
combate contra la guerrilla. Éstos son hechos documentados.”
Si cambiamos la expresión “combate
contra la guerrilla” por “combate contra la pobreza”, y el nombre de
Carter por el de Almagro, lo que Gutman expresa con respecto a lo
sucedido casi 40 años atrás, bien podría aplicarse a lo que está
sucediendo actualmente. Incluso se repiten las mismas excusas. Por
ejemplo, en el pasado el Partido Comunista Argentino repudió
públicamente las denuncias de Carter sobre violaciones a los derechos
humanos, por considerarlas “una intromisión en los asuntos internos de
la Argentina”.
Además, la actitud de la administración
Carter contrastó violentamente con la de su antecesor Gerald Ford, que
había implícitamente apoyado las violaciones de los derechos humanos. El
norte que guiaba su accionar fue expuesto en forma descarnada por su
Secretario de Estado, Henry Kissinger: “Tengo un punto de vista anticuado, según el cual los amigos deben ser apoyados.”
Del mismo modo, la actitud de Almagro al
frente de la OEA difiere brutalmente de la que caracterizó a su
antecesor en el cargo, el pusilánime Miguel Insulza (2005-2015).
La “ética” de Kissinger es la misma que
actualmente aplican varias “personalidades”. Por ejemplo, José Mujica
afirma que a raíz de las denuncias de Almagro sobre Venezuela, se da
cuenta que se equivocó al promoverlo a la jefatura de la OEA y en
consecuencia, se arrepiente. Asevera que “la presión exterior solo crea
paranoia” y no colabora a resolver los conflictos internos de un pueblo.[1]
Pero Carter –al igual que Almagro-
sostienen una postura diferente. Ambos comprendieron que la presión
internacional es un arma fundamental en la lucha contra las tiranías. Y
en ese contexto, la OEA tiene un rol fundamental que cumplir: dejar su
funcionamiento burocrático y el aparentar que está haciendo algo, para
pasar a actuar realmente.
En 1978, Carter le hizo saber a la
dictadura argentina que levantaría las sanciones económicas sólo si
cumplía con tres condiciones (actitud similar adoptó con respecto a la
uruguaya y la chilena): revelar el destino de los desaparecidos, juzgar o
liberar a los detenidos sin proceso, e invitar a la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Gutman enfatiza que:
“La visita de la CIDH se concretó en
1979 y es difícil exagerar su importancia: gracias a ella, se redujeron
sensiblemente los secuestros, se cerró gran parte de los centros
clandestinos de detención y se corrió el manto de silencio en el país
sobre la tragedia de los desaparecidos.”
En 2016, invocando el artículo 20 de la
Carta Democrática de la OEA, Almagro convocó a una sesión urgente del
Consejo Permanente con el fin de debatir, por primera vez, la crisis en
Venezuela. Bajo su dirección y tras recibir denuncias de los perseguidos
venezolanos, la OEA elaboró una detallada exposición sobre la situación
reinante allí. Almagro señala que:
“En nuestro informe hemos verificado que
el orden constitucional de ese país se ha visto alterado de múltiples
formas, ha sido violado el principio constitucional de separación de
poderes, se ha bloqueado completamente los trabajos de la Asamblea
Nacional, se ha cooptado el Poder Judicial tanto en mecánicas de
integración como de funcionamiento, se violan los derechos humanos en
forma sistemática, tanto por la existencia de 94 presos políticos como
por constantes casos de tortura, y se han introducido obstáculos
imprevistos a la realización del referéndum revocatorio que marca la
Constitución Bolivariana. El informe es de 132 páginas, cada una de
ellas muestra evidencia al respecto.”
La reunión del Consejo Permanente está
planificada para el 24 de junio. No sabemos qué actitud tomarán los
representantes de los diferentes países. De los que sí estamos seguros,
es que los ojos de los auténticos demócratas y defensores de los
derechos humanos estarán puestos sobre ellos. Y, que la historia los
juzgará…
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