Supongamos que la Compañía A, fabricante de camisas, cierra su fábrica aquí y la sustituye con una nueva fábrica en la India, para así pagar sueldos más bajos a sus obreros. EEUU es la tierra de la gente libre y nada le prohíbe a un grupo de inversionistas y obreros estadounidenses establecer la Compañía B para fabricar y vender camisas en EEUU. Esa misma oportunidad existe para todos aquellos productos que antes se fabricaban aquí y que ahora son hechos en el exterior.
Usted, entonces, pregunta ¿cómo va a poder competir la Compañía B con la Compañía A que tiene costos inferiores? Es una buena pregunta, pero nada tiene que ver con el derecho de inversionistas y trabajadores de fundar una nueva empresa para fabricar camisas en EEUU. La contestación a la pregunta es que la Compañía B sobrevivirá y prosperará si los consumidores prefieren comprar sus camisas, en lugar de las fabricadas en la India por la Compañía A.
El problema, claro está, es que la Compañía A podrá vender más barato y, entonces, confrontamos el problema que los consumidores prefieren pagar menos que pagar más.
¿Qué se puede hacer? La Compañía B puede tratar de cambiar la preferencia de los consumidores por productos más baratos, pero esa estrategia seguramente fracasará. No hay vuelta de ojo, el verdadero enemigo de la Compañía B no es la Compañía A sino el consumidor que prefiere precios bajos.
Lo más probable, entonces, es que la Compañía B y sus trabajadores acudan al gobierno para que se restrinja la libertad de elegir del consumidor. Pero hay que hacerlo cuidadosamente. No se le puede pedir al presidente Bush y al Congreso que haga ilegal la compra de las camisas fabricadas por la Compañía A. Hay que mostrar patriotismo y abnegación explicando la amenaza para el país: ¿qué pasaría si tenemos una guerra y no tenemos camisas para nuestros soldados? No hay que hablar de comercio libre sino de comercio “justo” y de campos de juego nivelados.
Existe otra estrategia efectiva. Supongamos que la Compañía B cubre todos sus costos vendiendo las camisas a 20 dólares, mientras que la Empresa A lo logra con un precio de venta de 15 dólares. La Empresa B entonces acude al Congreso para que promulgue una ley en defensa de la industria nacional dando un subsidio de 5 dólares a los fabricantes nacionales de camisas, los cuales entonces podrán competir con las camisas importadas.
Pero eso puede ser políticamente difícil por ser demasiado obvio y el Congreso preferirá imponer un arancel de 5 dólares a las camisas importadas, favoreciendo a la Compañía B. Entonces, la Compañía A tendrá que cobrar 20 dólares también por sus camisas. Así se logra un “campo de juego nivelado”, el gobierno recauda más impuestos y nadie se da cuenta de la trampa.
No comments:
Post a Comment