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Sunday, August 28, 2016

Economía: La Escuela Austriaca ganó el Methodenstreit

Por Juan Morillo Bentué

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Muchos historiadores de las ideas consideran que el Methodenstreit fue un debate estéril. El propio Mises sentenció que el debate no ayudó a clarificar la cuestión metodológica: “The Methodenstreit contributed but little to the clarification of the problems involved. Menger was too much under the sway of John Stuart Mill's empiricism to carry his own point of view to its full logical consequences. Schmoller and his disciples, committed to defend an untenable position, did not even realize what the controversy was about”[1].


Muy al contrario, nosotros consideramos que este debate tuvo múltiples e innumerables beneficios. En primer lugar, esta controversia tiene un gran interés puesto que es la reivindicación de la importancia de discernir cuál es el camino correcto para acercarse a la verdad científica en el campo de la ciencia económica. Además, en segundo lugar, como hemos podido comprobar, en esta controversia están planteadas muchas de las ideas hoy encontramos en los debates sobre la metodología de la ciencia[2]. Finalmente, otro beneficio de este episodio histórico es que, como suele ocurrir cuando hay un debate prolongado, el Methodenstreit sirvió tanto a historicistas como economistas austriacos para afinar y desarrollar sus posiciones metodológicas y, por tanto, contribuyó a la mejora de su producción científica[3].
Sin embargo, siguiendo a Bruce Caldwell[4], podemos decir que el debate también tuvo la negativa influencia de oscurecer aquellos puntos que la Escuela Austriaca y la Escuela Histórica Alemana tenían en común. Por ejemplo, ambas escuelas utilizaban una variante del hombre-actor en sus tratados alejado del homo economicus tan propio de la Escuela Clásica Inglesa y del análisis neoclásico que se desarrolló posteriormente; asimismo, ambas escuelas rechazaban el positivismo y el marxismo y ambas veían el estudio del origen de las instituciones sociales como una de las cuestiones capitales para la Ciencia Económica.
En relación a quién se impuso en el debate, puede considerarse que frente a la academia alemana los historicistas fueron los ganadores de este debate; de hecho, las economistas de la Escuela Austriaca fueron vetados de las universidades de ese país al menos hasta la década de 1920[5]. Sin embargo, esto no prueba nada acerca de las ideas metodológicas debatidas en sí mismas, puesto que la Escuela Histórica Alemana se encontraba en una posición mainstream dominante y pudo hacer uso de posición predominante.
Sin embargo, si tomamos como referencia la teoría económica moderna para enjuiciar quién venció en el debate, creemos poder afirmar que las metodologías predominantes hoy en día se adaptan mejor a las posiciones metodológicas centrales de Menger (existencia de leyes económicas universales) que a las de los historicistas alemanes (diferente validez de las leyes económicas según el momento histórico). Esto es así porque, aunque en la teoría económica actual existen diferentes corrientes metodológicas, todas ellas defienden la existencia de ciencia económica objetiva, válida para todo tiempo, hombre y lugar. En lo que difieren es en el método para la construcción de esta teoría económica.
Así, para los defensores del método hipotético-deductivo, la tarea de éste es realizar predicciones correctas; debe juzgarse, por tanto, según la precisión, el alcance y la conformidad con la experiencia de sus predicciones, de la misma manera que con cualquier otra ciencia física o natural; las hipótesis y premisas son irrelevantes para la validación de las teorías económicas, puesto que éstas han de juzgarse en términos de su valor instrumental a la hora de generar predicciones exactas. Para Milton Friedman, cuyo ensayo The Methodology of Positive Economics publicado en 1953 sigue siendo la justificación filosófica más importante del positivismo, la predicción es el elemento clave para aceptar o rechazar una hipótesis o teoría económica que intente explicar un fenómeno. El poder de predicción se convierte, por tanto, en el criterio de validación de una hipótesis. La hipótesis será aceptada/confirmada si la evidencia empírica verifica las predicciones, y será rechazada si contradice dichas predicciones. Pero el economista de Chicago señala claramente que la economía positiva puede ser vista como una ciencia, ya que se basa en el método científico y pretende establecer leyes universales de comportamiento para obtener predicciones sobre el comportamiento de determinadas variables. Según Friedman la economía positiva es independiente de toda posición ética o juicio normativo particular. Por tanto, puede ser una ciencia “objetiva” en el mismo sentido que cualquiera de las ciencias físicas (comparación realizada también por J. N. Keynes), aunque al tratarse de seres humanos (su objeto de estudio) la objetividad plantea dificultades especiales. Concierne aspectos ausentes de consideraciones valorativas y más concentrados en términos prospectivos.
Para los defensores del método axiomático-deductivo, en el que podemos encontrar a gran parte de los economistas de la Escuela Austriaca, existen leyes que rigen la cooperación social tan válidas, exactas y verdaderas como las de las ciencias naturales[6]. Hay que estudiar las normas rectoras de la acción humana y de la cooperación social “a la manera como el físico examina las que regulan la naturaleza”. La diferencia con las corrientes hipotético-deductivas, empirista y positivistas es que el método empleado para el descubrimiento de las leyes económicas es el axiomático-deductivo, esto es, tomar como punto de partida una serie de axiomas (del griego αξιωμα: aquello que es considerado como verdadero sin necesidad de prueba o demostración) y, a partir de ellos proceder deductivamente.
Como podemos observar las diferencias provienen de la posición metodológica pero no de la epistemológica, en la que la inmensa mayoría de corrientes actuales coinciden con los principios defendidos por Menger en la Methodenstreit en lo que se refiere a la universalidad de las leyes económicas.
Evidentemente, no podemos decir que la metodología de la Ciencia Económica pueda calificarse de mengeriana porque intervienen otras cuestiones como acabamos de señalar; sin embargo, nos parece evidente que el desarrollo de la Ciencia Económica actual, en su raíz, es más cercana a los planteamientos de Menger que a los de la Escuela Histórica Alemana. Es más, puede considerarse que la metodología hiperrealista de los historicistas alemanes ha sido abandonada en la actualidad.
En todo caso, creemos que la aportación de Carl Menger al desarrollo de la metodología de la Ciencia Económica es muy significativa. Así, coincidimos con Hayek al señalar que “[Untersuchungen] [s]e trata de un libro difícilmente superable como polémica contra las pretensiones de la Escuela Histórica de recabar para sí el derecho exclusivo al estudio de los problemas económicos (…) la importancia capital de esta obra para los economistas de nuestro tiempo radica, de una parte, en su versión, extraordinariamente profunda, de la esencia de los fenómenos sociales (…) y, de otra, en su clarificador análisis del desarrollo del aparato conceptual con el que tienen que trabajar las Ciencias Sociales.”[7]

