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Monday, August 15, 2016

MARXISTAS, LIBERALES Y CONSERVADORES



Alberto Mansueti
De la Edad Media se tiene una imagen equivocada. Contra lo que se cree, muchas libertades, y principalmente económicas, florecieron en los mil años desde la caída del Imperio romano occidental en el siglo V, porque el poder estuvo fragmentado y disperso. Los reyes no fueron absolutos; su poder estaba contenido por la visión cristiana de “potestades” en competencia: nobles y señores feudales, Obispos, Emperadores y Papas, órdenes religiosas, gremios de artesanos y comerciantes, banqueros, centros educativos, etc.

 
A partir del siglo XVI surgen los Estados nacionales: los reyes van concentrando y centralizando el poder en las Cortes. Y aparece el “mercantilismo”: el control de la economía por los Gobiernos, con “protección” de las industrias nacionales mediante monopolios, aranceles y prohibiciones contra las importaciones, y con manipulación del dinero y oferta monetaria. Muchas ideas mercantilistas están vivas y se practican hoy en día, por ej. en países socialistas.

El mercantilismo comenzó a ser cuestionado por John Locke, y después por los “fisiócratas”; pero la crítica decisiva fue la de Adam Smith en “La riqueza de las naciones”, del año 1776. Presbiteriano, Smith creyó en un Dios Soberano, que gobierna su Creación con su “mano invisible”, la de la divina Providencia. Y que las leyes económicas, por ej. las leyes de la oferta y la demanda en los mercados, son leyes naturales, tanto como las físicas, descritas por Isaac Newton, todas decretadas por Dios, y parte de su “revelación general”. Por eso dedica todo el libro a explicar ciertas leyes naturales de la economía, y los beneficios de tomarlas en cuenta.

El XIX fue el siglo del liberalismo económico, con enormes ventajas para todo el mundo; aunque no para los privilegiados del mercantilismo, que salieron perdiendo. Pero encontraron fuertes apoyos en los socialistas y comunistas, partidarios de un estatismo mayor, totalitario. Karl Marx y Federico Engels etiquetaron como “capitalismo” tanto al mercantilismo como al libre mercado, y embistieron contra “las derechas” en general, sin distinguir entre lo que en el Centro de Liberalismo Clásico llamamos “derecha mala”, la del mercantilismo, y derecha buena, la del capitalismo liberal.

Desde la Primera Internacional, la de 1864 en Londres, Marx y Engels se aliaron con los anarquistas, declarando todos que el Estado desaparecería, juntamente con el capitalismo, el matrimonio y familia “burguesas”, y la religión. Diferían sólo sobre si tales instituciones se habrían de extinguir en forma lenta y de “muerte natural”, como sostenía el anarquismo, o serían liquidadas por una “dictadura del proletariado de tipo transitorio”. Los marxistas también arremetieron contra el “socialismo utópico”, en nombre de un “socialismo científico”, basado en los materialismos, dialéctico e histórico, tratados por Engels respectivamente en el “Anti-Dühring” de 1878, y en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” de 1884.

Lo sorprendente de esta vieja literatura es que sus ideas se discuten aún hoy día; lo cual demuestra gravísimo estancamiento y aún retroceso intelectual. Por ej: en esa época los términos “socialismo” y “comunismo” causaban cierta confusión en las izquierdas, así que ya en 1848 Engels había escrito con Marx el “Manifiesto Comunista”, mostrando que eran equivalentes, y con un “Programa Mínimo” de 10 puntos en los que todos concordaban, no importa si se llamaran socialistas o comunistas: (1) "Reforma agraria", (2) impuesto progresivo a los ingresos, (3) fuerte impuesto a las herencias, (4) estatización de las grandes empresas y compañías extranjeras, (5) banco central con monopolio de la emisión de dinero, (6) transportes del Estado, (7) empresas de propiedad estatal, e industrias y comercios bajo control del Gobierno, (8) leyes obreras y sindicales, (9) impuesto a las ganancias extraordinarias, (10) educación pública socializada.

Salvo la última estas son medidas económicas, muchas tomadas del viejo mercantilismo. Marx y Engels asumieron que había de atacarse primero la economía capitalista, cuya base es la propiedad privada y el manejo de las empresas y actividades productivas por los particulares. Y dejar para el futuro las políticas contra las libertades civiles y la democracia representativa, que Marx y luego Lenin llamaron “cretinismo parlamentario”, y contra el matrimonio, la familia y la religión, hoy blanco de los ataques inspirados en la Escuela de Frankfurt y en otras asociadas al marxismo cultural.

