Alberto Mansueti
En Europa, otoño es en el último trimestre del año. Y a fines de 1989, a 10 años de la primera visita de Juan Pablo II a su Polonia natal, las naciones de Europa del Este se sacudieron el yugo comunista, coronando así un trabajo político de toda una década: los ‘80. El 9 de noviembre se tumbó “el Muro de la Infamia”, llamado por la izquierda “de la Resistencia Antifascista”.
Los anticomunistas llamaron “Otoño de las Naciones” al de 1989, a 41 años de 1948, cuando se impuso el comunismo, y la expresión “Cortina de Hierro” se hizo popular en el mundo, por la película The Iron Curtain, del cineasta usamericano William Wellman. Y a 141 años de 1848, año de grandes revoluciones comunistas en Europa, en el segundo trimestre, primavera, la que las izquierdas llamaron “Primavera de las Naciones”.
La alusión a las opuestas estaciones, primavera y otoño, mostraba que 1989 fue lo contrario de 1848: el “Camino a la Servidumbre” (libro de Hayek) se hizo en reversa: del socialismo al capitalismo, de la tiranía a la democracia, y de la izquierda a la derecha.
Hoy el comunismo se ha vuelto a imponer, con nuevas y peores modalidades: las del marxismo cultural; y eso ha sido porque la clase media no aprendió la lección, y en vez de atribuir sus males económicos y políticos al socialismo y a la izquierda, culpabiliza a todos “los políticos” en bloque, y a los partidos, en general. Y los “libertarios”, en vez de clarificar ideas y conceptos, caen en el mismo error: se han hecho antipolíticos y partidofóbicos, además de anti-cristianos, y enemigos de la democracia. Se rehúsan a identificarse con la derecha, ayudando de esa manera a relegitimar a la izquierda.
Los liberales de los ‘80 tenían otras premisas:
(1) Eran liberales “clásicos”, no anarquistas. Creían en un Gobierno “limitado” en funciones: seguridad, justicia, e infraestructura. E igualmente limitado en poderes y recursos: los requeridos strictu sensu para el cumplimiento de las tales funciones. Y en vez de negarse a usar las palabras “condenadas” por la izquierda, como p. ej. derecha, capitalismo, privatización, etc., las reivindicaron, las des-contaminaron y las rehabilitaron.
(2) Creían en la democracia en el sentido de Popper: no un sistema de Gobierno perfecto, que no existe, sino el único régimen político por el cual los Gobiernos, cuando se salen de sus límites, pueden ser reemplazados, sin violencia revolucionaria, ni derrama de sangre. Y no confundían democracia con sufragio universal; por eso en ciertos países ex comunistas se niegan los derechos al sufragio, activo y pasivo, a los comunistas, y no se ve anti-democrático. Al contrario, es una manera de proteger a la democracia, muy valiosa, de sus predadores naturales.
(3) Lo contrario del socialismo es el capitalismo; y de la tiranía, la democracia. Y así como no hay capitalismo sin empresas (privadas) que compiten por el favor de los clientes, no hay democracia (representativa) sin partidos, que compiten por el favor de los electores. No caían en el error de endiosar a los partidos, pero tampoco en el opuesto: satanizarlos.
(4) Buscaron apoyo popular, no de los comunistas “que leyeran a Mises”. Eran conservadores culturales, y creían en “la mayoría silenciosa”, concepto que no debemos a Richard Nixon, sino al español Antonio Maura (1853-1925). Pensaban que la gente de a pie, hombres y mujeres normales, de familia y trabajo, cristianos en su mayoría, aceptarían las verdades liberales, si los candidatos eran capaces de traducirlas a lenguaje de ofertas electorales, y explicar sus ventajas, en palabras llanas y sencillas; se guardaron la “praxeología” y la “catalaxia” para ellos. Y no todos eran creyentes, pero no eran anti-cristianos.
(5) Redactaron programas político-electorales hablando al sentido común, no con teoremas científicos de la Escuela Austríaca de Economía. Ofertaron suprimir las instituciones del socialismo y la tiranía, y establecer en su lugar las del capitalismo liberal y la democracia, derogando leyes malas, e impulsando reformas de fondo, desde luego consideradas “muy radicales” por las izquierdas social-demócratas. Y desde fines de los ’70 hicieron propaganda partidista, captación y recluta de adherentes y cuadros, en competencia con los social-demócratas, más numerosos.
(6) Clarificaron que patriotismo es amor a la patria, legítimo y tan natural como el amor a la madre. Distinto es el nacionalismo, la doctrina de la supremacía nacional sobre los demás países; no es amor natural, sino capricho ideológico colectivista, perversamente instilado en las mentes de niños y jóvenes, por la propaganda disfrazada de “educación”.
(7) Muchos eran historiadores, y no creían esa mentira “libertaria” de que “todos los fundadores de Estados fueron bandidos”. Sabían que sus patrias se originaron en la Alta Edad Media, cuando tribus “bárbaras” (no romanizadas, o no por entero), del Este y del Oeste, experimentaron su conversión al cristianismo, episodios celebrados y cantados después por sus más célebres poetas. Pero ese es el tema de mi próximo artículo: “el Bautismo de las Naciones”.
Con estas premisas claras, aquellos liberales enfrentaron al comunismo, junto con sectores “de centro”. Salieron victoriosos en 1989, llamado también el “año milagroso” por las radios libres, que eran como el Internet ahora: instrumentos que ayudan a los partidos, pero incapaces de sustituirlos.
Sin embargo, en los ’90 las reformas liberales no se hicieron por completo, y el estatismo no fue abolido enteramente. ¿Por qué? La respuesta corta es: porque las alianzas con la socialdemocracia debieron ser temporales, hasta salir del comunismo; y después se debieron fortalecer los liberales por sí mismos, y romperlas.
Pero la ruptura no se hizo, al menos no en todos los países, o no por completo. Para colmo llegó el “libertarianismo”, de la mano de los fatídicos “think tanks”, y se contaminó el liberalismo clásico. ¿Y la respuesta larga? Es esa misma, pero pormenorizada; se necesita ya no un artículo sino un libro.