Morir en la selva del Darién
Por Gina Montaner
Donald Trump habla de levantar muros y
en Europa el sentimiento antiinmigrante se propaga, pero los más
desfavorecidos de la tierra no van a renunciar a la posibilidad de una
vida mejor. Eso sería negar el instinto de supervivencia y superación
que caracteriza a los hombres.
Lo ideal es permanecer en el país donde
uno nació porque el desarraigo es duro y resulta doloroso dejar atrás a
nuestros seres queridos. Sin embargo, las sacudidas económicas, los
regímenes opresores o los cataclismos naturales en ocasiones nos obligan
a salir del terruño e incluso ponernos a salvo. Son aspectos que
parecen ignorar quienes se oponen a una salida racional y práctica para
un problema global que lejos de desaparecer aumenta con los conflictos
internacionales.
En los últimos meses ha saltado a la luz
pública el tránsito imparable y constante de migrantes que deambulan
por Centroamérica en busca de una ruta que los lleve hacia el Norte, con
Estados Unidos como última y ansiada parada de su odisea. Se trata
principalmente de haitianos, africanos y cubanos que al llegar a la
frontera de Colombia con Panamá han de atravesar la inhóspita selva del Darién, sorteando peligros como las mafias, reductos de la narcoguerrilla y la propia precariedad de la jungla.
Las informaciones se centran en las
cifras de los migrantes irregulares y las medidas que toman los países
afectados para cerrar fronteras con el objeto de disuadir a aquellos que
pretenden cruzar sus territorios. Pero lo verdaderamente dramático es
la confluencia fortuita en la selva de seres que vienen de los rincones
más remotos.
A la intemperie y bajo el acecho de los traficantes de personas y los
animales en la espesa maleza, hombres, mujeres y niños de Somalia,
Haití o Cuba caminan por la trocha hasta siete días sin apenas alimentos
o agua
A la intemperie y bajo el acecho de los
traficantes de personas y los animales en la espesa maleza, hombres,
mujeres y niños de Somalia, Haití o Cuba caminan por la trocha hasta
siete días sin apenas alimentos o agua. Activistas de derechos humanos
como la admirable Liduine Zumpolle, una holandesa que desde hace años
está comprometida con la libertad de Cuba, denuncian desde la localidad
de Turbo, en Colombia, que en la selva los “coyotes” están cometiendo
todo tipo de abusos.
Son tantos quienes están peregrinando
por esta arriesgada senda, que el propio gobierno de Panamá, solidario
como el de Costa Rica con la situación de los migrantes irregulares, ha
decidido habilitar albergues nuevamente y brindar ayuda humanitaria a
los grupos que logran salir con vida del Darién. El presidente Juan
Carlos Varela ha dicho: “Panamá no va a permitir que nadie que ya ha
cruzado hacia nuestro país muera en nuestra tierra”. Un mensaje
encomiable en tiempos en los que la demagogia antiinmigrante ha prendido
a uno y otro lado del Atlántico.
Uno se pregunta qué hacen miles de
haitianos varados entre Colombia y Panamá. Pues bien, muchos de ellos
son supervivientes del terremoto que en 2010 asoló su país y fueron
acogidos en Brasil como trabajadores. Debido a la crisis que azota a la
nación carioca, ahora recorren el continente con la esperanza de llegar a
Estados Unidos, sabedores de que el retorno a su patria es inviable. En
cuanto a los africanos, huyen de la hambruna y las guerras, con la
vista puesta en Europa o en este lado del océano, dispuestos a evitar a
cualquier precio una muerte segura. Y en lo que respecta a los cubanos,
casi todos procedentes de Ecuador, donde lograron llegar antes de que
se les exigiera visa, sencillamente aspiran a acogerse en Estados Unidos
a la Ley de Ajuste Cubano de la que se han beneficiado sus compatriotas
asentados en Miami. De ningún modo quieren regresar a una isla
gobernada desde hace más de medio siglo por una tiranía ineficiente.
No hay solución fácil al problema de los
migrantes que cruzan fronteras huyendo de situaciones límites en sus
países de origen. Aun así, la respuesta a esta realidad ineludible no es
la cerrazón, la demonización de los extranjeros y la incitación a la
xenofobia. El presidente Varela pudo elegir pasar por alto los
atropellos en una jungla que se ha llenado de víctimas y victimarios,
pero eso lo empequeñecería a él y a su gobierno. Nadie debe temer una
muerte tan terrible. Ni siquiera los migrantes que vagan por el mundo.
©FIRMAS PRESS
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