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Sunday, September 11, 2016

No culpen de nuestros fracasos a reformas que no se han dado

Francisco Gil Díaz fue Ministro de Hacienda de México.
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También puede leer este documento en formato PDF aquí.
Existe la percepción popular de que la economía de mercado se ha intentado y ha fracasado en Latinoamérica. Esta percepción es errónea. Por eso pensé que es apropiado proveer una visión general acerca de la política económica de Latinoamérica, y consecuentemente del bienestar de la población de la región. El ejercicio contrastará nuestro marco institucional con aquel requerido para que una economía se desempeñe bien.
Veremos que las políticas que se han llevado acabo no son ni siquiera una mala imitación de lo que deberían ser las políticas de una economía de mercado, entendiendo a la economía de mercado como el marco institucional necesario para que una economía sólida opere y florezca. Sin embargo, y sorprendentemente, los comentaristas de radio y televisión, una variedad de políticos, editorialistas y hasta algunos economistas (supuestamente) “de renombre” han podido presentar como algo genuino la grotesca caricatura de economía de mercado que ha sido implementada a lo largo de nuestro continente.



¿Acaso el regreso de muchos populistas a las ideas del proteccionismo, a la intervención estatal, a la regulación, al desperdicio de los fondos públicos, al control de precios, al gasto deficitario y a las compañías estatales se justifica por el fracaso de la economía de mercado, como ellos argumentan? Debido a la importancia de esta cuestión para el futuro de millones de latinoamericanos pobres, es imperante detenerse y considerar si lo que ha ocurrido es realmente un experimento con los mercados libres. O, ¿acaso es lo opuesto—un fracaso atribuible a la intervención en gran escala y los malos intentos de implementar las, maliciosa y erróneamente tildadas, reformas como el “Consenso de Washington”, “ortodoxia económica”, “economía de mercado”, “monetarismo”, o “neoliberalismo”?
Se requeriría de mucha investigación para explicar la dinámica política detrás de las políticas públicas en Latinoamérica a lo largo de los últimos años. No obstante, esta discusión se limitará a establecer lo que se ha hecho y a contrastarlo con lo que los economistas a favor del mercado consideran como condiciones esenciales para que una economía de mercado funcione bien.
La envergadura de la economía
En este respecto es pertinente preguntar cuál es la envergadura de la economía y si sus instrumentos analíticos tienen la capacidad para resolver ciertos rompecabezas sociales. Para nuestro propósito, la economía es poderosa como una disciplina forense; tiene la capacidad de explicar por qué los organismos económicos se estancan o retroceden, o viceversa, por qué pueden funcionar de manera eficiente y crecer rápidamente bajo otras políticas diferentes. Varias investigaciones recientes han abordado esta cuestión y arrojan las siguientes conclusiones. Entre ellas está la necesidad de un ambiente que provea incentivos para la iniciativa individual y, para poder lograrla, -cosa que es de la mayor relevancia empírica—, se requiere de un sistema judicial confiable. Hay otros ingredientes en esta receta, pero como estos estudios recientes señalan, el caldo será incomible sin la columna vertebral del sistema judicial. En esta exploración empírica y teórica, Why Many Developing Countries Just Aren’t (Por qué tantos países en vías de desarrollo simplemente no se están desarrollando) de Richard Roll y John Talbott, El Misterio de Capital: Por qué el capitalismo triunfa en occidente y fracasa en el resto del mundo de Hernando de Soto y The Elusive Quest for Growth (La búsqueda elusiva del crecimiento) de William Easterly sobresalen. Sus “descubrimientos contemporáneos” no hubieran sorprendido a Douglass C. North ni a historiadores recientes como David S. Landes (The Wealth and Poverty of Nations) y Niall Ferguson (Cash Nexus), o, con mayor seguridad, a los economistas clásicos. Aunque otras experiencias útiles abundan, en Asia por ejemplo, nuestro continente es un buen laboratorio para probar si las condiciones para que funcione bien una economía de mercado están establecidas.
El fracaso de América Latina
Con la excepción de Chile, quien quiera que examine a Latinoamérica puede tener la tentación de concluir que se han perdido dos décadas; el ingreso por persona para la región no es más alto de lo que era hace 20 años. Aún peor, en plena negación de la evidencia presentada por Chile, y más recientemente por El Salvador y Costa Rica y por países fuera de la región, la terca sabiduría convencional prevalece: El fracaso de América Latina es el fracaso de la economía de mercado.
Más allá de criticar la superficialidad y lo incompleto de este supuesto consenso, las conclusiones acerca de dicho fracaso están enraizadas en los profundos prejuicios o en la mera ignorancia. Esto es porque, sin ir más allá, es obvio que lo que nosotros podamos considerar como prerrequisitos esenciales de una política económica exitosa puede que no hayan estado presentes a través de la región, excepto, con la casi suficiente persistencia y entereza, en Chile.
¿Concuerdan las políticas públicas que ha adoptado Latinoamérica con aquellas necesarias para que florezca una economía de mercado? Este ensayo no hace ningún intento cuantitativo de probar una teoría, pero se basa en el sentido común y en la teoría, la cual debería ser más persuasiva que las econometrías basadas en innumerables elementos que compensan por la información imperfecta. Sería laborioso detallar los fracasos de políticas públicas en cada país, pero algunas generalidades deberían ser suficientes. Yo consideraré los siguientes aspectos: el desempeño del sistema judicial, el libre comercio, la propiedad privada de los medios de producción, la lucha en contra del poder de los monopolios, las salvaguardas institucionales para garantizar la disciplina fiscal, la delegación de poderes al gobierno local y el federalismo competitivo, el ambiente regulador, especialmente aquel relacionado con el costo de iniciar un negocio y la distribución del gasto en educación como también su sistema de rendición de cuentas.
Los sistemas judiciales
Comienzo con el elemento más importante: el funcionamiento del sistema judicial. Con respecto a esto, hay grandes diferencias entre los países. Tal vez con la excepción de Chile1, ningún país ha reformado radicalmente su sistema judicial. El respeto a los contratos, esencial para el desempeño de una economía de mercado, es una rareza. Los procesos judiciales son impredecibles, enmarañados con corrupción, largos y caros.
