Wednesday, November 16, 2016

Las (pocas) buenas ideas de Trump

Las (pocas) buenas ideas de Trump

David Boaz considera que Donald Trump esgrimió algunas ideas buenas acerca de política exterior, que contradicen al "establishment" intelectual de Washington.
David Boaz es Vicepresidente Ejecutivo del Cato Institute.
En mis círculos, la agenda de políticas públicas de Trump fue mal vista: a lo largo de la campaña parecía que sus prioridades eran bloquear el comercio, detener la inmigración, deportar a 11 millones de personas, y prohibir que ingresen musulmanes al país.
Yo mismo escribí acerca de sus “insultos, planes secretos, y una promesa de propinarle una golpiza a todos”, luego de verlo hablar en el verano de 2015, y contribuí al reportaje estelar “En contra de Trump” de la revista National Review. Aún así, si podía admirar el respaldo secreto de Hillary a “un mercado común hemisférico, con comercio libre y fronteras abiertas”, puedo encontrar lo ocasionalmente bueno entre varias de las políticas deplorables de Trump.


Trump tuvo muchas posiciones de políticas públicas en su sitio Web, desde el cuidado de los niños hasta la seguridad cibernética. Muchas de ellas nunca parecían realmente mantener su atención.
Pero si volvió repetidas veces a algunas ideas interesantes acerca de la política exterior que diferían de las habladurías usuales de ambos partidos en Washington. Fue salvajemente inconsistente, algunas veces hablando de la tortura, de órdenes ilegales a las fuerzas armadas, y de una determinación de “tomar el petróleo”. Pero señaló correctamente que nuestra actual política exterior no ha funcionado muy bien. De hecho, esgrimió una argumento similar en un anuncio de página entera en el New York Times en 1987.
Este es un aspecto de la campaña de 2016 que no ha capturado la suficiente atención: los votantes republicanos nominaron y eligieron a un candidato que rechaza el compromiso bipartidista de Washington con el intervencionismo global.
Así que identifiquemos tres políticas que Trump propuso y con las que debería cumplir una vez que esté en la Casa Blanca:
La promesa de que “la guerra y la agresión no serán el primer instinto [del presidente]”.
Esto no debería requerir una explicación. Pero hemos estado involucrados durante los últimos 25 años en una guerra aparentemente sin fin en Oriente Medio, y no hay fin a la vista. Las guerras que empezaron con propósitos limitados —bloquear la toma de Kuwait por Saddam Hussein, y de retaliación en contra de al Qaeda y el Talibán en Afganistán por los ataques del 11 de septiembre— se han convertido en una campaña a nivel regional para cambiar los regímenes y construir naciones. Un presidente que llegó al poder sobre la fortaleza de un discurso anti-guerra y que recibió el Premio Nobel de la Paz en torno a especulaciones, dejará la Casa Blanca luego de haber bombardeado siete países y con las dos guerras más largas en la historia de los EE.UU. todavía en desarrollo.
En ese mundo, la comprensión de que “la precaución y la moderación son realmente señales de fortaleza” sería un cambio bienvenido.
“Debemos abandonar la política fracasada de construir naciones y cambiar regímenes que Hillary Clinton adoptó en Irak, Libia, Egipto y Siria”.
Como Jeffrey Sachs escribió recientemente, el último cuarto de siglo “ha estado por lo tanto marcado por una guerra perpetua de EE.UU. en el Oriente Medio, una que ha desestabilizado la región, desplazado de manera masiva recursos desde las necesidades civiles hacia las fuerzas armadas, y ayudado a crear déficits presupuestarios masivos y a acumular una deuda pública. El pensamiento imperial ha conducido a guerras para cambiar regímenes en Afganistán, Irak, Libia, Yemen, Somalia, y Siria, a lo largo de cuatro presidencias”.
Las élites de relaciones exteriores en ambos partidos consideran que este récord no ha sido lo suficientemente firme, especialmente en Siria. Los centros de investigación del establishmentestaban preparando recomendaciones para que la administración de Hillary Clinton adopte una acción militar más agresiva en Oriente Medio y respecto de las fronteras de Rusia. Estas son las mismas personas y organizaciones que celebraron activamente la guerra de Irak en 2003 o guardaron silencio. El Presidente-electo Trump necesita traer nuevas voces a su administración.
Es hora de repensar la OTAN.
Trump varias veces sugirió que la OTAN, la pieza clave del intervencionismo global de EE.UU., es obsoleta. También declaró que EE.UU. “no puede ser el policía del mundo” y que es hora de que Japón y Corea asuman más responsabilidad por su propia defensa.
La OTAN fue creada en 1949 para defender las naciones europeas destruidas por la guerra de una Unión Soviética que había extendido su control a lo largo de gran parte de Europa Central. Conforme nos acercamos al aniversario No. 70 de esa alianza, ciertamente es hora de considerar si la OTAN de hecho es, como escribe mi colega Ted Galen Carpenter, “un marco de seguridad obsoleto creado en un mundo ampliamente diferente para abordar una situación de seguridad totalmente distinta”. El establishment de política exterior, incluyendo a Hillary Clinton, atacó firmemente la posición de Trump. Pero ahora que el calor de la elección ha pasado, deberíamos tener un debate real sobre el valor de alianzas remotas para la seguridad estadounidense.
Las elites de política exterior permanecen comprometidas con el intervencionismo global. Pero a los votantes no les gustan estas guerras sin fin. Además, con toda la habladuría de los políticos republicanos acerca de unas fuerzas armadas más robustas y más costosas, a los votantes republicanos no les agrada el intervencionismo constante.
Conforme los senadores neoconservadores y los republicanos tocan los tambores de acción militar en Siria, los republicanos se volcaron marcadamente en contra de esa idea—70 por ciento en contra de ella en septiembre de 2013. Quizás de manera más amplia, una encuesta masiva del Pew Research Center en diciembre de 2013, encontró que 52 por ciento de los encuestados dijeron que EE.UU. “debería ocuparse de sus asuntos a nivel internacional y dejar que otros países se lleven de la mejor manera posible por cuenta propia”. Ese fue el balance más volcado a favor de que “EE.UU. se ocupe de sus asuntos” en los casi 50 años de historia de esa medición. Ese número cayó a un 43 por ciento en 2016, pero una pregunta similar —si EE.UU. debería “lidiar con sus propios problemas y dejar que otros países lidien con sus problemas de la mejor manera que puedan”— encontró que 57 por ciento de los encuestados estaban de acuerdo en 2016, y 62 por ciento de los republicanos estaban de acuerdo.
El presidente-electo Trump nunca presentó una política exterior coherente del siglo 21. Pero si provocó repetidas veces algunas preocupaciones importantes, y demostró que los votantes republicanos —y quizás incluso, o especialmente, los veteranos militares— no son impulsivamente guerreristas. Su administración debería ampliar el debate de la política exterior para que se incluyan estas cuestiones.
Quizás hay una idea más que debería sobrevivir de la campaña de 2016. No fue idea de Trump ni de Clinton. Pero el prospecto de que Trump obtendrá los poderes asombrosos de la presidencia moderna —y el hecho de que Hillary Clinton hubiese podido obtenerlos— debería inspirar tanto a los Demócratas como a los Republicanos en el congreso para empezar a restaurar su autoridad y sus obligaciones en virtud de la Constitución. El Senador Tim Kaine, cuyo perfil fue elevado por ser el compañero de fórmula de Clinton, ha liderado en el Senado los intentos de de limitar los poderes de guerra de la presidencia; debería volver al Senado con incluso más determinación de insistir que solo el congreso puede llevar al país a una guerra

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