En la Segunda Internacional, la de 1889 en París, los anarquistas se separaron. Pero desde entonces todas las izquierdas han aplicado estos mismos 10 puntos, con la sola diferencia en los medios: más o menos pacíficos los fabianos y socialdemócratas, que en el Centro de Liberalismo Clásico llamamos “la izquierda mala”; y muy violentos los comunistas, nazis y fascistas, y ahora Socialismo del Siglo XXI, que llamamos “izquierda peor” o pésima. (Izquierda buena no existe). Las fases sucesivas son cuatro:

Desde 1913 en EE.UU., establecieron el dinero emitido por los Bancos Centrales. Decretaron nuevos impuestos. Y arremetieron contra el empleo, con las leyes laborales de la OIT, desde 1919. Así nos comenzaron a empobrecer. Consecuencias: la crisis de 1929 y la Gran Depresión.

En los ’30 y ’40 nos dijeron que como estábamos muy pobres, el Estado nos daría gratis “salud y educación”, y se apoderaron de la atención médica y la docencia, que usaron como medios de control y adoctrinamiento respectivamente. Aumentaron los impuestos para cubrir el “Welfare”, mientras la seguridad y la justicia decaían. Y como los antiliberales se llevan muy mal entre ellos, desataron la II Guerra Mundial, tras la cual un breve interludio “Neo liberal” no fue suficiente para revertir el rumbo que el mundo había tomado. Las izquierdas volvieron a las andadas.   

En los '70 y '80 desataron un ataque masivo contra la producción, con "nacionalizaciones" de empresas, y expropiaciones para la "reforma agraria". Las guerrillas secuestraron, torturaron y asesinaron; y la propaganda arreciaba contra la representación política, en nombre de una “democracia participativa”.

Estamos ahora en la cuarta ola: el marxismo cultural, en pos de la desaparición de los Estados nacionales y su reemplazo por un “Nuevo Orden Mundial”. A más de 400 años de John Locke (1632-1704), y sus Tratados en pro de un Gobierno limitado a la defensa de la vida, libertad y propiedad.

Los marxistas han operado en sentido inverso, destruyendo primero la propiedad, y luego la libertad; y ahora van contra la vida misma, con sus ataques “medio-ambientalistas” contra el desarrollo, y neo-maltusianos contra la población, como aborto e “ideología de género”, y “deconstruyendo” el lenguaje, e imponiendo el Posmodernismo relativista y enemigo de la razón, de la mano con la “Nueva Era”.

Termino el artículo con la tesis política del Centro de Liberalismo Clásico, que es esta: el mundo empezará a enderezarse cuando las izquierdas pierdan fuerza. Pero eso va a ser cuando las derechas se enderecen. Es decir, cuando sus dos segmentos corrijan sus respectivos errores, y:

(1) los conservadores, entre ellos muchos cristianos, aprendan economía, y se dejen de ilusionar y engañar con ideas del marxismo clásico, tomadas casi todas del mercantilismo, disfrazadas ahora de “nacionalistas”. Y (2) los “libertarios” y liberales despistados aprendan política, historia, derecho y filosofía, y se dejen de ilusionar y engañar con ideas del marxismo cultural, tomadas algunas del materialismo y otras del anarquismo, y disfrazadas ahora de “libertarias”.

¡Hasta la próxima!

MARXISTAS, LIBERALES Y CONSERVADORES



Alberto Mansueti
De la Edad Media se tiene una imagen equivocada. Contra lo que se cree, muchas libertades, y principalmente económicas, florecieron en los mil años desde la caída del Imperio romano occidental en el siglo V, porque el poder estuvo fragmentado y disperso. Los reyes no fueron absolutos; su poder estaba contenido por la visión cristiana de “potestades” en competencia: nobles y señores feudales, Obispos, Emperadores y Papas, órdenes religiosas, gremios de artesanos y comerciantes, banqueros, centros educativos, etc.