Sus costos están reflejados, entre otros efectos, en altos márgenes de intermediación bancaria. Así, los largos e impredecibles costos de la recuperación del colateral resultan en altas tasas de interés. Las tasas de interés excesivamente altas desalientan la demanda de crédito y la pobre demanda de crédito se ve reflejada, por su parte, en poca oferta de depósitos y de otros servicios bancarios. Los márgenes de intermediación son, después de todo, el “precio” o costo del sector financiero, los cuales, cuando son caros, resultan en un sector bancario frágil. Tales sectores financieros, inmaduros e insuficientes, muchas veces se convierten en barreras de entrada —insuperables para las empresas pequeñas— así como en escasez de crédito para vivienda. Una economía de mercado está basada en los derechos de propiedad. Por lo tanto, la baja capacidad de predecir el respeto de los contratos contribuye a una resistencia general a tomar riesgos y, en efecto, a invertir. Si el crecimiento sostenible es el resultado de un ambiente en el que las personas ven que su esfuerzo, su trabajo y su ingenio tienen una muy buena posibilidad de ser recompensados, entonces la clave para entender el estancamiento o la falta de crecimiento sostenible se puede encontrar en los procesos judiciales cuyos resultados son costosos, corruptos e impredecibles. En contraste, dado que la gente responde a los incentivos, en un ambiente en el que los derechos de propiedad son respetados, millones de esfuerzos individuales se combinarán y emanarán de las empresas y de dentro de ellas y generarán prosperidad.
El libre comercio
El libre comercio no es ni suficiente ni una fuente exclusiva del crecimiento económico sostenible, pero ha mostrado ser un importante catalizador del crecimiento. Es evidente que solo unos pocos de los países latinoamericanos han abierto sus países al comercio exterior. Sin la disciplina que conlleva la competencia extranjera, los mercados domésticos son usualmente concentrados y monopolizados, las empresas se vuelven complacientes y su producción depende de equipos viejos, tecnologías atrasadas, e indiferentes habilidades de administración. Las economías cerradas no necesariamente resultan en cero inversión extranjera, pero sí resultan en que las empresas extranjeras introducen bienes de capital no adecuados y tecnologías obsoletas. La baja proporción de comercio respecto del PIB que una economía cerrada tiene también significa mayor vulnerabilidad a los shocks externos. Esto fue demostrado dramáticamente por las dos crisis mexicanas de 1983 y 1995: mientras que tuvieron que pasar siete años para que se recuperara la producción industrial en México luego de la crisis de 1983; en 1995, la apertura económica permitió que la economía mexicana se recuperara en tan solo 18 meses.
Empresas privadas versus públicas
Las empresas privadas han mostrado ser más eficientes y ágiles que las estatales. En este aspecto, ningún país en la región ha privatizado ni remotamente lo suficiente. Muchas funciones que podrían ser realizadas de manera mucho más eficiente por el sector privado todavía están bajo el control de burócratas y, en algunos casos, de sindicatos poderosos. La distribución del ingreso, los resultados presupuestarios, la administración, la eficiencia y las oportunidades son todas afectadas de manera perjudicial cuando el sector público produce bienes para el mercado. Es irónico que los supuestos objetivos de la propiedad estatal de empresas productivas, tales como la soberanía nacional y la protección del empleo, sean frecuentemente comprometidos gracias a esos grupos.
Los sindicatos muchas veces logran extraer salarios inflados de las empresas del sector público, mientras que algunos funcionarios corruptos han podido prosperar mediante las ganancias que obtienen de manera deshonesta a costa de las empresas. Además, la propiedad pública crea la tentación, demasiadas veces aceptada, de subsidiar los precios por razones políticas. Todos estos factores —sindicatos en busca de rentas, funcionarios corruptos y precios subsidiados— asociados con las empresas estatales crean un hoyo negro fiscal para el gobierno. No es sorpresa entonces que la deuda pública se haya acumulado y que buena parte del presupuesto público esté comprometido. Un ejemplo sobresaliente es ahorro que hubiera ocurrido si las tarifas de agua reflejaran el costo de oportunidad y si el agua hubiese sido medida. En ese caso, México debería menos de la mitad de su actual deuda pública y también sufriría mucho menos degradación ambiental de la que hoy sufre.
Monopolios regionales
Las empresas estatales y los monopolios públicos no son las únicas cargas económicas. Además de los monopolios conspicuos que originaron las privatizaciones por no establecer reglas claras y competitivas para las empresas, también hay una gran cantidad de monopolios regionales y resultan en el torpe desempeño del mercado y en un mayor costo del capital. Obsérvese en este contexto los costos impuestos por los sindicatos de transporte local que requieren que, por ejemplo, los materiales para la construcción de carreteras sean traídos de lugares considerablemente más lejanos de lo necesario simplemente para, artificialmente, alzar el volumen de negocios. Los sindicatos imponen un costo importante que fragmenta la transportación en lugar de permitir la operación de entrega de punto a punto. A un nivel más general, la densidad de las telecomunicaciones —la esencia de la globalización— es otro atraso regional, particularmente en México. No debería sorprender que China haya sido tan exitosa en atraer grandes volúmenes de inversión extranjera; entre otras atracciones, se jacta de una infraestructura magnífica y de un bien enraizado sistema de honor que sustituye la protección de un contrato formal.2
Los procesos parlamentarios del presupuesto
Los procesos parlamentarios del presupuesto que imponen disciplina fiscal son pocos. En países que dependen en gran parte de las obligaciones en moneda extranjera y de poca intermediación financiera, la ortodoxia fiscal es esencial para proveer la estabilidad macroeconómica. Por lo tanto, la estabilidad es sine qua non si uno piensa atraer grandes y continuos flujos de inversión privada. La estabilidad también es necesaria para prevenir que empeore la situación de los pobres. Muchos países de la región no han diseñado salvaguardas constitucionales para protegerlos en contra del clientelismo, ni tampoco han reducido la deuda pública a un tamaño creíble y financiable a largo plazo. En este contexto, en muchos de los países la carga de las pensiones se proyecta como un oneroso impuesto a futuro.3 Las legislaturas frecuentemente aprueban programas, muchas veces comprometiéndose a gastos permanentes que no tienen fuente de financiamiento. Lo que es peor aún, los críticos gastan palabras vacías en el muchas veces citado pretexto para evitar una economía de libre mercado: que el mercado no provee suficientes bienes públicos. Sin embargo, los bienes no han sido provistos. Carreteras malas e insuficientes, rieles cuarteados, lentos y sin mantenimiento y educación estatal insuficiente y de pésima calidad están escondidos detrás de un velo de gasto público que cubre los desembolsos burocráticos y que ciertamente no es una medida de los servicios públicos provistos. Los altos gastos no son una medida de lo que el gobierno produce.
