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Monday, July 18, 2016

El Socialismo del Siglo XXI fracasó y vive su ocaso

La realidad nos muestra que el proyecto neocomunista de América Latina, bajo el techo del famoso "Socialismo del Siglo XXI", está pasando por su peor momento

(Wikimedia) Socialismo del Siglo XXI
Un caudillo que con tal turba alcanzara el poder, habla muy mal de la sociedad civil y política venezolana, y muy bien de las habilidades, el liderazgo y la capacidad de embaucar del hoy difunto caudillo. (Wikimedia)
Por Guillermo Rodríguez G.
A finales de los años 90, en Venezuela, el luego caudillo Hugo Chávez salía en libertad de una breve y relativamente benévola prisión, para reunir en un movimiento político a sus compañeros de conspiración con la larga lista de frecuentes visitantes del cuartel que le sirvió como cárcel, y que le brindaron apoyo para lograr, por otros medios, lo que su golpe de Estado no alcanzó.
Exguerrilleros, empresarios mercantilistas, periodistas, intelectuales y oportunistas de la debilitada y desilusionada izquierda entonces opositora visitaban y departían con el famoso prisionero, porque veían en la figura del golpista –en quien descubrieron asombrados la misma fanática fe socialista que tenían, o habían tenido– la esperanza de derrotar al Socialismo moderado que se encontraba en el poder.



Se buscaba derrotar a los mismos que los habían derrotado por las armas y los votos, reduciéndolos a los guetos soviéticos en que transformaron gran parte de las universidades y la burocracia cultural. Había de todo, creyentes y descreídos, fanáticos y sinvergüenzas, de una u otra manera oportunistas y demás gente de mal vivir, todos integrados eficazmente por el futuro caudillo en su incipiente movimiento.
Un caudillo que con tal turba alcanzara el poder, habla muy mal de la sociedad civil y política venezolana de aquel entonces, y muy bien de las habilidades, el liderazgo y la capacidad de embaucar del hoy difunto caudillo.

La franquicia chavista

Hubo condiciones sine qua non en la llegada de Hugo Chávez al poder en 1998, y en la lista de éxitos electorales de sus imitadores tempranos del Foro de Sao Paulo –en jerga leninista: las condiciones objetivas del Socialismo del Siglo XXI– que identificaron, Evo Morales, Fernando Lugo,  Rafael Correa, y el resto del clan. Todos aplicaron la estrategia chavista en sus países para alcanzar y mantener el poder, aspirando al socialismo totalitario por medios populistas en democracias frágiles que vaciarían de endebles limites republicanos.
No fue el poder por el poder mismo, sino para construir el Socialismo destruyendo la democracia “burguesa” desde adentro. Una nueva Constitución, como paso al control partidista e ideológico del nuevo Poder Judicial, y la autoridad electoral, fueron claves de la estrategia política; en lo económico, la destrucción no fue menos intensa, y en lo posible consistió en controles de precios, nuevos impuestos, control de cambios y hostilizar –con excepción de los aliados circunstanciales en la corrupción del propio neosocialismo– en todo lo posible al capital privado.
Por todos los medios a su alcance –que diferían mucho de unos casos con otros– persiguieron con más o menos éxito el control estatal y partidista de sectores estratégicos en sus economías previamente concentradas en la exportación de materias primas, debilitadas y empobrecidas por anteriores experimentos socialistas moderados o radicales y afectados por la crisis política al momento de los asaltos electorales neosocialistas.

El problema populista

Emplear el discurso populista desde la oposición es mucho más simple que desde el poder. La oposición es terreno de promesas ilimitadas que en el poder tropiezan con limitados medios para materializarse.
El neosocialismo que pretende la toma del poder por medios electorales con su programa sinceramente expuesto –control gubernamental directo de los medios de producción estratégicos, severa regulación indirecta del resto, planificación central, redistribución de ingresos y control social– se obliga al discurso populista que sólo en una severa crisis gana elecciones.
Llegados así al Gobierno, sus problemas serán, antes que nada, qué tanto poder tengan realmente para implementar su programa, de eso depende qué tanto y qué tan rápido pudieran avanzar hacia sus objetivos últimos; y cuánto presupuesto puedan financiar a corto plazo por cualquier medio fiscal o monetario para el populismo clientelista que mantenga su base electoral, incrementando la dependencia del Gobierno de amplias franjas de población antes de la inevitable escasez que con el racionamiento es consubstancial al Socialismo.
Todo depende de la resistencia que enfrenten al destruir la República y al aparato productivo privado, y qué tanto dinero puedan dilapidar en diferir los efectos de lo que hacen hasta que ya no sea indispensable, o posible, el engaño.
Si la resistencia es demasiada y los recursos insuficientes, la franquicia chavista no avanzará y puede perder el poder antes de iniciar las reformas políticas y jurídicas fundamentales; si avanza pero no logra completo control político del Poder Judicial y los sectores clave de la economía –mientras neutraliza primero e integra luego a las fuerzas armadas al modelo– caerá finalmente por elecciones o por el castigo de una corrupción inevitable en el control burocrático creciente y arbitrario, propio de una economía en transición lenta al socialismo totalitario.