Friday, June 17, 2016

El impulso suicida de la comunidad empresarial

Por Milton Friedman


Milton Friedman es Premio Nobel en Economía y académico del Hoover Institution. Este ensayo se publicó en la edición de marzo/abril de 1999 del Cato Policy Report, Vol. XXI, No. 2. Se publica por cortesía del Cato Institute.
Es común que se piense, equivocadamente, que quienes están a favor del libre mercado también están a favor de todo lo que hacen las grandes empresas. Nada podría alejarse más de la verdad.
Como alguien que cree en la búsqueda del interés propio en un sistema capitalista competitivo, no puedo culpar a un empresario que va a Washington y trata de conseguir privilegios especiales para su compañía. Ha sido contratado por los accionistas para que haga tanto dinero como pueda dentro de las reglas del juego; y si éstas son que hay que ir a Washington a buscar privilegios, no lo culpo por hacerlo. Échennos la culpa al resto de nosotros por ser tan tontos como para dejar que se salga con la suya.



Sí culpo a los empresarios, individuales y organizaciones, cuando a través de sus actividades políticas toman posiciones que no son en su mejor interés propio y tienen más bien el efecto de minar el apoyo a las empresas libres privadas. En ese respecto, los empresarios tienden a ser esquizofrénicos. Cuando se trata de sus propios negocios, tienen visión de muy largo plazo, pensando en el negocio dentro de cinco o diez años; pero cuando se meten a la esfera pública y empiezan a enredarse en los problemas de la política, tienden a ser bastante miopes.
El ejemplo más obvio es el proteccionismo. ¿Puede usted nombrar una industria norteamericana que se haya beneficiado de los aranceles y del proteccionismo? Alexander Hamilton, en su famoso reporte sobre los industriales, alaba en forma vehemente a Adam Smith a la vez que argumentaba que Estados Unidos era un caso especial con industrias jóvenes, incluyendo la del acero, que necesitaban ser protegidas. Después de 200 años, el acero sigue siendo protegido.
La banca comercial es otro ejemplo. Al final de la Segunda Guerra Mundial la banca comercial abarcaba aproximadamente la mitad del mercado de capitales, mientras que hoy tan sólo cubre más o menos un quinto. ¿Por qué se ha deteriorado? ¿Por qué es Londres el mercado financiero internacional, y no Nueva York?
La razón es el efecto a largo plazo de la insistencia de la industria bancaria de pedir favores gubernamentales especiales. En los inicios, bajo lo que se conocía como Regulación Q, el gobierno ponía un límite a las tasas de interés que los bancos podían pagar, incluyendo una de cero interés sobre depósitos a la vista. Esta tasa impuesta por el gobierno motivó el surgimiento de fondos en el mercado de dinero, así como de otros substitutos y alternativas para los bancos. La industria bancaria apoyó consistentemente los tipos de cambio fijos. Cuando el dólar estuvo en problemas, el Presidente Johnson introdujo restricciones a los préstamos extranjeros y un impuesto para igualar los intereses. El resultado fue empujar la industria bancaria comercial hacia Londres. Ambas medidas hicieron que la industria pasara de ser el principal proveedor de crédito a ser un jugador menor. De nuevo, una política carente de visión.
Lo más obvio es el tipo de contribuciones por que optan las corporaciones. La industria petrolera contribuye a organizaciones conservacionistas que están tratando de reducir drásticamente el uso de petróleo; y la industria nuclear contribuye a organizaciones que apoyan alternativas a la energía nuclear. Hace poco, el Capital Research Center analizó las donaciones que hacen las grandes corporaciones a organizaciones de política pública, y encontró que las instituciones no lucrativas de izquierda reciben tres veces lo que reciben las instituciones no lucrativas de derecha.
¿Por qué no ha seguido el mundo corporativo el excelente ejemplo de Warren Buffet? Desde el inicio, al enviar los cheques de dividendos a sus accionistas, les decía que estaban preparados para distribuir X cantidad de dólares en su nombre por cada acción a la caridad, a alguna organización, pidiéndoles que indicaran a dónde deseaban que se enviara.
¿Por qué han de decidir las corporaciones los propósitos caritativos del ingreso de sus accionistas? ¿Por qué no son los accionistas quienes deciden? ¿Y por qué es que la comunidad empresarial, en general, insiste tanto en apoyar a sus propios enemigos?
Ahora consideremos la educación. Como es sabido, desde hace mucho tiempo he estado a favor de la privatización de este sector por medio de un sistema de notas de crédito. Un argumento fuerte a favor de la privatización tiene que ver con los valores inculcados por nuestro sistema de educación pública.
Cualquier institución tiende a expresar sus propios valores y sus propias ideas; nuestro sistema de educación pública es una institución socialista. Una institución socialista enseñará valores socialistas, no los principios de la empresa privada. Eso no era tan malo cuando la educación primaria y secundaria estaba más dispersa, de manera que había mayor control local. Cuando yo me gradué de secundaria había 150,000 distritos escolares en los Estados Unidos. Hoy hay menos de 15,000 y la población es dos veces más grande.