Federalismo
En países que han imitado el modelo federalista estadounidense, el federalismo ha sido interpretado no como una competencia entre unidades políticas que proveen una serie de impuestos y servicios públicos para aquellos que desean establecer a sus familias o sus empresas ahí, sino más bien como un grito de batalla para desangrar a la tesorería federal y evitar el costo político del cobro de impuestos a nivel local. Eso ha derivado en una preocupante tendencia de debilitamiento gradual de las finanzas federales. Hay un riesgo moral de proporciones preocupantes que lleva consigo la supuesta solvencia y riesgo de liquidez de la deuda soberana, algo de lo que bien puede atestiguar Argentina. Evidentemente estos compromisos fiscales se suman al presupuesto, al riesgo país, al costo de la deuda y, por lo tanto, deprimen las oportunidades de inversión.
Educación
La educación en general es mala —no necesariamente mal financiada— como ha sido demostrado por el sistema educativo bien financiado pero ineficiente de México. Bajo tales circunstancias, el capital humano depende esencialmente de un empujón por parte de la inversión extranjera, la cual típicamente viene con entrenamiento “en el trabajo”, ayudando a compensar la falta de educación. Pero las tecnologías modernas, ya sean en manufacturación, comunicaciones o agricultura, necesitan de por lo menos una educación generalizada y básica que pocos países en la región han logrado.
La rendición de cuentas en la educación es otra cuestión. La educación básica estatal es generalmente centralizada, sin ningún sistema de evaluación objetiva que estimule a las escuelas para que compitan en calidad o para que provean información a los padres de familia. Mientras que es deseable tener educación pública básica subsidiada o pagada por los gobiernos, por lo menos para aquellos que la necesitan, la competencia entre las escuelas promoverá la calidad educativa y la libertad de los padres para escoger. Debido a presiones políticas, muchos países han asignado incorrectamente los recursos públicos a nivel universitario. Esta concentración subsidia a las clases media y alta a costa de la educación básica, que es la que más necesitan los pobres.
Desregulación
De la desregulación se ha dicho mucho pero prácticamente nada se ha hecho al respecto. Nuevas unidades de negocios se demoran hasta meses en iniciarse —algunas veces hasta más de un año en papeleos— y también requieren de desembolsos altos y actos de corrupción a pequeña escala. Esto último es tan común que es considerado un costo normal y aceptable de hacer negocios. Obviamente, los costos de corrupción representan una barrera adicional para la entrada de empresas pequeñas y medianas; éstos incentivan a los negocios a producir fuera del sector formal donde los impuestos son pocos y donde tampoco hay contribuciones de seguridad social.
Una epidemia de crisis
El crecimiento también ha sido socavado por una epidemia de crisis a lo largo de este periodo. Las crisis son inducidas por la atracción de flujos de capital de corto plazo, los cuales son inducidos por las apuestas seguras que representan los tipos de cambio fijos. Estas crisis han sacudido a la región intermitentemente a lo largo de los últimos 20 años y han contribuido a una interrupción profunda y sustancial del crecimiento. Los movimientos libres de capital y los tipos de cambio flexibles están recién acomodándose pero no han estado en su lugar por suficiente tiempo como para lograr la expectación de permanencia.
He tratado de proveer una lista de requisitos que los mercados necesitan para poder funcionar adecuadamente —en otras palabras, estructuras institucionales que crean los incentivos de mercado apropiados para el esfuerzo individual. Luego de ver esta lista, cualquier persona que dice que Latinoamérica ha estado bajo un manto neoliberal —y por lo tanto, que el neoliberalismo, o la economía de mercado ha fallado— es o ignorante (desconoce los hechos, o ignora el marco institucional que se necesita para que el modelo de mercado funcione), o simplemente hostil a la economía de mercado y opina de manera deshonesta. De hecho, la falta de crecimiento no es ningún enigma. En su lugar, el misterio es cómo, a pesar de tantas omisiones y errores de políticas públicas, la región no ha sufrido más declives. Tal vez la respuesta yace en las reformas parciales de mercado que han sido implementadas. Vistas en este contexto, tales reformas han sido ampliamente exitosas.
¿Acaso estas malas noticias necesariamente llevan a una conclusión nihilística? Dados los malos resultados de las políticas públicas populistas aplicadas por algunos países latinoamericanos, no lo creo. Esas experiencias han presentado evidencia contundente de los verdaderos frutos del populismo. Pero el hecho de que no hemos participado en más experimentos populistas no es ninguna consolación. La triste verdad es que Latinoamérica tiene un inmenso potencial que no ha podido hacer realidad. Hay millones de pobres entre nuestras masas que no han podido mejorar su situación material, aquellos para los cuales las oportunidades simplemente no se materializarán bajo las actuales políticas públicas. Un marco institucional que funcione bien y sea completo no es un fin. Es un medio. Ha sido mostrado una y otra vez que si no podemos superar los grandes obstáculos constantemente interpuestos por los grupos de presión, en tales áreas como el crecimiento, el empleo, los salarios y el bienestar en general, estaremos operando por debajo de nuestro potencial. En tales circunstancias, como ha mostrado la experiencia, a los pobres siempre les toca la peor parte de la situación.
Los muchos obstáculos que debemos superar no deberían desalentarnos; la investigación de autores, como los citados anteriormente, sugiere que de varias de las cuestiones que hemos discutido, dos sobresalen como esenciales: los procesos judiciales y la estabilidad macroeconómica. Tal vez valdría la pena para América Latina comenzar por concentrar su capital político para llevar a cabo las reformas en estas dos cuestiones antes de abordar el resto

