Daniel J. Ikenson estima que además de los varios límites legales y constitucionales que Trump debe superar antes de lograr implementar sus políticas comerciales proteccionistas, también se verá moderado por la realidad de un mundo integrado.
Daniel J. Ikenson es director del Centro Herbert A. Stiefel para Estudios de Política Comercial del Cato Institute.
Dije que no había manera de que Donald Trump sobreviva el inicio de las primarias. Luego menosprecie la probabilidad de Trump siquiera asista a la convención, y pensé que era todavía más improbable que acepte la nominación del Partido Republicano. Como estaba tranquilo con mi certeza de que Trump estaría dando un discurso conciliatorio a principios de la noche del 8 de noviembre, según los estándares de Washington, creo que he establecido credibilidad acerca de esta cuestión.
Así que debería tener la certeza de que estoy pesimista acerca de la dirección de la política comercial del Presidente Trump de lo que probablemente debería estar, considerando la retórica belicosa del candidato Trump.
Las políticas comerciales de Trump delineadas a grandes rasgos en la ruta de la campaña, para decirlo de manera sutil, destruirían la economía. Por ejemplo, Trump ha dicho que él:
- Impondría impuestos de 35 por ciento sobre las importaciones de México y de 45 por ciento sobre aquellas de China;
- Impondría impuestos especiales sobre las empresas estadounidenses que incorporen componentes o mano de obra extranjeros en su producción u operaciones de ensamblaje;
- Destruiría el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) —o al menos renegociaría lo que denomina “el peor acuerdo comercial alguna vez negociado”, y abandonaría el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), que él denomina “la violación de nuestro país”;
- Declarar a China un manipulador de moneda e imponer aranceles en retaliación para mitigar las ventajas en el precio de exportación que esa práctica supuestamente les provee;
- Utilizar la política tributaria, el proteccionismo, y la amenaza de obligar a China, a México, y a todos los demás países con los que EE.UU. sostiene un déficit comercial a que compren más de los productores estadounidenses y le vendan menos a los consumidores estadounidenses para lograr una balanza comercial equilibrada;
- Cobrarle impuestos a las empresas de manufacturas que despidan trabajadores.
La lista de ideas bravas, impulsivas, y mal concebidas sigue y sigue. Si usted toma la palabra del candidato Trump, la política comercial de EE.UU. va a ser un total desastre.
Ese tipo de híper-ventilación de alguien con la cabeza caliente probablemente funciona en la campaña. Es un pre-requisito deseado por el candidato de oposición —el outsider— decir cosas envenenadas acerca de la situación actual. Pero ese tipo de fantasías populistas rara vez se convierten en políticas prudentes.
Dos cosas limitan a Trump. La primera es el congreso, que realmente tiene la autoridad constitucional de regular el comercio extranjero. Si, el Peterson Institute publicó un estudio hace algunos meses documentando todas las leyes en virtud de las cuales el presidente ha recibido autoridad para elevar las barreras comerciales. Pero en casi todos los casos hay límites legales que deben ser superados o revisiones judiciales que podrían limitar los impulsos autocráticos (aquí hay una respuesta a ese estudio de un académico legal). El presidente si tiene más discrecionalidad —y por lo tanto mayor libertad (para adoptar una palabra buena) para actuar de manera unilateral— si invoca su autoridad en torno a motivos de seguridad nacional y en virtud de determinadas leyes de seguridad a nivel nacional.
En parte debido a la expectativa de la presidencia de Trump, hay un debate que está surgiendo acerca de si es que, dónde y hasta qué grado el presidente ha recibido autoridad legal para actuar de forma unilateral en cuestiones comerciales. Mis colegas en Cato Scott Lincicome y Simon Lester (ambos abogados) han notado algunas ambigüedades preocupantes en el lenguaje de varias leyes relevantes. De creciente preocupación es la cuestión de poder salirse de un tratado.
Sin el consentimiento del congreso, el presidente tiene la autorización de remover a EE.UU. de la OTAN —eso realmente no está en duda. La cuestión es si se requiere la autorización del congreso para elevar los aranceles a México y a Canadá hasta llegar a su nivel no preferencial —y de deshacer otras provisiones liberalizadoras. Si es así, entonces un retiro de la OTAN no tendría impacto real a menos que el congreso también esté de acuerdo.
Pero, como Scott y Simon han señalado, hay cláusulas en la legislación de implementación para los acuerdos de EE.UU. que deben ser interpretadas como algo que implica que retirarse del tratado nulifica sus términos como están articulados y efectuados en la ley estadounidense (espere más de uno o ambos de ellos pronto). Diferentes interpretaciones del significado de esas clásulas podrían provocar una crisis constitucional si Trump, por ejemplo, ordenara a los oficiales de aduanas de EE.UU. cobrar aranceles a tasas más altas sin que el congreso primero cambie las leyes relevantes. Si esto pasa, el congreso podría plantear una demanda en contra del presidente y eso es un potencial polvorín.
Si la doctrina de la separación de poderes le parece a Trump como algo muy anticuado, y desearía presionar para expandir su autoridad en el ámbito del comercio, hay un segundo límite que debería funcionar: la realidad.
Francamente, ejercer la autoridad presidencial para imponer, por ejemplo, un arancel de 45 por ciento por sobre todas las importaciones de la China sería algo trabajoso que consumiría muchos recursos. El presidente tendría poco espacio para hacer cualquier otra cosa. Y más al punto: ¿realmente quiere Trump destruir la economía estadounidense y global? Tal vez si es el candidato de Manchuria. De no serlo, él desea que sus políticas triunfen. Él desea ser amado —de hecho, alabado. Para que eso esté dentro del ámbito de lo posible, sus políticas económicas no pueden fallar. Deben fomentar un crecimiento económico real.
Pero no tardaría mucho —días o semanas— para que las políticas descritas en la ruta de campaña y que aparecen en el primer borrador de los documentos de “Los primeros 100 días” provoquen un éxodo masivo de capital y la cancelación de planes de enviar más inversión extranjera directa a EE.UU. Los resultados económicos negativos empezarían a verse en las estadísticas dentro de un trimestre.
Sospecho que Trump continuará hablando como un hombre fuerte, pero podemos estar seguros de que su arrogancia y su vanagloria se fortalecerán más mediante políticas económicas que la historia juzgará como buenas. La implementación de cualquiera de sus ideas proteccionistas, creo, será más cosmética que funcional.
Puede que sea un primer año difícil, lleno de crecientes tensiones comerciales, especialmente con China, pero también hay la posibilidad de una corrección de la dirección antes que se haya hecho demasiado daño. Pase lo que pase, tenemos mucho trabajo por hacer
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