¿Cuál ha sido la actitud de la comunidad empresarial frente a la educación? Miembros de la comunicad empresarial han estado muy conscientes del hecho de que las escuelas inculcan valores antagónicos al sistema privado de libre empresa; también están conscientes de que es difícil encontrar empleados con las habilidades apropiadas; pero, ¿han tratado de promover una industria educativa privada? Para nada. Su principal actividad ha constado en asignar a algunos de sus empleados para que den clases en escuelas públicas y en contribuir computadoras y otros artículos a escuelas públicas. No puedo culpar a un individuo por lo que hace, pero puedo pensar que es trágico que Walter Annenberg contribuyera cientos de millones de dólares a escuelas gubernamentales; no a colegios privados, sino a escuelas públicas. No había visto un solo movimiento en la comunidad empresarial en general, sino hasta hace muy poco, para tratar de promover un sistema educacional bajo el cual el consumidor, es decir padre e hijo, tenga una verdadera opción acerca de la escolaridad que el hijo ha de recibir.
Ahora llegamos a Silicon Valley y Microsoft. No voy a escribir sobre los aspectos técnicos de si Microsoft es culpable o no bajo las leyes antimonopolio; mis propios puntos de vista hacia este tipo de leyes han cambiado bastante con el tiempo. Cuando me inicié en este negocio, como creyente en la competencia, apoyaba las leyes antimonopolio, pues pensaba que hacerlas cumplir era una de las pocas cosas deseables que el gobierno podía hacer para promover más competencia. Pero a medida que vi lo que ocurrió, observé que estas leyes tendían a hacer exactamente lo opuesto, porque tendían, como muchas otras actividades gubernamentales, a ser controladas por la gente que supuestamente debían regular y controlar. De modo que con el tiempo he llegado gradualmente a la conclusión de que las leyes antimonopolio hacen mucho más mal que bien, y que estaríamos mejor si no las tuviéramos, si pudiéramos deshacernos de ellas. Pero, las tenemos.
Bajo estas circunstancias, dado que tenemos leyes antimonopolio, ¿está realmente en el interés propio de Silicon Valley poner al gobierno en contra de Microsoft? Su industria, la industria de la computación se mueve tanto más rápido que el proceso legal, que quién sabe cómo será la industria para cuando se resuelva esta demanda. Esto sin mencionar que la energía humana y el dinero que se gastará contratando a mis colegas economistas, y de otras maneras, sería mucho mejor empleado productivamente, mejorando sus productos. ¡Es un desperdicio! Pero más allá de esto, se arrepentirán del día en que llamaron al gobierno. De ahora en adelante la industria de la informática, que hasta ahora había tenido la suerte de estar relativamente libre de la intromisión gubernamental, experimentará un continuo crecimiento de la regulación gubernamental. La legislación antimonopolio pronto se convierte en regulación. Este es otro caso que, para mí, ejemplifica el impulso suicida de la comunidad empresarial.
Ahora llego a la parte difícil: ¿Por qué existe este impulso suicida? ¿Por qué se comporta así la gente de negocios? Espero que ustedes piensen al respecto y traten de encontrar una respuesta. Yo les daré algunas sugerencias, pero ninguna de ellas me parece una explicación adecuada. Una de las razones la señaló hace más de un siglo un hombre ejemplar, el General Francis A. Walker, profesor de Yale y luego presidente de M.I.T. Él escribió:
Pocos son tan presuntuosos como para disputar a un químico o a un mecánico en temas relacionados con la disciplina de su vida, pero casi cualquier hombre que sabe leer y escribir se siente con la libertad de formar y mantener opiniones propias acerca del comercio y del dinero. (...) La literatura económica de todo año subsiguiente acepta obras concebidas en el verdadero espíritu científico, así como obras que exhiben la ignorancia más vulgar de la historia económica y el mayor desprecio por las condiciones de la investigación económica. Es muy similar a si se colocara la astrología a la par de la astronomía o a la alquimia al lado de la química.
Cuando se trata de economía, todo el mundo es un experto que casi siempre se equivoca—y los ejecutivos de negocios no son la excepción.
Schumpeter dio una explicación muy diferente para este fenómeno. Él arguyó que dentro de las grandes corporaciones , la gente que está a cargo desarrolla actitudes e instituciones esencialmente burocráticas y socialistas. La adherencia a la empresarialidad y a la empresa privada tiende a ser reemplazada por un acercamiento burocrático, llevando al surgimiento de un sistema socialista. Yo no creo que eso sea cierto; en una sociedad competitiva hay suficiente presión para evitar que eso suceda, pero podría ser una explicación.
El clima general de la opinión, que trata a la acción gubernamental como una cura de todo propósito para todo mal, es probablemente un factor más importante. Sin embargo, este clima ha estado cambiando a lo largo de los últimos 40 años. Ya no se da por sentado, como antes, que si había un problema la manera de resolverlo era involucrando al gobierno. Hemos estado ganando la guerra de las ideas, aunque hayamos estado perdiendo la guerra en la práctica. Los gobiernos de hoy son mucho más grandes que los de hace 40 ó 50 años, a la vez de que—en parte como efecto de esto—el clima de la opinión es mucho menos favorable al control gubernamental que entonces. Pero aún sigo sin pensar que ésta sea una explicación adecuada, por lo que confieso que no tengo una buena respuesta; no obstante, pienso que el fenómeno requiere una, y que está en su interés propio encontrarla y cambiar el esquema del comportamiento empresarial para deshacerse de ese impulso claramente suicida.