No culpen de nuestros fracasos a reformas que no se han dado

Francisco Gil Díaz fue Ministro de Hacienda de México.
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También puede leer este documento en formato PDF aquí.
Existe la percepción popular de que la economía de mercado se ha intentado y ha fracasado en Latinoamérica. Esta percepción es errónea. Por eso pensé que es apropiado proveer una visión general acerca de la política económica de Latinoamérica, y consecuentemente del bienestar de la población de la región. El ejercicio contrastará nuestro marco institucional con aquel requerido para que una economía se desempeñe bien.
Veremos que las políticas que se han llevado acabo no son ni siquiera una mala imitación de lo que deberían ser las políticas de una economía de mercado, entendiendo a la economía de mercado como el marco institucional necesario para que una economía sólida opere y florezca. Sin embargo, y sorprendentemente, los comentaristas de radio y televisión, una variedad de políticos, editorialistas y hasta algunos economistas (supuestamente) “de renombre” han podido presentar como algo genuino la grotesca caricatura de economía de mercado que ha sido implementada a lo largo de nuestro continente.


Friday, August 26, 2016

Reformas que deforman


“No hagamos caso a los Keynes mexicanos que siempre aparecen en las esquinas con la poción del salvamento disfrazados de Quijotes en defensa de los débiles.”
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Hace algunos años un amigo y yo discutíamos la impresionante prosperidad de Hong Kong y analizábamos las causas de esa historia de éxito. En cierto momento de la conversación, yo señalaba que, además de su concepto de zona libre, una de esas causas era su sistema impositivo que establecía en un solo gravamen de 19% y se aplicaba exclusivamente al consumo. Mi amigo, miembro del PRD, me interrumpe para decirme: "no me parece justo que todos -ricos y pobres- paguen sobre una misma tasa. ¿No estás de acuerdo? Pienso unos momentos y le respondo: Tienes razón, quienes arriesgan sus capitales deberían de pagar menos. 


Aun cuando mi respuesta fue irreflexiva, algo me decía que mi afirmación tenía mucho de lógica y razón. Alguien que invierte y "arriesga" su capital para producir satisfactores, empleos, riqueza etc, no merece se le castigue de esa manera. La formación de capital es lo que construye las economías, "los empleos," y el capital lo forman quienes invierten y arriesgan. Ahora, el obstáculo más importante que tradicionalmente han enfrentado esos aventureros inversionistas -los verdaderos no los que se pegan a la ubre del gobierno- son los tratamientos impositivos con los que, casi con odio, se les castiga por tratar de ganar dinero de forma honesta creando riqueza y formando capital.
Adam Smith escribió hace más de 200 años: “No por la benevolencia del carnicero, del panadero o del lechero es que tengo la cena sobre mi mesa; sino por su ambición”. Luego complementaba esa afirmación: “Los seres humanos buscando satisfacer esa ambición; logramos como consecuencia el bien de la comunidad siempre guiados por esa mano invisible”.
El famoso filósofo Robert Nozick, afirmaba que todo tipo de impuesto sobre ingreso constituye una forma de esclavitud y, por lo mismo, es totalmente injusto. Continuaba Nozick, lo más injusto es que al que produce más se le castigue con cruel saña. El manejaba el llamado “el principio de justicia”. "Cuando un grupo de gente se involucra en una justa y ventajosa aventura de cooperación en acuerdo con las reglas vigentes, y eso de alguna forma restringe su libertad pero produce ventaja para otros, los que se han sometido a esa restricciones y han sudado para producir esos resultados, tienen un derecho similar sobre aquellos que se han beneficiado".
Desde la avenida del New Deal después de la gran depresión de 1929, los gobiernos del mundo iniciaron la toma por asalto de todas las áreas de la sociedad y la forma más común en aquellos Estados que no querían ser tachados de "socialistas", fue a través de un sistema impositivo esclavizante. La Gran Bretaña, después de la Segunda Guerra Mundial, de alguna forma cayó en un secuestro ejecutado por el partido del Trabajo que llegó a establecer impuestos marginales hasta de un 90%. El declive de la gran nación se hizo evidente. Fue cuando en México se hizo popular la frase que tanto gustaba de utilizar Castillo Peraza: "Que te mantenga el gobierno".
Aun cuando Kennedy había atacado los impuestos marginales de hasta un 95% en los EU; a finales de los años 70’s dos economistas iniciaron el derrumbe de las teorías keynesianas que habían controlado al mundo; Pero lo hacían con un novedoso concepto. Robert Mundell y Art Laffer hablaban ahora de estimular la oferta no la demanda como lo decía la Biblia de Keynes. Ellos concluyeron que la mejor forma de estimular la oferta era reduciendo los impuestos que la oprimían y desangraban. Las teorías de Keynes sin duda incrementaban la demanda, pero no había oferta para encontrarla; eso dio origen a la famosa inflación con recesión. De esa forma nacía la teoría del Supply Side que se plasmó en una servilleta en la que Laffer dibujó su famosa curva en el restaurante Michael de la ciudad de Nueva York.
Sin embargo, Hong Kong tenía décadas aplicándola sin conocerla. Al abolir los impuestos sobre ingresos y ganancias, Hong Kong vigorizó su economía de tal forma que se convirtió en un ejemplo para el mundo. Pero tal vez lo más importante y no lo entienden los "progresistas"; Con esa poción el mercado de trabajo se vigoriza, la competencia incrementa primero la productividad y desde luego los salarios. A los trabajadores en Hong Kong no les importa pagar IVA puesto que no pagan impuesto sobre ingreso y sus salarios son altos producto de la formación de capital que se ha dado como consecuencia de esos incentivos fiscales y la libertad. ¿Resultado? A principio de los 70’s México y Hong Kong tenían ingresos per cápita similares. ¿Hoy día? México $8,000 y Hong Kong más de $45,000.
¿Qué más tiene Hong Kong? Es una zona libre que ha contagiado a China entera provocando crecimientos del 12%. ¿Algo más? Claro, no es una plebecracia adornada con un congreso de barbajanes que solamente se dedican a bloquear sus oportunidades de progreso.
Para los estatistas la economía ideal es aquella en la que el gobierno bolsea a "los ricos" para satisfacer las necesidades comunes como educación, salud, fondos de retiro, guarderías infantiles etc., creando las corruptas burocracias. Una economía liberal es aquella en la que el Estado recaba dinero sólo para proporcionar los servicios fundamentales. Como maldición, desde el Pacto de Calles el concepto original de libertad en México cambió. El grito de Zapata de tierra y libertad, parece significar estar libre de necesidades porque el Estado me las tiene que satisfacer, siendo que el concepto original era libertad para triunfar o fracasar por mí mismo.
Robert Mundell ganó el premio Nobel de economía en 1999 y sus ideas, como es natural, en los medios liberales cobraron calidad de dogma. No hagamos caso a los Keynes mexicanos que siempre aparecen en las esquinas con la poción del salvamento disfrazados de Quijotes en defensa de los débiles. La pretendida reforma fiscal mexicana parece haber sido creada por Clavillazo. Una verdadera reforma tendería a bajar al máximo los impuestos que estrangulan el crecimiento de la economía para compensarlos con gravámenes al consumo como en Hong Kong. Esa es una de las palancas que Calderón debe utilizar para catapultar la economía a los niveles requeridos. Porque primero hay que crear algo, para que después se reparta -y no precisamente el gobierno lo reparta pues ya sabemos lo que sucede-.
Es hora de que los mexicanos tomemos responsabilidad por nuestras vidas y futuro y dejemos asumir, como dice P. C. Roberts, actitudes como las de los ciudadanos de Roma a la caída del imperio quienes se ofrecían como esclavos a cambio de protección. Ahora, y como complemento, lo que Calderón tiene que hacer es entrarle de frente a las barbáricas políticas de gasto gubernamental tan avaladas por algunos congresistas cuando afirman: "Prefiero ser irresponsable con el presupuesto que con los pobres". Porque entre muchas otras cosas, eso es lo que los ha tenido pobres.