Economía: La Escuela Austriaca ganó el Methodenstreit

Por Juan Morillo Bentué

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Muchos historiadores de las ideas consideran que el Methodenstreit fue un debate estéril. El propio Mises sentenció que el debate no ayudó a clarificar la cuestión metodológica: “The Methodenstreit contributed but little to the clarification of the problems involved. Menger was too much under the sway of John Stuart Mill's empiricism to carry his own point of view to its full logical consequences. Schmoller and his disciples, committed to defend an untenable position, did not even realize what the controversy was about”[1].

Wednesday, August 24, 2016

Cómo Thatcher transformó el Reino Unido

Lady Thatcher“Cuando se busca ser popular, hay que estar preparado para comprometerse con cualquier cosa, en cualquier momento. Y así no se consigue nada”. Así de tajante se mostraba Margaret Thatcher cuando le preguntaban por su voluntad de llegar a grandes acuerdos políticos. Conocido es su pronunciamiento contra el “consenso”, que definió como “el proceso de abandonar todas las creencias, valores y principios”.
La Dama de Hierro buscaba algo muy distinto al “consenso”. Lo que ella quería era un cambio radical en la economía británica, que arrastraba años de decadencia al calor de un intervencionismo estatal cada vez más hondo. Para hacerlo, se rodeó de expertos vinculados a tres think tanks liberales que siguen funcionando a pleno rendimiento en pleno siglo XXI: el Institute of Economic Affairs, el Centre for Policy Studies y el Adam Smith Institute.
Influenciada por la Escuela de Chicago y la Escuela Austriaca, su primera obsesión fue controlar la inflación, que superó el 20% en los años previos a su llegada al poder. La expansión crediticia decretada por el Banco de Inglaterra fue replegada en los años de Thatcher, dando paso a un periodo con tipos de interés más altos que permitieron frenar la escalada inflacionista.



