Manuel Suárez-Mier destaca la carrera del economista Arnold C. Harberger, quien acaba de recibir el premio Una Vida por la Libertad de la Fundación Caminos de la Libertad de México.
Harberger, a quienes sus numerosos alumnos latinoamericanos llamamos con todo cariño Alito, es uno de los más reconocidos economistas en el campo del desarrollo económico en el que ha hecho innumerables contribuciones para que los países puedan crecer más aceleradamente y generar riqueza en beneficio de sus habitantes.
En toda su carrera profesional Alito ha sido un economista con los pies bien plantados en la realidad, dedicado a ofrecer soluciones a los problemas e impedimentos que impiden la buena marcha de las economías de los numerosos países a los que ha asesorado a lo largo de siete décadas de inagotable trabajo, viajes constantes e innumerables clases y conferencias.
Harberger hizo sus estudios doctorales en economía en la Universidad de Chicago, a donde habría de regresar como profesor después algunos años en la Universidad Johns Hopkins. En Chicago, el jefe del departamento de economía T. W. Schultz alentó a Harberger a involucrarse en desarrollo económico internacional, lo que naturalmente lo llevó a trabajar en muchos países.
Las áreas de especialización de Alito, en las que ha hecho importantes contribuciones originales, incluyen finanzas públicas, comercio internacional, economía del bienestar y análisis costo-beneficio de proyectos de inversión, en todos los casos sustentando su análisis en la evidencia empírica disponible, que muchas veces había que empezar por elaborar.
Los trabajos de Harberger invariablemente persiguen el propósito de elevar la eficiencia de la economía eliminando las “distorsiones” que se acumulan y que impiden u obstaculizan el buen funcionamiento de los mercados. Tales “distorsiones” incluyen interferencias gubernamentales en los mercados y la formación de monopolios que no solo implican importantes transferencias de recursos de los consumidores al monopolio sino costos sociales que son pérdidas netas.
Para medir estas pérdidas Harberger desarrolló un poderoso análisis cuantitativo de los costos para la sociedad de las “distorsiones” aludidas en términos de menor bienestar de las personas, los famosos triángulos harbergerianos que miden la pérdida neta de políticas públicas mal concebidas, como aranceles y cuotas, subsidios y tipos de cambio múltiples.
Harberger es de los pocos economistas en el mundo que pueden presumir haber cambiado el destino económico de naciones enteras como sucedió con Chile, dónde a partir de 1955 se inició un proyecto de colaboración entre las universidades de Chicago y la Católica para que estudiantes chilenos pudieran realizar sus estudios avanzados de economía en Chicago.
Alito encabezó el proyecto chileno en lo que sería una entrañable asociación con ese país, que durante décadas fue la nación sudamericana con el peor desempeño económico por las pésimas políticas publicas con las que el gobierno interfería torpemente en los mercados, lo que culminó con la gestión de Salvador Allende que expropió buena parte de la economía.
Ante ese desastre, los alumnos de Alito se pusieron a trabajar en lo que sería un plan integral de desarrollo económico para su país por si algún día hubiera la oportunidad de aplicarlo, el famoso “ladrillo” (www.memoriachilena.ch) por su voluminoso tamaño en hojas escritas a máquina. Cuando los militares, que no tenían idea de que hacer con la economía, se enteraron de la existencia del “ladrillo” mandaron llamar a sus autores y adoptaron su programa.
La prueba del éxito de estas políticas se demuestra en que una vez restaurada la democracia, todos los gobiernos sucesivos las continuaron sin cambios radicales, lo que ha hecho de Chile el ejemplo a seguir por su notable crecimiento económico y abatimiento de la pobreza, de más del 50% en 1975 a menos del 5% hoy en día.
Alito es el héroe de esta historia, como de muchas otras que ya habrá ocasión de relatar
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