Reformas que deforman


“No hagamos caso a los Keynes mexicanos que siempre aparecen en las esquinas con la poción del salvamento disfrazados de Quijotes en defensa de los débiles.”
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Hace algunos años un amigo y yo discutíamos la impresionante prosperidad de Hong Kong y analizábamos las causas de esa historia de éxito. En cierto momento de la conversación, yo señalaba que, además de su concepto de zona libre, una de esas causas era su sistema impositivo que establecía en un solo gravamen de 19% y se aplicaba exclusivamente al consumo. Mi amigo, miembro del PRD, me interrumpe para decirme: "no me parece justo que todos -ricos y pobres- paguen sobre una misma tasa. ¿No estás de acuerdo? Pienso unos momentos y le respondo: Tienes razón, quienes arriesgan sus capitales deberían de pagar menos. 

Friday, July 22, 2016

25 años de reformas en países excomunistas

Oleh Havrylyshyn, Xiaofan Meng y Marian L. Tupy afirman que las reformas rápidas y amplias condujeron a un mayor crecimiento y mayor libertad política que las reformas graduales.

Marian L. Tupy es analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute y editor del sitio Web www.humanprogress.org.
Oleh Havrylyshyn es investigador académico del Centro Munk para Estudios Internacionales de la Universidad de Toronto. Fue viceministro de finanzas de Ucrania, se desempeñó como alto funcionario del Fondo Monetario Internacionaly escribió Divergent Paths in Post-Communist Transformation: Capitalism for All or Capitalism for the Few? (New York: Palgrave Macmillan, 2006). 
Xiaofan Meng  es estudiante de PhD en la Universidad George Washington.
La transición del socialismo a la economía de mercado produjo una división entre quienes abogaban por una reforma rápida, o reforma “big-bang”, y aquellos a favor de un enfoque gradual. Más de 25 años han pasado desde la caída del muro de Berlín en 1989, proporcionando amplios datos empíricos para probar esos enfoques. La evidencia muestra que los reformadores rápidos y prematuros superaron con creces a los reformadores graduales, tanto en las mediciones económicas como PIB per cápita como en los indicadores sociales como el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas.



Un argumento clave para el gradualismo era que las reformas demasiado rápidas causarían un gran dolor social. En realidad, los reformistas rápidos experimentaron recesiones más cortas y se recuperaron mucho antes que los reformadores graduales. En efecto, una medida mucho más amplia de bienestar, el Índice de Desarrollo Humano, apunta a la misma conclusión: los costos sociales de la transición en los países que reformaron rápidamente fueron más bajos.
Por otra parte, los defensores del gradualismo argumentaron que el desarrollo institucional debía preceder a la liberalización del mercado, aumentando así la eficacia de este último. En sentido estricto, es imposible refutar este argumento, ya que ningún país poscomunista siguió esa secuencia de acontecimientos. En todos los países poscomunistas, el desarrollo institucional se situó muy por detrás de las reformas económicas. Esperar al desarrollo institucional antes de implementar las reformas económicas podría haberse convertido en una receta para no hacer reforma alguna.
Sin embargo, luego de 25 años, los reformadores rápidos terminaron con mejores instituciones que los reformadores graduales. Este resultado es consistente con la hipótesis de que las élites políticas que estaban comprometidas con la liberalización económica también lo estaban con el desarrollo institucional posterior. Por el contrario, las élites políticas que propugnaban reformas graduales, lo hicieron a menudo con el fin de extraer el máximo de rentas de la economía. Una consecuencia extrema del gradualismo fue la formación de clases oligárquicas.
Cuando se trata de velocidad y profundidad de reformas, la posición relativa de los países se ha mantenido prácticamente sin cambios. La mayoría de los países que se adelantaron antes son los que todavía se encuentran muy por delante.