Privatizaciones y pugna con los sindicatos

Thatcher también plantó cara a los sindicatos, que se oponían a sus medidas de flexibilidad laboral y también a su decisión de privatizar el enorme conglomerado empresarial público. El Índice de Producción Industrial refleja cómo las medidas supusieron un cierto ajuste en la primera mitad de los años 80 pero abrieron el paso a una década de crecimiento continuado. Según la Oficina Nacional de Estadísticas, la producción industrial creció un 7.5% durante su mandato.
Pero el éxito de Thatcher también queda reflejado por la caída del sindicalismo radical que había atenazado a la economía británica. A comienzos de los 80, el pulso al gobierno conservador llevó a 12,000 el número de días de trabajo perdidos por las huelgas, pero la Dama de Hierro no cedió y, de hecho, el número de miembros de los sindicatos se desplomó durante su mandato, pasando de 13 a 8 millones.
Esto facilitó el proceso de privatización, que abarcaba compañías de todo tipo: aerolíneas, energía, telefonía… Cuando Thatcher llegó al poder, el Estado controlaba el 30% de la fuerza laboral debido al enorme tamaño de estas empresas públicas. British Airways, Rolls Royce, Jaguar, British Telecom, Rover… son solo algunas de las sociedades que estaban en manos del Estado pero que pasaron de nuevo a manos privadas, con el aliciente de que los trabajadores recibieron acciones de sus compañías.

Rebajas de impuestos

La economía que heredó el nuevo Ejecutivo conservador en 1979 estaba en una situación de parálisis tan aguda que, en la prensa internacional, se hablaba de las islas británicas como del “enfermo de Europa”. La situación era tan grave que, aunque hoy resulte difícil de creer, el Fondo Monetario Internacional “rescató” al Tesoro del Reino Unido en 1968 y 1976.
En clave tributaria, los presupuestos de 1979, diseñados por Geoffrey Howe, redujeron el tipo máximo del IRPF del 90% al 60%. El tipo medio de dicho gravamen cayó del 33% al 30% y se eliminaron gravámenes y recargos que encarecían el ahorro y la inversión. En 1988, los presupuestos que perfiló Nigel Lawson recortaron el tipo máximo del IRPF del 60% al 40% y rebajaron el tipo medio del IRPF del 30% al 25%.
También hubo rebajas en el impuesto sobre sociedades, que vio caer su tipo máximo del 50% al 35% y su tipo general del 30% al 25%. Thatcher combinó estas medidas con la revisión del IVA, que pasó a estar más o menos unificado con un nuevo tramo del 15%, y con recargos en los impuestos especiales, como por ejemplo el aplicado a la gasolina.
En suma, la presión fiscal cayó del 38% al 35% del PIB entre los años 1980 y 1990. El efecto lafferiano de las rebajas de Thatcher hizo que muchas medidas tributarias, encaminadas a reducir la presión fiscal, acabasen arrojando mayores niveles de ingresos fiscales como consecuencia de la expansión de la actividad económica.

Los resultados

Bajo el gobierno de Thatcher, se multiplicó por cuatro el número de ciudadanos británicos que atesoraba participaciones bursátiles. He ahíla mejor medida del triunfo del “capitalismo popular” que la Dama de Hierro defendía cada vez que tenía oportunidad. Durante los años 80, el PIB per cápita aumentó un 35% y el aumento medio del PIB superó el 3% frente al 2% de los años 70.
En términos de gasto público, la etapa de Thatcher estuvo marcada por un progresivo repliegue del peso del Estado sobre el PIB, que pasó del 48% al 38%. Además, la dirigente británica también acabó con los déficits fiscales, que desaparecieron a partir de los presupuestos de 1985. En clave de endeudamiento público, la caída fue del 50% al 30% del PIB.

Cómo Thatcher transformó el Reino Unido

Lady Thatcher“Cuando se busca ser popular, hay que estar preparado para comprometerse con cualquier cosa, en cualquier momento. Y así no se consigue nada”. Así de tajante se mostraba Margaret Thatcher cuando le preguntaban por su voluntad de llegar a grandes acuerdos políticos. Conocido es su pronunciamiento contra el “consenso”, que definió como “el proceso de abandonar todas las creencias, valores y principios”.
La Dama de Hierro buscaba algo muy distinto al “consenso”. Lo que ella quería era un cambio radical en la economía británica, que arrastraba años de decadencia al calor de un intervencionismo estatal cada vez más hondo. Para hacerlo, se rodeó de expertos vinculados a tres think tanks liberales que siguen funcionando a pleno rendimiento en pleno siglo XXI: el Institute of Economic Affairs, el Centre for Policy Studies y el Adam Smith Institute.
Influenciada por la Escuela de Chicago y la Escuela Austriaca, su primera obsesión fue controlar la inflación, que superó el 20% en los años previos a su llegada al poder. La expansión crediticia decretada por el Banco de Inglaterra fue replegada en los años de Thatcher, dando paso a un periodo con tipos de interés más altos que permitieron frenar la escalada inflacionista.


