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Saturday, June 25, 2016

Los programas sociales en México son semilleros de pobreza

Una economía más libre con un sistema tributario más sencillo, contribuiría más a la reducción de la pobreza que millones de pesos redistribuidos por el Gobierno

Programas Sociales en México
La solución que plantea el Gobierno mexicano es el fomento de gasto social a través de los llamados “programas sociales”. (El Sol de México)
La pobreza en México es un problema y, lamentablemente, una fuerte realidad. Cerca de 50 millones de mexicanos viven con menos de 5 dólares al día, y cerca de 2.5 millones lo hacen en pobreza extrema, viviendo con menos de 1,25 dólares diarios.
Esta situación representa un problema que afecta a los mexicanos en su totalidad, ya que por un lado genera, en las personas que la padecen, distintos tipos de ansiedad, depresión, inseguridad; y por otro lado, es el principal motor de situaciones indeseables como la delincuencia organizada, suicidios, violencia familiar y un sinfín de adicciones.



La solución que por años ha venido planteando el Gobierno mexicano a través de los diversos órganos que lo conforman, ha sido el gasto social a través de los llamados “programas sociales”. Año tras año surgen nuevas iniciativas, y millones de pesos son asignados en recursos gubernamentales para “dignificar y mejorar las condiciones de vida de los mexicanos más necesitados”.
Algunos de los ejemplos más recientes son la cruzada contra el hambre, el subsidio de la leche Liconsa, y el apoyo para la transición a la televisión digital.
Pero entonces, ¿por qué si año tras año el presupuesto para dichos programas aumenta, la cantidad de pobres, lejos de disminuir, también continúa aumentando? Aquí se verán algunas respuestas:
  • Mayor carga tributaria: para un mayor nivel de gasto social, se requiere de un mayor nivel de recolección de impuestos. El Estado no es un ente productivo, y por lo tanto no existe ninguna otra forma de financiar dichos programas que no sea castigando a aquellas personas que sí son productivas.
  • Semilleros de corrupción: miles de contratos se llevan a cabo por encima de los precios del mercado, y son asignados a amigos y/o socios de funcionarios en puestos públicos.
  • Falta de incentivos: contrario a lo que sucede en los entes privados, el Gobierno y sus trabajadores carecen de incentivos para ser realmente efectivos cuando de alcanzar metas se trata. Cumplan sus metas o no, los funcionarios públicos seguirán recibiendo su paga cada mes.
  • Politización de apoyos y paternalismo: a los gobernantes y políticos en general, les conviene que existan los pobres, de esta manera cada vez que se presentan como benefactores sociales generan mayor dependencia hacia sus programas y pueden lucrar más fácilmente con las lealtades políticas de los ciudadanos.
  • Ineficiencia: por cada 100 pesos que pagamos de impuestos, tan solo 40 llegan a destinarse en lo que se supone deberían ir. El resto se va perdiendo a lo largo del proceso redistributivo en burocracia, corrupción, inflación artificial de precios, desviación de recursos, etc.
Hablando en términos generales, es necesario señalar que México cuenta con gente trabajadora y que se preocupa por los demás. En esto surge la común aceptación de dichos programas gubernamentales sin siquiera reparar en sus costos o su real efectividad.
Hoy resulta necesario efectuar un cambio en la forma en que concebimos los roles tanto del Gobierno como de los ciudadanos.
Tenemos que entender y eventualmente hacer entender a los políticos que no necesitamos redistribuir la riqueza, sino generarla. La única solución a la pobreza es la productividad. Solo a través del emprendedurismo, educación, inversión, trabajo y ahorro se va a lograr un verdadero empoderamiento ciudadano que permita a aquellos que viven en la pobreza, tener posibilidades de salir adelante de manera justa y sostenible.
Si llamamos a las cosas como son, entonces los programas sociales no son más que semilleros de corrupción y, por paradójico que parezca, también son semilleros de pobreza. Son la herramienta de trabajo favorita de políticos corruptos y, hablando metafóricamente, las migajas de las que se alimentan millones de posibles panaderos en México. Bien dice el dicho, “dale un pescado a un hombre y lo alimentarás un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para toda la vida.”
Una economía más libre con un sistema tributario más sencillo, parejo y delgado contribuiría más a la reducción de la pobreza en nuestro país (a través de la inversión extranjera y el nacimiento de nuevas pequeñas y medianas empresas locales) que miles de millones de pesos recaudados y redistribuidos por el Gobierno.
No es responsabilidad del Gobierno ni de sus programas sociales cambiar la realidad mexicana, sino de todos y cada uno de nosotros mediante la construcción de los cimientos para vivir en una sociedad más libre. Con el simple hecho de pensar así, estaremos dando un importantísimo primer paso para construir un país más próspero y justo, donde cada quien tenga oportunidad de salir adelante y luchar por los sueños que haya elegido como motor de vida.