25 años de reformas en países excomunistas

Oleh Havrylyshyn, Xiaofan Meng y Marian L. Tupy afirman que las reformas rápidas y amplias condujeron a un mayor crecimiento y mayor libertad política que las reformas graduales.

Marian L. Tupy es analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute y editor del sitio Web www.humanprogress.org.
Oleh Havrylyshyn es investigador académico del Centro Munk para Estudios Internacionales de la Universidad de Toronto. Fue viceministro de finanzas de Ucrania, se desempeñó como alto funcionario del Fondo Monetario Internacionaly escribió Divergent Paths in Post-Communist Transformation: Capitalism for All or Capitalism for the Few? (New York: Palgrave Macmillan, 2006). 
Xiaofan Meng  es estudiante de PhD en la Universidad George Washington.
La transición del socialismo a la economía de mercado produjo una división entre quienes abogaban por una reforma rápida, o reforma “big-bang”, y aquellos a favor de un enfoque gradual. Más de 25 años han pasado desde la caída del muro de Berlín en 1989, proporcionando amplios datos empíricos para probar esos enfoques. La evidencia muestra que los reformadores rápidos y prematuros superaron con creces a los reformadores graduales, tanto en las mediciones económicas como PIB per cápita como en los indicadores sociales como el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas.


Saturday, June 25, 2016

Los programas sociales en México son semilleros de pobreza

Una economía más libre con un sistema tributario más sencillo, contribuiría más a la reducción de la pobreza que millones de pesos redistribuidos por el Gobierno

Programas Sociales en México
La solución que plantea el Gobierno mexicano es el fomento de gasto social a través de los llamados “programas sociales”. (El Sol de México)
La pobreza en México es un problema y, lamentablemente, una fuerte realidad. Cerca de 50 millones de mexicanos viven con menos de 5 dólares al día, y cerca de 2.5 millones lo hacen en pobreza extrema, viviendo con menos de 1,25 dólares diarios.
Esta situación representa un problema que afecta a los mexicanos en su totalidad, ya que por un lado genera, en las personas que la padecen, distintos tipos de ansiedad, depresión, inseguridad; y por otro lado, es el principal motor de situaciones indeseables como la delincuencia organizada, suicidios, violencia familiar y un sinfín de adicciones.



La solución que por años ha venido planteando el Gobierno mexicano a través de los diversos órganos que lo conforman, ha sido el gasto social a través de los llamados “programas sociales”. Año tras año surgen nuevas iniciativas, y millones de pesos son asignados en recursos gubernamentales para “dignificar y mejorar las condiciones de vida de los mexicanos más necesitados”.
Algunos de los ejemplos más recientes son la cruzada contra el hambre, el subsidio de la leche Liconsa, y el apoyo para la transición a la televisión digital.
Pero entonces, ¿por qué si año tras año el presupuesto para dichos programas aumenta, la cantidad de pobres, lejos de disminuir, también continúa aumentando? Aquí se verán algunas respuestas:
  • Mayor carga tributaria: para un mayor nivel de gasto social, se requiere de un mayor nivel de recolección de impuestos. El Estado no es un ente productivo, y por lo tanto no existe ninguna otra forma de financiar dichos programas que no sea castigando a aquellas personas que sí son productivas.
  • Semilleros de corrupción: miles de contratos se llevan a cabo por encima de los precios del mercado, y son asignados a amigos y/o socios de funcionarios en puestos públicos.
  • Falta de incentivos: contrario a lo que sucede en los entes privados, el Gobierno y sus trabajadores carecen de incentivos para ser realmente efectivos cuando de alcanzar metas se trata. Cumplan sus metas o no, los funcionarios públicos seguirán recibiendo su paga cada mes.
  • Politización de apoyos y paternalismo: a los gobernantes y políticos en general, les conviene que existan los pobres, de esta manera cada vez que se presentan como benefactores sociales generan mayor dependencia hacia sus programas y pueden lucrar más fácilmente con las lealtades políticas de los ciudadanos.
  • Ineficiencia: por cada 100 pesos que pagamos de impuestos, tan solo 40 llegan a destinarse en lo que se supone deberían ir. El resto se va perdiendo a lo largo del proceso redistributivo en burocracia, corrupción, inflación artificial de precios, desviación de recursos, etc.
Hablando en términos generales, es necesario señalar que México cuenta con gente trabajadora y que se preocupa por los demás. En esto surge la común aceptación de dichos programas gubernamentales sin siquiera reparar en sus costos o su real efectividad.
Hoy resulta necesario efectuar un cambio en la forma en que concebimos los roles tanto del Gobierno como de los ciudadanos.
Tenemos que entender y eventualmente hacer entender a los políticos que no necesitamos redistribuir la riqueza, sino generarla. La única solución a la pobreza es la productividad. Solo a través del emprendedurismo, educación, inversión, trabajo y ahorro se va a lograr un verdadero empoderamiento ciudadano que permita a aquellos que viven en la pobreza, tener posibilidades de salir adelante de manera justa y sostenible.
Si llamamos a las cosas como son, entonces los programas sociales no son más que semilleros de corrupción y, por paradójico que parezca, también son semilleros de pobreza. Son la herramienta de trabajo favorita de políticos corruptos y, hablando metafóricamente, las migajas de las que se alimentan millones de posibles panaderos en México. Bien dice el dicho, “dale un pescado a un hombre y lo alimentarás un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para toda la vida.”
Una economía más libre con un sistema tributario más sencillo, parejo y delgado contribuiría más a la reducción de la pobreza en nuestro país (a través de la inversión extranjera y el nacimiento de nuevas pequeñas y medianas empresas locales) que miles de millones de pesos recaudados y redistribuidos por el Gobierno.
No es responsabilidad del Gobierno ni de sus programas sociales cambiar la realidad mexicana, sino de todos y cada uno de nosotros mediante la construcción de los cimientos para vivir en una sociedad más libre. Con el simple hecho de pensar así, estaremos dando un importantísimo primer paso para construir un país más próspero y justo, donde cada quien tenga oportunidad de salir adelante y luchar por los sueños que haya elegido como motor de vida.