Monday, July 18, 2016

La tradición olvidada.

por  

Quejarse de que la economía libre favorece a los ricos es como quejarse de que la libertad de expresión favorece a los elocuentes-
Joseph Sobran
Antes de la Segunda Guerra Mundial, Austria era un centro cultural científico-filosófico, cuna de pensadores, poetas, médicos, músicos y economistas. Ha sido el hogar de Karl Popper, Amadeus Mozart, Ludwig von Beethoven, Sigmund Freud, Ludwig Boltzmann, Carl Menger, Eugen von Bohm Bawerk, Ludwig von Mises, Joseph Schumpeter y Friedrich von Hayek, por mencionar sólo algunos. Esto nos induce a pensar en la gran importancia de este país para el mundo.
La Escuela Austriaca de Economía se fundó con la publicación del libro –Principios de Economía Política– en 1871, del economista Carl Menger. Esta teoría económica cuestiona el enfoque capitalista clásico y marxista, que se fue conformando con las aportaciones de Adam Smith, David Ricardo, Carlos Marx, Federico Engels y más recientemente, John Stuart Mill.
Si bien es cierto que a Menger se le considera fundador de la Escuela Austriaca, estableciendo sus bases económicas, fueron los economistas Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek los principales divulgadores de esta tradición.


De la revolución marginalista (1871), surgen tres escuelas de pensamiento económico en Europa de gran importancia, Cambridge en Gran Bretaña, Lausanne en Suiza y la Austriaca en Viena. Esta última ha sido la menos difundida, lo cual se puede explicar en parte a la persecución Nazi a mediados de los 30’s, que forzó a que esta teoría económica finalmente se dispersara alrededor del mundo. Se terminó de esta manera una etapa en la vida de esta escuela, que no ha podido recobrar la misma intensidad de sus inicios.
La desigualdad creada bajo un sistema capitalista generó una idea que adquirió importancia a principios de la década de los 20’s. Ante esto, surgió nueva forma de concebir la economía, con una disciplina que revolucionaría al mundo como alternativa ante los nuevos retos económicos, el “Socialismo”. Un programa ideológico de planificación estatal que yace sobre principios éticos de justicia e igualdad, el cual se pudo experimentar en la Ex URSS, sin embargo, el sistema fracasó por un mal entendimiento de los principios económicos, puesto que aboga por la distribución e igualdad de riqueza y no por la creación y prosperidad de la misma.
Es hasta 1929 cuando el capitalismo se puso en tela de juicio y con ello una severa crítica a la Ley de Say. Se consideraba que los mercados libres ya no eran eficientes, esto llevó a que J.M. Keynes, economista Británico, desarrollara su teoría general de la ocupación, el interés y el dinero en 1936, con un impacto sin precedentes en el mundo económico. Según Keynes, es el Estado quien debe intervenir para corregir y regular la economía y no el mercado, premisa que dominaría el rumbo del análisis económico hasta el día de hoy. Esta fue la contribución de Keynes, que ha permanecido y que ha ocasionado las peores crisis de nuestros tiempos.
Con las recurrentes crisis económicas ocasionadas por políticas keynesianas y el colapso de un experimento socialista de la Ex URSS en 1989, la escuela austriaca adquiere gran importancia. Ludwig von Mises había enterrado al socialismo antes incluso de que naciera. En su libro –Socialismo– de 1922, establece la imposibilidad de este sistema y lo destina al fracaso. Por otra parte, la teoría de los ciclos económicos desarrollada por los austriacos, es la que mejor explica las recesiones económicas; sin embargo, aún ante este nuevo paradigma, las políticas keynesianas han permanecido obedeciendo a un sistema de intereses políticos más que económicos; más de corto plazo que de largo plazo. Esta es la corriente que ha dado paso a crisis cada vez más severas.
Con la dispersión del pensamiento austriaco y el surgimiento de estas nuevas ideas, esta teoría se quedó sin trascender en el mundo académico, no tenían voz en el clima intelectual. Desde los docentes hasta las asignaturas impartidas en las aulas de casi todas las universidades del mundo, se predican el keynesianismo y también el socialismo -aunque en menor medida- con un enfoque metodológico radicalmente contrario y con claras diferencias sustanciales.
Entre el conjunto de ideas en las cuales los austriacos fundamentan su teoría, se encuentra el individualismo metodológico, que supone una aproximación a los fenómenos económicos a través del actuar humano, y que se opone de manera radical a tratar a la ciencia económica con el mismo método que se tratan las ciencias naturales. De esta forma, son los individuos los que crean las condiciones económicas, son ellos los que determinan el rumbo del mercado mediante un respeto al estado de derecho, que garantice las libertades individuales y económicas.
Desde su nacimiento hasta nuestros días, los austriacos han demostrado ser la escuela que mejor entiende la economía, los que mejor explican las causas y consecuencias de las crisis económicas, han luchado contra ideologías totalmente opuestas que han resultado desastrosas para el mundo -la evidencia empírica así lo demuestra- aún con todo esto, hace falta mucho para ver un verdadero cambio de paradigma económico. Esto dependerá del impulso y divulgación de la tradición austriaca, que ha sido sin duda la mejor alternativa y sin embargo, sigue siendo una tradición olvidada.