Los programas sociales en México son semilleros de pobreza

Una economía más libre con un sistema tributario más sencillo, contribuiría más a la reducción de la pobreza que millones de pesos redistribuidos por el Gobierno

Programas Sociales en México
La solución que plantea el Gobierno mexicano es el fomento de gasto social a través de los llamados “programas sociales”. (El Sol de México)
La pobreza en México es un problema y, lamentablemente, una fuerte realidad. Cerca de 50 millones de mexicanos viven con menos de 5 dólares al día, y cerca de 2.5 millones lo hacen en pobreza extrema, viviendo con menos de 1,25 dólares diarios.
Esta situación representa un problema que afecta a los mexicanos en su totalidad, ya que por un lado genera, en las personas que la padecen, distintos tipos de ansiedad, depresión, inseguridad; y por otro lado, es el principal motor de situaciones indeseables como la delincuencia organizada, suicidios, violencia familiar y un sinfín de adicciones.


Saturday, June 18, 2016

América Latina debe descartar el “empresario villano” para progresar

Crear una cultura de emprendimiento resultará la mejor forma de hacer algo por nuestros países latinoamericanos

(Pixabay) empresario
La idea que mucha gente tiene sobre el empresario, en general, es la de una persona avara, injusta y corrupta. Sin embargo esto no es así. (Pixabay)
En América Latina, ser empresario se ha vuelto una tarea difícil. Además de la terrible burocracia, una increíble cantidad de trámites gubernamentales y el altísimo nivel de impuestos que los gobiernos exigen para poder operar, los empresarios tienen que lidiar diariamente con la opinión pública.
La idea que mucha gente tiene de un empresario es la de una persona avara, injusta, corrupta y que consigue lo que quiere a través de la explotación de recursos y personas, sin importar las consecuencias que esto traiga al bien común.