El impulso suicida de la comunidad empresarial

Por Milton Friedman


Milton Friedman es Premio Nobel en Economía y académico del Hoover Institution. Este ensayo se publicó en la edición de marzo/abril de 1999 del Cato Policy Report, Vol. XXI, No. 2. Se publica por cortesía del Cato Institute.
Es común que se piense, equivocadamente, que quienes están a favor del libre mercado también están a favor de todo lo que hacen las grandes empresas. Nada podría alejarse más de la verdad.
Como alguien que cree en la búsqueda del interés propio en un sistema capitalista competitivo, no puedo culpar a un empresario que va a Washington y trata de conseguir privilegios especiales para su compañía. Ha sido contratado por los accionistas para que haga tanto dinero como pueda dentro de las reglas del juego; y si éstas son que hay que ir a Washington a buscar privilegios, no lo culpo por hacerlo. Échennos la culpa al resto de nosotros por ser tan tontos como para dejar que se salga con la suya.


Wednesday, June 15, 2016

Libertarios

libertarios reagan 
Para dejar constancia de ello, repetiré lo que ya he dicho muchas veces antes: no me uno a ninguno de ellos ni apruebo ningún grupo o movimiento político. Más concretamente, desapruebo, no estoy de acuerdo, y no tengo ninguna conexión con la última aberración de algunos conservadores, los llamados “hippies de la derecha”, que tratan de seducir a los más jóvenes o más descuidados de mis lectores, alegando ser a la vez seguidores de mi filosofía y defensores del anarquismo. Quien ofrezca esa combinación está confesando su incapacidad para entender ambas ideas. El anarquismo es la noción más irracional y anti-intelectual jamás fraguada por algunos marginales – limitados por lo concreto, ignorantes del contexto, adoradores de caprichos – del movimiento colectivista, que es donde esa noción realmente pertenece.
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Sobre todo, no os unáis a grupos o movimientos ideológicos equivocados, simplemente con el fin de “hacer algo”. Por “ideológicos” (en este contexto), me refiero a grupos o movimientos que proclaman objetivos políticos vagamente generalizados, indefinidos (y, por lo general, contradictorios). (Por ejemplo, el Partido Conservador, que subordina la razón a la fe, y sustituye capitalismo por teocracia; o los hippies “libertarios”, que subordinan la razón a sus caprichos, y sustituyen capitalismo por anarquismo.) Unirse a tales grupos significa invertir la jerarquía filosófica y traicionar tus principios fundamentales para poder conseguir algún tipo de acción política superficial que está destinada al fracaso. Significa que estás ayudando a derrotar tus ideas y a darles la victoria a tus enemigos. (Para un análisis de las razones, ver “La anatomía del compromiso” en mi libro Capitalismo: El Ideal Desconocido.)
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Los “libertarios”. . . plagian el principio de Ayn Rand de que ningún hombre puede iniciar el uso de la fuerza física, y lo tratan como un absoluto revelado y fuera de contexto. . .
En la batalla filosófica por una sociedad libre, la conexión crucial que hay que defender es la que existe entre capitalismo y razón. Los conservadores religiosos quieren conectar capitalismo con misticismo; los “libertarios” conectan capitalismo con un subjetivismo adorador de caprichos, y con el caos de la anarquía. Cooperar con cualquiera de esos grupos es traicionar al capitalismo, a la razón, y al futuro de uno mismo.