La tradición olvidada.

por  

Quejarse de que la economía libre favorece a los ricos es como quejarse de que la libertad de expresión favorece a los elocuentes-
Joseph Sobran
Antes de la Segunda Guerra Mundial, Austria era un centro cultural científico-filosófico, cuna de pensadores, poetas, médicos, músicos y economistas. Ha sido el hogar de Karl Popper, Amadeus Mozart, Ludwig von Beethoven, Sigmund Freud, Ludwig Boltzmann, Carl Menger, Eugen von Bohm Bawerk, Ludwig von Mises, Joseph Schumpeter y Friedrich von Hayek, por mencionar sólo algunos. Esto nos induce a pensar en la gran importancia de este país para el mundo.
La Escuela Austriaca de Economía se fundó con la publicación del libro –Principios de Economía Política– en 1871, del economista Carl Menger. Esta teoría económica cuestiona el enfoque capitalista clásico y marxista, que se fue conformando con las aportaciones de Adam Smith, David Ricardo, Carlos Marx, Federico Engels y más recientemente, John Stuart Mill.
Si bien es cierto que a Menger se le considera fundador de la Escuela Austriaca, estableciendo sus bases económicas, fueron los economistas Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek los principales divulgadores de esta tradición.

Tuesday, July 5, 2016

Problemas de la Escuela Austriaca de Economía (I)

Problemas de la Escuela Austriaca de Economía (I)

Por Francisco Capella
Con este artículo comienzo una serie con la cual pretendo analizar los problemas de la Escuela Austriaca de Economía (EAE), sus debilidades, límites o errores. Para comprobar la solidez de una teoría no basta con defenderla, con intentar probarla o demostrarla con argumentos a favor o datos que la apoyen: es esencial intentar criticarla, atacarla, destruirla, romperla, ponerla a prueba, buscar sus puntos débiles, sus aspectos más flojos. La resistencia a las críticas imparciales, duras, inteligentes e informadas indica que la teoría de algún modo es sólida, consistente, resistente, correcta, verdadera, relevante, importante.