El alza de las materias primas

Si bien la llegada de un socialista del siglo XXI tras otro al poder en Latinoamérica se produjo inicialmente en medio de un periodo de recesión y bajos precios de las materias primas –lo que dejó a la otra izquierda, entonces en el poder, sin capacidad clientelar para neutralizarlos– ya en el poder, ellos lo sufrieron por relativamente poco tiempo antes que la burbuja crediticia en los grandes mercados impulsara uno de los más prolongados períodos de altos precios de las materias primas.
Eso hizo que el boom se transmitiera a sus economías periféricas y financiara desde la maquinaria populista clientelista en el poder hasta la instauración de la ineficiencia productiva socialista, más o menos oculta por importaciones crecientes.
En Venezuela, principal vitrina del Socialismo del Siglo XXI, la Asociación Venezolana de Exportadores (AVEX) señala que sólo las exportaciones no tradicionales representaban más de 28% de las exportaciones totales en el año en que Chávez llegó al poder.
Bajo el chavismo, el total de las exportaciones no petroleras cayó a menos de 8% del total exportado el año pasado en cifras del propio BCV.
Así, el neosocialismo latinoamericano avanzó, orientado desde la Habana y a través del Foro de Sao Paulo, integrando desde el ecologismo hasta el populismo en su nuevo discurso, pero sólo mantuvo el poder por los recursos a dilapidar gracias al aumento en los precios de las materias primas. Como en efecto, los dilapidó en todos los casos, lo que queda por ver es si en alguno logró acercarse lo suficientemente al objetivo totalitario como para sostenerse por la represión, cuando la realidad les pasa factura de lo dilapidado.

El principio del desmoronamiento

En Argentina perdieron la elección nacional, en Bolivia intentan repetir una y otra vez un referéndum (perdido al primer intento) para la reelección indefinida del caudillo local.
En Ecuador –donde no lograron revertir la dolarización– no pueden reelegir a Correa. Y en Brasil, donde no avanzaron significativamente en el control partidista de los medios de producción estratégicos, y ni siquiera intentaron el continuismo caudillista, les falló el control político del máximo tribunal que parecían haber logrado, y sus corruptelas –ahora en juicio– los empujan de la pérdida del poder a la posibilidad de terminar en la cárcel de los ladrones o el exilio.
Es muy improbable, más no imposible, que en algún caso se sostengan aferrados al poder. Probable, aunque no seguro, es únicamente en Venezuela, donde con muy difíciles condiciones la represión económica y política severa les ha funcionado, por ahora.
Es el país donde pueden impunemente neutralizar una Asamblea Nacional de mayoría opositora desde un Poder Judicial con disciplina partidista, o apalear salvajemente ante las cámaras a un diputado opositor por activistas  identificados del Gobierno.
Eso, en un país señalado por la presencia de presos políticos y el presunto empleo de torturas, persecuciones, desapariciones y la criminalización tanto de factores de oposición, como de la disidencia en el propio chavismo, que sufre la inusitada violencia delictiva y una inflación imparable, en medio de una severa escasez de alimentos y medicinas, con un racionamiento bajo el progresivo control del PSUV.
Aunque sigue teniendo influencia intelectual y política, que no desaparecerá ni perdiendo el poder en Venezuela o incluso en Cuba, lo cierto es que el proyecto neocomunista latinoamericano está pasando por su peor momento.
Pero la falta de movimientos liberales o conservadores capaces de popularizar las ventajas de la economía de mercado en lo económico y las instituciones republicanas en lo político, les garantiza sobrevivir en oposición, lo que les ofrece la esperanza de recomponerse y retomar el poder en el futuro.
Sigue siendo izquierda contra izquierda, aunque se insulten unos a otros calificándose mutuamente de derecha. Esa, y la posibilidad todavía incierta que el punto de partida y la fuente inicial de los petrodólares sea el último reducto que sostengan, aunque sea por medios represivos autoritarios, son las esperanzas del Socialismo del Siglo XXI en América Latina.
No deja de ser irónico que justo ahora aparezca al sur de Europa el último imitador tardío del gran caudillo neosocialista venezolano, uno con alguna esperanza de llegar al Gobierno, pero sin las condiciones optimas como para implementar la franquicia.  Pero eso lo analizaremos la próxima semana, con la inminente cercanía de las elecciones en España.

El Socialismo del Siglo XXI fracasó y vive su ocaso

La realidad nos muestra que el proyecto neocomunista de América Latina, bajo el techo del famoso "Socialismo del Siglo XXI", está pasando por su peor momento

(Wikimedia) Socialismo del Siglo XXI
Un caudillo que con tal turba alcanzara el poder, habla muy mal de la sociedad civil y política venezolana, y muy bien de las habilidades, el liderazgo y la capacidad de embaucar del hoy difunto caudillo. (Wikimedia)
Por Guillermo Rodríguez G.
A finales de los años 90, en Venezuela, el luego caudillo Hugo Chávez salía en libertad de una breve y relativamente benévola prisión, para reunir en un movimiento político a sus compañeros de conspiración con la larga lista de frecuentes visitantes del cuartel que le sirvió como cárcel, y que le brindaron apoyo para lograr, por otros medios, lo que su golpe de Estado no alcanzó.
Exguerrilleros, empresarios mercantilistas, periodistas, intelectuales y oportunistas de la debilitada y desilusionada izquierda entonces opositora visitaban y departían con el famoso prisionero, porque veían en la figura del golpista –en quien descubrieron asombrados la misma fanática fe socialista que tenían, o habían tenido– la esperanza de derrotar al Socialismo moderado que se encontraba en el poder.