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En la década de 1930, los “liberales” tenían un programa de amplias reformas sociales y un espíritu de cruzada; abogaban por una sociedad planificada, hablaban en términos de principios abstractos, y proponían  teorías de una naturaleza predominantemente socialista. En su mayoría, eran especialmente sensibles a la acusación de que querían ampliar el poder del gobierno, y casi todos ellos aseguraban a sus opositores que el poder del gobierno era sólo un medio temporal para un fin: un fin “noble”, liberar al individuo de su servidumbre a las necesidades materiales.
Hoy en el campo “liberal” nadie habla más de una sociedad planificada; todas esas cosas – programas de largo plazo, teorías, principios, abstracciones y “fines nobles” – ya han pasado de moda. Los “liberales” modernos se ríen de cualquier preocupación política con asuntos de envergadura, como la sociedad como un todo o la economía en su conjunto; ahora, su preocupación es con proyectos y demandas puntuales, limitados a lo concreto, inmediatos, sin importarles el costo, el contexto o las consecuencias. “Pragmáticos” – no “idealistas” – es su adjetivo favorito cuando se les pide que justifiquen su “posición”, como ellos la llaman, no su “postura”. Son militantes que se oponen a la filosofía política; denuncian conceptos políticos como siendo “rótulos”,” etiquetas”, “mitos”, “ilusiones”, y se resisten a cualquier tentativa de que sus propios puntos de vista sean “etiquetados”, o sea, identificados. Son beligerantemente anti-teóricos y – con un carcomido manto de intelectualidad aún colgando de sus hombros – son anti-intelectuales. El único vestigio de su antiguo “idealismo” es el citar de forma cansina, cínica y ritualística un conjunto de desgastados slogans “humanitarios”, cuando la ocasión lo requiere.
Cinismo, incertidumbre y miedo son la insignia de una cultura que ellos siguen dominando porque nadie más llena ese vacío. Y lo único que no sólo no se ha quedado anticuado en su equipo ideológico, sino que ha crecido salvajemente de forma cada vez más brillante y clara a través de los años, es su ansia de poder: de un poder gubernamental autócrata, estatista y totalitario. No es el brillo de una cruzada, no es la lujuria de un fanático con una misión; es más como el brillo en los ojos vidriosos de un sonámbulo cuyo desesperado estupor se tragó tiempo atrás la memoria de su propósito, pero que sigue aferrándose a su arma mística en la obstinada creencia de que “debería haber una ley”, que todo funcionaría si alguien impusiese una ley, que todos los problemas pueden ser resueltos con el poder mágico de la fuerza bruta.

Libertarios

libertarios reagan 
Para dejar constancia de ello, repetiré lo que ya he dicho muchas veces antes: no me uno a ninguno de ellos ni apruebo ningún grupo o movimiento político. Más concretamente, desapruebo, no estoy de acuerdo, y no tengo ninguna conexión con la última aberración de algunos conservadores, los llamados “hippies de la derecha”, que tratan de seducir a los más jóvenes o más descuidados de mis lectores, alegando ser a la vez seguidores de mi filosofía y defensores del anarquismo. Quien ofrezca esa combinación está confesando su incapacidad para entender ambas ideas. El anarquismo es la noción más irracional y anti-intelectual jamás fraguada por algunos marginales – limitados por lo concreto, ignorantes del contexto, adoradores de caprichos – del movimiento colectivista, que es donde esa noción realmente pertenece.
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