La realidad es que las empresas son la única fuente de riqueza de las sociedades. Las empresas generan la riqueza y las condiciones para que sus clientes obtengan beneficios, para que sus empleados tengan un modo honesto y productivo de vivir, e incluso para que los estados, a través de la recaudación de impuestos y diversas tarifas, obtengan recursos para llevar a cabo los programas gubernamentales y para pagar los salarios de los funcionarios públicos.
Sin empresas no tendríamos los productos de consumo ni las cadenas de suministro, no habría empleos y no habría a quién cobrarle impuestos. De ese tamaño es el rol que juegan las empresas en las sociedades de hoy.
Es verdad que existen casos de empresarios que son inaceptables. Algunos ejemplos de situaciones indeseables que involucran a empresarios son:
  • LOBBYING: es una práctica muy común en la que un empresario o grupo de empresarios con cierta cantidad de poder buscan influir en la administración pública para obtener favores o leyes que los beneficien, sin importar en realidad si el resultado es nocivo para el resto de la ciudadanía. Un ejemplo muy reciente a nivel mundial es el lobbying que los taxistas están tratando de aplicar sobre los creadores de leyes para prohibir la presencia de UBER.
  • CORRUPCIÓN: comprar licitaciones o pagar por obtener licencias o servicios especiales de la Administración Pública es una práctica muy común entre ciertos grupos de empresarios. Basta con recordar el caso de la “casa blanca” en México, en el cual la empresa HIGA y el presidente Enrique Peña Nieto ejemplificaron claramente cómo pueden asignarse contratos multimillonarios con base en favores o acuerdos por debajo de la mesa.
  • FRAUDE: es un engaño económico con la intención de conseguir un beneficio y en el cual invariablemente habrá algún tercero perjudicado, normalmente, el cliente. Suele venir de la mano de la corrupción, ya que para poder engañar a la gente muchas veces se cuenta con documentos gubernamentales que supuestamente avalan la fiabilidad de las empresas, pero que en realidad fueron conseguidas de manera desleal a través de procesos corruptos.
  • CARTELIZACIÓN: ocurre cuando varias empresas que, en teoría, deberían competir entre sí, se unen y fijan precios y otros criterios que terminan por afectar la calidad de los productos y servicios, con consecuencias negativas para los bolsillos de sus consumidores.
Estos son sólo algunos ejemplos de situaciones de las que son normalmente acusados los empresarios en América Latina. Si nos detenemos a analizar un poco, encontraremos que todas estas situaciones son un hilo con dos puntas donde una es representada por los empresarios y la otra, generalmente, por los gobiernos.
En un estudio reciente del IMCO (Instituto Mexicano para la Competitividad) se reveló que cerca del 46% de empresarios han recibido ofertas de negocios con el gobierno a cambio de sobornos o tajadas de los contratos que se obtendrían.
Una solución en la que tenemos que trabajar como sociedad es fortalecer el estado de derecho. Mientras no existan mecanismos que garanticen la transparencia y la legalidad de los procesos gubernamentales, los incentivos para actuar correcta y legalmente serán nulos. Es decir, mientras siga siendo más rentable ser cercanos o ganarse la voluntad de funcionarios públicos, que ser una empresa eficiente y productiva, seguiremos generando justo el tipo de empresarios que dañan a la sociedad.
Un sector importante tiende a culpar al mercado de todos los males que nos acosan como sociedad, como si el mercado fuera un ente o un grupo de personas malvadas planeando cómo perjudicar nuestras vidas. El mercado no es otra cosa más que la suma de decisiones que como individuos tomamos en nuestro día a día. Si la marca “X” tiene mucha más presencia en el mercado que la marca “Y”, es porque los consumidores la prefieren dado que su producto es mejor, más barato y sus procesos de marketing han sido más exitosos.
Tendemos a pensar que a mayor regulación mejores serán los servicios y productos que las empresas nos ofrecen. Lo que no consideramos es que los primeros afectados por una regulación excesiva son aquellos pequeños nuevos competidores que, para comenzar a operar, tendrán que conseguir permisos y cumplir una serie de incontables requisitos que en teoría mejorarán la calidad de los servicios, pero que en realidad sólo encarecerán sus procesos de arranque como nuevos empresarios.
Por último, el tema de la educación y el ideario cultural que tenemos es otro asunto de vital importancia. Mientras sigamos demonizando la imagen del empresario estaremos robando a nuestras sociedades una cantidad incontable de posibilidades de creación de riqueza y desarrollo.
Tenemos que fomentar el emprendedurismo entre los más jóvenes. Tenemos que facilitarles la vida, pedir menos regulaciones, menos impuestos, y dejar de fomentar la idea de que ser empresario tiene fines desleales.
Tenemos que crear la cultura de que un emprendedor es alguien que ve posibilidades cuando otros ven imposibilidades, toma riesgos, se mantiene centrado sabiendo que nada o casi nada es imposible, posee una gran pasión por lo que hace y sabe que está contribuyendo a algo mucho más grande que él mismo.
Sólo entonces entenderemos que la mejor manera de hacer algo por nuestro país es emprender. En México necesitamos menos burócratas, menos gente dependiente del gobierno, menos “luchadores sociales” y muchos más emprendedores que se atrevan a crear, a ser productivos y a seguir sus sueños.

América Latina debe descartar el “empresario villano” para progresar

Crear una cultura de emprendimiento resultará la mejor forma de hacer algo por nuestros países latinoamericanos

(Pixabay) empresario
La idea que mucha gente tiene sobre el empresario, en general, es la de una persona avara, injusta y corrupta. Sin embargo esto no es así. (Pixabay)
En América Latina, ser empresario se ha vuelto una tarea difícil. Además de la terrible burocracia, una increíble cantidad de trámites gubernamentales y el altísimo nivel de impuestos que los gobiernos exigen para poder operar, los empresarios tienen que lidiar diariamente con la opinión pública.
La idea que mucha gente tiene de un empresario es la de una persona avara, injusta, corrupta y que consigue lo que quiere a través de la explotación de recursos y personas, sin importar las consecuencias que esto traiga al bien común.