REFLEXIONES
LIBERTARIAS
Ricardo Valenzuela
El Imperio Romano es
una de las piezas más reveladoras en los anales de la historia de la humanidad.
Fue ahí donde por primera vez el hombre saboreara los frutos de las pioneras lecciones
políticas en democracia parlamentaria, nos dio los filosóficos que moldearían el
mundo a la posteridad, los grandes arquitectos y artistas, nos dio también el
Cristianismo. Extendiéndose en todo el oeste de Europa incluyendo Inglaterra e
Irlanda, toda la rivera del Mediterráneo hasta Egipto y Persia, su esplendor
iluminaría al mundo durante mil años.
El Imperio gestaría también
los primeros conceptos jurídicos y políticos de corte liberal que se plasmaron
en su Derecho Romano, y serían poderosas influencias en la edificación de instituciones
del futuro. El Derecho Romano se desarrolló en los últimos siglos antes de
Cristo enmarcando con nítida claridad la protección a la propiedad privada y
libertad de comerciar y contratar, ideas inusitadas en su tiempo. Aun cuando el
Imperio se desintegrara entre los siglos IV y V, su legado liberal persistió
representado por sus obras magnas: El Código Theodiosano en el oeste, y el
Corpus Juris Civilis promulgado en el este por el Emperador Bizantino
Justiniano.
Con la avenida de
Jesucristo se inició la época de cambios tal vez más dramática pero también más
confusa de la historia. Aparentemente sin entender su mensaje se agredían los
incipientes principios liberales siendo que él arribaba para a ello; liberar al
hombre. A su muerte las actitudes del nuevo cristianismo se volcaron
agresivamente en contra de los conceptos de creación de riqueza en todas expresiones
y representaciones. El libro de Eclesiasticus es una oda en contra de la
producción de ganancias y el éxito en los negocios. Nos encontramos luego como
carta de presentación con la famosa afirmación de San Pablo: “El amor al dinero
es la raíz de todo los diabólico”.
Los fundadores de la nueva
iglesia desde su inicio se pronunciaron en contra de las actividades
mercantiles al definirlas como la representación de la avaricia, acompañada por
fraude y el engaño. A la cabeza de ese feroz ataque marchaba Tertulliano
prominente abogado convertido al cristianismo. Años después San Jerome se
sumaba a esa carga frontal agrediendo a los negociantes, comerciantes y por
primera vez se hablaba de la suma cero, tan popular hoy día entre los
socialistas: “Cuando alguien gana, lo hace a expensas de la pérdida de otro.”
La riqueza era estática y la invitación al infierno; se iniciaba la edificación
de un mundo místico y de pobreza.
La totalidad del
Imperio Romano abrazaría el Cristianismo con la conversión del Emperador
Constantino en el siglo IV, para luego derrumbarse en año 400 con el saqueo de
Roma y naciera así el esquema económico--político que dominaría al mundo
durante los siguientes mas de 1,200 años; la Monarquía absoluta. En esos
momentos explotaba un debate que aun persiste; el papel y la responsabilidad
del Cristianismo en la debacle de la civilización más avanzada de la historia.
Ha sido de tal magnitud, que San Agustín siglos después saltara al centro del
mismo con su obra “La Ciudad de Dios” para tratar de exculparlo.
Sin embargo, es un
hecho el que a partir de este acontecimiento la riqueza mundial permanecería estática
y se desarrollaba la miope idea de que la única forma de adquirirla era
heredándola, arrebatándola, conquistándola, y solamente los nobles quienes
consideraban el trabajo como una ofensa, tendrían acceso a ella condenando al
resto de la humanidad a la pobreza. Sería hasta el siglo XVIII cuando los
pensadores liberales ingleses y escoceses derrumbaran esas barreras. Pero ya el
mundo había perdido más de 1000 años en ese laberinto de confusión antes de que
esas nuevas ideas provocaran la Revolución Industrial, y naciera el concepto de
creación de riqueza.
Retomando los ideales liberales
del Derecho Romano y el nuevo liberalismo de Locke, Smith, Mill, surgía en el
Siglo XIX el modelo que nos haría recordar las glorias del imperio Romano: Los
Estados Unidos de América. Al mismo tiempo nacían los países de América Latina
al independizarse de España más no de sus esquemas autócratas en lo político, y
del rentismo mercantilista en lo económico. Nos emancipamos de España para ser
libres pero nuestra ineptitud para gobernarnos con de sentido común y hacer las
cosas de manera razonable, nos empobreció tanto que nuestra adquirida libertad
se volvió caricatura; una forma más sutil de servidumbre que nuestra antigua
condición colonial.
En los siguientes 150
años los EU se convertirían en la nueva potencia mundial al ritmo que América
Latina se hundiera en el subdesarrollo y la pobreza. En la década de los 90 después
de casi 200 años de transitar por ese laberinto de sangre, confusión y errores,
fue que un rayo de luz tenuemente iluminaba la región cuando se iniciaran las
reformas “Neoliberales.” Pero ellas además de cargar con todos los tumores
colaterales que de inicio las contaminaban, carecieron de algo que Vargas Llosa
había previsto cuando escribió: “Reformas tan profundas como las que América
Latina requiere, no serán posibles ni durables o efectivas si no las acompaña,
o precede, una reforma de costumbres, de las ideas, de ese complejo sistema que
llamamos cultura.”
Las reformas en nuestra
región se “intentaron” irresponsablemente, a medias, con tibieza y fallaron
como si esa fuera la intención. En este nuevo milenio en el cual chinos y rusos
ya entendieron que alguien tiene que crear riqueza y no es el Estado, en América
Latina como el burro de la noria regresamos al mismo punto de partida. Los Chávez
en Venezuela, Duhalde en Argentina, la Robles, Batre y Cárdenas en México, Lula
en Brasil y el nuevo gorila golpista de Ecuador Lucio Gutiérrez, nos señalan
una clara tendencia de la región de regresar al punto de partida y como
afirmaba Popper; “sin haber aprendido de los errores.” Las reformas se
convirtieron en eso; una caricatura de la libertad similar a la obtenida en
nuestras independencias.
América Latina al
igual que el Imperio Romano hace 1,600 años, aplica el freno a lo único que
algún día la pueda rescatar de su vergonzosa pobreza; la libertad, la
responsabilidad individual, una saludable sociedad civil y el sagrado respeto a
los derechos de propiedad. Desgraciadamente veo la tendencia irreversible—cuando
menos por ahora—y el Continente regresa al punto de origen y fuente de toda su
problemática. Por desgracia igual puedo visualizar la pérdida de otro Siglo al
igual que se perdieron los casi 200 años desde nuestras independencias, en esa
urgencia patológica que tenemos los latinoamericanos de acudir al altar político
para venerar la creación mas inepta y corrupta del hombre; El Estado.
Aclaración: Soy
católico pero libertario.
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