Para criticar con fundamento es necesario poder y querer hacerlo. Un análisis crítico (con el colmillo afilado) desde el conocimiento (nunca completo) y cierta simpatía (parcial, pero al menos no con antipatía) puede permitir reconocer lo valioso y válido y diferenciar lo que debe ser abandonado o revisado. Algunas críticas o ataques externos pueden deberse a desconocimiento o malicia: el conocimiento de una escuela de pensamiento a menudo se debe a pertenecer a dicha escuela, y desde un grupo puede percibirse a otros diferentes como enemigos a quienes destruir. Las críticas desde dentro pueden ser más difíciles por parcialidad, subjetividad o falta de perspectiva.
Si los problemas son reales y no se reconocen y corrigen o superan, entonces tal vez se enquisten y se vuelvan progresivamente más difíciles de extirpar. Algunos asuntos pueden ser discutibles, cuestiones de matiz o interpretación; otros pueden ser errores graves, flagrantes pifias o meteduras de pata que pueden dejar en ridículo a quienes las cometa. Las ideas erróneas, arbitrarias o absurdas, pero que se mantienen, se repiten, son creídas y defendidas con intensidad y sin actitud crítica, tal vez sean señales honestas costosas de pertenencia y lealtad a un grupo con ciertos rasgos sectarios: indican credulidad, conformidad, fanatismo, deferencia a los líderes y deseo de simpatizar con individuos y organizaciones con cierto poder (profesores, catedráticos, universidades, institutos).
Sería extraño que una escuela de pensamiento fuera perfecta, completa, intachable: el conocimiento humano es falible. Si las falacias existen y persisten es porque están bien construidas para engañar a sus portadores: su superación o eliminación requiere cierto esfuerzo y flexibilidad intelectual; es fácil ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio. Una de las muestras más valiosas de integridad intelectual y científica es el reconocimiento de los errores propios: desgraciadamente es algo que no sucede a menudo, lo cual es comprensible dada la naturaleza humana con su preocupación por la reputación y el estatus.
Cuando los miembros de una escuela son incapaces de ver sus defectos tal vez no puedan o no quieran hacerlo: porque no son tan inteligentes como ellos mismos se consideran, porque están autoengañados, porque sufren de sesgos de confirmación sobre lo que creen, porque quieren defender su capital intelectual, porque disfrutan teniendo razón (o creyendo que la tienen) y sufren al descubrir errores en su pensamiento (sienten que pierden pie, que les falta apoyo), porque han aprendido una serie de consignas o dogmas que se limitan a repetir de forma poco reflexiva.
La EAE no es un grupo homogéneo de pensadores idénticos, de modo que algunos problemas seguramente no están generalizados sino que sólo son aplicables a algún subgrupo particular. Sus mayores debilidades probablemente estén en los más puristas e integristas, en los defensores de un pensador como si fuera un dios infalible o la única referencia posible: conviene tener mucho cuidado con los personajes carismáticos; ser atractivo no equivale a tener razón. Algunos problemas pueden no ser exclusivos de la EAE sino compartidos por otros grupos intelectuales, quizás de forma generalizada: reconocerlos en la EAE no implica que todos los demás sean inocentes. Algunos problemas pueden estar en lo que los austriacos defienden, mientras que otros pueden estar en lo que critican de otros, tal vez caricaturizando a quienes discrepan de ellos.
La EAE es minoritaria, no tomada muy en serio o incluso considerada pseudocientífica por algunos: tal vez sea una joya menospreciada por críticos que hablan de oídas sin entender lo que critican, tal vez la gente tiene fobia al liberalismo con el cual está estrechamente relacionada, pero también existe la posibilidad de que esté correctamente valorada en el mercado de las ideas.
Soy consciente de que algunos economistas o simpatizantes de la EAE pueden sentirse disgustados por este análisis crítico: tal vez me digan que no sé de qué estoy hablando o me recomienden que me dedique a criticar a otros. Un rasgo que detecto en muchos austriacos es su fanatismo y su tozudez, aunque es posible que se dé igualmente en otras escuelas de pensamiento. Mises tenía como lema Tu ne cede malis sed contra audentior ito (Jamás cedas ante el mal, sino combátelo con mayor audacia). Para muchos seguidores esto tal vez significa: eres un héroe que lucha valiente e incansable contra el mal; siéntete moralmente superior, no reconozcas jamás un error, no concedas nada a quien piense diferente, no transijas; tú no puedes estar equivocado porque eres lógico y partes de axiomas apodícticos irrefutables; mantén tu posición pase lo que pase, sé testarudo, terco, obstinado, cabezota; huye hacia adelante, no matices, siéntete seguro de que en tus análisis no hay nada importante que puedas haber pasado por alto; no explores los límites, defectos o problemas de tus ideas, y si los descubres no pienses en ellos, no los reconozcas como tales o no hables de ellos; si reconocieras un error parecerías poco inteligente, o menos inteligente que quien te lo ha hecho ver, y eso es inaceptable.