Los programas sociales en México son semilleros de pobreza

Una economía más libre con un sistema tributario más sencillo, contribuiría más a la reducción de la pobreza que millones de pesos redistribuidos por el Gobierno

Programas Sociales en México
La solución que plantea el Gobierno mexicano es el fomento de gasto social a través de los llamados “programas sociales”. (El Sol de México)
La pobreza en México es un problema y, lamentablemente, una fuerte realidad. Cerca de 50 millones de mexicanos viven con menos de 5 dólares al día, y cerca de 2.5 millones lo hacen en pobreza extrema, viviendo con menos de 1,25 dólares diarios.
Esta situación representa un problema que afecta a los mexicanos en su totalidad, ya que por un lado genera, en las personas que la padecen, distintos tipos de ansiedad, depresión, inseguridad; y por otro lado, es el principal motor de situaciones indeseables como la delincuencia organizada, suicidios, violencia familiar y un sinfín de adicciones.


Wednesday, June 22, 2016

En torno a los modelos nórdicos

En torno a los modelos nórdicos

Por Alberto Benegas Lynch (h)
Los socialistas arcaicos y desactualizados siguen repitiendo que los modelos, especialmente de Suecia, Finlandia y Dinamarca, siguen siendo socialistas como en los años sesenta en los que adoptaron esa tendencia (en Suecia la experiencia comenzó hacia finales de los treinta).
Sin embargo, no tienen en cuenta que a principios de los noventa el sistema explotó debido a los niveles inauditos del gasto público y los impuestos que, entre otras cosas, se reflejaron en el pésimo sistema de salud en el que los pacientes esperaban en interminables filas que se los atienda mientras se sucedían accidentes irreversibles antes de ser atendidos y los que podían viajaban al exterior para consultar médicos (los que esperaban que se los atienda “gratis” en sus países de origen,  por ejemplo, se quedaban ciegos antes de poder ser revisados por un oculista y así sucesivamente).