Algunos problemas de la AEA ya los conozco de primera mano y llevo varios años comentándolos. Por ejemplo en “Metodología de la ciencia en general y la economía en particular” en Procesos de Mercado, Vol. 6, Nº. 1, 2009, pp. 177-198. Y en “Cuestiones para economistas austriacos” y “Malas respuestas de un presunto economista austriaco”. La crítica contra la reserva fraccionaria de la banca es el error concreto más grave y vergonzoso (especialmente por la torpeza que refleja y la negativa a reconocerlo) de cierto sector de la EAE (Murray Rothbard, Jesús Huerta de Soto y seguidores), que además parece creer que lo sabe todo sobre dinero y banca; mis comentarios al respecto están en esta recopilación de artículos sobre dinero, crédito, banca y finanzas.
En estos artículos voy a aprovechar e investigar críticas ya existentes de pensadores que considero muy competentes: entre ellos Bryan Caplan, Lord Keynes (pseudónimo de un postkeynesiano), Milton Friedman, David Friedman, George Selgin y Arnold Kling. Agradeceré otras recomendaciones de los lectores. Juan Ramón Rallo ya ha ofrecido respuestas muy completas a algunos críticos (ver aquí y aquí).
Una de las críticas más conocidas a la EAE procede de Bryan Caplan, economista profesor de la George Mason University. En “Why I Am Not an Austrian Economist” (y en el artículo prácticamente idéntico “The Austrian Search for Realistic Foundations”, Southern Economic Journal 65(4), April 1999, pp. 823-838), Caplan explica por qué ya no es un economista de la EAE después de haberlo sido en el pasado: conoce la EAE en profundidad y sus ideas merecen atención. La crítica continúa en un debate con Peter Boettke (video), profesor de la misma universidad que defiende la EAE. Para Caplan los austriacos esenciales o referentes más distintivos son Ludwig von Mises y Murray Rothbard, cuyo pensamiento es casi equivalente; Friedrich Hayek sería un caso aparte.
Según Caplan los economistas austriacos han hecho contribuciones valiosas a la ciencia económica, pero han fracasado al intentar reconstruir la economía desde fundamentos diferentes de la escuela neoclásica moderna, la cual no han entendido bien; también han exagerado las diferencias entre ambas escuelas; además algunas afirmaciones típicamente austriacas son falsas o exageradas; y algunos descubrimientos de la escuela neoclásica moderna han sido ignorados por los austriacos. Estos se dedican frecuentemente a la metaeconomía (filosofía, metodología, historia del pensamiento) pero aportan escasos resultados sustantivos a la economía. Yo estoy esencialmente de acuerdo con estas afirmaciones genéricas.
En el ámbito de los fundamentos de la microeconomía, Caplan critica a los austriacos que sólo consideren o acepten preferencias estrictas que se manifiesten en la acción: insisten en que la indiferencia no puede motivar la acción, que no hay otra forma de conocer las preferencias que observar las acciones que estas motivan, y que si las preferencias no motivan una acción son económicamente irrelevantes. Los austriacos ignoran que la indiferencia puede ser parte (grande o pequeña) de una acción, y que existen preferencias que no se manifiestan en ninguna acción o inacción y que pueden resultar difíciles de conocer pero que pueden ser importantes para el bienestar de los individuos.
Se manifiesta indiferencia cuando escoges al azar, sin ninguna razón de por qué una cosa y no otra (por ejemplo que te dé igual el color blanco o azul de una camisa). No todas las elecciones son totalmente racionales en el sentido de tener una razón para todos los detalles, ni todas las elecciones manifiestan solamente preferencias: también pueden manifestar, al menos en parte, indiferencia.
Para que haya una acción intencional debe haber alguna preferencia: se escoge entre lo que se hace y todas las alternativas que no se realizan. Que sólo haya indiferencia en la acción sería raro, sería una conducta totalmente aleatoria que implicaría algún coste o consumo de recursos para no obtener ningún valor neto, no habría una mejora de la satisfacción psíquica. Pero parte del conjunto de alternativas posibles puede ser valorado por igual, y entonces la elección entre esas opciones debe ser por azar. Algunas cosas te dan igual: puedes elegir comer carne en vez de verdura pero te da igual qué tipo de carne; puedes preferir comer a no comer pero te da igual qué comer.
La acción revela preferencias, pero puede que no esté claro qué preferencias revela: si compro una camisa blanca puedo preferir una camisa blanca a una roja, o puedo preferir una camisa blanca o azul a una camisa roja, o a no comprar ninguna camisa. La acción no siempre revela preferencias estrictas, a veces hay una indiferencia que desde fuera de la mente del propio agente no es posible reconocer: pero el agente quizás sí sea consciente de qué le importa y qué es irrelevante.
La acción no revela todos los detalles de la preferencia: sólo muestro que estoy dispuesto a pagar algo por un bien, pero no si habría estado dispuesto a pagar más (siempre estaré dispuesto a pagar menos). El acto real revela parte de la información en mi mente, pero no toda la información: los agentes al negociar de forma estratégica suelen intentar mantener oculta buena parte de la información; algunas instituciones sociales sirven para intentar que las partes involucradas revelen honestamente sus preferencias (sin fingir poco o demasiado interés).
El insistir en que la indiferencia no motiva la acción no invalida el estudio de las curvas de indiferencia (la representación gráfica o funcional de combinaciones de bienes para los que la satisfacción del consumidor es idéntica). Las curvas de indiferencia son interesantes porque separan zonas del espacio de posibilidades: a un lado el agente escoge una cosa, y al otro escoge la otra. Justo en la curva se escogería al azar o el agente se quedaría bloqueado y sería incapaz de elegir; pero esta indiferencia se manifestaría entonces en la acción de elegir que no consigue llevarse a cabo (porque pensar y elegir son también acciones realizadas por el cerebro).
La relación entre acciones y preferencias es más complicada de lo que parece, y esto puede entenderse si se estudia también psicología en lugar de limitarse a la praxeología. No toda la conducta o acción humana es intencional (y no solamente los humanos son capaces de acción intencional): a veces la gente hace cosas sin saber por qué, sin planificar, de forma automática, sin ser consciente de que ha hecho algo cuando de pensarlo tal vez podría haber hecho otra cosa (reacciones, hábitos); también es posible autoengañarse sobre las motivaciones de las acciones e inventarse explicaciones que uno mismo sinceramente cree (como muestran diversos experimentos de economía conductual y neuroeconomía).
La EAE no se queda sólo en los hechos externos objetivos sino que reconoce la importancia de los fenómenos mentales subjetivos, pero su análisis de estos y su relación con la acción y el bienestar psíquico es incompleto. La gente tiene preferencias que no se manifiestan en la acción propia, y que a veces se expresan verbalmente (con la posibilidad de la mentira) como deseos de que alguien haga algo o de que ocurra algo (quiero que me hagas un favor, me gustaría que no lloviera mañana, prefiero tal forma de organización política): no se trata de preferir decir algo a otro o no decírselo, sino del contenido de la expresión del deseo o preferencia. Preferimos cosas en ámbitos que no podemos controlar (desear que llueva o no) y esas valoraciones muestran su existencia e importancia en cambios en nuestro estado de ánimo al suceder o no lo deseado: disfrutas del buen tiempo, sufres con el mal tiempo. Es posible mentir y engañar con las declaraciones verbales de preferencias, pero esto no significa que no existan, que no puedan conocerse de ninguna manera o que no sean relevantes para la ciencia económica en la medida en que esta se interesa por el bienestar humano: este no depende solamente de lo que elige y hace cada uno; también depende de lo que hacen los demás y puede afectarnos, y de cosas sobre las que apenas podemos hacer nada.
Igual que las acciones revelan preferencias de forma incompleta o imperfecta, tampoco está siempre claro qué información revela una inacción: no compras algo porque no quieres o porque no puedes (no tienes con qué pagar, o la cosa no existe aunque te gustaría que existiera, como un bien o servicio que aún nadie ofrece). La compra indica querer y poder, pero la no compra no aclara si es por no querer, por no poder o por ambas cosas (problema lógico de la negación de la conjunción).
La acción intencional suele explicarse de forma didáctica en primer lugar como la elección entre posibilidades existentes que se valoran de forma diferente (escala de valor o utilidad): las capacidades o medios están dados (son finitos, escasos) y sobre ellos operan las preferencias subjetivas (potencialmente inagotables) y la inteligencia para combinar los medios de modo que produzcan la mayor satisfacción posible. Un aspecto positivo de la escuela austriaca es el estudio de la empresarialidad como una inversión de este proceso: el empresario desea algo que quizás no existe, lo imagina, y se pregunta qué necesita, exista ya o no, para alcanzarlo: genera nuevos fines y medios. Los problemas relacionados con la empresarialidad serán analizados más adelante en esta serie de artículos.
El economista austriaco a menudo se defiende de estas críticas restringiendo el ámbito de lo que estudia: puede reconocer todos estos fenómenos relacionados con las preferencias, pero entonces argumenta que él sólo estudia la praxeología, sólo analiza formalmente la acción intencional, en la cual un agente actúa motivado por preferencias estrictas conscientes; además como praxeólogo no investiga la naturaleza de las preferencias: por qué existen, cómo se forman, por qué son unas y no otras, cómo están relacionadas las de unas personas con las de otras (todo eso sería psicología o sociología). El praxeólogo sólo conoce de forma abstracta una pequeña parte del mundo cuya importancia enfatiza y en la cual quizás se siente muy seguro, pero no es consciente de la relevancia y complejidad de lo que desconoce, e ignora que quizás las separaciones tan nítidas que propone (entre praxeología y psicología) son problemáticas: quizás no debería sorprenderse por que el resto del mundo no lo entienda o valore.

Problemas de la Escuela Austriaca de Economía (I)

Problemas de la Escuela Austriaca de Economía (I)

Por Francisco Capella
Con este artículo comienzo una serie con la cual pretendo analizar los problemas de la Escuela Austriaca de Economía (EAE), sus debilidades, límites o errores. Para comprobar la solidez de una teoría no basta con defenderla, con intentar probarla o demostrarla con argumentos a favor o datos que la apoyen: es esencial intentar criticarla, atacarla, destruirla, romperla, ponerla a prueba, buscar sus puntos débiles, sus aspectos más flojos. La resistencia a las críticas imparciales, duras, inteligentes e informadas indica que la teoría de algún modo es sólida, consistente, resistente, correcta, verdadera, relevante, importante.