Otro fracaso rotundo fue en el campo educativo donde a partir de los noventa se eliminó el monopolio estatal y se abrió a la competencia. Debido al referido sistema donde creció exponencialmente el Leviatán comenzó a debilitarse notablemente la Justicia y la seguridad.
Como queda dicho, a partir de los noventa se privatizaron todo tipo de empresas, en primer término, la electricidad, el correo y las telecomunicaciones con lo cual el gasto público se redujo junto a la presión impositiva.
Por otra parte, en gran medida se liberó el mercado laboral con lo que el desempleo bajó considerablemente y se redujo el trabajo informal a que naturalmente se recurría antes de la liberación (en los tres países mencionados llegaba a más de un tercio de la fuerza laboral).
Por tanto el tan cacareado ejemplo de los países nórdicos en cuanto al “éxito” del socialismo queda sin efecto en todas sus dimensiones.
Hay una nutrida bibliografía sobre el fracaso del mal llamado “Estado Benefactor” (mal llamado porque la beneficencia es por definición voluntaria y realizada con recursos propios), pero tal vez los autores más destacados son Andres Linder, Nils Sanberg, Eric Boudin, Sven Rydenfelt, Mauricio Rojas y Nils Karlson, quienes muestran que, en promedio en las tres décadas principales del experimento socialista el gasto público en esos países rondaba el 64% del PBN y  el déficit alcanzaba el quince por ciento de ese mismo guarismo. Un sistema también basado en la estatización del sistema denominado de “seguridad social” que operaba bajo el método de reparto que actuarialmente está de entrada quebrado y la insistencia en la tan reiterada “re-distribución de ingresos”.
Escriben  los autores mencionados que en una medida considerable se han abandonado las antedichas políticas para reemplazarse por la apertura de mercados sustentados en marcos institucionales liberales que los hacen los más abiertos del mundo.
Incluso uno de los patrocinadores del socialismo en los países nórdicos -Gunnar Myrdal- finalmente escribió que tenía “sentimientos encontrados en lo que desembocó el sistema ya que las leyes fiscales han convertido a nuestra nación [Suecia] en una de tramposos”.
La apertura hacía los mercado libres, entre muchas otras cosas, incentiva la creatividad para llevar a cabo actividades hasta entonces impensables. Por ejemplo, recientemente en algunos de los países nórdicos ya no existe el problema de la basura ya que la reciclan para contar con más electricidad y calor, al contrario, compran basura de otros países.
Lo dicho hasta aquí sobre el estatismo no incluye las truculentas variantes de los países africanos y latinoamericanos más atrasados en los que se encubre una alarmante corrupción tras la bandera de la mejora a los pobres que se multiplican por doquier.
El antes aludido Nils Karlson, a pesar de ser noruego (un país que cuenta con el apoyo logístico de la riqueza petrolera) en su magnífica obra titulada The State of the State. An Inquiry Concerning the Role of  Invisible Hands in Politics and Civil Society, sostiene que “El crecimiento en el tamaño del estado es uno de los sucesos más destacados del siglo veinte. En todas las democracias occidentales, el estado se ha tornado más y más grande, en términos relativos y absolutos. Típicamente esos estados modernos se autodenominan estados benefactores caracterizados por varios tipos de sistemas distributivos, regulaciones y altos niveles de gastos públicos. En algunos de esos países el gasto del sector público alcanza más de la mitad del producto nacional bruto y los impuestos, en algunos casos, se llevan más de la mitad de los ingresos generados en la sociedad. Incluso las esferas más privadas han sido penetradas por el  estado. Las sociedades se han politizado más y más”.
El también mencionado Neil Sandberg apunta en su libro What went wrong in Sweeden?  que uno de los factores desencadenantes de la crisis fue su política monetaria representada por “la rápida implementación del keynesianismo” por lo que “Suecia abandonó el patrón oro antes que otras naciones”. Muy especialmente en los múltiples trabajos de los referidos Eric Boudin y Mauricio Rojas se incluyen en detalle otras políticas también responsables de los problemas suecos y la forma en que se revirtieron.
¿Por qué ha ocurrido este desvío grotesco de la tradición de gobiernos limitados a la protección de derechos a la vida, la propiedad y las autonomías individuales? Gordon Tullock produjo un ensayo titulado “The Development of Government” (todavía recuerdo a la vuelta de un viaje mi disgusto con la traductora por cómo tradujo literalmente al castellano el referido trabajo en la revista Libertas: “El desarrollo del gobierno”, en lugar de “El crecimiento del gobierno”…como escribe Victoria Ocampo “no se puede traducir a puro golpe de diccionario”). En todo caso, Tullock alude a la impronta de Bismarckcomo la manía del aparato estatal de lo que se conoce como “seguridad social” (en verdad inseguridad antisocial), al nacimiento del impuesto progresivo y a las guerras donde muestra en sus cuadros que el gasto posguerra baja pero siempre queda a un nivel más alto del período antes del conflicto bélico. Esto lo refleja en los cuadros que acompañan a su trabajo,  especialmente referidos al período 1790-1995 en Estados Unidos con comentarios de estudios de economías comparadas.
De cualquier modo, una idea que cuajó entre los redistribucionistas es lo que podemos bautizar como “la tesis Pigou” por la que el autor aplica la utilidad marginal a la noción fiscal para sustentar la progresividad. Así se dice que como un peso para un pobre no es lo mismo que un peso para un rico, si se sacan recursos de éstos últimos y se los entrega a los primeros, los ricos se verán perjudicados mientras que los pobres serán beneficiados en mayor proporción que la pérdida de los primeros por las razones apuntadas. Sin embargo, una aplicación correcta de la utilidad marginal hará irrelevante lo comentado puesto que la utilidad marginal significativa en este caso es la de los consumidores a quines no le resulta indistinto quien administra los escasos factores de producción con lo que la aludida redistribución (sea por métodos impositivos o de cualquier naturaleza) contradice sus indicaciones en las votaciones diarias en el mercado, por lo que habrá desperdicio de recursos y, consecuentemente consumo de capital junto a menores salarios e ingresos en términos reales.
Por nuestra parte, miramos dos motivos que se encuentran tras algunos de las consecuencias señaladas por Tullock en su ensayo. Estos dos motivos fundamentales son los marcos institucionales y la educación.
Mencionemos muy resumidamente estos dos componentes tan contundentes que se suceden tanto en países nórdicos como en cualquiera que adopte las recetas del “Estado Benefactor”. En ambos casos, en última instancia, se trata de incrustar más clara y frontalmente el saqueo en la política.
Lo primero se refiere a la falsificación de la democracia y monarquías constitucionales convirtiéndolas en cleptocracias. Sin nuevos límites al poder, el sistema puramente electoral y sin el alma del respeto de las mayorías a los derechos de las minorías, se convirtió en una trampa mortal para las autonomías individuales. Con solo levantar la mano en el Parlamento, las alianzas  y coaliciones arrasan con los derechos. En otras palabras, constituye un escándalo pavoroso que la respuesta a tanto desatino consista en quedarse de brazos cruzados esperando la demolición final. Es indispensable pensar en otros controles, por ejemplo, como los que hemos sugerido en base a las propuestas de otros autores.
El segundo punto es tener en un primerísimo primer plano la importancia de la educación. Desde que tengo uso de razón se machaca que ese tema es para el largo plazo y que debemos ocuparnos del presente,  sin percatarse que, precisamente, el presente está movido por los valores y principios que hemos sido capaces de exponer, es decir, la compresión y aceptación de los fundamentos de la sociedad abierta depende de lo que ocurra en el ámbito educativo. Y no es cuestión de declamar sobre las bondades de la educación sino de proceder en consecuencia y poner manos a la obra, sean países nórdicos o no. Es la tarea dura y no saltearse etapas y ocupar cargos políticos que por más que se simule “meterse en el barro” es para la foto y los halagos del poder.
Es imperioso ocuparse de marcos institucionales libres y de la educación en los valores de la sociedad abierta y no estar como los gobiernos venezolanos y argentinos en la búsqueda de enemigos en quienes endosar la responsabilidad de sus fracasos tal como aconsejan hacer autores  totalitarios como Carl Schmitt y Ernesto Laclau para distraer la  atención de los verdaderos problemas y arrear con estrépito a los aplaudidores sin dignidad ni autoestima.

En torno a los modelos nórdicos

En torno a los modelos nórdicos

Por Alberto Benegas Lynch (h)
Los socialistas arcaicos y desactualizados siguen repitiendo que los modelos, especialmente de Suecia, Finlandia y Dinamarca, siguen siendo socialistas como en los años sesenta en los que adoptaron esa tendencia (en Suecia la experiencia comenzó hacia finales de los treinta).
Sin embargo, no tienen en cuenta que a principios de los noventa el sistema explotó debido a los niveles inauditos del gasto público y los impuestos que, entre otras cosas, se reflejaron en el pésimo sistema de salud en el que los pacientes esperaban en interminables filas que se los atienda mientras se sucedían accidentes irreversibles antes de ser atendidos y los que podían viajaban al exterior para consultar médicos (los que esperaban que se los atienda “gratis” en sus países de origen,  por ejemplo, se quedaban ciegos antes de poder ser revisados por un oculista y así sucesivamente).